Por un Japón más abierto a la comunidad internacional

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Ashiya. El Japón del siglo XXI debe ser una sociedad más abierta a la comunidad internacional, y para ello ha de flexibilizar su política de inmigración y reforzar la enseñanza del inglés. Estas son las propuestas más llamativas que ha hecho una comisión de expertos, encargada por el gobierno japonés de estudiar las metas de Japón para el nuevo siglo y los medios para lograrlas.

El informe, titulado «La frontera interior: capacitar al individuo y mejorar el ejercicio del poder en el nuevo milenio», es obra de un panel de expertos, presidido por Hayao Kawai, director del International Research Center for Japanese Studies y formado por 16 representantes de varios campos del saber y de la cultura.

Entre las propuestas que más han captado el interés destacan:

– reforzar la enseñanza del inglés, para que los ciudadanos se sirvan de esa lengua como herramienta de comunicación con la comunidad internacional; y proponer, más adelante, un debate público para considerar la adopción del inglés como segunda lengua oficial del país.

– cambiar la actual política de inmigración y establecer un sistema adecuado de residencia permanente, que facilite a los extranjeros trabajar en Japón para contribuir al desarrollo de una sociedad más diversificada.

Otras recomendaciones se refieren a la reforma del curriculum académico a todos los niveles. En el sector de la educación primaria y secundaria recomienda la adopción de la semana de cinco días lectivos: tres dedicados a asignaturas obligatorias y dos a materias extracurriculares o actividades de libre elección por parte del alumnado.

Se propone también establecer un nuevo estilo de gobierno basado en la búsqueda de un consenso entre el Estado y los ciudadanos, en vez de imponer las decisiones desde arriba; y rebajar la edad del derecho a voto de 20 a 18 años, para promover la participación de los jóvenes en la política.

La publicación de estas recomendaciones ha causado una cierta euforia, y el primer ministro Obuchi las incluyó en su discurso inaugural de la nueva sesión de la Dieta, el 28 de enero. Es preciso reconocer que todas son muy loables y dignas de poner en práctica. Sin embargo, en la sociedad japonesa existen todavía muchas barreras para cambios tan radicales y sería necesaria una fuerte dosis de buena voluntad para superarlas.

Tomemos como botón de muestra el caso de los estudiantes extranjeros. En 1983 el entonces primer ministro Yasuhiro Nakasone prometió que para fines de este año 2000 el número de alumnos extranjeros que estudian en Japón llegaría a los 100.000. El caso es que, después de muchos años sin apenas aumento sensible, por fin en 1999 se ha llegado a la cifra récord de 55.755. Este aumento se ha logrado en buena parte gracias al cambio de política gubernamental que concede a los graduados en escuelas profesionales el estatuto de residente y les permite obtener empleo en trabajos relacionados con sus campos de estudio. También ha influido la renovada disposición de las universidades a aceptar alumnos extranjeros. Disposición que, en parte, viene forzada por la perspectiva de la progresiva disminución del alumnado japonés.

Mucho más deberá hacerse para educar a la sociedad si Japón quiere seriamente duplicar el número actual de estudiantes procedentes de otros países y aceptar trabajadores extranjeros. Aparte de las naturales excepciones individuales, este país no siempre responde con entusiasmo ante la llegada de extranjeros, especialmente si vienen con intención de conseguir puestos de trabajo. Los resultados de una encuesta llevada a cabo a finales del año pasado por la Economic Planning Agency a vendedores minoristas es bastante significativa: cerca del 80% expresó su oposición a aumentar el número y tipos de trabajo abiertos a los extranjeros.

Necesidad de inmigrantes

La actual tasa de desempleo (4,6%) y el hermético mercado de trabajo sin duda han influido en los resultados de esa encuesta. Sin embargo, un reciente estudio de la ONU sobre población sostenía que Japón tendría que aceptar por lo menos 600.000 inmigrantes anualmente durante los próximos 50 años. Cifra que sería necesaria sólo para poder mantener el volumen actual de mano de obra, que decrece rápidamente como resultado del envejecimiento de la sociedad y de la caída de la natalidad.

Japón está ahora en plena época de exámenes, y vuelve a removerse el perenne problema del inglés. Como dice Gregory Clark, Presidente de la Universidad Tama, de Tokio, y miembro de English Language Education Reform: «Esta vez parece que la cosa va en serio por tres razones: una es el tremendo shock que ha producido el descubrimiento de que Japón está en último lugar en conocimiento del inglés entre las naciones del Sudeste de Asia, detrás de Laos y Camboya. Otra es el firme compromiso del Ministerio de Educación de estimular el aprendizaje del inglés a partir de la enseñanza primaria (este año empezará en algunas escuelas un plan piloto y será obligatorio a partir del año 2001). Y, por último, las recomendaciones del grupo asesor del primer ministro diciendo que el inglés debe ser la segunda lengua oficial del país».

Los reformistas -dice Clark- sienten envidia al ver cómo otros países de Asia absorben el inglés de forma natural. Pero incluso si el inglés fuera una lengua oficial aquí, es difícil imaginar a la nación japonesa emergiendo como un modelo de fluidez en ese idioma. Muchos de los actuales profesores de inglés no son capaces ellos mismos de hablarlo con corrección, y los intereses creados hacen que mantengan a sus alumnos en la misma condición, imponiéndoles oscuros problemas gramaticales a menudo equivocados. El resultado de todo esto es que se crea en la mayoría de los estudiantes una profunda aversión a todo lo que tenga que ver con el estudio de la lengua inglesa. «Los profesores japoneses -añade Clark- que se aferran a sus métodos de gramática quizás griten y pataleen al ver su estatus rebajado, pero alguien tiene que arrastrarlos al siglo XXI».

Antonio Mélich

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