El papel del padre hoy

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Una proporción nunca vista de niños crece hoy en familias sin padre, a causa del divorcio, la maternidad en solitario, los cambios de pareja… De modo que no tendrán la oportunidad de conocer un modelo masculino y un estilo de conducta paterna. Al mismo tiempo, la psicología subraya que el padre no es un elemento pasivo en el desarrollo del niño, sino que desempeña un papel específico y esencial en el proceso educativo de los hijos. Algunos libros recientes ofrecen sugerencias prácticas para ayudar al padre en esta tarea.

Aaron Hass es profesor de Psicología y Psiquiatría en la Universidad de Los Ángeles, dedicado a la terapia familiar durante más de dos décadas, y padre de dos hijas. Su experiencia profesional y familiar se condensa en El don de ser padre (1), un libro muy sencillo, en el que muestra con muchos ejemplos cómo el padre puede establecer una relación abierta y cordial con los hijos. De lo contrario, advierte, «cuanto más crezca el niño sin que usted haya creado un vínculo con él, más incómodos se sentirán los dos cuando estén juntos, y cuanto más incómodos se sientan, menos deseos tendrán de pasar tiempo juntos». Para conseguir la confianza entre padre e hijos, Hass subraya la importancia del refuerzo positivo; la inutilidad de los largos sermones; la necesidad de abrirse a los hijos contándoles las cosas que nos ocupan y nos preocupan; el error de los «nunca haces bien», etc.

El trabajo como excusa

Espléndido el capítulo sobre la adicción al trabajo, donde describe a esos hombres que disfrutan más de su trabajo que de su familia o de su ocio, con un tremendo miedo al fracaso, a la incertidumbre económica o a no ser debidamente considerados por sus iguales. Hombres inseguros que se quedan horas y horas en la oficina (o en la cafetería con los amigos) huyendo de su casa, evitando la intimidad o los conflictos con su esposa. Hombres cuyo trabajo es en su vida la única fuente de autoestima, pero que sin embargo le dicen a su familia: «hago todo esto por vosotros».

Frente a este abandono de la responsabilidad paterna, el autor explica la necesidad de organizarse, y de «robar tiempo para la familia». Un ejemplo: «durante la cena apague el televisor, y no malgaste sus energías distrayéndose en una batalla con su hijo acerca de los guisantes y las zanahorias».

Aunque no lo dijera Haas, cualquier padre intuiría que no es posible una familia coherente y una educación eficaz si no hay esfuerzo por mejorar cada día el matrimonio. Pero no todos los padres son consecuentes con esta convicción. Cuántos matrimonios, cuando empiezan a tener hijos, ponen el «piloto automático», reduciendo casi todos sus intercambios a cuestiones de orden práctico: «¿Llevaste a los niños?, ¿llamaste al fontanero? ¿Te acordaste de avisar a tus padres? ¿Puedes llegar hoy antes?». Y es que el afecto y la aceptación no bastan; los hijos necesitan orientación, ejemplo, apoyo. Y eso requiere esfuerzo por parte de los padres. Así, por ejemplo, no es fácil ser un padre con autoridad, con hijos seguros de sí mismos, lejos del padre autoritario, con hijos temerosos y ansiosos, o del permisivo, cuyos hijos tenderán a ser blandos y manipuladores.

Prevenir y curar

Al ser Haas experto en recomponer situaciones deterioradas en la familia, es fácil que olvide cuánto mejor y más sencillo es prevenir que curar. Y de ahí las limitaciones del libro. Se trata mucho de autoestima, de relación, de compensaciones, etc., y muy poco de educar, de trasmitir valores. Se detallan las técnicas para establecer una relación abierta y cordial con los hijos, pero sin que se sepa muy bien con qué objetivo. Más bien da la impresión, tan generalizada hoy en día, de que se trata sólo de lograr una vida familiar con los menos disgustos y frustraciones posibles. Sin más. También llama la atención que no se mencione el papel del ejemplo en la educación, aunque se trate al padre como un «proveedor de valores».

Y, en algunos casos, aspectos importantes resultan desvalorizados en el análisis de Haas. Así, las páginas dedicadas a la formación sexual están ancladas en un relativismo naturalista que puede resultar hasta chocante: así, la recomendación de andar desnudos por la casa si eso nos resulta «natural y cómodo», o la falta de valoración ética de la masturbación.

El libro dedica dos capítulos a los efectos del divorcio en las relaciones paternofiliales. Aquí también el terapeuta se olvida de lo más básico. «Por el bien de los hijos –afirma–, los padres que se separan tienen que cooperar». Lo paradójico es que se anime a los padres divorciados a sacrificarse por el bien de los hijos, coordinando su actuación, apoyándose mutuamente, aguantándose, pero no se haga la misma insistencia en el esfuerzo para evitar la ruptura. Con la aceptación cultural del divorcio como un fenómeno normal, parece también normal que en este libro se analicen con extraordinario detalle la situación posterior al divorcio (custodia, visitas, dineros, etc.), pero no la anterior, aceptando sin más la catástrofe.

