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Globalización: ¿algo más que «e-conomía»?

publicado
DURACIÓN LECTURA: 6min.

Pensar en global sin olvidar a las personas
¿Debemos temer a la globalización? ¿Podemos oponernos a ella? ¿A quién beneficia y a quién perjudica? En el amplio panorama de nuevos libros sobre el tema, dos perspectivas complementarias pueden arrojar algo de luz. Por un lado, el análisis de un experto en política exterior como Thomas Friedman, que apunta tanto a la inevitabilidad del fenómeno como a la manera en que países y empresas deben ajustarse a este «nuevo» orden mundial. Por otro, la mirada del sociólogo Richard Sennett, centrada en el trabajador, llama la atención sobre esos aspectos menos apasionantes del nuevo mercado laboral donde no todos van a a ser ganadores y «e-mprendedores» de éxito.

Lexus: prestigiosa marca japonesa de automóviles de lujo. En el libro (1) de Friedman, «lexus» es símbolo del progreso económico, del deseo humano de satisfacer necesidades materiales. Olivo: árbol procedente de la cuenca mediterránea. Aquí, símbolo de las culturas tradicionales, de la también necesidad humana de identificarse con una tierra, una lengua, una religión, etc., etc.

Thomas Friedman es periodista, fue corresponsal del New York Times en Oriente Medio y autor del libro From Beirut to Jerusalem, con el que obtuvo el premio Pulitzer en 1988. Actualmente es comentarista de política internacional en el mismo periódico, un empleo para el que necesita, además de saber de política, tener en cuenta otros cinco ámbitos de conocimiento: mercados financieros, cultura, seguridad, tecnología y medio ambiente. Así comienza este libro: reconociendo que el fenómeno que llamamos «globalización» demanda una visión más amplia que la del antiguo especialista.

Del Muro a la Red

En «El lexus y el olivo» -libro que se ha traducido al castellano por Tradición versus innovación-, Friedman explica las consecuencias de la globalización, el nuevo sistema que sustituye al que durante décadas configuró la guerra fría. Si el símbolo de la guerra fría fue un Muro que dividía a todos, dice Friedman, el símbolo de la globalización es una Red, que une a todos.

Su complejidad radica en que, a diferencia del antiguo orden (rusos frente a americanos, todo el mundo sabía a dónde pertenecía y quién estaba al mando), este nuevo cuasi desorden mundial se basa en la democratización (término de Friedman que quizás no guste a todos) de la tecnología, de la información y las finanzas. Esto va a generar grandes oportunidades de desarrollo económico. Pero también fricciones de muy diverso tipo: hay quienes ven en la globalización al malo de la película (por quien se pierde el puesto de trabajo, se destruye el Amazonas o la identidad cultural); hay otros que se resisten a perder sus privilegios (desde empresas a individuos pasando por elites gubernamentales).

Si el título del libro y su comienzo hacían presagiar que Friedman abordaría ese difícil equilibrio entre el deseo de progreso económico y la identidad cultural, pronto se advierte que no es así. El autor dedica muchas más páginas y es notablemente más brillante al intentar convencernos de la inevitabilidad de la globalización, de sus múltiples e interconectados aspectos y, en definitiva, de la conveniencia de que gobiernos, empresarios e individuos adquieran esa nueva mentalidad. En caso contrario se corre el grave riesgo de padecer lo que califica de «inmunodeficiencia de microchip», una grave enfermedad que contraen países y compañías cuyos síntomas son «la incapacidad de aumentar la productividad, los salarios, los niveles de vida, la utilización del conocimiento y la competitividad».

La camisa de fuerza

¿Qué es lo primero que puede hacer un país al respecto? Ponerse la «dorada camisa de fuerza»: y esta no es otra que aceptar pura y duramente que la libertad de mercado es un hecho, no una ideología. Tan pronto un país acepta esto y lo pone en práctica, suelen ocurrir dos cosas: la economía crece y la política se encoge. O sea, se diluyen las diferencias aquellas entre izquierdas y derechas. ¿Alguna posibilidad de quedarse al margen? Sí, pagando un alto precio, según Friedman, porque tendrá que construir un alto muro, tanto económico como político.

