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No hay «crisis del agua», sino mal aprovechamiento

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En los últimos años se ha difundido la idea de que la escasez de agua va a ser uno de los grandes problemas de la humanidad en las próximas décadas. Sin embargo, la crisis del agua es más un problema de mala gestión que de escasez, según han señalado diversos expertos con motivo del «Día Mundial del Agua», celebrado el 22 de marzo. Se puede mejorar mucho en el aprovechamiento del agua, sobre todo en el regadío. De cada 100 litros consumidos en el mundo, 70 van a la agricultura y 30 al consumo doméstico y a la industria.

Con frecuencia se suele dar la cifra de 1.000 metros cúbicos por persona y año como el mínimo de agua indispensable para cubrir las necesidades. Basándose en este índice, la FAO afirma en su informe de 1993 sobre la situación mundial de la alimentación y de la agricultura, que una treintena de países tendrán escasez de agua en el año 2000. Estos países, que totalizan unos 300 millones de habitantes, están situados en su mayoría en África del Norte, Oriente Próximo y el África subsahariana.

Sin embargo, advierte el hidrólogo Ramón Llamas, de la Real Academia Española de Ciencias, «un uso indiscriminado de esa cifra tiene poco sentido. Basta decir que Israel cuenta con algo menos de 500 metros cúbicos por persona y año, sin que esto haya impedido su desarrollo».

Lo que puede crear conflictos por el uso del agua en regiones áridas son los enfrentamientos políticos. Tal es el caso del aprovechamiento de la cuenca del río Jordán entre Israel, Jordania, Siria y Líbano. O el posible conflicto por los grandes aprovechamientos de aguas para regadío efectuados por Turquía en la cabecera de los ríos Tigris y Éufrates, que luego fluyen hacia Siria e Irak.

La otra fuente de problemas es el despilfarro del agua, sobre todo en la agricultura. El riego de una hectárea de arroz, por ejemplo, consume tanta agua como un centenar de familias durante dos años. Actualmente, según el citado informe de la FAO, los cultivos de regadío mantienen a 2.400 millones de habitantes, es decir, casi la mitad de la población mundial. Y proporcionan el 50% de la producción mundial de trigo y arroz.

Ahora bien, dice el informe, el agua utilizada a efectos de riego «puede ser despilfarrada en una proporción que alcanza el 60%». Y con resultados decepcionantes, ya que «quedan muy por debajo de lo que cabría esperar en cuanto a aumento de rendimientos, de superficies regadas y de eficacia técnica en la utilización del agua».

Además, «los proyectos de riego están entre las actividades económicas más fuertemente subvencionadas en el mundo». Así, México dedica al regadío el 80% de los gastos públicos en agricultura, mientras que China, Indonesia y Paquistán emplean en esto más de la mitad de la inversiones agrícolas.

Para que los agricultores aprovechen mejor el agua, la FAO preconiza utilizar más las modernas técnicas de ahorro del agua, descentralizar los organismos públicos encargados de la gestión del agua y que los propios agricultores exploten las instalaciones de riego. Y, para cambiar las actitudes tanto de los agricultores como de los consumidores, es determinante el precio del agua. En Estados Unidos, Israel y Gran Bretaña, un aumento del 10% del precio ha provocado una caída de la demanda hasta de un 7%.

Por su parte, Ramón Llamas destaca tres principios éticos para una buena gestión del agua, sobre los que existe un consenso en las Agencias de Naciones Unidas: solidaridad, de modo que los recursos hídricos no puedan considerarse como algo susceptible de una propiedad privada absoluta, sin tener en cuenta las repercusiones en otras personas y en la naturaleza; subsidiariedad, para que la gestión del agua sea lo más descentralizada posible; y participación de los usuarios en la toma de decisiones, lo cual exige por su parte cierto nivel cultural y técnico.

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