El novísimo cine brasileño cambia la samba por la vida real

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«Estación Central de Brasil» o la solidaridad hecha cine
La película Estación Central de Brasil (Central do Brasil), de Walter Salles, se está convirtiendo en la gran sorpresa de la temporada. Por ahora, ha ganado el Premio Cinema 100, al mejor guión, del Sundance Institute; el Oso de Oro a la mejor película y el de Plata a la mejor actriz (Fernanda Montenegro) en la Berlinale 1998, y los Premios del Público y de la Juventud en el 46 Festival de Donostia/San Sebastián. Este envidiable palmarés confirma la alta calidad de la película, punta de lanza del renacimiento del cine brasileño y una sugestiva aportación al nuevo cine social, género en auge desde hace varios años.

El éxito en 1995 de El cuarteto (O’Quatrilho), de Fabio Barreto, y la candidatura al Oscar 1997 a la mejor película en habla no inglesa de Cuatro días de septiembre (O que é isso, companheiro?), de Bruno Barreto, ya anunciaron que algo se estaba moviendo en el cine brasileño, casi moribundo en la primera mitad de los noventa. Pero los hermanos Barreto han desarrollado en Hollywood parte de sus carreras. De modo que es más significativa la excelente acogida internacional que está teniendo Estación Central de Brasil, dirigida por Walter Salles, un cineasta de 42 años nacido en Río de Janeiro, donde ha desarrollado casi toda su producción.

Hasta ahora, Salles era conocido sobre todo por sus documentales Socorro Nobre y Krajcberg, o poeta dos vestígios, que cosecharon numerosos premios. En 1995 codirigió con Daniela Thomas el también multigalardonado largometraje de ficción Terra estrangeira. Y el mismo dúo ha dirigido hace poco el film Minuit, para la cadena de televisión franco-alemana Arte.

Quizá el mérito principal de Walter Salles haya sido el de cambiar el rumbo de una cinematografía bastante estática, como la brasileña, abriéndola a los estilos fílmicos en boga, pero sin renunciar al rico sustrato que nutrió el Cinema Novo brasileño de los años 50 y 60. Un sustrato que dio al cine directores de la talla de Nelson Pereira dos Santos, Lima Barreto, Roberto Santos, Glauber Rocha o Ruy Guerra.

«Novo Cinema Novo»

Salles ha revivido el espíritu de aquellos creadores tomando como modelo el nuevo cine social europeo. En una mirada atenta de Estación Central de Brasil se pueden descubrir muchas de las claves estilísticas y éticas de directores como los británicos Mike Leigh (Secretos y mentiras), Ken Loach (Lloviendo piedras), Peter Cattaneo (The Full Monty) o Mark Herman (Tocando el viento); el francés Robert Guédiguian (Marius y Jeannette); el italiano Gianni Amelio (Lamerica) o el finlandés Aki Kaurismäki (Nubes pasajeras). Salles reconoce su deuda con ellos, así como su fascinación por los cineastas chinos Chen Kaige (Adiós a mi concubina), Zhang Yimou (¡Vivir!) y Hou Hsiao Hsien (El maestro de marionetas).

Estos excelentes puntos de referencia facilitan a Salles un atractivo equilibrio estético y antropológico, que le permite purificar las deformaciones ideológicas -la mayoría, de raíz marxista- del cine político de hace décadas y, a la vez, distanciarse de las frívolas visiones hedonistas -carnavales, samba y demás- que ofrecen de Brasil otras películas recientes, como Tieta de Agreste, de Carlos Diegues. «Prefiero retratar la vida real de la gente -ha señalado Salles-, no la imagen que nos quiere dar la Oficina Central de Turismo de Brasil; ni la opuesta, la de un país hundido en la miseria y la violencia, y en el que nada puede cambiar. Es mentira que no pueda cambiar».

No es de extrañar que la revista francesa Cahiers du Cinéma haya inventado para él, y para otros directores brasileños de su generación, el término Novo Cinema Novo. Una expresión que podría tener equivalentes en otros países latinoamericanos, donde algunos directores están llevando a cabo su particular proceso de purificación del marxismo, sin renunciar a un cierto rescate de los restos de su naufragio. Ahí estarían, por ejemplo, los argentinos Eduardo Mignogna (Sol de otoño) y Eduardo Milewicz (La vida según Muriel), o los chilenos Andrés Wood (Historias de fútbol) y Sergio Castilla (Gringuito).

Una historia universal

El interés universal de esta especie de nuevo neorrealismo se aprecia en el espléndido guión de João Emanuel Carneiro y Marcos Bernstein. Su argumento aprovecha la idea clave del documental Socorro Nobre, del propio Salles, que describe la singular relación epistolar entre una presidiaria iletrada y un anciano y culto escultor, que hace preciosas esculturas a partir de troncos quemados. Esa correspondencia sirvió a la mujer para encontrar un nuevo sentido a su trágica vida.