Educar la voluntad

Una sensación distinta nos dejan otros dos libros, que abordan las mismas situaciones, pero con un enfoque radicalmente diferente. Cómo educar a tus hijos y Cómo educar la voluntad (2), escritos ambos por Fernando Corominas, son obras de lectura fácil y amena, con abundantes casos prácticos, que trasmiten al lector la estimulante responsabilidad de involucrarse de verdad en la educación de sus hijos.

De un modo optimista se hace ver que los hijos no «tocan» en algún ignoto sorteo: si los padres ponen esfuerzo e interés, lo normal será que logren hijos bien educados, alegres, trabajadores y generosos. Pero si por desidia se desentienden, si por falta de formación no saben cómo educarlos, es posible que algún día acaben preguntándose cómo ha sido posible que su angelito se haya trasformado en ese ser egoísta, grosero y maleducado.

Fernando Corominas insiste en ideas muy sencillas y concretas, pero extraordinariamente eficaces: no se trata de conseguir sin más que nuestro hijo sea ordenado, sincero o estudioso, sino de lograr que él quiera ser ordenado, sincero y trabajador. Y esto supone educar la voluntad. Trasplantado al campo de los estudios, se trata de que quieran estudiar, y de que sean constantes y ordenados. Si esto se consigue, no habrá problemas con el saber: «si quieren estudiar y tienen hábitos de orden, constancia y responsabilidad, las buenas notas serán una consecuencia y los títulos académicos otra». La persona quiere por medio de la voluntad, que es educada básicamente en el seno de la familia.

¿Y cómo se educa la voluntad? Con el ejemplo, y de un modo personalizado y motivado, con premios y castigos que se correspondan con lo que queremos premiar y castigar: «Premiar con algo material -dinero o cosas- una buena acción, un buen comportamiento, produce en el hijo deseo de ganar más dinero en vez de ganas de ser mejor». Y por medio de la educación temprana, basada en el conocimiento de los denominados «períodos sensitivos», que en los primeros años de la vida de nuestros hijos les facultan para aprender de un modo fácil y atractivo: «En los ocho primeros años se desarrolla el 90% del cerebro, y en esos años quedan definidos los cimientos sobre los que crecerá la persona». Y también la educación efectiva, que se apoya en la actitud positiva del educando, la sinergia positiva, que potencia los resultados obtenidos: «No basta que los hijos sepan que deben ser ordenados: hace falta que ordenen su cuarto, que lo ordenen bien y además que lo hagan porque quieran hacerlo. Solamente así empezarán a mejorar como personas».

Llegar antes

Pero quizás las páginas más ilustrativas de estas dos obras sean aquellas en las que el autor habla de la educación preventiva: «Educar en futuro es adelantarse en el bien, es llegar antes con el hábito bueno, es, en una palabra, prevenir. Es triste adquirir un mal hábito por ignorancia, empezar a hacer el mal sin saberlo». Es preferible llegar antes, aunque sea un año antes, que un día después.

Antes de los diez años es fácil hablar con los hijos y ser escuchado; a partir de los doce, si no se han creado los canales adecuados, si no se ha establecido un clima de confianza y comunicación, es mucho más difícil. Si, por ejemplo, queremos que nuestros hijos sean sinceros, y nos esforzamos por trasmitírselo en el momento adecuado, lo lograremos con bastante facilidad. Pero si nos encontramos con un hábito ya establecido de mentir, tendremos doble trabajo: desarraigar el vicio y trasmitir el valor.

Las técnicas descritas no son muy distintas de las que recomendaba el Dr. Hass; pero el tono, el trasfondo y los objetivos son muy diferentes. Apenas se nos habla de autoestima, de relaciones gratificantes o de compensaciones adecuadas. Pero mucho de optimismo, de educar en futuro, de formar personas con capacidad para ser felices, libres y responsables.

Algo muy similar aparece en el pequeño volumen (3) que recoge los trabajos del X Congreso Nacional de Orientación Familiar. Este congreso, que reunió a orientadores familiares de toda España, estuvo centrado en la Familia y la Educación Permanente. Los centros de Orientación Familiar, diseminados por toda España desde hace ya más de dos décadas, centran su esfuerzo en ayudar a los matrimonios a descubrir el lado positivo y eficaz de sus responsabilidades como esposos y educadores. Tras unos años en la década de los ochenta de cierto declive, en parte por la lógica jubilación de sus primeros promotores, han vuelto a renacer con renovados bríos en los últimos años, centrados sobre todo en cuestiones de relaciones conyugales y educación temprana.

Primeros pasos

Destaca en este sentido la ponencia de Javier Vidal Cuadras, director del programa «Primeros Pasos». Este programa, dirigido a padres con hijos entre cero y tres años, ha sido desarrollado hace apenas cinco años por el FERT, el centro de Orientación Familiar de Barcelona. Impartido ya, además del FERT, por otros centros de Orientación Familiar, como por ejemplo ITEFA en el norte de España, se ha demostrado muy eficaz para ayudar a miles de jóvenes matrimonios a descubrir en los bebés grandes capacidades de estímulos y afectos.

