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La mente del universo

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Los fundadores de la ciencia moderna investigaban la naturaleza movidos por la convicción de que, habiendo sido creada por Dios, había de estar regida por leyes que reflejaran el designio de su autor. Más tarde vino una época agnóstica o atea, que creyó en el principio «a más ciencia, menos religión». Pero la cosmovisión científica actual suigiere que el universo está atravesado en su interior por una racionalidad que debe remitir a una inteligencia personal. Este es el tema desarrollado por Mariano Artigas en la lección inaugural del presente curso académico en la Universidad de Navarra, de la que ofrecemos una versión abreviada.

La cosmovisión científica actual pone de relieve la racionalidad de la naturaleza. A este respecto, Paul Davies ha escrito: «El éxito del método científico para descubrir los secretos de la naturaleza es tan sorprendente que puede impedirnos advertir el milagro mayor de todos: que la ciencia funciona. Incluso los científicos normalmente dan por supuesto que vivimos en un cosmos racional y ordenado, sujeto a leyes precisas que pueden ser descubiertas por el razonamiento humano. Sin embargo, por qué esto es así continúa siendo un atormentador misterio (…). El hecho de que la ciencia funcione, y funcione tan bien, apunta hacia algo profundamente significativo acerca de la organización del cosmos» (1).

En efecto, la actividad científica y la cosmovisión actual que es el fruto de sus grandes logros se apoyan sobre «un supuesto crucial: que el mundo es a la vez racional e inteligible (…). Toda la empresa científica está construida sobre la suposición de la racionalidad de la naturaleza» (2).

La naturaleza es creativa

La racionalidad de la naturaleza se encuentra estrechamente relacionada con el concepto de información. En este contexto, puede hablarse de la información como racionalidad materializada. Por ejemplo, la información genética consiste en un complejo programa de instrucciones que se despliega de acuerdo con las diferentes circunstancias y exigencias del viviente desde su generación; esa información se encuentra almacenada en unas estructuras químicas, en un soporte material, como codificada, y se descodifica, se despliega, se integra, a través de los múltiples procesos e interacciones naturales.

Algo análogo cabe decir de las diferentes organizaciones naturales, desde los niveles ínfimos hasta los más complejos. Un átomo posee una información almacenada en su estructura, se comporta de acuerdo con ella, e interacciona con otros sistemas de tal modo que se integran las respectivas informaciones. Obviamente, la información que existe en la naturaleza hace posible la existencia y el progreso de las ciencias, que representan un intento de conocer cada vez mejor las pautas naturales.

Además, la cosmovisión actual es procesualista y evolutiva. Nos sitúa ante una naturaleza que se ha ido formando a través de un largo proceso evolutivo en el que han ido surgiendo nuevas pautas. También en la actualidad siguen surgiendo nuevas pautas, tanto a través de la actividad natural como de la tecnológica. Por tanto, podemos decir que la naturaleza es creativa. Aunque la formación de nuevos individuos que pertenecen a tipos ya existentes es un proceso creativo, la creatividad de la naturaleza es todavía más patente cuando consideramos el aspecto histórico y dinámico de la evolución. Este aspecto es puesto de relieve por la cosmovisión actual como una de sus dimensiones más características.

La vida podría no haber surgido

La inteligibilidad de la naturaleza se encuentra estrechamente relacionada con la existencia de orden. En la naturaleza existen muchos tipos de orden, pero me interesa subrayar especialmente la existencia de estructuras espaciales y temporales. Una estructura consta de componentes diferentes que forman una unidad; por tanto, expresa un tipo de orden. Además, algunas estructuras espaciales y temporales de la naturaleza se repiten; en ese caso pueden ser denominadas pautas: las pautas espaciales son configuraciones, y las pautas temporales son ritmos.

No es difícil advertir que la estructuración espacio-temporal se extiende a todos los niveles de la naturaleza, y por otra parte, que si bien no todo en la naturaleza son pautas, todo está articulado en torno a pautas. Así se explica, precisamente, que podamos estudiar científicamente la naturaleza, para lo cual se requiere elaborar modelos teóricos que puedan ser sometidos a control experimental: que esos modelos representen aspectos de la naturaleza, y que los experimentos sean repetibles, es posible porque en la naturaleza existe un elevado grado de organización.

