El callejón sin salida del individuo desencarnado

publicado
DURACIÓN LECTURA: 15min.
Caregiver holding elderly lady's hands.

Nacemos desvalidos, pasamos por etapas de enfermedad o fragilidad, quizás muramos habiendo perdido capacidades. Esta experiencia humana, ligada a nuestra corporalidad, es obviada por la mentalidad del individualismo expresivo, que nos lleva a callejones sin salida.

El primer abrazo que recibía en cinco meses. La foto ganadora del World Press Photo 2021 recoge el momento en que Rosa Lucia Lunardi, de 85 años, se funde con Adriana Silva da Costa Souza, su cuidadora, en São Paulo, el 5 de agosto de 2020, a través de una cortina de plástico. Desde marzo las residencias no habían admitido visitantes.

El tacto –o la ausencia de tacto– ha estado muy presente en la memoria de millones de personas confinadas por la pandemia de covid-19. El oído, probablemente el último sentido que se pierde antes de morir, ha suplido al tacto en el acompañamiento de los momentos finales de vida de tantas personas hospitalizadas, cuyos familiares no podían visitarlas más que a través de una llamada telefónica. “No los he visto desde…” se ha repetido con dolor, a pesar de la posibilidad de encontrarse a través de pantallas. Y para algunos que han padecido la enfermedad, perder el olfato y el gusto ha sido un recordatorio de que estos sentidos no existen solamente para agasajos sibaritas. La distorsión de los sentidos durante la pandemia nos ha recordado de forma abrupta que somos seres corporales.

La primera foto de “Habibi”, el reportaje ganador de la World Press Photo Story of the Year, precisamente subraya cómo la corporalidad forma parte de la identidad. Muestra un traje colgando y unos zapatos debajo del traje, como si se tratara del hombre invisible. La esposa de Nael al-Barghouthi, el prisionero palestino que lleva más tiempo encarcelado, mantiene su presencia de este modo, con la ropa dispuesta.

El olvido de la corporalidad

En What It Means to Be Human: The Case for the Body in Public Bioethics, O. Carter Snead, profesor de Derecho en la Universidad de Notre Dame, pone el foco en cómo lo que experimentamos a diario en cuanto seres corpóreos ha dejado de ser un marco de sentido compartido a la hora de comprender, valorar y decidir qué es lo propio de un ser humano. Aunque su especialidad es la bioética en el ámbito público, y el libro analiza la evolución legal en Estados Unidos sobre el aborto, la fecundación asistida y el final de la vida, su análisis arroja luz sobre una clave interpretativa que afecta a muchos temas actuales.

La dependencia es parte de la naturaleza humana, pero ha llegado a percibirse como un estorbo que nos impide ser

Nuestra llegada al mundo –si no hay una intervención técnica específica– se realiza siempre desde el útero materno. El Homo sapiens es un mamífero placentario. Pero nace con una dependencia peculiar. Se conoce como altricialidad la característica de las especies cuyas crías nacen dependientes y requieren un tiempo de maduración, por oposición a la precocialidad, la característica de las especies cuyas crías nacen con autonomía. Los patos pueden moverse en el agua a las pocas horas de nacer, igual que los potros pueden seguir a sus madres, mientras que los gatos nacen con los ojos y conductos auditivos cerrados y sin actividad motora, y siguen así durante días. En el caso de un bebé, tardará casi un año en decir sus primeras palabras, más aún en caminar, y hasta mucho más tarde no podrá ser independiente de sus progenitores.

Snead quiere recordarnos que nacemos, vivimos y morimos dependientes, consecuencia de la corporalidad que define nuestra identidad y nuestro desarrollo. Y muestra la paradoja de que la legislación que toca aquellos aspectos en los que la corporalidad es más visible muchas veces aplica principios que precisamente olvidan esta realidad fundamental. Dicta normas sobre los momentos en que entran en juego “vulnerabilidad humana, dependencia, fragilidad y finitud”: por ejemplo –enumera el autor–, “procreación, embarazo, bebés, enfermedades debilitantes, lesiones devastadoras, participantes desesperados en ensayos clínicos, pacientes asustados, discapacitados, ancianos, moribundos y muertos”. Las leyes y sentencias deciden sobre “temas íntimos y esenciales como el significado de la paternidad y la maternidad, las obligaciones hacia los hijos y nuestros mayores, las necesidades de los enfermos y discapacitados, nuestra libertad, nuestro desarrollo personal, nuestra concepción de uno mismo, así como los límites de la comunidad legal y moral”. Pero lo hace de tal modo que el cuerpo propio y el ajeno se convierten en obstáculos que hay que superar.

