Por qué no tiene sentido excluir la fe de la consulta del psicólogo

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Que cada vez más personas acudan al psicólogo o al psiquiatra se podría considerar, en principio, una mala noticia, pero también muestra que hacerlo ha dejado de ser tabú, que le hemos perdido el miedo. Con todo, todavía persiste una cierta prevención, entre algunos terapeutas y también entre algunos pacientes, a tratar en la consulta la dimensión religiosa, como si este ámbito no fuera el adecuado para abordar este tipo de experiencias. Pero la fe, para quien la tiene, no es ni mucho menos algo que pueda dejarse de lado.

Aunque diversos estudios muestran que la religiosidad actúa como un factor de protección frente a determinados problemas psicológicos (como la depresión o las conductas autolíticas y suicidas), lógicamente la fe no funciona como una vacuna. Las personas creyentes también van a la consulta. Sin embargo, no siempre los profesionales de la salud mental saben –o quieren– abordar el ámbito de la espiritualidad. A veces, los pacientes con fe que acuden a ellos se encuentran un muro de silencio respecto de estos temas. O incluso peor: una cierta sospecha; quizás por herencia de algunas corrientes psicológicas que ven en la religión principalmente una fuente de escrúpulos, inhibiciones y frustraciones.

Por otro lado, incluso para los profesionales que sí se abren al mundo religioso de sus pacientes –bien porque tienen fe o, simplemente, porque se acercan a la religión sin prejuicios–, no siempre es fácil saber cuándo se debe abordar el tema y dónde está la frontera entre el consejo terapéutico y el espiritual, para ayudar en estos asuntos sin invadir terrenos que no les competen ni proyectar sus creencias personales en los pacientes.

Para afrontar este doble reto (crear una red de psicólogos, psiquiatras y coachesreligion-friendly” y ponerla a disposición de quienes demandan este tipo de terapia) es para lo que nació la International Catholic Association of Therapy and Coaching (ICATC), una iniciativa sin ánimo de lucro con sede en Madrid, pero presente también en Reino Unido. ICATC lleva ya cinco años trabajando, aunque no ha sido hasta 2025 cuando ha hecho su presentación oficial.

Al frente está Leonor de Escoriaza, una joven psicóloga “medio española y medio francesa”, como ella misma dice. Ha tenido la amabilidad de buscar un hueco para Aceprensa en su apretada agenda.

– ¿Cómo te vino la idea de lanzarte a este proyecto? ¿En qué fase de desarrollo estáis ahora mismo?

– Yo estaba viviendo y trabajando en Inglaterra, después de haber cursado mis estudios en Francia y en España. Allí conocí a un grupo de psicólogos y psiquiatras católicos que se reunían de vez en cuando para conversar sobre cómo integrar su fe en las conversaciones con los pacientes; pero cómo hacerlo siendo muy buenos profesionales, de modo que lo religioso –por decirlo así– no invadiera o pisara lo psicológico, sino que lo enriqueciera.

“En ICATC nos aseguramos de que todos los profesionales de nuestra red son católicos coherentes y competentes en su especialidad”

A mí me pareció un asunto muy interesante. Además, yo misma tenía la experiencia de que algunas personas, incluso de países tan lejanos como la India, se ponían en contacto conmigo al enterarse de que era católica y me preguntaban si conocía profesionales católicos en su zona; buscaban a alguien que pudiera entenderlos en el aspecto espiritual. Así que, aunque ese grupo de Inglaterra terminó disolviéndose, yo me quedé con el “gusanillo”. Entonces, en 2020, me llamó Ramón J. Fonte, que resulta que tenía esa misma inquietud, pero sobre el mundo del coaching, y nos lanzamos a crear ICATC.

Leonor de Escoriaza, presidenta de ICATC

En estos cinco años hemos ido desarrollando nuestra red de profesionales de referencia, que ya están en torno a 50. Nos aseguramos bien de que todos cumplen dos características: que son católicos que viven una vida coherente con su fe y que son profesionales competentes, cada uno en su especialidad. Queremos que quien contacte con nosotros tenga garantías en los dos ámbitos.

– ¿Y es fácil conseguir esa integración de la que hablas? ¿Cómo se puede abordar o al menos abrir la puerta al ámbito espiritual sin quitarse la “bata” de psicólogo o psiquiatra?

