Erupciones volcánicas: consecuencias personales y ambientales

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Omayra Sánchez, descanse en paz; falleció a la edad de 13 años frente a las televisiones del mundo entero por la erupción del Nevado del Ruiz, en Colombia. Era un 16 de noviembre de 1985 y a los espectadores se nos quedó grabado “en el alma”. Muchos de los profesionales de las Ciencias de la Tierra hemos desarrollado nuestras carreras en el ámbito de los Riesgos Geológicos, movidos y conmovidos por el lahar que atrapó a Omayra. O inspirados por historias como las de Vivian y Bill Swanson, supervivientes de un tsunami que se alzó más de 520 metros ladera arriba en la bahía de Lituya (Alaska) en 1958.

No hay lugar a dudas de que los desastres naturales dejan huellas profundas, y no solo a quienes sobreviven a la calamidad en primera persona. Si bien la mayoría de supervivientes de un desastre natural son capaces de superar el sufrimiento, el impacto en la salud mental es un tema recurrente y, ahora, de candente actualidad. Lo vemos en los rostros compungidos por la desolación que deja la colada de lava que sale del volcán Cumbre Vieja, en la isla canaria de La Palma, según escribo estas líneas.

De acuerdo con un artículo publicado hace tan solo dos años, los individuos y las comunidades afectadas por un desastre natural, pueden desarrollar inestabilidad emocional, reacciones adversas al estrés, ansiedad, trauma y otros síntomas de daño psicológico. En algunas personas, de manera excepcional, se han constatado procesos psicóticos persistentes, como el síndrome de estrés postraumático o las depresiones. No somos solo seres económicos o jurídicos. Desde aquí, mis condolencias a los que estos días padecen el volcán, o las inundaciones y otros muchos tipos de desastres activos.

Suelo perdido

En el caso de la erupción de La Palma y, desde una perspectiva material, los afectados por las coladas han perdido viviendas y enseres, pero también están perdiendo el uso del suelo. Aquellos que tengan un seguro contratado y estén al día de pagos, podrán reclamar indemnización al Consorcio de Compensación de Seguros por el continente y el contenido, para empezar. Lo que suceda con el suelo aún está por resolver, pues no ha de erigirse edificio alguno ni sembrarse nada sobre la colada hasta que esta se enfríe. Puede que se requieran años. La propiedad sobre un plano, con independencia de que hay un relieve nuevo, sigue siendo de sus legítimos dueños. Por ahora.

Quedan por evaluar los cambios que la lava ha impuesto a los cauces naturales y, con ello, se abrirá la discusión sobre el dominio público hidráulico. El Estado debería ir pensando en expropiar o permutar terrenos como medida paliativa, para ofrecer soluciones de habitabilidad y para minorar el efecto jurídico del dominio público y del desgaste burocrático y legal de todas las partes. Pero no ha de emprenderse esta aventura sin la asesoría experta de los geólogos si queremos evitar la condena de repetir desgracia. La ordenación del territorio no puede ser el capricho de ningún concejal de urbanismo ni de despachos alejados de la realidad natural del territorio. No es un asunto de meras posesiones. Son nuestras vidas, son nuestros sueños. La figura del geólogo municipal adquiere hoy, por enésima vez, una utilidad clara.

Desastres no naturales

Sonará a cliché orteguiano, pero la vida de las personas no termina allí donde acaba nuestra individualidad o nuestra comunidad. Nuestra vida es posible porque se desarrolla en un entorno físico, químico, biológico y geológico, que hemos llamado “el medio”. Nuestro medio también registra las consecuencias de una erupción volcánica. Pero presten atención: los volcanes (o los terremotos) no son procesos destructivos. No dañan el medio ambiente. Los volcanes y sus erupciones son el medio ambiente.

La Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastre es contundente: “No existen los desastres naturales”. Para entendernos: no irrumpe una colada de lava por Todoque (el pueblo destruido por la erupción); hemos construido Todoque en el camino de una colada de lava. O de varias.

En términos geológicos, la erupción del volcán Cumbre Vieja en La Palma es pequeña

La isla de La Palma representa solo un tercio del edificio volcánico, que se eleva unos 6.000 metros sobre la corteza oceánica. El volumen de lava emitido desde el pasado 19 de septiembre, es una millonésima parte del edificio volcánico (1). Es una diezmilésima del volumen de la isla. Por esto decimos que esta erupción es “pequeña”. Sin decenas de miles de eventos volcánicos como el de estos días no habría Isla Bonita. También decimos que, por ahora, es “normal”, pues se parece a otras erupciones del pasado reciente (2).