Individualismo expresivo

En su libro, Snead repasa la visión de académicos como Robert Bellah, Charles Taylor, Roderick Long, Michael Sandel o Alasdair MacIntyre para describir la corriente del “individualismo expresivo”. La concepción antropológica que se manifiesta en la idea de la identidad humana y qué la hace desarrollarse se ha ido desencarnando, ha ido olvidando su corporalidad intrínseca, hasta modificar la premisa sobre la que se han tomado las decisiones legales. Lo que ha surgido es la combinación de un individualismo que prima la voluntad y el conocimiento, la autonomía, y se desliga de relaciones provenientes de la corporalidad y de las obligaciones generadas por esas relaciones, y un “expresivismo” (las comillas son suyas) que defiende el derecho de configurar y elegir la propia vida a partir de los sentimientos, las intuiciones y las preferencias que cada uno percibe en su interior.

Nacemos dependientes, vivimos dependientes una gran parte de nuestra vida (con certeza en nuestros años iniciales y con probabilidad en nuestros años finales), enfermamos, sufrimos limitaciones. Pero esta parte de la naturaleza humana no se percibe, en el marco del individualismo expresivo, como lo que somos, sino como impedimentos que nos impiden ser. Los autores citados usan expresiones como “individualismo atomizado” o “yo sin trabas” para describir esta actitud. No hay una finalidad o un sentido que provengan de la naturaleza humana. En palabras de Snead, “es una antropología del yo que elige, un yo independiente, libre y solitario”.

En esta visión, “la unidad fundamental de realidad humana es la persona individual, considerada como separada y distinta de la manera en que está o no incrustada en un entramado de relaciones sociales”, explica Snead. Si solamente nos definen lo que pensamos y lo que queremos, “el cuerpo es tratado como un instrumento contingente para perseguir los proyectos que emergen del conocimiento y la elección”. Pero, además, el desarrollo personal solamente es posible en cuanto el individuo puede “crear libremente y perseguir los proyectos singulares y los planes de futuro que reflejan sus valores íntimos y el modo en que se autocomprende. Estos proyectos y propósitos nacen desde dentro de uno mismo, sin que la naturaleza, lo que hemos recibido o las características específicas de nuestra especie que se manifiestan en nuestro cuerpo dicten los límites de esta realización individual”.

Paradojas

Hemos visto en los últimos años cómo este individualismo que olvida el cuerpo se ha ido adueñando de distintos ámbitos, transformando percepciones y lenguaje. El fenómeno single, por ejemplo: ahora, ser “soltero” no quiere decir que no te has casado. Quiere decir que no reconoces relaciones de compromiso con nadie, incluso si estás –todavía– casado legalmente, o aunque tengas hijos fruto de relaciones anteriores. Importa tu percepción de ti mismo más que la huella de la realidad corpórea.

Otro ejemplo: algunos youtubers, personalidades del maquillaje, que lo entienden como ejercicio de ese individualismo expresivo, frente al caso de la cantante Rihanna, que lanzó su línea de belleza, Fenty Beauty, con una colección de 40 bases de maquillaje que por primera vez en la historia de la cosmética cubrían todos los tonos de piel, desde las albinas a las más oscuras. Fenty triunfó precisamente porque las usuarias se veían conocidas y comprendidas en este aspecto de su identidad corporal.

Igualmente –es un tema más complejo, pero sirve también como ejemplo de este deslizamiento–, cuando antes una adolescente no se reconocía en su cuerpo y caía en la anorexia o en las autolesiones, había una preocupación compartida por familia, médico y entorno para recuperar cuerpo y mente; ahora, si este no reconocerse corporal del adolescente se reivindica en el ámbito de la sexualidad y el género, el cuerpo es manipulado hasta transformarlo en lo que el propio deseo reclama, o incluso se mantiene igual y requiere del otro el reconocimiento del cuerpo que no es, y el valor de la opinión de familia, médicos o entorno depende del grado de adhesión a la propia voluntad de autodefinirse.

