La píldora abortiva no es un medicamento

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En Alemania, el organismo competente en medicamentos debe decidir si se aprueba el uso de la píldora abortiva RU 486. El Card. Joachim Meisner, arzobispo de Colonia, explica en Frankfurter Allgemeine Zeitung (16-I-99) que esa no es una cuestión médica, sino moral, y que la Iglesia tiene el deber de pronunciarse sobre ella.

La Iglesia (…) reivindica el derecho a «someter a un juicio moral también las cuestiones políticas, cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas», como dice el Concilio Vaticano II. Pero esto significa también que ha de hablar partiendo del mensaje cristiano y que no ha de dar su opinión sobre cualquier asunto. Si se inmiscuyera continuamente en la política, pondría en peligro su reputación y, sobre todo, su misión. La Iglesia tiene un legítimo respeto frente al Estado y a la política, que se manifiesta en su discreción en cuestiones en las que no tiene competencia propia.

(…) La discusión (…) sobre la píldora abortiva RU 486 ha sido una piedra de toque para todas esas cuestiones. En primer lugar: la introducción de esa píldora, ¿no es una «cuestión médica»? A primera vista parece claro: es el Instituto Alemán de Medicamentos el que decide si aprueba un determinado fármaco. Con razón no actúan representantes de la Iglesia en ese proceso. El Instituto ha de enjuiciar dos aspectos: primero, si los efectos colaterales de un fármaco son aceptables; segundo, si el efecto médico deseado se produce realmente. Por lo que se refiere a la primera cuestión, en el caso de la RU 486 hay que confesar que la Iglesia no tiene competencia propia. (…)

Respecto a si realmente se produce el efecto deseado, a uno se le hiela la mano al escribir. Pues el «efecto deseado» de la RU 486 es… la muerte de un niño. Aquí, la Iglesia ha de elevar la voz y decir la verdad: matar a un ser humano no es ninguna «cuestión médica»; enjuiciar un «efecto deseado» de dichas características supera las competencias del Instituto Alemán de Medicamentos. Matar a un ser humano es una cuestión moral y su liberalización en una sociedad, incluidos su privatización y su camuflaje en forma de una píldora que tiene el mismo aspecto de todas las demás, es un problema eminentemente político. (…) La funesta ley [del aborto] de 1995 ha abierto, bajo la presión de un acalorado debate público, una laguna en la protección de los derechos fundamentales que se creyó poder limitar, una creencia ilusoria. Como el seno materno -por esa ley- se ha convertido en un espacio al margen de la ley, mientras escribo estas líneas hay niños vivos que son matados legalmente con una inyección a través de la pared abdominal de la mujer, pues de lo contrario sobrevivirían al aborto, lo que podría fundamentar el derecho a reclamar daños y perjuicios. Y tales ginecólogos aun preguntan públicamente por qué no se puede hacer «eso» después del nacimiento, pues en último término tanto lo uno como lo otro es matar. (…) Hay ya «verdes» que se dan cuenta de la esquizofrenia que supone luchar por un lado -meritoriamente- contra cualquier manipulación de embriones, mientras que se acepta sin oponer resistencia la mayor manipulación posible del embrión, su muerte.

(…) El movimiento feminista ha reforzado (…) los derechos y la libertad de las mujeres (…). El Papa Juan Pablo II se lo ha agradecido expresamente; el Papa también se ha expresado a favor de una mayor influencia de las mujeres en la Iglesia y la sociedad. Pero la Iglesia se opone a la idea de que el culmen de la libertad de la mujer sea la libertad de matar a niños no nacidos. La Iglesia está profundamente convencida de servir así a una de las ideas centrales del movimiento feminista, pues éste siempre ha reivindicado que se respete la vivencia integral de la mujer durante el embarazo, lo que prohíbe considerar al niño como una cosa o el embarazo como una enfermedad, que se podría eliminar mediante algún tratamiento.

(…) En realidad, la RU 486 no es ningún medicamento, sino todo lo contrario, un instrumento químico para matar.

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