La discriminación sexual permitida a occidentales

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Contrapunto

El aborto o infanticidio selectivo de niñas es una ominosa lacra en algunos países asiáticos donde es general la preferencia por hijos varones. Muestra de que está muy extendido es la reciente declaración de la presidenta de la Asociación de Médicos de Pakistán, Yasmin Rashid, que ha hecho un llamamiento a sus colegas para que se nieguen a cooperar. La Dra. Rashid, que trabaja en un laboratorio de diagnóstico por ultrasonidos, ha dicho, según recoge el diario Dawn, de Karachi (27-IX-2001): «Es penoso que tantas clínicas de ecografía estén implicadas en este sucio negocio. Todo el personal de nuestro laboratorio está obligado bajo juramento a no revelar el sexo de un niño no nacido, cualesquiera que sean las circunstancias. A diario nos llegan muchas mujeres de todas las clases sociales -alta, media o baja- que quieren abortar porque la ecografía muestra que el feto es niña».

En términos no menos enérgicos que Rashid han denunciado lo mismo otras voces, también de Occidente, donde es impensable semejante discriminación sexual (la más drástica posible, pues niega la vida a las víctimas).

¿Impensable? La fecundación in vitro va convirtiendo en normales y aceptadas prácticas que parecían inconcebibles. La criba sexual es una de ellas. Hasta ahora, estaba considerada inmoral en Estados Unidos por la American Society for Reeproductive Medicine (ASRM), la organización que define los criterios éticos para la fecundación in vitro seguidos por la mayoría de las clínicas especializadas del país. En un dictamen hecho público a finales de septiembre, ha cambiado de opinión: el diagnóstico preimplantatorio de sexo es éticamente admisible, dice, en determinadas circunstancias. En concreto, vale si la pareja desea «variedad de géneros» en su descendencia: tenemos un niño y ahora queremos una niña, o viceversa.

No es lógico, pero tampoco sorprende: en la fecundación artificial, desde el principio los criterios de moralidad se han acomodado ágilmente a los deseos de la clientela. En cuanto supo la nueva norma, el Dr. Norbert Gleicher, presidente de una red de clínicas de fecundación in vitro, declaró sobre la selección de sexo: «Vamos a ofrecerla inmediatamente. Para ser claro, tenemos una lista de pacientes que la han solicitado» (The New York Times, 28-IX-2001).

El entusiasmo de Gleicher es explicable. Él fue quien pidió a la ASRM que revisara la negativa al diagnóstico preimplantatorio de sexo. Alegaba que la ASRM ya había admitido otro método para conseguir lo mismo: la selección de esperma. Entonces, preguntaba, ¿por qué no se puede aplicar un procedimiento aún más eficaz? Es más, dice, «sería contrario a la ética ofrecer un método inferior si se dispone de otro superior».

Esta reducción del deber al poder, tan crudamente expuesta por Gleicher, está implícita en la fecundación in vitro desde el principio. El procedimiento siempre ha supuesto una criba de embriones antes de la implantación, para escoger los que hayan «salido mejor». Y, a semejanza del aborto selectivo, el diagnóstico preimplantatorio de sexo se hace para descartar los ejemplares del sexo no deseado. Por tanto, se parece mucho más a la execrable práctica asiática que a la selección de esperma, que separa los espermatozoides portadores del cromosoma X o del Y.

No todos están de acuerdo con el giro dado por la ASRM. El Dr. William Schoolcraft, de una clínica de fecundación artificial de Colorado, declara escandalizado al New York Times: «¿Cuál será el siguiente paso? Cuando sepamos más de genética, ¿vamos a rechazar a los niños que no posean inteligencia elevada o que no tengan pelo u ojos del color deseado?». Probablemente: no se ve cómo se podrá evitar esa espiral del deseo si se sigue practicando la fecundación in vitro. Lo asombroso es que alguien dedicado a ese oficio no se dé cuenta.

Rafael Serrano

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