“En Colombia, la información es considerada como una arma más de guerra”

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El reciente secuestro de un obispo y un sacerdote ha puesto de relieve ante el público mundial la tragedia colombiana. Por término medio, cada mes hay en Colombia 27 asesinatos colectivos, más de 200 secuestros, 30.000 nuevos desplazados, seis mutilados o muertos por minas antipersonas. Y, como en las guerras, en el conflicto colombiano la información puede convertirse en una arma más. Por eso, hace cuatro años algunos periodistas colombianos fundaron Medios Para la Paz, con el objetivo de «desarmar la palabra», promoviendo la información veraz y responsable. Por esta labor, Medios para la Paz ha recibido el Premio Luka Brajnovic, que otorga la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Hemos hablado con Gloria Moreno de Castro, la directora ejecutiva, que acudió a Pamplona para la entrega del premio, celebrada el 8 de noviembre.

El Premio que lleva el nombre del respetado profesor de periodismo Luka Brajnovic (1919-2001; ver reseña de sus memorias en el servicio 34/01) se otorga desde 1997 a comunicadores que se hayan distinguido por su trayectoria profesional en defensa de la dignidad y los derechos humanos. En ediciones anteriores se dio a personalidades como la editora de prensa nicaragüense Violeta Chamorro, el productor de cine David Puttnam (ver servicio 171/99) o el periodista gráfico Miguel Gil (a título póstumo), que murió mientras realizaba su trabajo en Sierra Leona en mayo de 2000 (ver servicio 160/01).

Gloria Moreno de Castro

Medios para la Paz, galardonado este año, trabaja a favor de los periodistas, colombianos o extranjeros, y del público al que ellos sirven. Su tarea se resume en facilitar a los profesionales medios para que desempeñen su misión con competencia y sentido de responsabilidad.

Para que la información no sea arma de guerra
— ¿Cómo nació Medios para la Paz?

— Primero quisiera partir de la guerra interna que vive Colombia, el conflicto armado más largo del continente americano: más de cuarenta años de guerra, pero también con una larga historia y experiencia en negociaciones de paz, acuerdos, armisticios, desmovilizaciones de movimientos guerrilleros, reinserción de guerrilleros a la vida civil, de múltiples esfuerzos desde la sociedad para la paz.

Y de pronto confluyeron dos aspectos. Primero, el vacío profesional experimentado por algunos periodistas, ya que la guerra requería un compromiso más firme por parte de la prensa en cuanto a la búsqueda de solución, en cuanto a la manera de narrarla: no desde los portavoces armados, sino desde las historias de las víctimas. Hacía falta también una mayor comprensión del contexto, del análisis histórico. Era preciso un periodismo más investigativo, de seguimiento de las negociaciones políticas, que exigía de unas herramientas profesionales específicas para recuperar el valor objetivo de la palabra. Segundo, lo anterior coincidió con un momento en que la sociedad colombiana comenzaba a reclamar de la prensa mayor responsabilidad, ya que en ocasiones había llegado a ser calificada como otro actor del conflicto, como un instigador de violencia, un instrumento que entorpecía la paz. Y a raíz de esos dos factores nació Medios para la Paz.

—— Ser periodista en Colombia se ha convertido en una profesión verdaderamente arriesgada, no sólo por el riesgo de la situación bélica misma, sino también porque los periodistas son extorsionados y asesinados por sus informaciones…

—No quiero colocar al periodista colombiano como un ser privilegiado, pues en mi país muere tanta gente indefensa, gente de la población civil, líderes sindicales, defensores de los derechos humanos, políticos… Pero creo que la prensa debe representar la voz, los oídos, el sentir de la población en su conjunto, y ser también defensora de todos los demás derechos, no sólo del derecho a la información. En Colombia, como en todas las guerras del mundo, la información es considerada una arma más de guerra, en la batalla de la opinión pública.

Pero también se cometen injusticias por parte de los periodistas: por carencias profesionales, porque sin quererlo nos alineamos en un bando determinado, o sencillamente por connivencias explícitas con los actores armados. Hay carencias a la hora de narrar, porque ni se investiga ni se analiza lo suficiente. En el exterior no se conocen bien las presiones que ejercen los actores armados ni los riesgos del periodismo en tiempos de guerra, entre fusiles, con una impunidad donde no se descubren tampoco los autores materiales de los hechos. Y ahí es donde ocupamos un doloroso lugar de riesgo, figurando en la lista de los países donde es más peligroso ser periodista.

Cualificar a los periodistas
— Medios para la Paz resume sus objetivos en tres conceptos: cualificación, reflexión y documentación. Para ello lleva a cabo una intensa labor docente y asesora, y ha sido requerida por numerosas instituciones académicas en Colombia y en todo el mundo. ¿Cómo han desplegado esta actividad, y qué respuesta han encontrado?