Otra consecuencia de este marco es que una misma persona puede sostener simultánea o asincrónicamente opiniones contrarias. Puede reivindicar el derecho al aborto por varios motivos (todos los cuales contraponen la corporalidad de la madre y la del hijo) y a la vez reclamar el parto natural, el papel de las doulas o la lactancia materna (en los que los lazos naturales madre-hijo se refuerzan en su corporalidad), porque depende del deseo de la mujer exclusivamente.

La misma paradoja se ha producido en España: en el momento en que el impacto del covid-19 ha hecho dramáticamente más visible la fragilidad y vulnerabilidad de los mayores y los enfermos terminales y ha generado más compasión, empatía e indignación, se ha aprobado la ley que regula la eutanasia.

“Los seres humanos tienen experiencia de sí mismos y de los demás como cuerpos vivientes, no voluntades desencarnadas”

El nacimiento de la bioética en Estados Unidos también es fruto de una paradoja que ya anunciaba esta escisión sobre la visión del cuerpo. En el capítulo en que recoge estos orígenes, Snead muestra que las situaciones que impulsaron a legisladores, administración pública y jueces a intervenir se justificaron por un fin útil, partiendo de la supremacía intelectual y la voluntad de dominio de los científicos y ocultando la explotación de los cuerpos de otros, deshumanizados. La investigación médica consideró útil, por ejemplo, inocular el virus de la hepatitis a niños discapacitados intelectualmente, estudiar la sífilis en ciudadanos afroamericanos de zonas deprimidas sin darles información ni tratamiento o abrir la caja torácica para observar el corazón de criaturas recién abortadas pero todavía vivas.

Las deudas no elegidas

Pero la realidad del ser humano es tozuda y corpórea. “Los seres humanos –como recalca Snead– tienen experiencia de sí mismos y de los demás como cuerpos vivientes, no voluntades desencarnadas”. Y esta experiencia no es comprensible desde el individualismo dualista, que no es capaz de llegar a las realidades últimas de la corporalidad ni de “reconocer las deudas no elegidas que se acumulan a lo largo de la vida de todos los seres humanos”. Estas deudas nacen de la dependencia intrínseca al ser humano, que provoca siempre una donación y un cuidado de otros.

Una persona concreta es todo su arco vital, en su potencia y en su impotencia. No es un adulto autónomo que dirige su vida sin consecuencias para sí mismo ni para otros. Pero, además, lo que ayuda de forma más directa a su desarrollo es la relación con otros. Nuestro conocimiento no parte de cero, sino de lo que alguien ha descubierto y elaborado antes que nosotros. Nuestro desarrollo desde la infancia ha estado guiado por padres, hermanos, maestros, amigos. No nos podríamos expresar si el lenguaje solamente fuera nuestro, no tendríamos historia sin historias narradas previamente. Nos conocemos en diálogo, sostiene Taylor.

Snead cita también al filósofo británico Roger Scruton: “Para nosotros los humanos, que entramos en un mundo marcado por las alegrías y los sufrimientos de quienes nos hacen un sitio, que disfrutamos de protección en los años jóvenes y de oportunidades en la madurez, el campo de la obligación es mayor que el campo de la elección”.

Las relaciones interpersonales, en el marco del individualismo expresivo, pasan a ser “meramente instrumentales y transaccionales”: como consecuencia, las desigualdades aumentan y se desintegra la red de apoyo para los más débiles y vulnerables. Y como desaparecen los intermediarios y cada individuo considera legítima su verdad, los conflictos se agravan.

En “Leaving home in Nagorno-Karabakh”, una de las nominadas a foto del año en el concurso World Press Photo, aparece un matrimonio. Él, sentado, se cubre la cara con las manos en el gesto universal de desesperación; ella, de pie, con mirada angustiada, sostiene a su bebé en brazos, dormido. Están a punto de abandonar su casa en Lachin, la última población en someterse a Azerbaiyán. En ellos no hay una voluntad autónoma que decide su futuro a placer: aquí hay un entramado de lazos sanguíneos, una historia compartida, un lugar habitado, un pasado convivido y un futuro que no depende únicamente de uno mismo. Unas vidas encarnadas y compenetradas (en el sentido más físico del término), interdependientes, fuertes y frágiles a la vez.