Consecuencias probables

Los fenómenos más comunes de una erupción típica de La Palma se están retrasmitiendo a diario: emanaciones de gases (algunos tóxicos); caída de piroclastos (que llamamos cenizas, lapilli o bombas volcánicas según su tamaño); emplazamiento de lavas (crecimiento de la isla) y explosiones.

Voy a contarles algunas cosas que no se espera que ocurran durante este evento volcánico y después otras que podríamos ver en los próximos días.

En 2018, el volcán Anak Krakatoa (del indonesio “Hijo del Krakatoa”) explotó y además originó un tsunami. Al estilo de su “padre”, el volcán Krakatoa, desaparecido en 1883. Mientras que La Palma tienen un índice de explosividad volcánico (IEV) bajo (de 2 a 3), el Krakatoa está clasificado entre 6 y 7. Cada punto de aumento del IEV significa multiplicar por diez la energía liberada, aproximadamente. Es decir, no es creíble que vaya a haber una explosión general del edificio, pues se requeriría una erupción diez mil o cien mil veces más energética. Las explosiones en La Palma estarán restringidas sobre todo al ámbito de los centros efusivos (los activos u otros nuevos que se abran) o de las coladas de lava.

La emisión de cenizas en La Palma no es suficiente para causar un enfriamiento del clima

En 1991, el Monte Pinatubo (Filipinas, IEV 6 a 7) inyectó tal volumen de cenizas en las capas altas de la atmósfera que redujo la cantidad de radiación solar que llegaría a la Tierra y, con ello, descendió la temperatura del planeta (3). Es lo que llamamos un “invierno volcánico”. Esto es impensable para el caso de La Palma. Localmente, las cenizas pueden hacer algo de sombra. Que nuestros instrumentos puedan registrar cenizas o gases de esta erupción a miles de kilómetros, no significa que vayan a llegar en concentraciones significativas.

En 1985, el Nevado del Ruiz (Colombia, IEV 3 a 4) provocó un lahar. El calor del magma fundió los glaciares de la cumbre, y esa agua, al mezclarse con el suelo, dio lugar a un tipo de flujo de lodo que llamamos “lahar”. Mucho tendría que nevar en La Palma y, además, debería coincidir en el espacio y en el tiempo con un nuevo centro efusivo. Esto no descarta que ocurran flujos de lodo por otras causas, como lluvias intensas. Y no, ahora no estoy hablando de El Teide (IEV 4-5).

En 1980, el volcán Santa Elena (EE.UU., IEV 5 a 6) sufrió un gran deslizamiento, seguido por una violenta explosión. Es verdad que en las Islas Canarias hay evidencias de grandes deslizamientos, pero estos ocurren precedidos de un conjunto de señales que no se están observando en La Palma (ni en el resto de Canarias); tales como agrietamientos e hinchamientos kilométricos. Nada, a día de hoy, nos hace pensar que esto sea una posibilidad siquiera cercana.

En 2018, la columna eruptiva del volcán Fuego (Guatemala, IEV 4) produjo un flujo de piroclastos o nube ardiente. Es poco probable que ocurra algo similar en La Palma porque se requiere mayor explosividad, mayores tasas de exsolución de gases y mayor generación de piroclastos.

No habrá cataclismo

Algunas cosas que ya están llegando o que están por llegar, sin ánimo de ser exhaustivo, son las siguientes: la formación de rayos (por aumento de electricidad estática fruto de la fricción de las cenizas); algunos pequeños incendios (ya sea por los rayos o por la propia colada); el ahogamiento de la vegetación (por acumulación de cenizas); la acidificación de aguas (desde el agua de lluvia a las aguas subterráneas, por oxidación de gases sulfurosos u otros mecanismos); la apertura de fumarolas; la formación de precipitados de azufre o la generación de oleaje extraordinario (por desprendimientos o deslizamientos del pie de la plataforma marina recién creada por lava en su llegada al mar).

En definitiva, esta erupción no es cataclísmica. Pero sí ha batido todos los récords en atención mediática y en despliegue de medios técnicos, humanos y científicos en España. Cuando se calme el volcán, habrá datos para estudiar durante décadas. Cuando se apague el volcán, el calor de la solidaridad permanecerá.

Miguel Llorente Isidro
Instituto Geológico y Minero de España – Consejo Superior de Investigaciones Científicas

____________________

(1) Cálculo aproximado usando datos de estimación de volúmenes actualmente emitidos por el volcán del IGME, del relieve sumergido de EMODNET, de datos de elevación del IGN y otros datos.

(2) Ver mapa geológico de la isla de la Palma, en especial, la mitad sur que concentra la actividad reciente.

(3) Fiocco G. et al. (1996): The Mount Pinatubo Eruption, effects on the Atmosphere and Climate. ISBN 978-3-642-61173-5.

 

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