Revisar la estrategia preventiva de una epidemia no controlada

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«100 cuestiones y respuestas sobre el SIDA»
Poco antes de la celebración en Barcelona de la XIV Conferencia Internacional sobre el SIDA (7-12 de julio), el último informe del Programa Conjunto de la ONU para el SIDA (ONUSIDA) ha advertido que la pandemia, lejos de estabilizarse, está aún en sus fases tempranas y se propaga con mayor rapidez de lo que se creía. Por lo tanto, es inevitable poner en duda la eficacia de la estrategia de prevención seguida hasta ahora. En este contexto, resulta especialmente oportuno un folleto elaborado por un equipo de médicos, juristas, moralistas, convocados por la Conferencia Episcopal Española, en el que ofrecen «100 cuestiones y respuestas sobre el SIDA» (1).

Esta publicación es la tercera de una serie en la que ya se abordaron el aborto (ver servicio 58/91) y la eutanasia (ver servicio 36/93). La obra plantea y responde a cien interrogantes sobre el papel de la medicina, la sociedad, el Estado, el profesional sanitario y la moral ante esta enfermedad. Con un estilo divulgativo y a la vez riguroso, aclara la terminología, aborda las cuestiones conflictivas y proporciona datos imprescindibles. Seleccionamos algunos fragmentos que pueden dar idea de su interés.

¿Puede decirse que en el problema del SIDA existe un aspecto que podríamos llamar cultural?

Sí, por dos razones: la primera es que, en las sociedades desarrolladas, la enfermedad y la muerte se consideran como poco menos que fracasos de los que hay que huir a todo trance, y, en estas condiciones, se tiende a poner en la ciencia y la técnica toda la esperanza; pero el SIDA pone de manifiesto que eso no es suficiente: aunque los avances científicos y técnicos ayuden mucho a la calidad de vida y al bienestar social, tienen unos límites y no pueden anular la responsabilidad del hombre, que debe asumir las consecuencias de sus actos.

La segunda razón es que, al no conocerse para este mal un tratamiento curativo médico eficaz, surge la idea de que sólo puede ser combatido con medidas preventivas tendentes a lograr cambios en la conducta personal; lo cual plantea la cuestión de los valores éticos, es decir, de los criterios últimos de lo que se puede hacer y lo que no se debe hacer. Eso pone en cuestión algunos prejuicios de la cultura moderna como un ejercicio de la libertad sin restricciones ni valores, la irrelevancia social de algunos comportamientos que se llaman privados, etc.

En este sentido, el SIDA, además de una enfermedad, produce un fenómeno cultural que incita a la sociedad contemporánea a replantearse todo un sistema de valores que algunos daban por supuestos. Los criterios necesarios en materia de conductas preventivas del SIDA parecen afectar así, de una forma peculiar, a algunas de las consideradas libertades individuales.

¿No sería lógico que la extensión del mal diera origen a un cambio profundo en la mentalidad social, y que las conductas de riesgo -como la promiscuidad sexual o el consumo de drogas- fueran rechazadas mayoritariamente?

En efecto, así parece. Pero la relación que se establece entre las «conductas de riesgo» de contagio del SIDA y las libertades individuales (como el ejercicio de la autodeterminación en materia sexual), hacen que cualquier intervención de los poderes públicos que tienda a reducir la práctica de las primeras se considere una extralimitación o, en su caso, una vulneración de la neutralidad ética exigible -según esta mentalidad- al Estado.

Este planteamiento de la cuestión hace del SIDA una enfermedad que suscita problemas sociales muy singulares y distintos de los que se producen con otras enfermedades. El SIDA y toda la problemática social y el debate que lleva consigo sólo puede comprenderse en este peculiar contexto cultural en las sociedades occidentales a finales del siglo XX.