En el área de formación y reflexión, hemos diseñado talleres en el campo del contexto histórico, en el de la ética, de la investigación, de la narración periodística de la guerra, de análisis de contenidos… En muchas ocasiones desplazamos los talleres a las regiones más afectadas por la guerra, y trabajamos codo con codo con los periodistas locales.

Generamos alianzas entre los periodistas, advirtiéndoles que no queremos más mártires, que lo que necesitamos es proteger la información frente a los actores armados, contar la verdad, para que 42 millones de colombianos estén bien informados. Creamos también alianzas con los organismos internacionales, que garanticen la neutralidad de la información.

Hemos diseñado incluso un diplomado que hemos llamado «periodismo responsable en el conflicto armado», que ha sido avalado por la Universidad Javeriana. También fomentamos tertulias entre colegas sobre temas específicos de la guerra o de las negociaciones, o sobre el mismo papel de la prensa en tiempos de guerra. Hemos llevado a cabo 45 talleres para cerca de 1.300 periodistas, recorriendo prácticamente todo el país con un discurso netamente profesional.

En materia de documentación, aunque nosotros no somos un medio de información, lo que sí hacemos es poner en circulación materiales que ayuden a contextualizar históricamente el conflicto colombiano.

Vacuna contra las trampas de la guerra
—— ¿Qué papel ha tenido en este proceso el periódico El Antivirus, que Medios para la Paz distribuye entre las redacciones?

Como su nombre indica, quiere ser una vacuna contra todas las trampas que la guerra tiende al periodismo. Ofrecemos material de reflexión, de análisis sobre nuestra misión, y publicaciones recientes de periodistas sobre la guerra y sobre las iniciativas de paz.

Junto al Antivirus, hemos creado una red por Internet desde nuestra página web [www.mediosparalapaz.org], que cuenta con 6.000 visitas al mes, y desde ahí ofrecemos una sección de asesoría donde respondemos a las dudas y dilemas de otros periodistas. No les hacemos las tareas, pero sí funcionamos a la manera de un consejo de redacción, que señala pautas, resalta valores profesionales, y recomienda fuentes independientes y neutrales.

— ¿Cómo ha recibido el pueblo colombiano las iniciativas de Medios para la Paz?

En el gremio periodístico ha sido muy bien recibido. Quizá por lo que más nos conocen es por el diccionario Para desarmar la palabra, que nació precisamente del conocimiento de nuestra propia ignorancia y de nuestras propias limitaciones. Es un diccionario de periodistas para periodistas, que nos llevó once meses de trabajo en equipo con distintos grupos. Primero seleccionamos los términos más frecuentes en notas de prensa que tenían que ver con el conflicto armado. Los comenzamos a definir claramente, incluyendo también términos peyorativos o injuriosos con los que un actor armado se refiere al otro, alertando al periodista de que su uso puede ser malentendido por ciertos grupos. Tras este proceso de definición terminológica, sometimos estos términos a un análisis por parte de un equipo de asesores jurídicos y políticos.

—— El Premio Brajnovic ha querido reconocer a Medios para la Paz no sólo por su labor en Colombia, sino por los valores e ideales que defiende, aplicables al periodismo en todo el mundo. ¿Qué repercusión internacional ha tenido en el mundo del periodismo Medios para la Paz? ¿Cuáles son las carencias y dificultades a las que tiene que hacer frente el mundo del periodismo?

—Hay una cuestión que es central, y que todavía no se ha asimilado: la función social que cumplen los medios de información. Se habla mucho de los derechos de los periodistas, pero no se insiste lo suficiente en los deberes y responsabilidades del periodista. Se insiste en que la función del periodista es informar, pero el periodista, lo quiera o no, genera opinión pública, y ahí está su función social. Por eso creo que debemos detenernos a pensar más sobre nuestro papel y nuestra responsabilidad social.

Creo que concretamente, en el modo de cubrir la guerra, existe un periodismo escandaloso, superficial, a veces hasta más sangriento que la propia guerra. Don Luka Brajnovic nos enseñó que, en medio de la guerra, la ética y el profesionalismo son el arma más eficaz con que cuenta el periodista para defender la información y defender al hombre de los horrores de la guerra.

David Armendáriz Moreno


La Iglesia en la mira de los grupos armados

El reciente secuestro de un obispo y un sacerdote colombianos muestra que la Iglesia es un blanco particular de los grupos violentos que operan en el país. El pasado 11 de noviembre fueron secuestrados Monseñor Jorge Enrique Jiménez, obispo de Zipaquirá y presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), y el sacerdote Desiderio Orjuela. La acción, atribuida a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), terminó cuatro días después, cuando el ejército liberó a los retenidos.

