Fondo de Población: profecías de calculadora

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Análisis

La semana pasada, el Fondo de la ONU para la Población (FNUAP) presentó en todo el mundo su informe anual, El estado de la población mundial 2001. Este año, el informe se ocupa de los efectos de la población en el medio ambiente: disponibilidad de alimentos y demás recursos, contaminación, efecto invernadero… El mensaje es que, para que no se destruyan los ecosistemas del planeta y se garantice la alimentación y el bienestar de sus habitantes, se impone reducir el crecimiento demográfico mediante la difusión de anticonceptivos en los países en desarrollo (PED). Tal moraleja nunca es, en las publicaciones del FNUAP, una conclusión extraída de la experiencia, sino una premisa en apoyo de la cual se aportan datos oportunamente seleccionados.

El procedimiento común consiste en tomar una estimación actual y extrapolarla hacia el futuro, como si no hubiera otros factores. Por ejemplo, el informe dice (p. 15) que en los PED había, en 1992, 0,2 hectáreas de tierra cultivable por persona; en 2050, debido al incremento del denominador (de 4.300 millones a 8.141 millones de habitantes, según se estima), habrá en torno a la mitad. Del mismo modo, uno podría decir: ahora peso 70 kilos, 2 más que hace un mes; si sigo así, dentro de dos años pesaré 120 kilos.

El cálculo del FNUAP es igualmente simplista. Primero, supone que la humanidad no será capaz de ganar superficie cultivable; segundo, no tiene en cuenta la evolución de la productividad. Pero el International Food Policy Research Institute (IFPRI) estima que de 1993 a 2020 las tierras arables aumentarán un 5,5%. Lo que bastará, añade, para que la producción agrícola suba un 41% (IFPRI, The World Food Situation, 1997).

Lo cierto es que la población mundial está mejor alimentada que antes, y eso es lo que en definitiva importa. En 1971, los PED tenían 2.771 millones de habitantes, de los que 1.851 millones no sufrían malnutrición; en 2000, 4.099 millones de sus 4.891 millones de habitantes tenían suficientes alimentos (FAO, The State of Food Insecurity in the World 2000). Por tanto, en 29 años los PED han logrado evitar el hambre a 2.248 millones de personas adicionales. El FNUAP hace profecías de calculadora sin atender a las tendencias observadas.

El coste climático

Otra característica del informe es la diseminación de números, apropiados a lo que en cada momento se quiere decir, sin que se relacione unos con otros. Quien se tome la molestia de comparar datos dispersos hallará algunas sorpresas. En la p. 52 se estima lo que se necesita gastar en difundir los métodos de control de la natalidad en los PED: 17.000 millones de dólares anuales hasta 2015, y 21.700 millones anuales a partir de esa fecha. Este dato debe de ser más seguro que otros que aporta el FNUAP, ya que en gran parte se refiere a su propio presupuesto.

En la página siguiente se da el «costo climático» de un nacimiento en los PED: 100 dólares que cada nuevo niño añade a la factura del calentamiento de la Tierra. Ahora bien, como los muertos no cuentan a estos efectos, más bien habrá que calcular el costo climático en función de las personas que se agregan a la población, no de las que nacen. El año pasado la población de los PED creció en unos 74,1 millones de habitantes, lo que supone un costo climático adicional de 7.400 millones de dólares, mucho menos que el gasto en control de la población que reclama el FNUAP.

En conclusión, los niños son más baratos que las campañas anticonceptivas. En efecto, el informe estima que estos programas cuestan entre 30 y 330 dólares por nacimiento evitado en los PED (p. 53). El valor medio (180 dólares) se acerca al doble del «costo climático por nacimiento».

El FNUAP podría alegar que evitar nacimientos implica otros ahorros. Pero, si quisiera ser creíble, tendría que contar también los beneficios que aporta la población. En cambio, justifica el pintoresco índice del costo climático diciendo solo que «las actividades de cada persona y de su prole crean emisiones de gases de efecto invernadero debido al uso directo o indirecto de la energía y de las tierras» (p. 53). ¿Acaso las personas no producen nada con que pagar los efectos del calentamiento terrestre? ¿O no se podrá aumentar la eficiencia en el uso de energía? De hecho, así ha venido sucediendo ya: en 1992, el mundo produjo casi el doble de riqueza por unidad de energía consumida que en 1971 (Banco Mundial, World Development Report 1994: Infraestructure for Development).

Mas, para el FNUAP, el crecimiento demográfico es un gasto neto y las campañas anticonceptivas, un beneficio en todo caso. Es inexplicable, entonces, que en la segunda mitad del siglo XX hayan coincidido en los PED dos récords históricos: el mayor aumento del bienestar general (medido en mortalidad, ingesta de calorías por cabeza…) y el más fuerte incremento de la población.

Rafael Serrano

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