Clonación humana: un grosero pragmatismo

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El reciente experimento sobre la clonación de embriones humanos ha provocado declaraciones por parte de personalidades que se han manifestado en contra de la aplicación de tal técnica.

En su intervención en el programa Grand Jury de Radio-Télévision Luxembourg, el 31 de octubre, el Card. Jean-Marie Lustiger pidió que se estableciera una «moratoria» sobre las investigaciones genéticas que afecten al embrión humano, a fin de «prohibir los abusos» y «trazar una línea roja muy clara, común a todos los Estados». El arzobispo de París propone esta solución, a semejanza de la suspensión de pruebas nucleares planteada por Francia. «La lógica de la bomba atómica, la lógica de Chernóbil consistían en hacer prevalecer sobre la investigación científica el uso de la técnica para determinados fines de poder, de dinero».

«En materia de biología humana -prosiguió el cardenal-, ¿no se podría hacer lo mismo? En un mundo donde también estas investigaciones están guiadas por las ambiciones personales y por el dinero, ¿no se podría tener en cuenta la necesidad de hacer progresar la investigación científica (sobre las causas de la esterilidad, sobre las condiciones del nacimiento, sobre la génesis del hombre, sobre las enfermedades genéticas, sobre el conocimiento del genoma humano), y al mismo tiempo la de hacer un alto, de suspender lo que afectaría a la existencia de seres humanos a los que se califica de potenciales?»

Gonzalo Herranz, presidente del Comité Deontológico del Colegio de Médicos de España, aconsejaba en el diario El Mundo (Madrid, 27-X-93) «recibir la noticia con un poco de escepticismo. Nos movemos todavía en el campo de las posibilidades. La investigación está todavía en la fase preliminar de laboratorio». Explicaba que «se espera quizá demasiado del carácter totipotencial de los blastómeros, las asombrosas células que forman el embrión humano en su etapa inicial: se dice que cualquiera de ellas es capaz de formar un embrión entero, pero eso en el hombre no se ha demostrado. Habrá que ver cuántos de esos embriones clonados se transforman en niños y si lo hacen con normalidad».

Más adelante, el Dr. Herranz se refiere a las disposiciones -como la ley española de reproducción asistida- que prohíben la clonación, y cita la condena, hecha en la Instrucción vaticana Donum vitae, de «las tentativas que buscan la obtención de un ser humano sin conexión alguna con el acto sexual, mediante la fisión gemelar, la clonación o la partenogénesis». Y concluye: «En el fondo de las prohibiciones legales y morales subyace la idea de que la unicidad e irrepetibilidad individual son bienes jurídicos inestimables, son un derecho humano. Cada uno de nosotros tiene derecho a su propio y original patrimonio genético, sin interferencias que puedan perjudicar su integridad. Detrás de la noticia comentada hay un grosero pragmatismo, insensible al valor individualizado y dignificante de ser uno maravillosamente diferente de los demás».

En el mismo diario (26-X-93), Javier Gafo, director de la cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia de Comillas, sostiene que «existe un profundo valor en que cada ser humano sea él mismo, con una identidad genética no compartida con otro y que no venga al mundo programado por los deseos o expectativas de sus padres o de la sociedad. Aquí habría que citar la famosa renuncia de Jacques Testart -el padre de la primera niña-probeta francesa- a una Medicina que deja de ser curativa para comenzar a ser predictiva; que no sólo se empeña en resolver los problemas de esterilidad, sino que se embarca en la tarea de (…) configurar las características del nuevo ser que viene al mundo. Esto equivale a entrar en el peligroso camino del niño a la carta, en que la voluntad de los progenitores suplantará el legítimo interés de todo ser humano de ser él mismo y de autodescubrirse en su propio proceso de desarrollo personal».

Por su parte, el Parlamento Europeo, a iniciativa del grupo ecologista, condenó el 28 de octubre la clonación de embriones humanos. La resolución afirma que tal práctica constituye «una grave violación de los derechos fundamentales, contraria al respeto a la persona, moral y éticamente inaceptable».

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