El papel dual de las mujeres

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El trabajo en casa también exige preparación
Hacer compatible trabajo y hogar es uno de los grandes retos que deben afrontar hoy día las mujeres y sus familias. Y si cada vez se necesita una formación más seria para el trabajo fuera de casa, también hace falta una preparación para el trabajo del hogar. Esto es lo que destaca Ana María Boza, profesora del Lexington College (Chicago) y experta del mundo de la hostelería, en este artículo (1).

Día sí, día no, aparecen artículos en periódicos y revistas acerca de mujeres que intentan encontrar el equilibrio entre las responsabilidades profesionales y las familiares. A algunas mujeres no les satisface permanecer en casa con los niños. Otras afirman que trabajar fuera de casa no las realiza. Por un lado, oímos hablar de mujeres que progresan en su profesión, mientras que otras suspenden temporalmente su trabajo para convertirse en madres a tiempo completo.

La sociedad ha llegado a reconocer el significado y la aportación del trabajo de la mujer fuera del hogar y la necesidad de remover los obstáculos para que las mujeres puedan proseguir su desarrollo profesional. Sin embargo, nadie debería ridiculizar a una mujer por querer ser una madre que se ocupa de su casa, tomando en serio el trabajo doméstico.

Hay una fuerte presión sobre las mujeres para que elijan entre estar en casa o en el trabajo, sin ninguna opción intermedia. Pero hoy en día, muchas mujeres necesitan discernir si la profesión que han elegido es compatible con el hogar (y digo mujer, no esposa, porque una mujer soltera debe tener también una casa).

El valor del servicio

Una idea arraigada en la sociedad actual es la de que el trabajo profesional de la mujer en casa es inferior al de una profesión fuera del hogar. Quizá podamos encontrar el origen de esta actitud negativa en un concepto erróneo acerca del servicio. El tiempo y una productividad expeditiva están más valorados que las relaciones entre seres humanos. Al afecto y a la cortesía se les está colocando inadvertidamente en un segundo lugar.

Sin embargo, nuestra sociedad aún valora el servicio. Basta considerar cuán a menudo se menciona el servicio como lo único que hace vender en diversos sectores económicos. Por ejemplo, en mi profesión, el mundo de la hostelería, el concepto de servicio está muy vivo. Utilizado en los anuncios y como tema de revistas especializadas, el servicio es una parte importante de la formación que se da a los empleados.

Por ejemplo, hoy en día todos los hoteles compiten por atraer a los clientes ofreciendo las mismas camas confortables, baños magníficos, televisión por cable, equipo informático…»La única ventaja que puedes sacar a tus competidores es en el terreno del servicio», dice un gerente de un importante hotel. «Los clientes, en definitiva, lo que buscan es un buen servicio y no tecnología». Lo mismo comenta el propietario de un restaurante: «El reto en la restauración es el reto del servicio».

¿Hemos olvidado el valor del servicio en la educación de la mujer? Oímos que hay que reforzar el estatuto de la mujer, darle más poder… Y esto se traduce inmediatamente en obligar a la mujer, desde su más tierna edad, a olvidarse de una distintiva inclinación femenina: preocuparse por el cuidado de los otros, servir. Y esto se sustituye por un egoísmo perjudicial que hace a una persona estar cerrada en sí misma, preocupada de su propio bienestar, dura, fría e indiferente. Debemos reconsiderar el significado y el valor del servicio. Entonces educaremos a nuestra juventud con otra perspectiva que les preparará para los compromisos permanentes y para los sacrificios cuando sean necesarios.

El amor, la capacidad de darse uno mismo a otros, es la mayor dignidad del ser humano, y el amor se muestra en los actos de servicio. Al principio, la palabra «servicio» suena amenazante, precisamente porque puede ser confundida fácilmente con el servilismo, una caricatura del servicio. Si el hecho de anticiparse a las necesidades de los otros prestando atención a los detalles, adaptándose a las circunstancias y aceptando las contrariedades, se interpreta como debilidad y se desprecia, entonces estamos privando a la mujer, como esposa y como madre, de su mayor dignidad.

La educación de la mujer

Tenemos que educar a las mujeres del futuro para el mundo laboral y para el hogar. El desequilibrio entre un ascenso unilateral en la vida social, política o profesional y el caos en casa, creará sin lugar a dudas un conflicto.

