Ancianos: prioridad en vacuna, ¿y en eutanasia?

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Al fin disponemos de una vacuna segura y efectiva contra el coronavirus. Parece lógico priorizar la vacunación en la población de mayor riesgo, los ancianos, y así se ha hecho. Me resulta paradójico que, al mismo tiempo, se esté intentando aprobar en España, de forma apresurada y sin debate ni diálogo con los médicos, un proyecto de ley que nos va a convertir, con el Benelux, en la excepción europea a la ilegalidad de esta práctica. En el resto del mundo solo dos países más, Canadá y Colombia, permiten esta aberración.

La eutanasia consiste en matar a un paciente que está sufriendo, se supone que con un padecimiento importante. La alternativa evidente es tratar ese sufrimiento con cuidados paliativos. Según la Organización Mundial de la Salud, los cuidados paliativos son el conjunto de medidas que previenen y alivian el sufrimiento, incluyendo el dolor y otros problemas, sean estos de orden físico, psicosocial o espiritual.

Los pacientes con enfermedades avanzadas se merecen unos cuidados que les permitan tener una mejor calidad de vida. Resulta particularmente cruel que se legalice la eutanasia en un país con unos cuidados paliativos infradesarrollados. De hecho, de los dos servicios de cuidados paliativos por cada cien mil habitantes recomendados en el último Atlas Europeo de Cuidados Paliativos, en España no llegamos ni a la mitad: tenemos 0,6 por cada cien mil habitantes. Básicamente tenemos a muchos pacientes con enfermedades avanzadas sufriendo los últimos meses de su vida. En vez de implementar medidas que permitan paliar su sufrimiento, la única alternativa que se propone es matarlos.

Lo propio de la medicina

La eutanasia rompe la relación de confianza médico-paciente, y la Asociación Médica Mundial la condena de forma clara y categórica. El nuevo proyecto de ley español afecta de forma particularmente grave el ejercicio de la medicina, ya que es de obligado cumplimiento para el médico, salvo que realice una objeción de conciencia que ya veremos qué consecuencias tiene a nivel laboral.

Desde los Colegios de Médicos nos tocará estar vigilantes, potenciando las medidas preventivas para ayudar al que padece sufrimiento y rechazando la creación de un Registro de Objetores, porque es contrario al derecho a la privacidad de los profesionales y, además, innecesario. Si acaso tendremos que promover un registro de aquellos médicos que estén dispuestos a ejecutar eutanasias (que creo que serán muy pocos, ojalá ninguno). También deberemos exigir que se garantice la voluntariedad, y que solo se pueda solicitar la eutanasia si un notario certifica que la persona solicitante tiene capacidad para consentir, mediante un “Certificado notarial de consentimiento”.

La eutanasia destruye la preciosa relación de confianza médico-paciente y, si nos descuidamos, nos manchará para siempre a los médicos, convirtiéndonos en potenciales verdugos. La identidad genuina de la medicina es y será siempre sanar. Y cuando esto no es ya posible, paliar el sufrimiento del paciente, siempre evitando su dolor y su soledad en los momentos finales de la vida. Jamás matar. Ninguna ley puede obligar a una profesión a ser lo que nunca puede ser. Ni a un médico a matar legalmente. Los horrores de Weimar y su legado nos deben enseñar que ninguna ley puede estar por encima de la ética médica. La eutanasia corrompe la relación médico-paciente al incorporar la desconfianza, y lleva a situaciones tristes como las de los ancianos que huyen de Holanda o Bélgica por temor.

Después de tanto esfuerzo

Por increíble que parezca, la ley especifica que la muerte como consecuencia de la eutanasia tendrá la consideración legal de muerte natural. La eutanasia por definición no es muerte natural; la obsesión ideológica en esta ley es de tal calibre que obliga a llamar blanco a algo que es negro. Esta ley, que pretende normalizar una práctica contraria al juramento hipocrático y al código deontológico que tenemos todos los médicos, sería siempre condenable, pero sacarla en estas fechas es particularmente inoportuno.

La identidad genuina de la medicina es y será siempre sanar. Y cuando esto no es ya posible, paliar el sufrimiento del paciente

Llevamos meses de entrega heroica de médicos y de otros profesionales sanitarios que, muchas veces sin la protección adecuada, han estado luchando por la vida de miles de enfermos. Ha sido una batalla muy difícil que a veces se ha ganado y a veces se ha perdido, pero siempre acompañando a los enfermos hasta el final, intentando, cuando ya no era posible la recuperación, el confort y el control sintomático, incluso con sedación paliativa. ¿Cómo entender, después de todo este esfuerzo, que se quiera matar a nuestros enfermos?

Además, se aprovecha la situación de pandemia en la que ni los médicos, ni los pacientes, ni la sociedad nos podemos manifestar. En esta situación de indefensión, se va a aprobar una ley que viene a significar el mayor recorte sanitario de la historia. Una ley que se quiere aprobar contra el dictamen del Comité de Bioética de España, el principal órgano consultivo del gobierno en esta materia, dependiente de los Ministerios de Sanidad y Ciencia.

Pendiente resbaladiza

Es paradójico que, en el momento de la historia en el que tenemos los fármacos que permiten un mejor control sintomático, se plantee esto. Además, los avances tecnológicos se producen a velocidad galopante y ya tenemos, por ejemplo, marcapasos diafragmático para evitar el uso del respirador, piercings en la lengua para conducir sillas de ruedas, exoesqueletos robóticos, estimuladores medulares para control del dolor y un largo etcétera. Si seguimos investigando seguro que tendremos más mejoras en poco tiempo. Sin embargo, con la ley en la mano, habrá poco estímulo para investigar.

Además, la legalización abre una puerta a la inseguridad jurídica y a la pendiente resbaladiza, que, como sucede en países que legalizaron la eutanasia hace tiempo, en pocos años pasará de lo legal a lo ilegal, y de lo autónomo a lo imperativo en los carentes de toda autonomía, incluyendo niños con discapacidad, enfermos mentales y ancianos con demencia. Es algo que ya sucede, por ejemplo, en Holanda donde enfermos en una situación clínica incompatible con una petición voluntaria de eutanasia son eliminados a petición de sus hijos, sus padres o sus tutores legales.

Lo progresista es proteger al débil

Se vende la eutanasia como de izquierdas y progresista, aunque implica una intervención dictatorial en la práctica médica y pone el foco en los pacientes más débiles y desasistidos, y en aquellos con peor situación socioeconómica. Es interesante conocer que, cuando hace un par de años se intentó aprobar una ley similar a esta en Portugal, no se consiguió por los votos en contra del Partido Comunista. ¿No se supone que “el progresismo –como afirmaba Miguel Delibes– respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia”? La eutanasia es todo menos progresista: supone un gran retroceso, en particular para los más débiles tanto del punto de vista clínico como socioeconómico. Las clases pudientes seguirán yendo a clínicas privadas donde les asegurarán unos adecuados cuidados paliativos hasta su muerte natural. Pero ¿qué hay de los enfermos con escasos recursos que pueden sentirse una carga para su familia? Esta ley les presionará a solicitar la eutanasia.

Resulta también paradójico que una ley que se defiende desde la autonomía olvide la carencia de autodeterminación real que tienen muchos pacientes con enfermedades avanzadas. Muchos tienen una depresión patológica o deterioro cognitivo. Además, en la enorme mayoría de los casos, la expresión de un deseo de muerte viene a significar el grito de una petición de ayuda, que solicita cuidados, atención y cariño.

Manuel Martínez-Sellés es presidente del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid

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