Por qué el matrimonio es de interés público

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El matrimonio está a salvo; el hombre peligra
¿Pasará esta generación a la historia como la que destruyó el matrimonio? No. Las leyes carecen del poder para aniquilar una institución que nace de la propia naturaleza humana. A lo sumo, pueden generar una masa de individuos desgraciados. ¿Es éste el futuro que nos espera? Un grupo de intelectuales norteamericanos cree que la polémica sobre el «matrimonio homosexual» puede ser una ocasión de oro para encontrar «el camino de vuelta a casa» hacia esa institución natural llamada matrimonio.

En «The Meaning of Marriage. Family, State, Market and Morals», editado por Robert P. George y Jean Bethke Elshtain (1), un grupo de expertos se propone abordar el debate sometiendo a prueba todos los postulados. La premisa es que «falta rigor intelectual» por ambas partes en esta discusión, demasiado influida por prejuicios ideológicos y en exceso «moralista». La aprobación por vía judicial del llamado «matrimonio homosexual» en el estado de Massachusetts ha generado en Estados Unidos -dice Elshtain- el «debate público más polémico en décadas» (2).

No es indiferente la idea del matrimonio

Elshtain, profesora de Filosofía Política, avanza en el prefacio una línea argumental que se repite en varios ensayos: Toda sociedad ha tenido una concepción determinada del matrimonio, que ha experimentado variaciones en el tiempo. «Pero la flexibilidad tiene sus límites», y siempre han existido unos rasgos comunes, que ciertas sociedades, culturas y religiones han sabido realizar, proteger y potenciar mejor que otras. El matrimonio es en todo caso la unión de un hombre y una mujer, la más adecuada para procrear y educar a los hijos, y moralizar el comportamiento sexual humano.

Roger Scruton, de la Universidad de Buckingham, sostiene que un matrimonio siempre ha sido más que un «contrato para vivir juntos». «Una boda -escribe- es un rito de tránsito de una condición social a otra», que tiene desde sus orígenes «un aura sagrada», incluso cuando, con la ley romana, surgió el matrimonio civil, nunca equiparable a un contrato. David F. Forte analiza las características del vínculo matrimonial a lo largo de la historia y llega a la misma conclusión. Ya Aristóteles descubrió que la forma del matrimonio determina el tipo de sociedad, y que «los bárbaros no poseen una ‘polis’ porque tienen familias imperfectas, donde la mujer es esclava del marido».

Esto muestra que unas concepciones del matrimonio responden mejor que otras a la naturaleza del hombre. No es indiferente al desarrollo del potencial humano la definición que quiera darse a esta institución, como no es lo mismo vivir bajo una tiranía o bajo un gobierno justo. Según Scruton, la unión matrimonial llegó a su máxima perfección con el cristianismo: «los padres entendieron su relación hacia los hijos como ‘ágape’ [la forma más elevada de amor]», al tiempo que «la combinación de consentimiento libre con el componente espiritual convirtió al sacramento del matrimonio en la forma más elevada de amistad». No siempre vivieron así los esposos su relación, pero los principios estaban asentados, y el papado moderno supo depurar el sacramento y denunciar las costumbres que lo profanaban.

En manos del Estado

A la vez, surgió una contestación filosófica y cultural de primer orden. La Ilustración escocesa y, después, la francesa introdujeron poco a poco la concepción del matrimonio como contrato, y con ello el Estado se arrogó la potestad de hacer y deshacer una institución que sólo tangencialmente había pertenecido antes a su esfera de poder.

Como expone Jennifer Roback Morse, ésta ha sido la lógica que ha abierto las puertas a todas las formas experimentales de «familia» que hoy conocemos, y conduce -sin proponérselo a veces- a la propia disolución del matrimonio. En muchos lugares, entre ellos España, la unión matrimonial está aún menos protegida que un contrato. De lo contrario, «el juez estaría muy interesado en saber quién lo rompió y por qué». Morse cree que esta tendencia puede llegar a devastar la sociedad desde sus cimientos, y si el proceso no se ha desatado con toda su fuerza es gracias a que muchas personas viven de acuerdo a una concepción del matrimonio distinta de la que propone el Estado.