– No siempre es sencillo, primero porque es un campo que no ha sido muy explorado todavía –sueño con que en un tiempo seamos nosotros, en el ICATC, quienes escribamos algo así como un libro blanco sobre el tema, gracias a nuestras experiencias–. Además, cada paciente es distinto. Sí que tenemos claro, por ejemplo, que solo abrimos el planteamiento espiritual si pensamos que algo de lo que nos cuentan puede ser enriquecido por ese tipo de reflexión, y siempre que el paciente manifieste que está cómodo tocando esos temas.

Precisamente, uno de los objetivos al crear ICATC es que dentro de la comunidad de profesionales que la formamos haya un intercambio de experiencias sobre este ámbito, un diálogo que nos vaya enriqueciendo a todos y que más tarde redunde en nuestros pacientes, porque cada vez tratemos las derivadas espirituales de sus problemas con más profesionalidad, pero también con más profundidad. A este respecto, hemos organizado (de la mano de la Universitat Abat Oliva CEU, que es el organizador principal) la segunda edición del Congreso Internacional de Antropología Cristiana y Salud Mental, que tendrá lugar en Barcelona a finales de mayo del año próximo y donde hablaremos de estos temas con otros expertos.

– ¿En qué influye, en la práctica, el hecho de que el profesional de la salud mental tenga fe y no “excluya” este ámbito de la consulta?

– Un primer aspecto es que tratamos de integrar la mirada de Cristo en nuestra forma de atender al paciente: intentamos verlo como él lo vería, con una mirada integral, como una persona, no como un “cuadro clínico”. Y con misericordia. Puede sonar algo demasiado teórico o pretencioso, pero esto cambia bastante el clima de la consulta. Hay una manera de estar con el otro que se inspira en la misericordia: al final se trata de ofrecer un apoyo incondicional, autorizarse un poco a tener esa mirada, esté el paciente en la situación que esté. Solo esto ya sana mucho. Además, está demostrado que el hecho de que el profesional y el paciente se abran en este ámbito espiritual refuerza el vínculo terapéutico.

Que profesional y paciente compartan una visión sobrenatural permite abordar con más hondura asuntos “humanos” como el perdón o el sentido del sufrimiento

Por otro lado, cuando los dos comparten fe (y en particular, la cristiana), es más fácil abordar asuntos “humanos” como el perdón, la reconciliación o la solidaridad, que tienen efectos positivos en la salud mental independientemente de que estén guiados por pensamientos religiosos. También es más natural, cuando se comparte una idea sobrenatural de la propia existencia, una conciencia de estar bajo el cuidado providente de Dios, hablar del futuro y, en general, del propósito en la vida, de lo que significa una vida lograda. O del sentido del sufrimiento, que cambia mucho si se tiene una esperanza en la vida futura. Darle un sentido al sufrimiento ayuda también al propio psicólogo o psiquiatra, porque pasan mucho tiempo escuchando problemas, a veces muy duros, y sin una esperanza sobrenatural es muy fácil que acaben “quemados”. Aquí, como en otros ámbitos, es muy importante cuidar al que cuida.

– Supongo que compartir una perspectiva creyente también ayudará al abordar algunos problemas que surjan de la propia vivencia de la religión, ya sea en el ámbito interno o externo.

– Sí. Por ejemplo, si atiendo a un religioso o a una religiosa, a mí me resulta mucho más fácil entender algunos problemas que pueden surgir, propios de su contexto, y discernir si son normales o patológicos.

También me ayuda para abordar los casos de abuso espiritual, de poder o de conciencia que se dan dentro de la Iglesia, y que poco a poco se están tratando mejor (gracias, entre otras iniciativas, a la cátedra Pro+Tejer, creada por la Universidad Complutense, o al proyecto Repara, de la archidiócesis de Madrid). Desde ICATC nos encantaría poder ayudar a la Iglesia en este campo, ofrecer nuestros conocimientos profesionales para tratar casos de abusos, los traumas que dejan en las víctimas, y también los que con frecuencia arrastran de su vida pasada los abusadores, porque si queremos enfrentar este asunto en todas sus dimensiones hace falta mirar a unos y otros.

– En la medida en que un psicólogo o psiquiatra creyente ha incorporado en su forma de pensar una serie de criterios éticos y religiosos, ¿hay más riesgo de que pueda “juzgar” al paciente?

