El carácter no depende sólo de los genes

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En un artículo publicado en The Atlantic Monthly (Boston, IX-1994), Winnifred Gallagherpasa revista a recientes investigaciones sobre la influencia de la herencia genética en la personalidad. El tema es actual, pues últimamente se viene afirmando que ciertas características como la homosexualidad o la conducta agresiva, por ejemplo, dependen de los genes. Recogemos algunos párrafos en que la autora del artículo recurre a las investigaciones de Jerome Kagan, psicólogo de Harvard, que ha publicado hace poco un libro sobre estas cuestiones (Galen’s Prophecy: Temperament in Human Nature).

En vez de plantearse qué proporción de la personalidad deriva de los genes y qué proporción de la experiencia, Kagan propone «otra pregunta más pertinente: ¿Qué combinación de herencia fisiológica y experiencia hace a una persona, por ejemplo, tímida o decidida?». Los titulares sensacionalistas sobre genes que supuestamente explican una tendencia -como recientemente se ha dicho sobre la homosexualidad- olvidan la mitad de esa combinación: por eso no agradan a los investigadores serios, que saben que la experiencia encauza las tendencias biológicas. «Este asunto de la predisposición biológica se está llevando a extremos ridículos -afirma Kagan-. Que exista un fundamento genético de la conducta no significa que la persona no tenga dominio sobre él». Por ejemplo, los primates machos están biológicamente predispuestos a la promiscuidad; sin embargo, la mayoría de los hombres pueden dominar ese fuerte instinto, dice Kagan: por eso una mujer rara vez disculpa el adulterio del marido.

«Muchos científicos buscan, con la esperanza de ganar el premio Nobel, el circuito cerebral causante de que una persona pueda empezar una tarea y luego interrumpirla. Eso es la voluntad, una cualidad específica del ‘Homo sapiens’ que nos permite dominar nuestros actos, y que forma parte de nuestra naturaleza». Aunque, dice Kagan, sus investigaciones le han hecho «más comprensivo» con ciertas debilidades humanas, «lo más importante es entender bien esto: no hay que pensar que sólo porque una persona tenga una cualidad temperamental, ya no pueda dominarla. Siempre hay una puerta abierta al indeterminismo. Consideremos el caso de cierta especie de monos. Si comparamos los criados en cautividad y los que viven en estado salvaje, veremos que, aunque tienen los mismos genes, unos y otros son muy diferentes. Y eso que son sólo monos».

Que una tendencia temperamental sea genética no significa que no pueda cambiar ni que sea estrictamente predecible. La conducta es muy compleja y, por eso, polimórfica: requiere la acción concertada de muchos genes. Ni siquiera en experimentos con insectos en los que tanto la herencia como el ambiente están rígidamente controlados, son capaces los científicos de programar un comportamiento uniforme. La conducta del hombre es mucho más complicada, y que una persona tenga predisposición, por ejemplo, a la timidez, no significa que necesariamente haya de ser reservada: sólo significa que es más probable que lo sea.

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