Un camino sin salida

¿Qué nos perdemos con el olvido de la corporalidad y la dependencia y fragilidad que implica? Entramos en un itinerario en el que acaban existiendo seres humanos pre-persona (el no nacido) o post-persona (el que no tiene ya conocimiento o voluntad). Ciertamente, Snead no niega la verdad de la autonomía humana, ni el valor de las capacidades intelectuales y la libertad. Pero señala su insuficiencia: solo por ellas no se llega a un desarrollo completo de la persona; y solo con ellas se vuelven opacas otras realidades humanas, y acabamos por no reconocer al otro en la vulnerabilidad o la dependencia.

En el repaso del marco legal estadounidense sobre problemas bioéticos, Snead describe estas limitaciones. En el caso del aborto, se concibe como un conflicto entre extraños, uno de los cuales ni siquiera sería persona. En la reproducción asistida, se deja de lado “un vasto número de personas vulnerables afectadas por estos procedimientos, incluyendo entre ellas donantes de gametos (especialmente mujeres), madres gestoras, padres y madres genéticos, y los hijos concebidos”. Al final de la vida, las decisiones que afectan a pacientes sin posibilidad de decidir se configuran desde una comprensión del paciente “como una voluntad autónoma atomizada en cuanto premisa que lo anima, cuando la realidad encarnada de ese paciente es precisamente la opuesta”.

El reproche de Snead es que en estos casos se llega a un callejón sin salida, en que no se da una respuesta verdaderamente humana a quienes sufren esas situaciones. Al dilema de un embarazo no deseado, la ley solamente ofrece acabar con el cuerpo extraño. Ante la angustia de la infertilidad, la libertad de crear y seleccionar un bebé a cualquier precio. Cuando se trata de mantener en vida a una persona incapacitada, el deseo de que la dejen sola y otro decida. Ante una enfermedad terminal, el derecho a autoeliminarse.

Recordar nuestra humanidad encarnada

Nacimos desvalidos, aprendimos a comportarnos de forma humana de otros, nos definimos a partir de nuestras interacciones, y recordarlo nos ayuda, propone Snead.

La primera actitud relacionada con hacer memoria de nuestra dependencia es la gratitud ante el cuidado que recibimos en los momentos de mayor vulnerabilidad, cuando no había ninguna certeza de que podríamos devolver el favor. Nos permite darnos cuenta de que “una respuesta adecuada a este cuidado es convertirnos en el tipo de persona que hace propio el bien de los demás, que se preocupa por ellos sin condiciones ni cálculos”, en palabras del profesor de Notre Dame. La mirada ya no se centra en el interior, sino que se dirige a los demás. “Esta visión hacia afuera aumenta, se refuerza y se agudiza por la memoria y la imaginación moral”, resume.

Hacer memoria de nuestra dependencia nos mueve a gratitud por el cuidado que recibimos en los momentos de mayor vulnerabilidad

El resto de actitudes que genera el reconocimiento de la dependencia y la gratitud son la generosidad justa, la hospitalidad, la misericordia, la humildad, la apertura a lo inesperado, la solidaridad y el sentido de la dignidad humana. Para ello hay un requerimiento previo: la virtud de la veracidad. Este bagaje, según Snead, permite ir desarrollando “redes robustas y expansivas de donación sin cálculo y recepción agradecida, habitadas por personas que convierten el bien de los demás en su propio bien, sin pedir ni esperar recompensa”. En estas redes se reconoce a todos los miembros de la especie humana, sin consideración de “edad, invalidez, capacidad cognitiva, dependencia, y sobre todo sin que afecte la opinión de otros”.

La conclusión de Snead es que la amistad y el amor de donación son los bienes que más nos humanizan: “Es posible ver un bien transversal por debajo del cual todos estos bienes y prácticas necesarias para el florecimiento del individuo y las vidas compartidas de seres corporales se pueden situar. Es el bien de la amistad genuina”. Y defiende que el modelo de todas estas actitudes citadas, lo que encarna –nunca mejor dicho– el giro de la mirada interior al reconocimiento del otro, es la paternidad/maternidad.

Otra serie de fotografías nominada para el World Press Photo, “Cross-border love”, tiene lugar en distintos puntos de la frontera entre Suiza y Alemania, cortada durante la pandemia. No son pasos fronterizos, con control policial. Se trata de la calle de un pueblo, un prado, un camino rural, separados por una simple cinta policial. A lado y lado de la cinta se citan los novios, los amigos, los parientes. De nuevo la identidad se manifiesta en la presencia corporal y su desarrollo depende de la relación con los otros: quedar para verse, oírse, quizás tocarse, para vivir en la presencia real y reconocida del otro.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.