Esto no es algo necesario: podría no darse tal grado de organización. Claro que, en ese caso, nosotros no existiríamos. Pero precisamente ése es un punto que se debe subrayar: durante la mayor parte de la existencia del universo, tal como lo conocemos en la actualidad, no ha existido la humanidad, y no se daban las condiciones mínimas para que pudiera existir; además, llegará un momento en el cual no se darán las condiciones necesarias para nuestra existencia, al menos en la tierra y en nuestro sistema solar: si entonces todavía sobrevive la humanidad, desaparecerá, a menos que haya aprendido a viajar a otro lugar habitable en el universo. Por tanto, cuando afirmo que en el universo existe un elevado grado de orden y organización, me refiero a su estado actual que, en nuestro entorno inmediato, es una verdadera primavera para la vida.

Tres hipótesis

Todo esto significa que en la naturaleza existe un orden contingente, que consiste en una organización muy sofisticada y estable. Existen diferentes niveles naturales que se encuentran inter-penetrados, de tal manera que unos son componentes de otros, o son condición de posibilidad de otros como condiciones externas (por ejemplo, el nivel microfísico entra en la composición de todos los demás niveles, y en el nivel astrofísico, el sol es condición de posibilidad de la vida en la tierra). Si tenemos en cuenta, además, la dimensión evolutiva, advertimos que esa organización se ha constituido por pasos, lentamente, a través de un proceso enormemente largo y complejo en el cual han intervenido muchos factores aleatorios, que podían no haberse dado.

La creatividad de la naturaleza es asombrosa. A pesar del enorme progreso científico y tecnológico, todavía no sabemos cómo surgió la vida sobre la tierra, ni cómo surgieron los planes principales de la organización de los vivientes. Existen hipótesis verosímiles sobre estos y otros aspectos del surgimiento de nuevas formas naturales, pero estas hipótesis nos sitúan, una y otra vez, ante tres posibilidades: o bien la morfogénesis es muy simple y probable, y entonces resulta asombroso que sea tan probable; o bien es muy improbable, y entonces resulta asombroso que se hayan dado tantas coincidencias que la han hecho posible; o bien se debe a una confluencia de factores, unos más probables y otros más improbables, y entonces resulta asombroso que un proceso tan complejo y variopinto, desarrollado durante muchísimo tiempo, haya desembocado en los resultados tan organizados que conocemos.

Dios juega a los dados

En cualquier caso, no hay dificultad en combinar la omnisciencia y la omnipotencia divinas con la existencia de factores casuales en el acontecer natural. Christian de Duve, que recibió el premio Nobel por sus investigaciones en el ámbito de la biología, afirma, de modo gráfico, que Dios puede jugar a los dados con la seguridad de vencer. La idea básica es que juega con unos dados trucados, o sea, con una materia en la que Él mismo ha puesto unas virtualidades cuyo desarrollo acabará conduciendo a la vida consciente.

Jacques Monod afirmó que somos el resultado, no previsto por nadie, de fuerzas ciegas que se despliegan mediante la combinación del azar y la necesidad; según su perspectiva, «nuestro número salió en el casino de Monte Carlo». Por su parte, Albert Einstein sostenía una posición más bien determinista y con un cierto aire panteísta; es famosa su frase: «Dios no juega a los dados».

Frente a estos dos grandes científicos, Christian de Duve, premio Nobel como ellos, afirma que Dios juega a los dados sin que, por eso, se caiga en un azar incontrolado, y lo expresa con esta frase: «Sí, juega, puesto que Él está seguro de ganar». La conclusión de Monod era: «El hombre sabe ahora que está solo en la inmensidad indiferente del universo de donde ha emergido por azar»; Christian de Duve comenta: «Esto es, por supuesto, absurdo. Lo que el hombre sabe -o, al menos debería saber- es que, con el tiempo y la cantidad de materia disponible, ni siquiera algo que se asemejase a la célula más elemental, por no referirnos ya al hombre, hubiera podido originarse por un azar ciego si el universo no los hubiese llevado ya en su seno».