En lo relativo a la educación de la mujer es necesario reconocer que hombres y mujeres son diferentes. Benjamin Bloom clasifica los objetivos de la educación en tres campos: el cognitivo/intelectual, el afectivo y el psicomotor.

En el campo cognitivo o intelectual, tal como lo expresa el filósofo Jacques Maritain, «las mentes de las mujeres están menos compartimentadas que las de los hombres, tienen una mayor necesidad de armonía». Igualmente es bien sabido que la intuición desempeña un importante papel en su adquisición de conocimientos. Su imaginación va a lo específico.

En el campo afectivo (el corazón, las emociones), hay valores que una mujer percibe más fácilmente; tiene una mayor sensibilidad a las necesidades humanas. Sus sentimientos y emociones desempeñan un papel más intenso en su vida: desde una edad temprana quiere agradar. Entran en juego la empatía y la adaptabilidad.

Después está la tercera área de la educación: la psicomotriz (habilidades técnicas y manuales). En el rendimiento de una mujer, su habilidad se verá aumentada con el desarrollo de su destreza manual, aprendiendo mientras trabaja con sus manos. De lo contrario, puede memorizar todas las recetas de un libro de cocina y no ser capaz de escalfar un huevo.

Durante años me he esforzado en encontrar trabajos para mis alumnas (no tengo alumnos) en cocinas de hoteles. Hace veinticinco años hablé con el director de personal del Ritz Carlton en Boston. Insistió que no quería a mujeres en la cocina del hotel. Aducía que las mujeres carecían de fuerza física para mover el menaje de la cocina, que el lenguaje de los empleados de la cocina era demasiado grosero, y así sucesivamente. Hoy, la mayoría de los mejores chefs de repostería en Chicago son mujeres.

La destreza manual de las mujeres ha sido descubierta a la par que su sentido de limpieza y orden. Tarde o temprano, las mujeres aportan al trabajo su feminidad, su propio ritmo, su propio estilo. Incluso en el lugar de trabajo las mujeres son diferentes, ni mejores ni peores. Hombres y mujeres pueden examinar el mismo trabajo y llegar a conclusiones diferentes. Sus diferentes estilos no deberían ser vistos como un enfrentamiento sino más bien como una complementariedad.

Preparación para llevar la casa

Una mujer puede ser una excelente profesional, una excelente médica, una excelente abogada, una magnífica ejecutiva o directora de banco. No cabe la menor duda. Pero, quizás al mismo tiempo, si su vocación es casarse, debería considerar cómo engranarán las responsabilidades familiares con sus responsabilidades laborales y si podrá mantener tal posición sin abandonar su hogar.

La administración del hogar ha sido siempre el campo de la mujer. Es importante que los maridos cooperen, valoren y respeten estos cometidos. Un marido debe darse cuenta de que una mujer no será feliz hasta que sea feliz en casa. Él ha de comprender que su esposa tiene que sentir que se le necesita y se le aprecia para realizarse plenamente.

Quizá estoy convencida de ello porque empecé a llevar mi casa a los doce años. Tenía esa edad y era hija única cuando murió mi madre. Inmediatamente, mis tíos quisieron que mi padre y yo fuéramos a vivir con ellos. Pero yo manifesté con firmeza: «Yo puedo ocuparme de la casa». Y, con alguna ayuda, lo hice. Sólo más tarde, cuando tomé parte en mi primer curso de administración, comprendí que, de hecho, yo había organizado el trabajo de nuestra casa. A pesar de los estudios en el Instituto y una activa vida social, fui capaz de llevar nuestra casa de un modo natural, según el modelo dejado por mi madre y haciéndolo como ella lo hubiera hecho.

Con el progreso de la tecnología, hoy en día una mujer puede hacer su trabajo en casa bien y rápidamente y aún encontrar tiempo para trabajar fuera. Podrá hacerlo si ha adquirido el conocimiento, los hábitos y la disciplina necesarios para llevar su casa eficientemente, si la administración del hogar ha sido parte de su educación. Pero ¿cómo puede una mujer dirigir su vida personal y profesional sin preparación?

Muchas mujeres afirman que no les gusta cocinar. Pero casi siempre es porque nadie les ha enseñado. En el Lexington College ofrecemos un curso de cocina durante el verano para chicas de 8 a 14 años. Una vez la profesora preguntó en una clase de 40 alumnas: «¿Cuántas tienen cocina de gas en su casa?» Se levantaron 10 manos. «¿Y cocina eléctrica?» Sólo 8 manos más se alzaron. «Muy bien, ¿y cuántas no saben en qué se diferencian?» Las otras 22 niñas levantaron la mano. «Bueno, pues la próxima vez que vuestra madre esté preparando la comida, fijaos bien a ver si veis una llamita…», advirtió la profesora.

