En el corazón de la prevención del SIDA

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Al comprobar que los cambios de conducta son hoy por hoy el único medio de prevención del SIDA, empieza a plantearse la necesidad de que las campañas tengan en cuenta una ética de la responsabilidad. Así lo subraya Ronald Bayer, de la Escuela de Sanidad Pública de la Columbia University (Nueva York), en un artículo titulado «AIDS Prevention: Sexual Ethics and Responsibility», que publica The New England Journal of Medicine (6-VI-96), pp. 1540-1542.

«¿Los infectados por el HIV tienen especiales responsabilidades hacia sus parejas sexuales? En tal caso, ¿qué suponen estas responsabilidades?». Bayer reconoce que, hasta hace poco, el mero hecho de plantear estas preguntas parecía inconveniente. «La insistencia en la responsabilidad personal se asociaba a menudo con la condena de aquellos cuya conducta sexual o drogadicción les había expuesto a contraer el HIV, así como con una apelación a invadir la intimidad o a limitar la libertad».

Las objeciones a invocar la responsabilidad se basaban en razones pragmáticas, filosóficas y políticas. «Desde un punto de vista pragmático, se decía que una política de salud pública que se centrara en la responsabilidad de los seropositivos para comportarse de un modo que protegiera a los no infectados -usando condones, o revelando que estaban infectados-, paradójicamente, aumentaría el riesgo de contagio». La razón es que unos no sabían que estaban infectados, otros no se harían la prueba para saberlo y algunos mentirían. Su pareja, engañada por falsas expectativas, no se protegería.

Con estos presupuestos, se concluía que «cada uno tenía que ser responsable de usar preservativos, y esta obligación era compartida igualmente por los seropositivos y los no infectados. Como cada miembro de la pareja era responsable de su salud, en última instancia nadie era responsable de la salud del otro».

«Desde un punto de vista filosófico, se afirmaba que como el HIV se transmite fundamentalmente en el contexto de relaciones sexuales consentidas, cada persona debía ser responsable de protegerse», y que el que no se protegía no podía quejarse de que otro le contagiase.

El concepto de responsabilidad sexual se consideraba peligroso por el espectro de la criminalización. «Si proteger a otros era un deber moral y la consecuencia de descuidarlo era una infección mortal, ¿no sería lógico imponer sanciones penales por el sexo inseguro?».

Desde el punto de vista político, «frente a la indiferencia, la hostilidad y el estigma, se consideraba crucial favorecer una ideología de solidaridad, que rechazara la división entre los infectados y los no infectados».

A pesar de estas tendencias, Bayer recuerda que algunos pensadores subrayaron la obligación de revelar al partner sexual el hecho de ser seropositivo, en virtud de la doctrina del consentimiento informado. Y en muchos Estados norteamericanos la legislación permitió que los médicos rompieran la confidencialidad para informar a la pareja, si el interesado no lo hacía.

Sin embargo, «en los esfuerzos de prevención del SIDA el concepto central siguió siendo el de la autoprotección». Para mostrar lo difícil que era desarrollar programas basados en «sentimientos altruistas» hacia los demás, Bayer menciona lo que ocurrió en Nueva York en 1993. «Con ocasión del caso 50.000 de SIDA en la ciudad, se propuso lanzar una campaña de prevención centrada en la necesidad de proteger tanto a los otros como a uno mismo. La propuesta fue rechazada cuando los especialistas en SIDA del departamento de salud denunciaron la propuesta como una culpabilización de las víctimas».

Pero últimamente se advierten signos de cambio en los presupuestos de la prevención de la enfermedad, advierte Bayer. «El creciente reconocimiento de las limitaciones de la autoprotección refleja una mayor conciencia de que las nuevas tendencias epidemiológicas exigen un nuevo enfoque de la prevención. La autoprotección no tiene mucho que ofrecer al creciente número de mujeres infectadas a través de relaciones heterosexuales, que a menudo no pueden protegerse a sí mismas».

A lo largo de los años 80 y primeros 90, «el debate sobre la responsabilidad apenas se oía», dice Bayer. Sin embargo, en 1995, algo empezó a cambiar. Bayer cita artículos periodísticos de columnistas gays que reconocían la obligación de no poner en riesgo a otros, sin escudarse en la idea de que cada uno responde de su protección. Una idea a la que no han sabido prestar atención las organizaciones de base dedicadas a la prevención del SIDA.

Estos pronunciamientos no significan que en el mundo de la prevención del SIDA haya habido un giro de ciento ochenta grados. Sin embargo, Bayer cree que estamos ante un reto importante, «que requerirá reformular fundamentalmente los mensajes transmitidos en los consejos y en los esfuerzos públicos de educación sobre el SIDA».

Reconocer que la responsabilidad personal tiene un papel central en la prevención del SIDA plantea una serie de complejas cuestiones. «Algunos de los que proponen este concepto lo ven principalmente como una alternativa a la estrategia de impulsar a la gente a usar condones. Otros subrayan la obligación concomitante de revelar que uno es seropositivo. Después de todo, los preservativos a veces fallan. Incluso los grupos de prevención del SIDA prefieren decir que las relaciones sexuales con el uso de condones son ‘más seguras’ en vez de decir ‘seguras’. ¿No habría que dar a las personas no infectadas la oportunidad de decidir si quieren correr el riesgo, aunque sea pequeño?».

«¿No deberían los programas de prevención del SIDA unir la franqueza con la confianza sugiriendo que el uso de condones puede no ser necesario en el caso de parejas monógamas no infectadas?», se pregunta Bayer. Esto va contra la idea de quienes mantienen que hay que protegerse en cualquier caso. «Para ellos, el mero concepto de confianza -incluso entre marido y mujer- desarma a las parejas, al hacer que el uso rutinario del condón sea inaceptable para aquellos que juzgan que su unión es absolutamente monógama». Desde esta perspectiva, como señala Bayer, no es extraño que «algunos arguyan que los sentimientos de amor romántico son un impedimento para la prevención efectiva del SIDA».

Pero, se pregunta Bayer, «¿los esfuerzos de prevención del SIDA pueden minar la expectativa de confianza dentro de las relaciones íntimas y seguir siendo social y psicológicamente creíbles? Puede ser atractivo afirmar que los esfuerzos de prevención del SIDA deben seguir los dos caminos, estimulando tanto una ética de responsabilidad como una postura de autoprotección. Pero ¿puede favorecerse la confianza cuando se subraya la continua necesidad de la vigilancia y de la autoprotección?».

Bayer reconoce que no hay respuestas sencillas. «Sin embargo -concluye- estas cuestiones dejan claro que los aspectos de ética sexual no son rodeos moralistas. Están en el corazón de la prevención del SIDA».

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