Hikikomori: “No estoy para nadie”

publicado
DURACIÓN LECTURA: 8min.
hikikomori

Suelen ser personas jóvenes, normalmente saludables en lo físico. Podrían seguir formándose para aspirar a un buen puesto en una empresa, o seguir consolidando su trayectoria en esta. Pero están encerrados. No encerrados por otros, no: se han encerrado a gusto. Ellos mismos. Y son millones.

Son los hikikomori, término japonés que define a las personas que se aíslan voluntariamente por largos períodos para evitar todo contacto con sus semejantes. El fenómeno se hizo notar primeramente –como sugiere la fonética de la palabra– en el país del sol naciente (actualmente, como se verá, es también un serio problema en Corea del Sur). Ahora mismo, 1,5 millones de japoneses se encuentran en esa situación, que no solo los afecta a ellos personalmente, sino a una sociedad que ya exhibe unos bajísimos índices de natalidad, y que lo que menos necesita es que sus jóvenes se enclaustren y den la espalda al resto.

Según explica The Japan Times,  el número mencionado constituye el 2% de la población comprendida entre los 15 y los 64 años. Los datos los ofrece un sondeo efectuado por la oficina del primer ministro y publicado en abril, e indican que el 2,05% de los de 15 a 39 años no había abandonado sus habitaciones (ni su casa) ni una vez en seis meses; y los de 40 a 64 años, tres décimas menos.

¿Por qué habían adoptado ese estilo de vida? Los del grupo más joven citaron las dificultades para entablar y desarrollar relaciones personales, a lo que siguió el azote de la pandemia (el confinamiento convenció a unos cuantos que, después de todo, se puede vivir sin pisar la calle). En cuanto a los mayores, el 44,5% de ellos estaban hartos de sus trabajos, y un 20,6% trajo también a colación el jaque a que los sometió el coronavirus.

La pregunta de muchos expertos es si, además de estos contratiempos, existe algún factor cultural que los lleve a meterse en su concha y atrincherarse. Algunos citan el peso del sekentei, la apariencia a los ojos de los demás. En la sociedad nipona, la familia y el resto de la comunidad ejercen una presión sobre el individuo para que alcance determinados estándares que le aporten prestigio y “posibles”. Cuando no llega al listón, la vergüenza convence al “fracasado” de que más vale desaparecer del mapa, y para eso está la habitación propia, refugio que no sería tal, por cierto, si en buena parte de los casos no hubiera una madre o un padre en algún lugar de la casa para tocar a la puerta y asegurarle al aislado el oportuno plato de comida.

Dadas las costumbres familiares en Japón, donde los hombres tardan mucho más que las mujeres en abandonar el hogar paterno –si es que alguna vez se marchan, porque incluso muchos permanecen allí tras casarse–, eso no es problema en absoluto.

El estigma del fracaso

El apelativo hikikomori no es, en todo caso, sayo que le sirva al primero que se meta una semana en su casa a llorar un desplante.

El investigador japonés Takahiro Kato propone varios criterios para identificar a la persona en esa situación: uno, que esté aislado incluso dentro de su propio domicilio –contacto mínimo o nulo con el resto de los convivientes–; otro, que el confinamiento dure al menos seis meses, y por último, que traiga aparejada una sensación de estrés sostenido.

“A medida que el aislamiento social se alarga, la mayoría de los pacientes comienzan a experimentar angustia y sentimientos de soledad”, asegura Kato. Según dice, es usual que, junto con la condición de aislamiento, convivan otros trastornos psiquiátricos (angustia social, depresión, autismo, esquizofrenia…). Decimos “otros” porque, aunque no aparece registrado en los manuales clásicos de este tipo de enfermedades, muchos expertos así lo ven: como un trastorno.

Por otra parte, el estudioso señala que, en muchos casos, la edad del “debut” como hikikomori es la adolescencia y la juventud, y señala aquí un factor de influencia: el familiar, que se traduce, por ejemplo, en asumir determinados estilos de crianza. Aquel en que la figura paterna se desentiende de exigir responsabilidades y deja hacer, o el de una excesiva protección materna, podrían predisponer a ese encierro voluntario.

Se pueden dar casos extremos, como el de una madre que contaba a la BBC que su hijo de 17 años llegó un día del colegio, se encerró en la cocina y nunca más salió: en lugar de entrar y sacarlo, la familia decidió… construir otra cocina.

Pero Kato también alude al factor sociocultural, mencionado más arriba. Influye allí, pero también al oeste de las rocosas costas japonesas. Ahora mismo, en Corea del Sur, unas 340.000 personas de 19 a 39 años (el 3% de los que componen ese grupo de edad) están en situación de aislamiento voluntario, y el factor de la vergüenza por no colmar las expectativas que la sociedad demanda del individuo vuelve a asomar la cabeza aquí.