El mejor momento para aprender

Tradicionalmente, el conocimiento y las habilidades para llevar la casa se transmitían de generación en generación. Madres y abuelas preparaban a sus hijas para llevar con eficacia las tareas del hogar; a su vez, los padres respetaban y fomentaban esta formación. Ahora en ciertos casos esta formación se ha perdido durante dos generaciones. No es de extrañar que a una esposa joven le horrorice quedarse en casa. No sabe por dónde empezar.

Antes, si una chica no recibía esta educación en casa, podía recibirla en la escuela. Según mi experiencia, el mejor momento para despertar el interés de una chica por el aprendizaje de estas habilidades es antes de los doce años, antes de la adolescencia. Empezando en una edad temprana, continuará mejorando este aprendizaje durante la adolescencia. Actualmente pocas escuelas tienen programas para solucionar en lo más mínimo este problema.

Quizá los padres debieran considerar la administración del hogar como una preparación remota para un matrimonio feliz de sus hijas. Padre y madre deben cooperar de modo que, a una edad temprana, las chicas adquieran el gusto por la vida de familia y por el trabajo de la casa, en un período de sus vidas en el que el trabajo es aún un juego y en el que les gusta ayudar; en una época en la que las chicas tienen grandes dosis de energía que pueden utilizar en la casa.

Con el paso del tiempo, cuando hayan formado una familia o tengan que ocuparse de su propio apartamento, no sufrirán la experiencia traumática de tener que hacer cosas que nadie les ha enseñado. Hemos de mantener un equilibrio entre el hogar y el trabajo. La autoestima está asegurada si la casa se lleva de modo profesional, con un trabajo bien hecho, rápido y económico. ¡Qué satisfacción para una mujer tener el control de su hogar!

El apoyo del padre

Una vez vi una placa en casa de alguien, que decía: «La mejor cosa que un padre puede hacer por sus hijos es querer a la madre». Los hombres sirven a sus familias apoyando a sus esposas. De hecho, recomiendo a los maridos practicar lo que una vez leí en una publicación comercial. Un directivo aconsejaba a sus empleados cuatro reglas para dar a los clientes lo que esperan: (1) mírame; (2) sonríeme; (3) háblame; y (4) dame las gracias. Estas cuatro reglas que marcan una diferencia en el mundo de los negocios podrían hacer también maravillas en el matrimonio y en la vida de familia.

Pero un buen ambiente hogareño precisa ser mantenido, no saldrá por sí solo. Y la protagonista principal para hacer que así ocurra es la mujer. Es la única que posee las cualidades específicas que darán estabilidad a la vida de familia a través del cuidado de la casa. El tiempo que le dedique depende de muchas variables: el tamaño y necesidades de su familia, la superficie de la casa, sus capacidades y otros intereses y responsabilidades. No existe un único modo de llevar la casa. Por consiguiente, cada familia debe adoptar el suyo, sin que lo dicten las presiones sociales.

Esto no significa que una mujer tenga que estar confinada entre las cuatro paredes de su casa, sino que hay que buscar soluciones para que no descuide el hogar, para que esté presente en los momentos clave y para que las cosas que hay que hacer se hagan. El bienestar de la familia debería ser siempre prioritario.

Ana María BozaEl trabajo de hacer hogar

La búsqueda de nuevos filones de empleo en una época en que escasea está cambiando muchas ideas anquilosadas sobre el trabajo. Así empieza a abrirse paso la convicción de que los servicios de cuidados a las personas, y no sólo la producción de objetos, constituyen una fuente importante de empleos.

Recientemente, la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos publicaba una predicción sobre los sectores laborales donde se crearán o destruirán más puestos de trabajo en los próximos diez años. Entre los que perderán empleo figuran los sectores industriales o de servicios donde el trabajador está siendo sustituido por la máquina (desde los trabajadores textiles a las telefonistas). En cambio, entre las actividades donde se creará más empleo se encuentran las relacionadas con el cuidado de los demás y los servicios personalizados (atención sanitaria a domicilio, cuidado de niños, cocina…).

