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Las escuelas preferidas de los padres nigerianos

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La nacionalización de escuelas obedecía a varias razones. Una era la tendencia socialista a la propiedad estatal de los servicios sociales, con el fin declarado de ponerlos al alcance de todos. Otra era que el gobierno quería reunir en las mismas aulas estudiantes de los distintos grupos étnicos -más de 250- de Nigeria. Estas «escuelas unitarias», también llamadas Colleges del Gobierno Federal, muy bien dotadas de recursos estatales, eran de buena calidad, y difícilmente la iniciativa privada podía competir con ellas. Pero con el paso del tiempo, estos colegios se han deteriorado por la incuria y la pérdida casi total de los ideales que animaron a sus promotores. Hoy se distinguen por el estado de abandono de los edificios, la baja calidad de la enseñanza, la notoria indisciplina de los alumnos y la escasa motivación de todos.

Hoy las escuelas privadas están a la orden del día. Son numerosas y las preferidas de las familias.

En busca de colegios buenos, no de elite

En los colegios estatales los alumnos no pagan apenas nada, práctica que se remonta al tiempo de los gobiernos civiles de los años ochenta.

Aunque las escuelas privadas cuestan dinero, los padres prefieren hacer sacrificios para que sus hijos estudien en ellas. El precio suele rondar las 15.000 nairas (100 euros) por trimestre. Las mejores escuelas cobran más, desde 80.000 nairas (570 euros) hasta 700.000 nairas (5.000 euros) algunas que dicen ofrecer programas y enseñanza de nivel europeo. La escuela de los hijos se ha convertido en motivo de orgullo -y de rivalidad- entre los padres nigerianos; muchos están dispuestos a pasar necesidad con tal que sus hijos vayan a una escuela de postín.

La Iglesia católica es uno de los principales promotores de escuelas, y desde que se puso fin a la nacionalización ha demostrado que las suyas son mejores que las dirigidas por particulares. Los colegios de las misiones y, en general, los de orientación cristiana se cuentan hoy entre los más prestigiosos.

Las otras escuelas privadas son, en su mayoría, iniciativas de profesores experimentados. Las demás son propiedad de potentados, para quienes poseer una escuela -o incluso una universidad- se ha convertido en un símbolo de status social. Estos colegios, muy caros, están reservados a la elite. Pero el nivel de las matrículas no necesariamente se corresponde con el de la enseñanza, y más bien se traduce en una elevada tasa de indisciplina entre los alumnos, que por pagar tanto se consideran con derecho a saltarse las normas. Con la misma mentalidad de clientes, los padres aprueban tácitamente semejante actitud.

Por eso, poco a poco, los padres verdaderamente deseosos de dar una buena educación a sus hijos se están yendo de esas escuelas de elite a otros centros privados -confesionales o de particulares- de inferior nivel social pero con ideales educativos más sólidos. Y aunque en estos colegios las matrículas no están al alcance de cualquiera, muchos alumnos no son de clase acomodada. Algunos tienen becas; otros están allí gracias a los sacrificios de sus padres.

Todo esto muestra que gran número de nigerianos de modestos recursos valoran mucho la educación. Una máxima común entre ellos viene a decir: «Si yo no pude estudiar porque mis padres no tenían dinero, a mis hijos no les pasará lo mismo».

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