“Jamás puedes olvidarte”

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En España las investigaciones judiciales en curso sobre clínicas abortistas han reabierto el debate y han propiciado que algunas mujeres arrepentidas de haber abortado cuenten su testimonio. María de la Cuesta ha querido contar en ABC (27 enero 2008) la terrible experiencia que le tocó sufrir cuando con 17 años la obligaron a abortar. Hoy ha reconducido su vida, y está feliz con su hija de cuatro años, pero advierte que “jamás puedes olvidarte de que mataste a tu hijo”.
El periodista Domingo Pérez señala que María “responde al perfil mayoritario de las mujeres que interrumpen voluntariamente sus gestaciones: menores de edad o muy jóvenes que se quedan embarazadas y son obligadas, en contra de sus deseos, a abortar por la presión de su pareja y/o su familia y por la situación socio-económicas de su existencia”.

Se fue de casa muy joven para vivir con su novio. Cuando supo que estaba embarazada de once semanas, empezó el drama: “Yo quería tenerlo, pero mi novio, no. Que si estaba loca, que si no teníamos ni trabajo ni dinero, que si daba a luz me dejaba… Busqué ayuda en mi madre. Fui a verla. Estaba dispuesta a volver con ella pese a todas las desavenencias. Pero su respuesta fue cruel: ‘En mi casa no entras con barriga’. La presión fue intensa. El médico de cabecera se encargó de los trámites para el aborto.

Como era menor de edad, tenía que ir acompañada de mi madre. También iba mi novio. Yo no quería entrar en la clínica. Casi me meten a rastras. No paraba de llorar. El psicólogo dijo que me dejaran a solas con él. En cuanto mi novio y mi madre se fueron le supliqué que me ayudara, que quería tener al bebé, que por favor no firmara el papel”. Tercera vez que pedía desesperadamente ayuda y tercera ocasión en la que la defraudaban.

No paraba de llorar y entonces la enfermera me dijo: ‘No llores tanto chiquilla que sólo es una célula. No te va a doler. Son unos minutos y listo. vas a pasar enseguida’. En ese mismo instante quise salir del cuarto. Buscar a mi novio, decirle que podíamos intentar sacar a delante al crío, que no hacía falta abortar… Pero no me dejaron. me cogieron y me llevaron al quirófano.”

El dolor te acompaña toda la vida. Lo que has hecho te pesa siempre. (…) Además, sufrí muchos efectos secundarios. No paraba de vomitar. No admitía ningún alimento. Padecí muchos dolores abdominales. Adelgacé una barbaridad. Pero todo el dolor físico no es comparable al psicológico. Cada vez que veía a una madre con su carrito, o a una mujer embarazada o a unos niños jugando en la calle me invadía una tristeza inmensa. No podía dejar de pensar en si mi hijo sería niño o niña, cómo sería su carita, sus manitas…”.

En esos momentos de hundimiento total, María tomó una determinación increíblemente audaz: “Decidí que volvería a quedarme embarazada en cuanto pasara la cuarentena”. En secreto, esperando paciente a que se agotaran esos 40 días de reposo recomendados por los médicos, se dedicó a buscar la ayuda que antes le habían negado.

A los 45 días ya se encontraba de nuevo embarazada, dispuesta a ser madre a cualquier precio (…) Esta vez contaba con un billete de tren en el bolsillo que le habían facilitada desde Madrid los de la Asociación de Víctimas de los Abortos. ‘Me ofrecieron todas las ayudas imaginables. El billete, un piso de acogida, dinero, asistencia psicológica y médica… El mismo día en que me marchaba, con la maleta ya hecha, se lo dije a mi novio. Se derrumbó. Me pidió perdón. me dijo que él pensaba que lo que habíamos hecho era lo mejor, que se había equivocado, que por favor no le dejara… Juntos rehicimos nuestra vida.”

Me he decidido a contar mi experiencia -reconoce-, porque creo que si buscas ayuda la encuentras, pero sobre todo porque falta información. Te dan muy poca información y si la dieran, muchas mujeres no abortarían, porque no es algo ni sencillo ni indoloro.”

Beatriz Mariscal, psicóloga especialista en tratar a mujeres que han pasado por ese trance, señala que debería hablarse de “síndrome post aborto, pese a que no esté recogido en los manuales de diagnóstico. Casi todas las mujeres pasan por unas fases muy similares. Se repiten en casi todas. Sufren un estrés agudo, depresiones muy profundas. Casi siempre las mujeres precisan de tratamiento psicológico y psiquiátrico, con medicación. Básicamente padecen un proceso de duelo, acentuado por un fuerte sentimiento de culpabilidad, porque han sido ellas las que han acabado con su hijo”.

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