Además, las personas que tienen conductas de riesgo tienden a centrar su vida en dichas conductas y a desatender irresponsablemente el riesgo que corren y en el que ponen a otros. Y hay que considerar que se da un intervalo de tiempo frecuentemente largo entre la contaminación por el virus y el descubrimiento de la misma. Durante ese tiempo han podido infectar a muchas personas sin saberlo.

La peculiar epidemiología del SIDA hace que sea una auténtica pesadilla para la prevención, porque el pe-ríodo desde que el paciente se infecta hasta que empiece a ser contagioso es sólo de días, mientras que el de incubación, antes de que se desarrollen los síntomas (portador sano), dura unos 10 años.

¿Cómo se combate socialmente el SIDA en la actualidad?

Se combate, o, mejor dicho, se pretende combatir, desde un modelo que podría calificarse de ideológico, que se inspira básicamente en una supuesta neutralidad absoluta del Estado en todo lo concerniente a las conductas privadas de los individuos, por funestas que sean socialmente sus consecuencias. Y cuando éstas se dejan sentir visible y dramáticamente, los poderes públicos no pueden con facilidad, e incluso no quieren, volverse atrás en la ideológica aceptación igualitaria de todos los comportamientos en la sociedad. Aun conociéndose claramente y sin lugar a dudas las conductas de riesgo que deberían desterrarse para evitar la transmisión del virus (drogadicción, promiscuidad sexual), los gobernantes se limitan a recomendar estrategias o técnicas que permitan continuar con esos hábitos, pero con menor riesgo: por ejemplo, no intercambiar jeringuillas o utilizar preservativos.

En el caso del SIDA, existe un debate que no se ha dado con otras enfermedades. ¿Por qué?

Porque el SIDA pone sobre el tapete una cuestión esencial para las modernas sociedades laicistas: la neutralidad ética del Estado, que algunos parecen entender como compromiso activo del poder público con una moral permisiva, con la ideología del «todo vale» en el campo moral.

Muchos Estados han aceptado como algo indiscutible el que la sexualidad pertenece a la esfera privada del individuo, de suerte que no puede darse una interferencia de los poderes públicos en esta materia. De acuerdo con esto, el Estado debería abstenerse de toda actuación o juicio sobre cualesquiera conductas sexuales, porque todas serían igualmente aceptables.

Pero el SIDA ha emergido como fuente de problemas para los poderes públicos, no sólo en el aspecto asistencial, sino también en el de la prevención, porque la única forma seria de prevenirlo es actuando sobre las conductas de riesgo y éstas son, en parte importante, las que simbolizan la mencionada ideología del «todo vale» de la moral permisiva. Ante esta evidencia empírica, los Gobiernos se encuentran, por un lado, con que están obligados a presentar el compartir el material de inyección para la droga, la promiscuidad sexual y el comportamiento homosexual como de riesgo mortal; pero, por otro, con que esto atenta frontalmente contra los postulados básicos del relativismo ético. Y, en esta situación, no existe muchas veces una disposición honesta y valiente a revisar sus prejuicios a la luz de los hechos.

¿Cuáles son los valores educativos que deberían promoverse como primer frente ante la expansión del SIDA?

El primer medio de prevención educativa es transmitir a los más jóvenes la noción de que es necesaria una vida sexual ordenada, cuya expresión neta se encuentra en la monogamia acompañada de la fidelidad conyugal. Es imposible realizar una campaña honrada de prevención del SIDA sin destacar este aspecto.

Respecto a la drogadicción, vehículo del SIDA en gran parte de nuestros enfermos, es necesario dar a conocer claramente que no hay drogas duras y drogas blandas; que evadirse de la realidad, por dura que ésta sea, mediante la creación de «paraísos artificiales» y la provocación de alucinaciones, da una mínima expectativa de éxito y felicidad personal, mucho menos cuando se procura con sustancias que crean adicción y destruyen, tarde o temprano, al hombre.

Para que esta tarea educativa sea de utilidad, se precisa la participación de todos los sectores implicados en esta toma de conciencia, y todos deben tener una clara voluntad de resolución del problema por encima de ideologías o conveniencias políticas o económicas coyunturales.