Y añade: «El azar no operó en el vacío. Actuó en un universo gobernado por leyes precisas y constituido por una materia dotada de propiedades específicas. Estas leyes y propiedades ponen coto a la ruleta evolutiva y limitan los números que pueden salir. Entre tales números se encuentran la vida y todas sus maravillas, incluido el sustrato de la mente consciente» (3).

Inteligencia inconsciente

Así pues, la cosmovisión actual muestra que el universo en el que vivimos está atravesado por una especie de inteligencia inconsciente. No pretendo tomar literalmente esta expresión, porque una inteligencia no puede menos que ser consciente. Se trata, sin embargo, de una metáfora muy apropiada para expresar que en la naturaleza existe un dinamismo que se despliega como si poseyera una inteligencia, y por cierto bastante sofisticada.

En definitiva, la cosmovisión científica actual resulta muy coherente con la existencia de un Dios personal creador que gobierna la creación. No se piense que al decir «resulta muy coherente con» estoy minusvalorando mi afirmación. Por el contrario, como es bien sabido, muchos logros científicos de primera magnitud se presentan de este modo: diciendo que los datos obtenidos en los experimentos «son coherentes con» la teoría que se trataba de comprobar. En nuestro caso, la coherencia del teísmo con la cosmovisión científica es muy grande. Puede advertirse, además, que esa cosmovisión es poco coherente con el ateísmo y el agnosticismo. En cambio, es bastante coherente con el panteísmo y el deísmo, pero a estas posiciones les falta coherencia interna.

El cosmos fue creado incompleto

Por otra parte, si se me permite hablar de nuestros «modelos» acerca de la acción divina, el «modelo» de acción divina que viene sugerido por la cosmovisión actual es muy interesante. En lugar de pensar que la creación divina se refiere a un suceso originario en el que se produce todo el universo que conocemos, y que la conservación divina se refiere a mantener en el ser los tipos de seres que ya existen, la cosmovisión actual sugiere una explicación teológica que, por supuesto, mantiene la dependencia completa de todas las criaturas con respecto a Dios, pero subraya ciertos matices que merecen ser considerados con atención.

En efecto, parece lógico afirmar que el mundo no ha existido siempre en su estado actual, sino que proviene de estados anteriores en los que poseía grados menores de organización, y que remontándonos hacia atrás en el pasado, llegaríamos a un estado primitivo enormemente diferente del actual y de cuanto puede ser producido con los medios actuales en los laboratorios. No sabemos con total certeza si el modelo de la «gran explosión» es verdadero; y aun suponiendo que lo fuera, no podríamos afirmar que coincidiera con la creación del universo: podría haber sido el resultado de procesos físicos anteriores. Pero parece claro que ha existido una evolución cósmica y biológica en la que han ido apareciendo seres dotados de sucesivos grados de complejidad.

En tal caso, parecería lógico admitir que Dios no ha querido crear de una sola vez todo lo que existe, sino que ha preferido crear el universo en un estado incompleto, con la capacidad de desplegar unas virtualidades cuya actualización conduce a nuevos estados que, a su vez, poseen nuevas virtualidades, y así sucesivamente, hasta llegar al estado actual. Esta representación implica que el plan creador parece extenderse a lo largo de enormes períodos de tiempo, contando además con la continua colaboración de las criaturas. La creatividad de la naturaleza iría de la mano con la acción divina que la hace posible y al mismo tiempo la utiliza para llegar a los resultados deseados.

Este modelo de la acción divina parece ir más de acuerdo con un Dios que, porque Él mismo lo ha querido, desea contar habitualmente con la acción de las criaturas de acuerdo con las virtualidades que Él mismo les ha otorgado.

Mariano Artigas
es profesor ordinario de Filosofía de la Naturaleza y de las Ciencias en la Universidad de Navarra.

_________________________
(1) Paul Davies, The Mind of God. Science and the Search for Ultimate Meaning, Simon & Schuster, Londres, 1992, pp. 20-21.

(2) Ibid., p. 24.

(3) Christian de Duve, La célula viva, Labor, Barcelona, 1988 (original de 1984), pp. 356-358.

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