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Bélgica: La eutanasia como pena de muerte

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Una versión de este artículo se publicó en el servicio impreso 6/14

En Bélgica la deriva de la eutanasia ha llevado a justificarla primero por sufrimiento físico y luego psíquico, del paciente terminal al incurable y del adulto consciente al menor de edad. Ahora se enfrenta a un nuevo límite: un condenado a cadena perpetua ha pedido que se le libere con la eutanasia de una vida sin sentido.

Frank van den Bleeken es un presidiario belga que a los 20 años fue condenado a cadena perpetua por violación y asesinato. Después de 30 años de encarcelamiento ha pedido la eutanasia. Según su abogado, dos psiquiatras han visitado a Bleeken y han concluido que sufre de modo continuo a causa de sus trastornos mentales, por lo cual la eutanasia estaría justificada. Bleeken piensa que “su vida no tiene sentido”. El caso es problemático, porque en la práctica supone que un preso pida para sí mismo la pena de muerte, abolida en Bélgica.

A sus 50 años, Van den Bleeken no padece dolores físicos, ni está en fase terminal de ninguna enfermedad, pero la ausencia de este tipo de requisitos no ha sido impedimento para autorizar la eutanasia en Bélgica en otros casos, como el de los gemelos Verbessem (ver Aceprensa, 19-03-2013).

En Bélgica la eutanasia puede ser considerada en la práctica un derecho, pero otros derechos de los presos dejan bastante que desear. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó el año pasado a Bélgica por no haber proporcionado terapias adecuadas a presos con problemas psiquiátricos.

El propio Bleeken había pedido ser enviado a un psiquiátrico penitenciario en Holanda, en virtud de un acuerdo entre ambos países que permite el intercambio de presos para evitar el hacinamiento en las cárceles. Pero el traslado no fue posible. Ahora pide la muerte.

Eutanasias no comunicadas
Si no estuviera en la cárcel, la eutanasia sería más fácil. Marc Cosyns y Wim Distelmans son dos conocidos activistas pro-eutanasia en Bélgica. El primero, doctor en cuidados paliativos, se ha hecho famoso por un documental que retrata los últimos días de vida de dos enfermos terminales. Distelmans es también médico y preside la Comisión para el Control y la Evaluación de la Eutanasia en Bélgica. Ambos concedieron recientemente una entrevista conjunta al periódico De Standaard, en la que discutían sobre el polémico proyecto de ley belga que permitiría que también los menores de edad puedan pedir la eutanasia.

En un momento de la conversación, Cosyns admite que no ha documentado sus propios casos según el procedimiento protocolario, que exige poner en conocimiento de la mencionada Comisión cualquier eutanasia realizada. Para sorpresa del propio Distelmans (“¡Pero, Marc, no puedes ignorar la ley!”), Cosyns se justifica arguyendo que él siempre ha actuado de acuerdo “a los derechos de los pacientes”. Hay que entender que se refiere a su propia concepción de cuáles son estos derechos, no a ninguna declaración oficial o a algún tipo de ley, porque no parece que Cosyns tenga en mucha estima lo que los legisladores puedan decir al respecto.

Comentando estas declaraciones, Michael Cook se pregunta en MercatorNet cómo es posible que una confesión de esta gravedad, hecha además en presencia del encargado de vigilar esa específica parcela del Estado de Derecho, haya quedado sin reacción –salvo el leve “tirón de orejas” de Distelmans a Cosyns–. Cook compara este caso con el de Ray Gosling, un presentador de la BBC que en 2010 admitió en su propio programa –aunque luego se demostró que era falso– haber colaborado en el suicidio de un amigo enfermo de sida. Apenas un día después de que se emitiera el programa, Gosling fue arrestado por presunto asesinato.

Para Cook, la respuesta a por qué no ha habido reacción a las palabras de Cosyns puede estar en una especie de fascinación social por los médicos, que los sitúa “en un pedestal, por encima de las leyes hechas para los pacientes”. Sea como fuere, este episodio muestra lo difícil que es no caer en la arbitrariedad cuando el único criterio de juicio es la subjetividad, la del médico o la del paciente.

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