La educación ha de enseñar a vivir bien, moral y físicamente. Hay que enseñar a decir «no» a lo que destruye. Es imprescindible educar la voluntad y la libertad mediante el autodominio y la motivación.

¿Es eficaz el preservativo para evitar la transmisión del VIH?

Con toda objetividad se puede afirmar que el preservativo reduce las posibilidades de contagio por el VIH [virus de inmunodeficiencia humana], pero no las elimina del todo. Existen numerosos estudios que lo confirman. El preservativo reduce el riesgo de infección por el VIH alrededor del 80% en términos relativos. En parejas en las que uno de los miembros está infectado, el porcentaje de contagio en un año, usando el preservativo, oscila entre el 1,5% y el 17%.

Las causas por las que el preservativo puede fallar son: ruptura, deslizamiento, mala utilización, así como la contaminación de la superficie externa del preservativo y la permeabilidad del látex a microorganismos, que aumenta en ocasiones por el clima, la temperatura y la humedad. Por tanto, es gravemente erróneo, desde el punto de vista científico, equiparar la utilización del llamado preservativo a «sexo seguro».

¿Cómo es que los porcentajes de seguridad del preservativo presentan estas diferencias tan grandes?

Porque es imposible realizar una evaluación exacta de su eficacia, al estar vedada cualquier posibilidad de diseñar experimentos prospectivos para medir su efecto protector. Ninguna Comisión de Deontología podría aprobar jamás un experimento clínico en el que se comparasen dos grupos, uno que usase preservativo y otro que no lo utilizase, en el que sujetos inicialmente no infectados mantuvieran, durante un período de tiempo determinado, relaciones sexuales con otros infectados, a fin de evaluar la tasa precisa de protección proporcionada por el preservativo. Por lo tanto, los porcentajes de protección serán siempre estimativos y con amplios márgenes de diferencia entre unas apreciaciones y otras.

Lo que no admite error, en todo caso, es que el preservativo reduce el riesgo de contagio del VIH, pero no lo elimina. (…) Si se hiciese publicidad de cualquier otro producto farmacéutico o alimenticio ocultando que existe un riesgo parecido de efectos tóxicos o mortales por su consumo, se consideraría a los responsables, sin ningún género de dudas, como negligentes en su cuidado de la salud pública.

¿Y por qué, en lugar de colaborar a la prevención, estas campañas producen el efecto contrario?

Los mensajes que contienen van dirigidos de modo indiscriminado a toda la población a través de medios de comunicación que buscan la máxima audiencia posible. Aun sin hacer juicios de intenciones y presuponiendo la mejor voluntad en los planificadores de esas campañas, no puede menos que dar resultados contraproducentes el recomendar por la televisión a media tarde, por ejemplo, la conveniencia de ponerse un preservativo para el coito anal o de no intercambiar jeringuillas para drogarse, como si el público de ese medio y a esas horas fuera un público «de riesgo», constituido mayoritariamente por homosexuales o drogadictos. Con ello se sigue el efecto de «normalizar» esas conductas, de que todos las acepten como normales, e incluso triviales, sin inconvenientes de ningún género.

Desde el punto de vista técnico estas campañas cometen el grave error de olvidar o no tener en cuenta una idea elemental de la educación para la salud: la necesidad de segmentar los cauces de transmisión del mensaje, buscando cauces específicos para cada población peculiar y no tratando indiscriminadamente por igual a toda la población. Ello puede ocasionar confusión y malentendidos fatales.

Afortunadamente se abre paso entre los especialistas en el tratamiento del SIDA la idea de adaptar los mensajes sectorialmente a cada grupo específico de población al que se dirijan en cada caso, y eso no tanto por razones de tipo moral como por el puro sentido común que conlleva una correcta valoración de la relación entre riesgos y beneficios de este tipo de campañas.