Si la creación de empleo responde siempre a necesidades sociales insatisfechas, parece que la sociedad postindustrial está pidiendo a gritos unos servicios que, de modo habitual, se han cubierto en el seno de la familia. Cuidar de los niños, atender a los padres ancianos, cocinar para la familia… son tareas imprescindibles para la buena marcha del hogar. Y si los servicios a las personas se revelan hoy como una prometedora fuente de empleo, cuando se prestan a la propia familia siguen siendo un trabajo importante, aunque no se hagan por dinero.

Sin embargo, el trabajo doméstico, quizá por realizarse entre las paredes del hogar y con gestos demasiado familiares, no tiene una valoración a la altura de su importancia. Hoy día, corremos el riesgo de verlo sólo como un deber gravoso, que obliga todo a la mujer- a una doble jornada. Sin embargo, pocos trabajos son más decisivos en la práctica para alcanzar esa calidad de vida a que todos aspiramos. El afianzamiento de los lazos familiares, el descanso, la recuperación del equilibrio interior tras la jornada laboral, dependen de que exista un clima de hogar. Y ese clima, desde lo más material a lo más íntimo, es fruto del trabajo doméstico. Sin duda, tanto las nuevas tecnologías como los cambios sociales hacen que el modo de desarrollar ese trabajo y la importancia que se concede a sus diversas tareas no sean hoy como en tiempos de nuestros abuelos. Pero, con fogón o microondas, el trabajo doméstico siempre será necesario. Para valorarlo como se debe, hay que superar una lógica productivista insensible al interés por los demás, y advertir las oportunidades que brinda este trabajo para desarrollar las propias potencialidades. Este es el sentido del libro de la italiana Maria Airoldi, Poesia e prosa domestica (2).

Su modo de proceder es original. En cada uno de los cortos capítulos, escoge primero un poema, una instantánea que -de la mano de Virgilio, Heine, Goethe, Montale…- capta una faceta del trabajo doméstico. Este es el punto de partida de sus comentarios, que, tras las tareas materiales -la prosa- del trabajo del hogar, descubren las capacidades humanas y los detalles de servicio que están en juego (colaboración, realismo, racionalidad, creatividad…).

El resultado es a menudo sorprendente. Frente a la idea de que el trabajo doméstico es rutinario, la autora pone de relieve que, si se vive de forma creativa, entraña siempre el riesgo de afrontar nuevos cometidos o nuevos modos de hacerlos, y puede servir para manifestar las peculiaridades de la familia, desde la elección de un plato típico en una celebración hasta la disposición de los elementos decorativos. Ante el estereotipo de que sólo el trabajo fuera de casa es profesional, advierte que el trabajo doméstico exige una serie de competencias específicas que van desde la higiene a la dietética o a las nociones de puericultura. Si a veces se dice que este trabajo aísla en casa, la autora prefiere destacar que se realiza en privilegiadas condiciones de autonomía en cuanto a horario, instrumentos, etc., sin rivalidades con nadie.

Ciertamente, la autora destaca que para realizar este trabajo con libertad interior es preciso que responda a una elección personal, bien porque se trata de servir a la propia familia, bien porque se valora la dimensión profesional que esta actividad comporta. En cualquier caso, la cuestión de fondo es siempre la solicitud por los demás, el fare per gli altri, el riesgo generoso de dar sin pretender recibir en igual medida. Sin entrar en la polémica sobre el reparto de las tareas domésticas, la visión que ofrece del trabajo del hogar es la propia de una mujer que sabe atender su casa, trabaje o no fuera. Y que al realizar ese trabajo encuentra ocasiones de mejora personal, de desplegar su feminidad en el ámbito donde es más insustituible.

Maria Airoldi demuestra su creatividad al disponer los distintos valores del trabajo doméstico de un modo que permite redescubrir su atractivo y su importancia. Y, como todo lo casero, es este un libro acogedor: invita a su lectura sin grandilocuencias, enseña esos aspectos significativos del mundo doméstico, ofrece unos poemas y sugiere unas ideas contrastadas en el banco de pruebas de la experiencia. Se sale así con la impresión de haber disfrutado de una compañía valiosa.

Ignacio Aréchaga

_________________________(1) Una versión más amplia apareció en Perspective (febrero, 1997).(2) Maria Airoldi. Poesia e prosa domestica. Rotundo. Roma (1991). 135 págs.

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