Ante el debate sobre el fin de la vida en Francia, reabierto tan solo dos años después de que una ley lo regulara con detalle, los obispos del país subrayan en una declaración que lo urgente no es la eutanasia, sino el desarrollo de los cuidados paliativos para que sean accesibles a todos.
La sociedad francesa es consciente de la diferencia entre avances técnicos y progreso ético en relación con la vida humana. Por eso, ante la revisión de la ley de bioética, prevista para finales de 2018, se ha abierto una consulta pública con la que se pretende que la sociedad se plantee si es deseable, desde el punto de vista ético, hacer todo lo que es técnicamente posible. Este es el sentido de los llamados “Estados generales de la bioética”, organizados por el Comité Consultivo Nacional de Ética para favorecer el debate social en este terreno.
“Llamamos a una sacudida de conciencia para que se edifique siempre en Francia una sociedad fraternal donde cuidemos individual y colectivamente unos de otros”
En la revisión de la ley actual de bioética, de 2011, no estaba previsto inicialmente tratar el fin de la vida, porque ya lo había hecho de forma expresa una ley de 2016. Pero se ha producido una fuerte presión de los partidarios de la eutanasia, que ha dado lugar a una respuesta inequívoca por parte de los profesionales de la medicina paliativa. La Conferencia Episcopal francesa también ha querido sumarse al debate, con un documento titulado Fin de la vida: ¡sí a la urgencia de la fraternidad!
Los obispos franceses expresan su compasión ante las personas que llegan al difícil tramo del final de su vida, y agradecen a los profesionales de la salud que les procuren calidad de vida y serenidad en ese momento. A la vez, deploran las desigualdades en el acceso a los cuidados paliativos que se observan en el país, así como el déficit de formación en esta especialidad. A continuación, presentan seis argumentos frente a quienes piden nuevos cambios legales:
1. La última ley relativa al fin de la vida y los cuidados paliativos “fue aprobada recientemente, el 2 de febrero de 2016”. Su aplicación está actualmente en curso, y requiere una formación adecuada del personal sanitario. Modificar de nuevo la ley, y tan rápidamente, mostraría “una falta de respeto no solo por el trabajo legislativo realizado, sino también por la paciente y progresiva implicación de los cuidadores. Lo urgente es darles más tiempo”.
2. Promover el suicidio asistido o la eutanasia, y desarrollar a la vez planes de lucha contra el suicidio, sería una contradicción, pues supondría “inscribir en el corazón de nuestra sociedad la transgresión del imperativo civilizador: ‘No matarás’”.
3. Los obispos cuestionan también el peso que el Estado trasladaría al personal médico que intervendría en la ejecución de peticiones de suicidio o de eutanasia, en contra del código de deontología médica, que afirma: “El médico, al servicio del individuo y de la sanidad pública, ejerce su misión dentro del respeto de la vida humana, de la persona y de su dignidad”. Por eso, señalan los obispos, “matar, incluso invocando la compasión, no es en ningún caso cuidar. Urge salvaguardar la vocación de la medicina”.
4. Subrayan, por otra parte, la condición real de las personas vulnerables, que necesitan “confianza y escucha para atender sus deseos, a menudo ambivalentes”. Y preguntan: “¿cuál sería la coherencia del compromiso médico si, en algunos lugares, los cuidadores se apresurasen a acceder a un deseo de muerte provocándola químicamente, mientras que en otros lugares los acompañaran, escuchándolos con paciencia y aliviando los diversos sufrimientos, hacia una muerte natural serena?”. La angustia de quienes piden que se ponga fin a sus vidas “requiere un acompañamiento más solícito, no un abandono prematuro al silencio de la muerte. Lo exige una fraternidad auténtica, que urge reforzar: es el eslabón vital de la sociedad”.
5. Los defensores del suicidio asistido y de la eutanasia se basan en el respeto a la libre elección del paciente, que desea ser dueño de su destino, y suelen afirmar que el ejercicio de este derecho no priva de nada a nadie; al contrario, los obispos cuestionan una “libertad que, en nombre de una ilusoria autonomía soberana, encerraría a la persona vulnerable en la soledad de su decisión”. Las opciones personales, guste o no, tienen una dimensión colectiva: “Las heridas del cuerpo individual son heridas del cuerpo social. Si algunos llegan a la desesperada elección del suicidio, la sociedad tiene ante todo el deber de prevenir ese gesto traumatizante. Esa opción no debe entrar en la vida social desde la perspectiva de una cooperación legal a la acción suicida”.
6. Por último, se preguntan sobre la naturaleza y la financiación de eventuales instituciones “especializadas en la muerte”, existentes ya en algunos países. Y señalan el riesgo de que la legislación lleve al sistema sanitario “a imponer a cuidadores y ciudadanos una angustiosa responsabilidad, al determinar que cada uno deba preguntarse: ‘¿no estaré obligado a plantearme un día la necesidad de poner fin a mi vida?’”. Como se ha señalado muchas veces, sería “una fuente de tensiones inevitables para los pacientes, su familia y los cuidadores”, además de significar “una grave carga sobre la relación médico-enfermo”.
“Matar, incluso invocando la compasión, no es en ningún caso cuidar. Urge salvaguardar la vocación de la medicina”
En definitiva, los obispos franceses animan a sus conciudadanos a no equivocarse de “urgencia”, y les recuerdan el relato del “buen samaritano”, que se ocupa de un “hombre medio muerto”, le lleva a un albergue donde pueda ser atendido y practica la solidaridad ante el “gasto” que ocasionen los “cuidados”. “A la luz de este relato, llamamos a conciudadanos y parlamentarios a una sacudida de conciencia para que se edifique siempre en Francia una sociedad fraternal donde cuidemos individual y colectivamente unos de otros. Esta fraternidad inspiró la ambición de nuestro sistema solidario de sanidad al salir de la Segunda Guerra Mundial”.
Se trata, pues, de criterios no estrictamente confesionales, que pueden ser compartidos por muchos. Y, en la práctica, fortalecen los argumentos de las asociaciones de cuidados paliativos.