¿Cómo debe entenderse el papel de la sociedad ante los enfermos de SIDA?

Ante los enfermos de SIDA el papel de la sociedad, de sus instituciones y de cada una de las personas concretas que la integramos, sólo puede ser el que se adopta con un enfermo: de solidaridad, acogida y ayuda. Los enfermos de SIDA tienen los mismos derechos humanos que los sanos. Y, uno más: el de -precisamente por ser enfermos- ser acogidos y ser beneficiarios de la solidaridad de los demás, lo que conlleva el esfuerzo correspondiente de todas las instituciones sociales y los poderes públicos. Rechazar a los enfermos de SIDA, por ser tales, en la escuela, en el mundo laboral, en la función pública o en las instituciones sociales, es inhumano e injusto.

La sociedad está obligada positivamente, como respecto de cualesquiera otros de sus miembros dolientes o enfermos, a arbitrar los medios a su alcance para hacerles la vida lo más llevadera posible. En contrapartida, la sociedad tiene derecho a exigir de los enfermos de SIDA que eviten los riesgos de transmisión de esta enfermedad. Sólo si voluntariamente alguien se negase a poner los medios adecuados para evitar que por su culpa otras personas puedan ser contagiadas, cabría legitimar moralmente una conducta proporcional de rechazo o limitación de los derechos de estas personas. La solidaridad debe poner también los medios económicos para la investigación que permita obtener tratamientos, para crear centros de acogida u hospitales cuando la enfermedad llega a su fase terminal, etc.

____________________________(1) El SIDA. 100 cuestiones y respuestas sobre el Síndrome de inmunodeficiencia adquirida y la actitud de los católicos. Asociación Española de Farmacéuticos Católicos. 46 págs. 3 €. Pedidos al tfno. 91-343-9715 o fax 91-343-9727.Los números del SIDA

El Informe sobre la epidemia mundial de VIH/SIDA 2002 elaborado por ONUSIDA (1) estima que en 2001 contrajeron la enfermedad 5 millones de personas, entre ellas, 800.000 niños (de 0 a 14 años). Botsuana es el país más afectado, con un 40% de infectados entre la población adulta. Según la última estimación de la OMS, a finales de 2001 habían muerto a consecuencia de la enfermedad 21,8 millones de personas, de ellas 3 millones el año pasado. El 95% del total de portadores vive en países en desarrollo. En el África subsahariana hay 12 millones de niños huérfanos a causa del SIDA. Hay países africanos en los que el 25% de los habitantes y el 30% de las mujeres embarazadas son seropositivos. De los 28,5 millones de africanos infectados, sólo 30.000 reciben tratamiento. En 2001, la mitad de los contagios de SIDA declarados se produjo entre personas de 15 a 24 años.

España ha sido durante años el país más afectado de la UE, y en 2001 el segundo de la lista, con 5,8 casos por 100.000 habitantes. Desde el comienzo de la epidemia han contraído la enfermedad entre 160.000 y 200.000 personas, según un estudio del Ministerio de Sanidad (2). En junio de 2001 habían fallecido más de 32.000 personas. El SIDA es ya la primera causa de muerte entre los varones de 25 a 39 años. La edad media del diagnóstico de SIDA en España es de 38,7 años, un dato alarmante si se tiene en cuenta que el 38% de los infectados en 2001 no sabían que habían contraído la enfermedad (un 50% en el caso de los infectados por relaciones heterosexuales). En España, los mecanismos más frecuentes de contagio son el consumo de drogas intravenosas (55%), las relaciones heterosexuales (24%) y las relaciones homosexuales (14%).

_________________________________(1) Texto íntegro en www.unaids.org/barcelona/presskit/report.html(2) Infección por VIH y SIDA en España. Plan multisectorial 2001-2005. Ministerio de Sanidad. Madrid, diciembre 2001 (www.msc.es/sida/plan_movilizacion/home.htm).

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