Los progresos de las investigaciones pedagógicas y neurológicas han dejado ya suficientemente asentado que la etapa infantil es extraordinariamente pródiga en recursos. Parece ya algo fuera de discusión que cuanto más y mejor estimulación reciba el niño en sus primeros años, más rápida y más completa será su organización neurológica y por tanto mayores serán sus capacidades.

El reto actual, que asumen el FERT, ITEFA y tantos otros, está en llevar a los padres el convencimiento de que sólo en el ámbito familiar esta educación es eficaz y respetuosa. Porque posiblemente la prioridad de muchos padres no estriba en que sus hijos interpreten al violín a Mozart a los cuatro años (lo que ya sucede en colegios en los que se han desarrollado proyectos siguiendo estas tendencias), sino en conseguir que sus hijos adquieran, ya desde estas edades tempranas, aquellos hábitos y valores básicos que más adelante les faciliten ser personas maduras, libres y responsables.

 


Una historia de la infancia en la España contemporánea

En España, las aproximaciones a la historia de la infancia suelen ser dependientes de otros temas. Por eso, esta Historia de la infancia en la España contemporánea (1834-1936) (4) tiene un carácter pionero. Seis expertos, coordinados por José María Borrás Llop, profesor de Historia en la Universidad Complutense de Madrid, analizan la evolución infantil en el siglo que va desde la implantación del régimen liberal a la guerra civil. Esta obra, que tuvo su origen en un proyecto de exposición, da especial relevancia a las imágenes, casi quinientas, que no sólo ilustran sino que aportan conocimientos.

En el transcurso del siglo que abarca esta obra se van afirmando una serie de progresos que cambiarán el mundo de la infancia: descenso de la mortalidad infantil, avances en la medicina preventiva, escolarización paralela al retroceso del trabajo infantil, instituciones de protección a la infancia…

Los cambios son notables. Todavía a comienzos del siglo XX uno de cada cinco niños nacidos en España fallecía antes del año, y otro antes de los cinco. Además, de cada cinco nacidos, uno era dejado en la inclusa, lo que equivalía en la práctica al abandono legal, pues allí sólo dos de cada diez sobrevivían. «No podemos decir, afirma uno de los autores, que había indiferencia ante la llegada de un ser inocente y frágil, pero las enfermedades y la muerte acechaban de tal modo a las criaturas que impedían excesivos desbordamientos sentimentales».

Esta es una de las razones que explican la escasa atención a los hijos, que estaban bien en manos de nodrizas y criados si la situación de la familia era desahogada, bien en la calle o en el campo si sus padres pertenecían a los estratos más bajos de la sociedad.

Mas a partir del siglo XIX se percibe ya un cambio de situación: progresivo afianzamiento del modelo de madre, de «madre buena», en oposición a las que descuidan sus deberes. Y a la vez que se descubre el oficio de padre, rompiendo el molde del Antiguo Régimen, se va definiendo el «hogar», arreglando la casa para luchar contra la taberna (el padre) y la calle (los hijos). Se realza y dignifica la imagen de la madre entregada a su labor, inquieta por conocer las nuevas tendencias en higiene y puericultura, la madre que relega a las nodrizas, batalla contra la mortalidad infantil y afianza el cariño como nexo de la unión familiar. Y a eso se le llamó la familia «burguesa».

La evocación de los progresos en el cuidado de los niños lleva a plantearse si en el último tercio del siglo XX no se dan también nuevas carencias. Tenemos un nivel asistencial, de instrucción y de cobertura médica inimaginable para nuestros abuelos; pero a la vez rasgos de abandono peculiares: a los hijos no deseados ya no se les abandona en la inclusa, basta un aséptico aborto. Hay muchos niños sobreprotegidos, con sus menores caprichos satisfechos, pero con el «síndrome del padre ausente». Niños que crecen en familias rotas, postergados por uno de sus padres al formar una nueva familia. Hijos de profesionales hiperactivos, abandonados en la práctica al cuidado de canguros y colegios más o menos responsables (las «nodrizas» de hoy), o desatendidos por exigencias de la carrera profesional de ambos padres. No dejamos que los niños vaguen por las calles, pero les abandonamos tantas horas frente a la televisión. Alguna futura historia de la infancia se sorprenderá de estas carencias, igual que nosotros nos sorprendemos de las de anteriores generaciones.

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(1) Aaron Hass. El don de ser padre. El verdadero significado del amor paterno. Javier Vergara Editor. Buenos Aires (1995). 209 págs. T.o. The Gift of Fatherhood.

(2) Fernando Corominas. Cómo educar a tus hijos. Palabra. Madrid (1996). 5ª edición. 256 págs.
Cómo educar la voluntad. Palabra. Madrid (1993). 4ª edición. 248 págs.

(3) Familia y Educación Permanente. X Congreso Nacional de Orientación Familiar. Asociación FERT. Barcelona (1997).

(4) José María Borrás Llop (ed.). Historia de la infancia en la España contemporánea (1834-1936). Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales/Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Ed. Anaya. Madrid (1996). 550 págs. 8.425 ptas.

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