La Iglesia y el darwinismo

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El diario El Mundo (Madrid, 3-XII-96) publica una carta al director de la bióloga Ana Cristina Villaro, en la que replica a un artículo del diario titulado «Darwin perdónalos» donde se ponían de manifiesto los «pecados» del Vaticano respecto al evolucionismo.

(…) Yo también creo que aceptar la evolución es necesario para explicar las características biológicas de los seres vivos actuales y pasados. Pero a continuación hay que decir que todavía no se conoce su mecanismo. La ciencia ha avanzado mucho desde Darwin, y el neodarwinismo (aparición de pequeñas mutaciones en varios individuos, selección natural de los individuos mejor adaptados, acumulación gradual de los individuos mutados en la población y separación reproductora ayudada por barreras geográficas) ya no se acepta como explicación global de la evolución, pues es un mecanismo que posiblemente explique la diversificación intraespecífica, lo que a veces se conoce como microevolución, pero es un salto mortal pensar que así puedan aparecer sistemáticamente nuevos y complejos planes de organización (un esqueleto, un ojo, un cerebro, un cloroplasto), es decir, la macroevolución. El neodarwinismo explica el cambio de color en el ala de unas mariposas, y que como consecuencia sean más o menos depredadas. Pero nótese que es un cambio en un ala que ya existía.

La ciencia actual ha abierto muchas otras posibilidades para explicar la aparición de nuevas especies. Se conoce que, además de las mutaciones graduales, pueden darse grandes cambios en el genoma y esos cambios no tienen por qué darse en muchos individuos de la población, sino que bastaría que ocurrieran en pocos, incluso en uno solo. En resumen, no hay nada en la ciencia que se oponga (más bien al contrario) a la posibilidad de emergencia de una nueva especie a partir de uno o dos individuos (idea central del Génesis sobre la creación del hombre, por cierto).

Hay quien se empeña en oponer evolución y creación. No es así. A la evolución se opone el fijismo (las especies actuales han sido siempre iguales a las de épocas pasadas). Y a la creación se opone el materialismo (la materia no ha sido creada por Dios). Así que se puede ser fijista y materialista (como los agnósticos del XVIII), o evolucionista y materialista (como los actuales), o fijista y creacionista (como determinados movimientos norteamericanos) o, como la que suscribe y muchos otros, pensar que Dios ha querido crear una materia que, por sí misma, es capaz de evolucionar hasta conseguir, primero, originar la vida y después, diversificarla, haciendo surgir, también, el cuerpo humano. Impresionante.

La ciencia actual rechaza el fijismo. La Iglesia rechaza el materialismo y, por consiguiente, el evolucionismo ateo (aunque no la evolución). En mi modesta opinión, las dos están en su perfecto derecho.

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