No es la primera vez que la Iglesia sufre violencia de este tipo. Desde 1984 hasta hoy, han sido secuestrados cuatro obispos, nueve sacerdotes y un misionero. Las víctimas mortales son aún más numerosas: en el mismo periodo han sido asesinados dos obispos, 48 sacerdotes, dos religiosos y dos misioneros católicos. El primer obispo asesinado fue el de Arauca, Monseñor Jesús Emilio Jaramillo, abatido por el Ejército de Liberación Nacional el 2 de octubre de 1989. El segundo fue el arzobispo de Cali (16 de marzo de 2002), Monseñor Isaías Duarte Cansino. Se desconoce a servicio de quién estaban los autores del crimen, aunque se sospecha de los narcotraficantes.

Los ministros de la Iglesia son solo una pequeña minoría entre las víctimas de la violencia organizada. En Colombia se han producido 1.416 secuestros en el primer semestre de este año, según el recuento de la Fundación País Libre. Los principales culpables son los grupos izquierdistas FARC y ELN, con más de 400 cada uno; les siguen la delincuencia común (170) y las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), derechistas, con 87. Más abultada es la estadística de muertes: el año pasado hubo 2.088 asesinatos por obra de organizaciones armadas ilegales.

El sacerdocio, profesión peligrosa
Sin embargo, los crímenes contra los eclesiásticos tienen especial relevancia, por la condición de las víctimas, y se han multiplicado en los últimos años. La mitad de los asesinatos cometidos desde 1984 se produjeron a partir de 1998. Según datos del ejército colombiano, entre 1998 y marzo de este año fueron asesinados un total de 26 clérigos católicos y 39 pastores evangélicos. Las FARC son responsables de la mayoría de estas muertes (11 de católicos y 28 de protestantes), muy por delante del ELN (dos y cinco, respectivamente) y las AUC (una y cinco). En los otros 13 casos, no se ha identificado a los asesinos.

La atención espiritual de los creyentes se ha convertido en un oficio peligroso en Colombia, junto con otros (periodistas, autoridades municipales, sindicalistas…). En abril pasado, el Secretariado Nacional de Pastoral Social denunciaba que estaban amenazados de muerte al menos diez obispos y sacerdotes. Por aquel entonces se vio forzado a exiliarse el sacerdote Gersaín Paz, encargado de la Oficina de Comunicaciones de la arquidiócesis de Cali, que después del asesinato del arzobispo, Monseñor Duarte, empezó a recibir amenazas de muerte por teléfono.

A raíz del asesinato de Monseñor Duarte, el gobierno colombiano creó el cargo de Coordinador para la Seguridad de Autoridades Eclesiásticas, para el que nombró a un coronel de la Policía. Al mismo tiempo, los feligreses se han ido organizando en los llamados Frentes Parroquiales de Seguridad, que alertan a las autoridades ante cualquier situación sospechosa con objeto de prevenir atentados y secuestros. Actualmente hay 757 de estos Frentes, de los que forman parte alrededor de 30.000 personas.

Una voz molesta
¿Por qué los grupos violentos han puesto la mira en los representantes de la Iglesia? Una explicación parece ser el deseo de realizar acciones espectaculares en beneficio de sus intereses. Entre sus objetivos se encuentra el «canje de prisioneros» con el gobierno, móvil de muchos secuestros. Al retener a clérigos, las organizaciones armadas pretenden contar con «monedas de cambio» especialmente valiosas. Se cree que ese fue el principal motivo de las FARC al secuestrar al presidente del CELAM. La Iglesia siempre se ha opuesto al «canje» y ha insistido, en cambio, en que se llegue a acuerdos pacíficos para liberar a los secuestrados, exclusivamente por razones de justicia y humanitarias, sin utilizar a las personas como objetos de trueque. Dos párrocos secuestrados por el ELN en abril de este año en el departamento de Arauca corrieron esta suerte, precisamente cuando acudieron a una cita para mediar por la liberación de siete funcionarios retenidos por el mismo grupo armado. El ELN decidió convertir a los negociadores en rehenes, a fin de presionar a las autoridades para que se plegaran al «canje».

Sobre todo la Iglesia es blanco de la violencia por sus condenas públicas del narcotráfico y de los grupos armados. Según el coronel Jorge Iván Calderón, el Coordinador para la Seguridad de Autoridades Eclesiásticas, citado por la revista mexicana Semanario (4-IV-2002), las milicias y la delincuencia organizada apuntan contra el clero porque «la Iglesia está afectando sus intereses» con la «labor espiritual, de apostolado y de formación de la conciencia moral» que desarrolla. Contra la Iglesia y todos los que denuncian la violencia se aplica una estrategia de intimidación para imponer el silencio. «Es imposible garantizar la seguridad a todos los clérigos amenazados», decía Monseñor Alberto Giraldo, arzobispo de Medellín y presidente de la Conferencia Episcopal tras el asesinato de un sacerdote en la región de Huila, al sur del país (El Espectador, 9-IV.2002). Pues, concluía, «aquí toda la Iglesia es la amenazada».

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