Nuevos puentes entre ciencia y fe

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Éxito de un diccionario interdisciplinar que supera los reduccionismos
Las relaciones entre ciencia y fe no son el recuerdo de un debate decimonónico, como se encargan de mostrar las noticias de prensa: «El alma está compuesta sólo de neuronas», titulaba recientemente a cuatro columnas un diario italiano. Pero al margen de esas visiones estereotipadas, en los últimos años se observa un interés más profundo por fundamentar una recíproca comprensión entre ambas. Un ejemplo es el éxito de un diccionario sobre ciencia y fe, publicado recientemente en Italia, escrito por cien expertos de cuarenta universidades.

Sin duda, la principal novedad de esta publicación (1) es su carácter interdisciplinar: de hecho, la mayoría de las ciento setenta voces que la integran han sido preparadas por autores que poseen títulos universitarios tanto en una disciplina científica como en una humanística, de ámbito histórico, filosófico o teológico.

El diccionario recorre, por un lado, las materias que ha acogido históricamente el debate entre ciencia, filosofía y teología (por ejemplo, la cosmología, la biología, la medicina, e incluso las matemáticas), y por otro, aquellos conceptos que se prestan a un tratamiento interdisciplinar, entre los que figuran las nociones de belleza, finalidad, tiempo; o términos como cielo, corazón, infinito, naturaleza, misterio. La obra aborda también algunas cuestiones de especial actualidad, como la inteligencia artificial, el principio antrópico, la relación entre mente y cuerpo, la vida extraterrestre.

Existen además voces de carácter más programático, que pretenden perfilar temas de difícil equilibrio filosófico-teológico, como la relación entre creación y evolución, el papel de la teología del milagro ante el pensamiento científico, la dimensión cósmica de la resurrección de Jesucristo o la utilización de los resultados de las ciencias naturales en teología.

Cuando la ciencia se hace preguntas existenciales

Uno de los editores de la obra es Giuseppe Tanzella-Nitti, que suma a su actividad de profesor de Teología Fundamental, en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, el background científico de un precedente doctorado en astronomía. En esta entrevista responde a algunas cuestiones de interés general sobre la actualidad de las relaciones entre ciencia y fe.

— Estamos inmersos en una cultura muy fragmentaria en la que se diría que cada ámbito científico va por su cuenta y con un radio de acción muy limitado. De este modo, no se sabe a quién le toca plantear las cuestiones de envergadura sobre el origen y finalidad de la vida.

— Sí, se considera que el método de las ciencias, para ser fiel a sí mismo, obliga al científico a no hacerse nunca las grandes preguntas existenciales. O que si desea hacérselas, lo debe hacer en privado, en una discusión de salón. Sin embargo, hoy asistimos a un hecho interesante: mientras los interrogantes existenciales casi han desaparecido de los libros de filosofía, empiezan a asomar en los libros de divulgación científica. Y pensar que los filósofos presocráticos se llamaban a sí mismos «físicos», es decir, estudiosos de la naturaleza… En mi opinión, la principal consecuencia de esta situación es de carácter ético. Si para reflexionar sobre el sentido de las cosas la naturaleza ya no «sirve», entonces perdemos el contacto con la realidad. De modo que la única regla capaz de guiar el comportamiento -incluido el comportamiento en relación con la vida humana y el medio ambiente- sería el consenso, el acuerdo entre las partes.

Recuperar la unidad

— ¿En la tarea de preparación del Diccionario ha percibido, por tanto, un deseo de recuperar la unidad del saber?

— Es un deseo que existe y que se manifiesta en distintos niveles. El creyente tiene el vivo deseo de armonizar lo que conoce gracias a las ciencias con cuanto conoce gracias a la fe en la Revelación. El no creyente se da cuenta de que el ser humano emerge en el panorama de la naturaleza y querría explicárselo. Cuando intenta hacerlo sólo con los métodos de las ciencias comprueba que siempre le queda «algo» fuera. También los que somos teólogos intentamos movernos hacia esta unidad. Creo que podemos decir que hoy se advierte, desde distintos frentes, la necesidad de recuperar aquella mirada contemplativa sobre la naturaleza y la vida que todo buen investigador, científico, teólogo o filósofo, siente la necesidad de rescatar. Se quiere salir de esa visión demasiado fragmentaria en la que han caído no sólo las ciencias sino a veces también la filosofía y la teología. La teología, por ejemplo, se está acostumbrando poco a poco a ver en las ciencias una fuente de saber que puede contribuir a una mejor comprensión de la Revelación.

— El Diccionario se puede entender, entonces, como un paso con vistas a ese objetivo, teniendo en cuenta su insólito carácter interdisciplinar.

— El Diccionario pretende recuperar esta unidad tanto en el objeto como en el sujeto. En el objeto, porque el mundo que la ciencia estudia es el mismo que Dios ha creado; y en el sujeto, porque para el científico la ciencia no es un simple instrumento con el que puede hacer lo que quiera, sino una actividad humana que lo implica y atrae como persona. La obra aborda temas que necesitan de una visión integral del hombre y de la naturaleza, y que no se pueden afrontar desde una perspectiva que corra el riesgo de caer en el reduccionismo. Es preciso dar cuenta de la complejidad que cada cuestión lleva consigo.

Choques históricos

— Por lo que dice, ¿sostiene que la ciencia y la fe, cada una en su plena autonomía, deberían estar en el mismo «frente»?