– Yo creo que lo de la neutralidad total de los profesionales de la salud mental tiene bastante de mito. Como seres humanos, todos tenemos unas nociones de lo que está bien o mal y del sentido de la vida, y probablemente sea imposible evitar que algo de ellas se transmitan en la conversación con el paciente. Otra cosa sería que fuéramos juzgando todo lo que nos cuenta, o que le dijéramos que si sigue por ese camino se va a condenar. Eso, aparte de poco profesional, no nos corresponde a nosotros.

Pero, a la vez, creo en la ley natural. En general, los actos malos nos dejan un mal gusto. Preguntando al paciente cómo se siente respecto a determinadas conductas podemos facilitar que reflexione sobre su ética sin necesidad de ir juzgándolo.

– En la web de ICACT señaláis que vuestro enfoque “no fomenta una posición egocéntrica”, sino “un equilibrio entre el bienestar y el crecimiento personales”, por un lado, y “las responsabilidades familiares sociales y profesionales”, por otro. ¿Es esto una forma de distanciaros del paradigma de la autoayuda, y de poner en valor no solo el “tengo derecho a” sino también el “debo”?

– Yo respeto mucho todas las corrientes psicológicas, y en todas se pueden encontrar aspectos o herramientas de análisis interesantes. ICACT no se identifica propiamente con ninguna. No obstante, es cierto que unas son más fáciles de integrar con los valores cristianos (por ejemplo, la logoterapia de Viktor Frankl, la teoría del apego o la llamada “psicología humanista”), mientras que otras requieren de mayor discernimiento para hacerlas casar con la antropología cristiana, como el psicoanálisis o la terapia conductivo-conductual.

El individualismo de nuestra sociedad genera sus propios problemas mentales, y los valores cristianos de entrega al otro son un buen antídoto

Por otro lado, hay que tener en cuenta el contexto social. Vivimos en sociedades muy individualistas, en que los lazos familiares o comunitarios se han debilitado mucho. Y eso no es algo natural: los seres humanos estamos hechos para cooperar, necesitamos la cooperación de otros desde que somos niños. Esos lazos han sido, en muchas sociedades, el corazón de la salud mental. En cambio, esta sociedad, con su mensaje de que lo importante es nuestra felicidad, nos enferma psicológicamente.

Los valores cristianos, por el contrario, te llevan a centrarte en el otro, a procurar su bien, su felicidad. Por eso son especialmente valiosos para salir de esta situación. Pero también hay gente traumatizada que está compulsivamente ayudando a otros –a veces para no afrontar su trauma–, y a los que hay que ayudarles a cuidarse a sí mismos.

– Hablando de traumas, y como experta que eres en este tema: ¿Cuáles dirías que serán los más frecuentes dentro de unos años en las consultas, teniendo en cuenta la sociedad en la que vivimos?

– No es fácil pronosticar. Recuerdo un profesor en la universidad que nos decía que nosotros no atenderíamos el tipo de pacientes que había atendido él. Con todo, ya estamos viendo más problemas de identidad entre los pacientes, particularmente los jóvenes. No es que antes, en sociedades más rígidas y con fundamentos antropológicos más claros, no hubiera personas con este tipo de problemas, pero nuestro tiempo es más proclive a generarlos, quizás porque nos faltan estructuras y puntos de referencia.

También atendemos a cada vez más pacientes con muchas dificultades para concentrarse. En parte esto se debe a la “intoxicación” de pantallas, que provoca otros problemas. Por ejemplo, el constante bombardeo de información o de notificaciones lleva a un comportamiento adictivo, que de hecho nos hace más infelices. Otro asunto asociado es el acceso de menores –con frecuencia, niños– a imágenes muy violentas o pornográficas a través de los smartphones. La conjunción de todos estos fenómenos está produciendo un empobrecimiento de las relaciones humanas, y creo que dentro de unos años vamos a ver muchos casos en las consultas relacionados con este tema, porque, como he dicho antes, estamos hechos para conectar con otros, para formar lazos.

También me preocupa que no estemos cuidando suficientemente el vínculo entre madre e hijo durante los primeros años de vida (varias investigaciones subrayan, por ejemplo, la importancia de los 1.000 primeros días desde la gestación). Esto puede provocar que los bebes no reciban la seguridad emocional que necesitan para crecer sanos, y que es la base para una identidad bien desarrollada en el futuro.

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