También en ese país es muy importante “salvar las apariencias, y Greg Scarlatoiu, directivo del Comité Proderechos Humanos en Corea del Norte, lo percibió durante los 20 años que vivió en Seúl. “Corea puede ser implacable –aseguraba en 2021 al New York Post–. Este es un país que ha experimentado un crecimiento y unos cambios espectaculares en un tiempo relativamente corto, y mucha gente se ha quedado atrás. Muchos se endeudaron debido a la increíble presión por mantenerse al día, por ser los mejores y comprar lo mejor. Y no ven salida”.

“En los Estados Unidos –agrega–, el fracaso es la madre del éxito. Puedes declararte en bancarrota y nadie piensa en ello. Mira a Trump. Pero en Corea del Sur es muy difícil regresar del fracaso”.

El argumento lo valida en la BBC Kim Soo Jin, líder de la ONG Seed:s, que busca sacar a los hikikomori surcoreanos a ver la luz de sol. “Cuando no pueden cumplir con estas expectativas, piensan: ‘Fallé’, ‘ya llegué tarde’. Este tipo de ambiente deprime su autoestima y podría finalmente aislarlos de la sociedad”, asegura.

Sí, también en Occidente

Con menos rubor quizás y sin tanto desengaño por no colmar las metas socialmente fijadas –si es que aún queda alguna en un universo donde la idea de ser tiktoker o youtuber seduce más que la de ser ingeniero–, también en Occidente algunos han adoptado esta forma de extrañamiento respecto al mundo.

El fenómeno se ha extendido y tiene sus variantes en otras regiones. Una década atrás, un equipo de investigadores de un grupo de universidades japonesas les envió a psiquiatras de diversos países (Australia, Bangladesh, India, Irán, Japón, Corea, Taiwán, Tailandia y Estados Unidos) un cuestionario con posibles situaciones a partir de las cuales identificar casos de hikikomori.

En el estudio elaborado a partir de las respuestas, los autores informaron que, de los 247 encuestados, 239 dijeron haber visto casos de este tipo en sus países, “especialmente en las áreas urbanas”, y haber identificado “factores biopsicosociales, culturales y ambientales” entre las causas probables del trastorno. “Las diferencias entre países no fueron significativas”, señalaron los investigadores, aunque quizás una notable fue el curso terapéutico que se daba a los hikikomori: si en Japón los psiquiatras optaban por tratamientos ambulatorios (o directamente descartaban todo tratamiento), en otros países se decantaban por la hospitalización.

Otros textos de investigación o artículos periodísticos algo más recientes reflejan la presencia del problema en países occidentales, y aportan algunas cifras. En España, el psiquiatra David Córcoles, del Hospital del Mar de Barcelona, informaba en 2021 a La Razón de la presencia de al menos 190 hikikomori solo en la capital catalana y, como el Dr. Kato, señalaba la concurrencia del síndrome con otros trastornos mentales. Previamente, en 2014, un equipo de expertos españoles en neuropsiquiatría había examinado los casos de 200 personas voluntariamente aisladas y constatado que 164 reunían las características propias del fenómeno.

Por su parte, en un estudio publicado en 2020 en The Journal of Pediatrics , investigadores de varias instituciones médicas europeas revelaron que, en Italia, los hikikomori tenían una prevalencia del 1,2% entre la población menor de 18 años, y que en España y Francia son el 12% de las personas afectadas por aislamiento social.

Algunas iniciativas de reinserción

Así como puede ser difícil sacar de su refugio a algunos crustáceos –tienen tenazas, y las usan–, la tarea de ir a por los hikikomori para traerlos de vuelta a la calle, al colegio, a la oficina o al club, puede suponer lidiar con el malhumor de los enclaustrados, que en ocasiones muestran actitudes violentas, particularmente contra sus familiares; o con un cortante “no estoy para nadie”.

Pero hay quienes lo intentan, y con buen resultado. En Japón, en la localidad de Chiba, cerca de Tokio, trabaja desde hace 25 años la ONG New Start, que ha logrado reconectar socialmente a 1.600 personas (el 80% de aquellas con quienes ha tratado). Hay varias modalidades: en una, un voluntario visita semanalmente al hikikomori, come con él, va de paseo, conversa…, y en otra se favorece la convivencia con personas en la misma situación: se les habilita una casa con habitaciones privadas, y por la mañana realizan trabajos en común. Más del 95% de los que han pasado por esta experiencia terminan vinculados nuevamente al mundo laboral.

También está, por supuesto, el empeño que pongan los gobiernos. El de Corea del Sur, por ejemplo, se ha tomado la reinserción de los recluidos como una urgencia, y en abril pasado aprobó un paquete de ayudas para los jóvenes que se encuentren en esa situación. Las hay monetarias, como la entrega de 650.000 wones (algo menos de 460 euros) cada mes, si se deciden a salir a estudiar o a trabajar, pero también los apoyará “en especie”, con ropa, alimentos, material de estudio, tasas de exámenes, etc., y correrá a cargo de todos los gastos médicos de quienes necesiten cirugías u hospitalización.

Como anzuelo no está nada mal. Solo restaría desear que, vista la generosidad de la ayuda prometida, no termine animando a otros a enclaustrarse.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.