Para reflejar esta realidad, propone una imagen muy ilustrativa: una empresa encarga un camión de cemento, pero éste no llega, y todos los empleados pasan el día desocupados. El transportista, al ser reclamado, alega que no le ha dado la gana respetar el contrato: «Éste es un país libre… No soy tu esclavo». Extrapolada esta forma de actuar al matrimonio, ¿qué es lo que ocurriría? «Exactamente lo que hubiera previsto un economista: menos hijos, menos calidad y más costes». Y al final, más Estado y más impuestos, puesto que alguien debe resolver los problemas que, antes, la costumbre y la ley educaban e incentivaban para que fueran resueltos dentro del matrimonio.

Porque cuando llegan esos problemas, diga lo que diga la ley, no queda más remedio que admitir que el matrimonio no es sólo cosa de dos. Maggie Gallagher, presidenta del Institute for Marriage and Public Policy, sintetiza uno de los aspectos más políticamente incorrectos hoy: los efectos de la ruptura matrimonial -y, más aún: de la inconsistencia de las parejas de hecho- para la mujer y para los hijos, y la importancia de que haya un rol masculino y otro femenino en la educación de los hijos.

Los fundamentos biológicos

La pregunta sobre el matrimonio es también una pregunta sobre el ser humano. Robert P. George, de Princeton, pone a prueba la tesis del sociólogo James Q. Wilson, del matrimonio como «alianza reproductiva», y diversas ideologías que cuestionan el núcleo matrimonial, desde los pensadores ilustrados hasta la teoría de géneros. Hay, en cualquier caso, una cuestión previa que exige respuesta. Si partimos de que el matrimonio es una invención social más o una creación del Estado, las consecuencias serán muy distintas que si llegamos a demostrar que nace, por necesidad, del mismo hombre: de su división sexual, de su naturaleza social y moral y de su desamparo cuando nace.

Este último aspecto, expuesto en casi todos los ensayos, conlleva una paradoja nada fácil de asumir para la mentalidad contemporánea occidental: la situación de dependencia radical en la que nace el hombre es también el fundamento biológico de su libertad y de su sociabilidad. Incluso las especies animales más evolucionadas tienen un margen de maniobra ínfimo frente a los dictados de la naturaleza física. Pero el niño nace incompleto, porque no dispone de un manual de instrucciones en sus genes. En cambio, sí tiene acceso a lo que han aprendido miles de millones de seres humanos que nacieron antes que él.

Y tiene, en primer lugar, el ejemplo de quienes le rodean, que quizá inconscientemente le transmiten un legado cultural de muchas generaciones y unos valores esenciales hacia los que el niño podrá orientarse o no, en función de la coherencia y la autenticidad que perciba en la forma de vivir de esas personas. Por eso es libre, y por eso está abierto al sentido, a la trascendencia y a la moral. Pero hay un requisito para que el bebé se convierta en un adulto libre: necesita la presencia constante de otras personas, o de lo contrario, si sobrevive, descenderá al mundo de los instintos. La conclusión, en negativo, es que no existe el hombre solitario.

A favor del niño

Pero hay otra respuesta en positivo: sabemos con certeza que el ingrediente necesario para el desarrollo sano de un niño es un entorno de amor y de estabilidad, como afirma Gallagher. Estas necesidades difícilmente pueden proporcionárselas al niño el Estado o el mercado, pero, salvo raras excepciones, están capacitados para hacerlo el hombre y la mujer que lo concibieron. Así se crea una nueva realidad, la familia, que adquiere una identidad propia más allá de la suma de sus miembros, aunque sin llegar a fagocitarlos. Y éste es el lugar, por esto mismo, donde recibe su educación primera y fundamental.

Los constituyentes norteamericanos, explica Forte, tuvieron muy presente esta idea de la familia como escuela de la virtud, idea que no era ajena, en la Europa continental, a Montesquieu. Para éste, la familia es la institución fundamental para educar a los individuos en la virtud pública necesaria para el sostenimiento de una república, en contraste con el gobierno despótico, regido por el miedo.

Ricardo Benjumea____________________(1) Robert P. George y Jean Bethke Elshtain (eds.). «The Meaning of Marriage. Family, State, Market and Morals». Spence Publishing. Texas (2006). 316 págs. 29,95 $.(2) Ver también segunda parte: «El sexo importa».

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