El debate sobre la adopción de embriones congelados

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El número de embriones congelados en las clínicas de fecundación «in vitro» es cada vez mayor, sin que exista una política clara sobre su destino. Algunos proponen destruirlos o experimentar con ellos. Pero también hay quien dice que una salida digna para ellos es que sean adoptados por matrimonios infértiles. Algunas clínicas están ofreciendo esta posibilidad, y han nacido ya niños adoptados de esta forma. Por eso el debate acerca de la adopción de embriones está abierto.

En cualquier caso, la fuente del problema radica en la generación continua de embriones que se lleva a cabo en las clínicas de fecundación «in vitro». «Mientras se sigan generando más embriones de los que se transfieren al útero de la mujer, el problema entrará en un círculo vicioso en el que cualquier solución que se ofrezca no será una solución definitiva», advierte Mónica López Barahona, miembro del Comité asesor de Bioética del Consejo de Europa. Para evitar que la situación se siga agravando sería necesario limitar la generación de embriones al número exacto de los que se transferirán a la mujer.

En el debate han participado muchos especialistas. El Dr. Gonzalo Miranda, decano de la Facultad de Bioética del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma), ha declarado en «hazteoir.org»: «Creo que en este caso se deben aplicar los mismos razonamientos éticos y jurídicos que se utilizan para resolver la situación de abandono de los niños ya nacidos». La alternativa es clara: «o alguien los adopta dándoles una oportunidad para que sigan adelante en su desarrollo y puedan ver la luz, o mueren irremediablemente».

Frente a los que descartan la adopción de embriones porque sería una especie de «maternidad de alquiler» o «maternidad subrogada», el doctor Miranda explica: «La maternidad subrogada consiste en llevar adelante la gestación sustituyendo a la que pretende ser después la madre del niño, y ese comportamiento es establecido de antemano (…). Aquí, en cambio, estamos hablando de una mujer que pretende salvar la vida de un ser humano del único modo que es posible hacerlo; y se supone que normalmente será ella misma quien adopte al niño que nazca como su propio hijo». En cuanto a la posibilidad de que la adopción prenatal se entienda como una colaboración con los procesos de fecundación artificial, dice: «El mal ya está hecho por otros. La adopción no es una colaboración con el mal realizado por otros sino un gesto de solidaridad y amor».

También en la misma página web el Dr. Alfredo Cioffi, del Centro Nacional Católico de Bioética en Boston (EE.UU.), manifiesta que «el hecho de que los embriones estén congelados no les resta su dignidad o integridad como seres humanos. Al contrario, ya que su estatus es aún más dependiente que el de un embrión implantado en el seno materno, estos embriones congelados merecen nuestra atención y protección especial».

Difícil aplicación práctica

Fernando Chomali, profesor de la Universidad Católica de Chile y miembro correspondiente de la Academia Pontificia para la Vida, subraya que el modo antinatural en que han sido concebidos estos embriones no puede hacernos olvidar que se trata de seres humanos. «Entre que se le dé muerte y la posibilidad de que continúe el desarrollo, yo me inclino por lo segundo», afirma Chomali en la revista chilena «Hacer Familia» (septiembre 2005).

Frente a los que temen que pueda surgir un negocio a partir de la transferencia de embriones, reconoce que «el peligro está latente». Pero «en este caso pienso que es mejor transferirlos al útero de una madre que dejar a los embriones congelados de por vida o sencillamente destruirlos. Pero jamás va a responder a un ideal ni a la verdad de la dignidad del ser humano».

El uso de la palabra «adopción» para estos casos molesta a los partidarios del aborto y de la investigación con embriones, ya que implícitamente se aceptaría que el embrión tiene el mismo estatus que un niño (ver Aceprensa 78/05).

La Iglesia católica no se ha pronunciado expresamente. La Academia Pontificia para la Vida manifestó en su asamblea de 21 de febrero de 2004 que «toda ulterior reflexión (…) en torno al problema de la posibilidad (teórica o real) de una eventual adopción prenatal de estos embriones ‘supernumerarios’ exigiría, por lo demás, un análisis profundo de los datos científicos y estadísticos pertinentes, no disponibles todavía en la bibliografía. En consecuencia, la Academia Pontificia para la Vida ha concluido que es prematuro afrontar directamente el problema dentro de la presente asamblea». Mons. Elio Sgreccia, vicepresidente de la Academia, ha puntualizado: «La adopción de embriones congelados, abandonados, parece a algunos teólogos moralistas una opción lícita, pero es de difícil aplicación práctica y, hasta ahora no resultan casos con éxito positivo».

Algunas de estas dificultades de aplicación que menciona Mons. Sgreccia pueden ser las que señala Mónica López Barahona en el libro «El destino de los embriones congelados» (ver Aceprensa 141/03). Allí argumenta que en el caso de que se legisle sobre la adopción prenatal habría que prever una serie de requisitos como: que la pareja adoptante cumpla los criterios de idoneidad exigibles en cualquier adopción, no permitir adopciones prenatales en mujeres post-menopáusicas, que no haya selección de embriones en función de su sexo o genes, prohibir la maternidad subrogada, poner medios para evitar la consaguinidad entre nacidos tras adopciones prenatales, advertir a la pareja del riesgo de embarazo múltiple y prohibir la reducción embrionaria.

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