Segundo paso que ha de seguir un país que se precie: conectarse con el «rebaño electrónico», un peculiar conjunto formado por todos aquellos intermediarios que mueven el dinero en bonos, acciones, obligaciones y demás por todo el globo. El «rebaño electrónico» adora la camisa de fuerza porque obliga a los países a abrazar el credo liberal que supone, precisamente, poder entrar y salir, moverse y actuar (financieramente hablando).

¿Cuál es el problema de este peculiar ganado? Que nadie está al mando, que apoya hoy sí y mañana no a empresas o países enteros, que reacciona en segundos, que se puede equivocar también en sus decisiones y caer en el pánico o en el bluff. Así la teoría del dominó pertenece hoy a la economía, no a la política.

La democratización imparable

Pero quizás uno de los aspectos más interesantes del libro es la conexión que apunta entre la globalización en términos económicos y en sentido político. Friedman señala la «revolución» democrática que todo ese panorama de mercados abiertos, nuevas tecnologías y flujo de la información está promoviendo en muchos países.

Se trata así de una democratización que es empujada desde fuera, que no necesita enfrentamientos civiles y que se impone poco a poco, aunque, obviamente, no solo las fuerzas del mercado estén a su cargo. Efectivamente el «rebaño electrónico» de inversores no valora la democracia per se; pero la estabilidad, transparencia y capacidad de proteger la propiedad privada, entre otros, son rasgos que se cumplen fundamentalmente en regímenes democráticos y, por lo tanto, son valorados por quienes apoyan financieramente países y empresas.

La valoración final de Friedman sobre el peso que cada país -y sus empresas- tienen está ligado a multitud de factores. Desde el punto de vista tecnológico, la cuestión es en qué medida un país dispone de cableado, y de qué ancho es este. Pero además hay otras cuestiones: la capacidad de establecer alianzas, de invertir en conocimiento, de moverse rápido (mental y logísticamente hablando), la propia imagen de marca del país en el exterior, etc.

Los que quedan fuera

El libro de Friedman dedica los últimos capítulos a analizar algunos excesos de la globalización y posibles soluciones, apartado considerablemente más flojo que los anteriores. Y es que, aunque reconozca algunas de las debilidades del nuevo sistema, orden o desorden mundial, el enfoque carece de apertura y olvida cuestiones fundamentales. Así, por poner un ejemplo, todo el continente africano (salvo para citar desastres) y América Latina (salvo por lo que respecta a México y Brasil) quedan fuera no solo de la primera parte del libro, sino de la segunda. Sí, hay aspectos interesantes como la relación entre globalización y medio ambiente o incluso algunas de sus disquisiciones sobre cultura. Pero la visión de Friedman es considerablemente fría, bastante superficial y poco humana (es favorable al control de la población).

Incluso para un no estadounidense acaba haciéndose empalagoso y hasta un tanto arrogante en todo lo referente a la forma de ver su país en el nuevo «orden» mundial. Aunque Friedman se presente como un integracionista (partidario de la globalización) y a la vez promotor de ciertos correctivos de carácter social (social-safety-netter), el final decepciona un poco.

En definitiva, The Lexus and the Olive Tree es una obra excelente para todos los países, empresas e individuos que no quieran perder el tren, pero quizás menos excelente para los que piensan no solo en su destino sino en el de los demás.

Aurora Pimentel_________________________(1) Thomas Friedman. The Lexus and the Olive Tree. Harper Collins. Londres (1999). 394 págs. Traducción castellana: Tradición versus innovación. Atlántida. Buenos Aires (1999). 484 págs. 3.900 ptas.

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