La Iglesia en tiempos de escándalo

publicado
DURACIÓN LECTURA: 6min.

Richard John Neuhaus escribe sobre los abusos de menores cometidos por sacerdotes en Estados Unidos (First Things, abril 2002).

Neuhaus hace una advertencia: «Los medios de comunicación, los abogados y las compañías de seguros -junto con católicos descontentos, tanto liberales como conservadores- son duchos en explotar los escándalos en beneficio de sus distintos intereses. Los estudiosos señalan que los abusos de menores no son más frecuentes, y quizá lo sean menos, entre los sacerdotes católicos que entre el clero protestante, los profesores, los trabajadores sociales o profesiones similares. Pero, como también se hace notar, el clero católico es un blanco mucho más atractivo para las querellas, porque en su caso se puede demandar a la diócesis misma. Es una responsabilidad legal derivada de la estructura jerárquica de la Iglesia. Además, a la indignación manifestada por muchos en la prensa se suma otro interés, a saber: desacreditar las enseñanzas de la Iglesia sobre la sexualidad humana, con las que están verdaderamente indignados.

«Se puede y se debe tener en cuenta estas y otras consideraciones; pero ello no anula la trágica realidad de que se han cometido grandes males (…). Se ha hecho daño a niños; se han roto votos solemnes, y parece que una falsa compasión -unida a un clericalismo proteccionista- ha permitido que algunos sacerdotes realizaran actos terribles repetidas veces».

De ahí el peso que cae sobre algunos pastores. «Para obispos, superiores de órdenes religiosas y otros responsables de la integridad moral del clero, los actuales escándalos constituyen la dolorosa hora de la verdad. La mayor parte de los sacerdotes presuntamente implicados rondan hoy los sesenta o setenta años, o tienen más edad aún. Se formaron y recibieron la ordenación en los años 60 ó 70, época en que -además de falsa compasión y proteccionismo clerical- había en ciertos sectores en la Iglesia una actitud indulgente con lo que se consideraba pecadillos sexuales. Cualquiera que viviera entonces y tuviera ojos en la cara sabe que así es. En todas las Iglesias cristianas, en especial entre el clero -tanto protestante como católico- involucrado en activismo social, había mucha confusión y laxismo con respecto a la moral sexual (heterosexual, homosexual o sin especificar). Esto es lamentable, pero no debería sorprender a nadie. También en esto, las instituciones religiosas con demasiada frecuencia se conforman a la cultura de la que forman parte».

En la Iglesia católica, ahora la situación es distinta, en general. Antes, para no pocos sacerdotes, «la postura correcta era aceptar la homosexualidad y condenar cualquier forma de homofobia. Hoy, creo, se puede decir que los seminaristas y el clero joven saben muy bien qué se espera de ellos en materia de fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia. Pero ahora la relajación y las desviaciones de otros tiempos pasan factura, como la han venido pasando desde que salieron a la luz los abusos sexuales por parte de sacerdotes, hace más de una década». Neuhaus está convencido de que la Iglesia saldrá de esta crisis, pero quizá no antes de que pase mucho tiempo.

«Tolerancia cero»

«Pese a tanto como se habla de que en nuestra cultura está muy extendida la prevención contra los ‘juicios de valor’, en algunas materias se juzga con muy mayor severidad. Por ejemplo, en todo lo relacionado con los niños, lo que en los años 70 para algunos no era más que una falta embarazosa, en los 90 pasó a verse como un crimen atroz. La teoría psicológica, el Derecho y la opinión pública han experimentado un cambio drástico». Por eso se reclama a los obispos que empleen «tolerancia cero» con los clérigos culpables de abusos. Neuhaus recuerda que ya en 1993, el Card. Law, de Boston, aplicaba un procedimiento semejante: revisó los archivos para descubrir todas las acusaciones creíbles contra sacerdotes y procuraba asegurarse de que no se asignara a los sospechosos encargos pastorales en que pudieran estar en contacto habitual con menores. Pero si en algunos casos se mantuvo en el ministerio activo a sacerdotes que siguieron cometiendo abusos, fue «de acuerdo con consejos médicos y psicológicos que por entonces se consideraban perfectamente sensatos». «Además, según algunos expertos, expulsar a uno de esos sacerdotes no serviría más que para dejar suelto en la sociedad a un depredador sexual. El vapuleo que ha recibido el Card. Law se debe, en gran parte, a que no supo prever los cambios que luego se dieron en la teoría médica y psicológica sobre los abusos sexuales y quienes los cometen».

Por otra parte, Neuhaus advierte que «aplicar ‘tolerancia cero’, en esta y otras materias, puede llevar a extremos ridículos, y a inhibir relaciones sanas y naturales, especialmente en la labor con gente joven; pero eso es, probablemente, parte del precio que se ha de pagar». En cualquier caso, Neuhaus sostiene que «cuando se trata de la adhesión de los sacerdotes a las enseñanzas de la Iglesia, la ‘tolerancia cero’ ha de ser hoy lo normal».

De todos modos -advierte Neuhaus- hay que estar en guardia contra las acusaciones infundadas, como las dirigidas contra el anterior cardenal de Chicago, Joseph Bernardin (ver servicios 35/94, 51/94 y 25/95). «Este incidente -señala Neuhaus- sirvió para recordar a la gente que también los sacerdotes deben ser considerados inocentes mientras no se demuestre su culpabilidad. En el actual ambiente de escándalo, es necesario que vuelvan a recordarnos esa verdad. Con demasiada facilidad, la indignación desbocada puede convertirse en histeria».

Presunción de inocencia

Entre las consecuencias de los escándalos, Neuhaus menciona el posible daño a la autonomía de la Iglesia. «El derecho de las instituciones religiosas a gobernarse puede resultar gravemente erosionado bajo la presión de abogados, compañías de seguros y el Estado. No se debe subestimar la crueldad de muchos que ejercen en el foro. Como ha escrito Peter Steinfels en el New York Times, ahora se descubre que ‘también los abogados de los demandantes pueden jugar duro, inflando las acusaciones y usando la prensa para explotar el miedo y los prejuicios del público, con la esperanza de que la Iglesia, para evitar más escándalos, acepte un arreglo extrajudicial’. Así, con respecto a la autonomía, confidencialidad se traduce ahora por secretismo, y discreción, por evasivas».

Por eso, «las noticias de que algunos sacerdotes han sido acusados de abusos y se ha llegado a acuerdos extrajudiciales, no deben interpretarse como prueba de que esos sacerdotes son culpables. Algunos de ellos han protestado y siguen protestando su inocencia, pero los abogados y las compañías de seguros advirtieron a los obispos que ir a juicio costaría mucho más que los pactos extrajudiciales y podría terminar en condena, lo que supondría tener que pagar más aún». Esto no significa, añade Neuhaus, negar a la autoridad civil el derecho de intervenir, según sus propias competencias: «El pecado es asunto de la Iglesia, y el delito es asunto del Estado».

Otra posible consecuencia de los escándalos es «que se erosione la confianza en la posibilidad del arrepentimiento y la enmienda». «Esta confianza se descarta por ingenua cuando se trata de dar a los sacerdotes otra oportunidad. Pero la creencia en el poder de la gracia de Dios para provocar un cambio de vida está en el centro de la fe cristiana, y tiene apoyo sobrado en la Escritura y en la experiencia de innumerables cristianos. La fe en el don de la gracia, sin embargo, es perfectamente compatible con saber que el don no siempre se recibe eficazmente».

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.