Catastrofismo inútil

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Dos artículos recientes critican la tendencia a cifrar los problemas ecológicos en el peligro de catástrofes globales. En uno de ellos (Washington Post, 22-I-96), Charles Krauthammer se refiere a quienes ven en cualquier capricho meteorológico una señal del efecto invernadero.

Hay una teoría fundamentalista, aireada en los medios de comunicación más prestigiosos, sobre la tormenta de nieve que ha azotado el noreste americano. «El calentamiento de la Tierra tiene la culpa del temporal,» declara The New York Times. (…)

Sin cesar se nos ha dicho que el calentamiento global es consecuencia del orgullo del hombre, que arroja a la atmósfera toneladas de dióxido de carbono. Nos insisten en que la profanación de la naturaleza acabará provocando la desaparición del invierno, convertirá Kansas en un desierto y sumergirá Long Island bajo las aguas.

Ahora llega el suceso climático diametralmente opuesto, una tormenta de nieve descomunal, y ¿también eso está causado por nuestros pecados contra Gea? Pues sí, sostiene la última versión de la prédica ecologista. Ahora resulta que el calentamiento mundial es la causa no sólo del aumento de temperaturas, sino también de todo «extremo» meteorológico. ¿Cómo es posible? El calor aumenta la evaporación de agua, con lo que aumenta la humedad y la energía de la atmósfera, y produce más lluvias y tormentas, y -mirabile dictu- también sequías más fuertes.

¿Cómo? ¿Otra vez los opuestos? Sí, escribe William Stevens en The New York Times, «cuando la circulación atmosférica actúa impidiendo la entrada de lluvias en una zona determinada». Así pues, el calentamiento de la Tierra se ha convertido en una teoría para todo, o al menos para todo lo malo: lluvia, nieve, calor, frío, tormentas, sequía. Todo es culpa nuestra. Cuando ocurre algo imprevisto e indeseable -sobre todo cuando ocurre cerca de un lugar con elevada concentración de mass media, como Washington o Nueva York-, podemos echar la culpa al calentamiento global y, por extensión, a nosotros mismos. ¿Existe alguna religión primitiva que pueda igualar a ésta en la atribución de las calamidades naturales a las transgresiones humanas, en este caso a los pecados del hombre contra la Madre Tierra y su sacerdocio ecológico?

En realidad, la historia contradice directamente tal teología. Sallie Baliunas, especialista de Harvard, señala que en el último milenio, en Europa septentrional el aumento de la frecuencia de tormentas ha coincidido con descensos, no aumentos, de la temperatura.

(…) Patrick Michaels, profesor de ciencias ecológicas de la Universidad de Virginia y autor de más de 200 artículos sobre el cambio climático mundial, dice: «Carece por completo de sentido decir que el calentamiento del océano ha provocado el temporal de este año. La temperatura superficial del mar en el Atlántico occidental apenas ha variado en el último decenio; el único cambio notable ha sido un enfriamiento de las aguas profundas en la zona del noroeste». (…)

Por su lado, Michael Parfit, autor de libros sobre problemas del medio ambiente, advierte en International Herald Tribune (19-XII-95) que los peligros para la naturaleza proceden fundamentalmente de la acumulación de pequeños daños.

Antes del nacimiento de la geología moderna en el siglo XIX, muchos pensaban que la Tierra se había formado a través de catástrofes. La idea era que hechos extraordinarios -erupciones volcánicas desmesuradas, inundaciones, vientos impetuosos- construyeron repentinamente nuestro planeta. Esta teoría, hoy desacreditada, se conoce con el nombre de catastrofismo.

En la actualidad parece que una teoría similar domina la política ecológica: las catástrofes destrozan el mundo. Este punto de vista es tan erróneo como el primero, y fomenta la decadencia del planeta aunque trate de evitarla.

Recientemente he dedicado todo un año a estudiar una de esas supuestas catástrofes, el estado de la pesca mundial, para un artículo de National Geographic publicado en el número de noviembre. Comencé armado con las denuncias de los ecologistas, que sostenían que las reservas pesqueras estaban agotándose en todo el mundo. Pero no pude encontrar tal desastre. (…) Lo que descubrí fue menos claro y más complejo que una catástrofe.

Es verdad que los pescadores y sus aparejos han llegado a ser peligrosamente poderosos. Pero todos los datos, también los de la FAO, indican que el océano goza de relativamente buena salud. Los procesos por los que se crean los alimentos marinos siguen, en su mayor parte, intactos.

El principal problema es a largo plazo. Debemos aprender a renunciar a esa antigua libertad de pescar en el mar sin restricciones, igual que muchos han aprendido ya a renunciar a la caza a su arbitrio, o al pastoreo excesivo, o a la tala por encima de las posibilidades de crecimiento de los bosques.

La mayoría de los daños que sufre el planeta se deben a pequeños acontecimientos en los que todos hemos participado: el modo de regar el césped, los vertidos de aceite, la demanda de manzanas sin gusanos, los apartamentos a pie de playa, las montañas de residuos. (…) Sin embargo, gran parte del movimiento ecologista actual responde más bien a la primitiva teoría catastrofista. La Perversa Minería S.A. está siempre a punto de arrasar la Última Tierra Virgen.

¿Importa que la gente esté engañada ? Las advertencias exageradas parecen ser el único camino para mantener a la gente despierta. Quizás este enfoque sea necesario para obligarnos a caer en la cuenta antes de que sea demasiado tarde. Es posible. Pero también es posible que el catastrofismo medioambiental frustre sus propias intenciones. (…)

Aunque los problemas ecológicos sean a largo plazo y estén causados por todos nosotros, el catastrofismo fomenta sólo el corto plazo, acciones aisladas, y, al dar la impresión de que la culpa es sólo de unos pocos malos, a los demás nos permite seguir con nuestra destrucción paulatina.

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