— Un antagonismo entre ciencia y fe no sería de ninguna ayuda para el hombre, particularmente ante problemas actuales como la posibilidad de manipular la vida humana, la protección del ambiente o ante los nuevos horizontes abiertos por los descubrimientos de la cosmología o las neurociencias. El futuro del planeta no tiene necesidad sólo de científicos, sino de científicos expertos en humanidad. De esa humanidad de la que la religión es experta gracias al Dios hecho hombre: aquí es imposible no pensar enseguida en el cristianismo.

— Se trabaja en una perspectiva de diálogo, pero las relaciones entre ciencia y fe son un campo abonado de clichés de enfrentamientos. Podemos recordar a Giordano Bruno, Galileo Galilei o Charles Darwin, por citar algunos casos de conflicto.

— En el Diccionario nos ocupamos de esos casos, y de otros, pues han condicionado, para bien y para mal, la comprensión de las relaciones entre fe y razón, o entre teología y ciencias. En este campo existen, por desgracia, muchos lugares comunes, entre otras cosas por la carga ideológica con la que se ha abordado el tema en el siglo XIX y principios del XX. Basta pensar, por ejemplo, en la suposición de que la ciencia nació como un fenómeno de emancipación de la teología y contra la teología; o que las ciencias serían expresión de certeza, de objetividad y de saber comunicable, mientras que la fe permanecería en el ámbito de lo subjetivo e incomunicable, cuando no de lo irracional. Está presente también un planteamiento «clásico», en mi opinión equivocado, según el cual la ciencia debería ocuparse sólo del «cómo» y dejar que la fe responda al «porqué». En realidad, también la ciencia responde a sus «porqués», y basta preguntárselo a cualquier científico. Algunos de estos lugares comunes se han filtrado a veces en el ámbito histórico, como la idea de que en tiempos de Galileo la fe cristiana se identificaba con el aristotelismo, o que los religiosos y eclesiásticos dejaron de ocuparse activamente de la investigación científica a partir del nacimiento de la ciencia moderna.

Clichés de la divulgación

— También la divulgación científica ha contribuido, en ocasiones, a la confusión.

— Sí, por ejemplo, cuando sostiene que evolución y creación son dos lecturas opuestas e incompatibles de la historia del cosmos y del hombre; o que la síntesis de la vida -sin excluir la humana- realizada en laboratorio demostraría su total reducción a la materia; o considerar que la comprensión científica de la existencia o no del Big Bang sea decisiva como prueba, a favor o en contra, de la doctrina religiosa de la creación y de la existencia de Dios. O, por citar otro caso, sostener que el descubrimiento de inteligencias extraterrestres sería una especie de «golpe mortal» que la ciencia daría a la religión y a la fe.

— Entre los puntos mencionados figura la evolución, un tema que aparece frecuentemente en el debate público. ¿Cómo abordan en el Diccionario esta cuestión?

— En primer lugar, mediante una clarificación epistemológica de los términos y contenidos que afectan al debate. Cuando se comprende lo que quiere decir creación en teología y las diversas acepciones filosóficas asumidas por este término, es más fácil explicar las diferencias respecto al uso que de esta noción puede hacer la biología o la cosmología. Resulta también más claro comprender su correcta relación con la noción de evolución, que es algo bien distinto de evolucionismo. De este modo, se evitan dos riesgos opuestos: el «concordismo» y el fundamentalismo.

Entender bien la evolución

— ¿Por qué subraya la distinción entre evolución y evolucionismo?

— Porque son dos términos que quieren decir cosas distintas. En este punto el Magisterio de la Iglesia ha mantenido una coherencia de fondo que va desde la Humani generis, de 1950, hasta la carta de Juan Pablo II a la Academia Pontificia de las Ciencias, de 1996, en la que afirmaba que la evolución no podía ser considerada como una simple hipótesis. Lo que se ha estigmatizado es el evolucionismo, es decir la corriente filosófica de índole materialista -emparentada con el historicismo absoluto-, según la cual toda realidad material se desarrolla de modo necesario o casual: en una visión materialista las dos posibilidades no se oponen. Se niega así la presencia de una causa final trascendente y se sostiene que si existen realidades espirituales, no serían cualitativamente diversas de cuanto lo que la materia produce por sí misma. La evolución, por su parte, es un planteamiento teórico sólido, de carácter científico, que muestra cómo en las formas vivientes se han dado desarrollos y transformaciones.

— Hoy se está difundiendo una cierta visión religiosa, casi «sagrada», de la naturaleza, que parece que atrae también a algunos científicos.

— En muchas de las voces del Diccionario aparece un mensaje bastante claro: el cristianismo tiene una visión religiosa de la naturaleza, pero no hace de la naturaleza una religión. Hemos intentado responder también a la crítica de que la tradición religiosa judeo-cristiana, con el mandato de dominar la tierra, ha favorecido la desacralización del cosmos y su explotación incontrolada. Es otro lugar común de algunos filósofos del siglo XX, pero las cosas no son así, como lo demuestra un análisis atento del mensaje bíblico y de las corrientes filosóficas que han influido en una concepción deísta de la relación entre Dios y naturaleza.

Diego Contreras____________________(1) Giuseppe Tanzella-Nitti y Alberto Strumia (ed.). Dizionario interdisciplinare di scienza e fede: cultura scientifica, filosofia e teologia. Urbaniana University Press-Città Nuova. Roma (2002). 2 volúmenes. 2.340 págs. El diccionario cuenta con una página web (www.disf.org) que incluye informaciones de interés, documentación y orientación bibliográfica sobre cuestiones relacionadas con ciencia y fe.Galileo en Roma

Ver reseña de Galileo en Roma. Crónica de 500 días.

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