En Estación Central de Brasil, esa capacidad redentora de las relaciones humanas, incluso en forma epistolar, late a lo largo de toda la azarosa odisea del protagonista, un chaval de nueve años llamado Josué. Al morir su madre, Josué es rescatado de la calle por Dora, antigua maestra, pícara y encantadora, que se gana la vida escribiendo cartas a las personas analfabetas en la principal estación ferroviaria de Río de Janeiro. A ella acuden obreros, campesinos y sirvientas con la esperanza de encontrar a familiares desaparecidos, de hacer revivir amores marchitos o, simplemente, de ser escuchados.

Con el tiempo, Dora se ha endurecido, hasta el punto de que ha olvidado la trascendencia de su trabajo y lo considera como una simple fuente de ingresos. Así que ahora selecciona con indiferencia las cartas que deben ser enviadas y las que no. Pero su encuentro con Josué le va a cambiar la vida. Primero intenta sacare partido económico al chaval, vendiéndolo a una turbia organización de adopciones ilegales y tráfico de órganos humanos. Pero su balbuceante conciencia la obliga a rectificar y a enfrentarse con esa violenta mafia. De modo que a Dora sólo le queda una salida: ayudar a Josué a encontrar a su padre, desaparecido desde hace años. Ambos emprenden así un largo viaje hacia el noreste de Brasil, que les unirá el uno al otro, les enfrentará con estilos de vida mucho más humanos que los de la gran ciudad y les devolverá la ilusión de vivir.

Cine de búsqueda

Salles ha definido Estación Central de Brasil como una película de búsqueda -«Un niño que busca a su padre, una mujer que busca su corazón y una nación que busca sus raíces»-, que trasciende su apariencia intimista jugando con el recurso de que, en portugués, padre (pai) y país (país) son casi la misma palabra. Y ha logrado recrear esa búsqueda de una identidad perdida -personal y nacional- con optimismo y apertura de miras, pero sin rebajar su alto contenido dramático, social y moral.

Walter Salles da instrucciones a Vinicius de Oliveira y a Fernanda Montenegro durante el rodaje de Estación Central de Brasil.

Este enfoque aprovecha al máximo la sugestiva concepción que tiene Salles del hecho de viajar, en cuanto posibilidad de conocer nuevos estilos de vida, aceptar la diferencia y ganar en tolerancia. De modo que consigue un equilibrado fresco humano, siempre entrañable y a ratos bastante divertido, que da muchas luces sobre las consecuencias del individualismo materialista, a la vez que exalta la poderosa capacidad transformadora del afecto familiar, la amistad, la solidaridad y el amor; en definitiva, de la apertura a los demás.

La religión como fuente de solidaridad

Sorprende especialmente el sugerente tratamiento que se da a la religión. Desde las primeras secuencias en la estación, con su singular capilla pública, hasta la populosa procesión del Niño Jesús, Salles mira a la religión con respeto, como una fuente de solidaridad y de ganas de luchar para mucha gente. En boca de un divertido camionero evangelista pone el guión esta declaración de principios: «Todo es cuestión de voluntad; sólo Dios tiene el poder». Y es también muy significativo que Salles eligiera para la promoción internacional de su película un fotograma en el que aparece Josué en lo alto de la cabina de un camión, justo encima del lema «Com Deus sigo o meu destino».

No renuncia Salles a hacer una cierta distinción crítica entre el sentimentalismo un tanto vacío y puritano de las sectas protestantes, y el vitalismo, más realista y pegado al terreno -aun en su versión folclórica-, del catolicismo. Sin embargo, casi siempre mantiene una mirada compresiva y cariñosa a ambas realidades. Al fin y al cabo, a él le interesa más la eficacia emocional que le permite el rico mestizaje cultural característico de la sociedad brasileña, elemento clave de esa identidad perdida que la película propugna recuperar tras varias décadas de perniciosos movimientos migratorios, dentro del propio Brasil y hacia el extranjero. El riesgo de esta visión es que la religión quede reducida a un simple dato ambiental. Pero, en Estación Central de Brasil, el distanciamiento inicial se convierte, por misteriosos mecanismos, en una clara implicación final, de modo que esas convicciones religiosas acaban por empapar también a los personajes principales.

Rica iconografía

Todo lo dicho enriquece enormemente la ágil y esmerada puesta en escena. La clave quizá esté en que Salles ha puesto la rica iconografía externa al pleno servicio de los personajes, a los que llenan de humanidad un excelente elenco de actores. En sus trabajos se aprecia especialmente esa atractiva combinación de madurez y frescura que caracteriza al conjunto de Estación Central de Brasil, y sobre todo en las soberbias interpretaciones de la veterana Fernanda Montenegro y del niño Vinicius de Oliveira, que debuta en esta película.

El caso es que la ternura, la piedad, el dolor, las ganas de luchar del argumento tienen su correspondiente reflejo visual en una realización llena de lirismo y credibilidad, que logra plenamente esa «integración orgánica de idea y forma» que, según el gran cineasta ruso Andrei Tarkovski, define a las verdaderas obras de arte.

Jerónimo José Martín_________________________Estación Central de Brasil (Central do Brasil). Director: Walter Salles. Guión: João Emanuel Carneiro y Marcos Bernstein. Intérpretes: Vinicius de Oliveira, Fernanda Montenegro, Marilia Pêra. 106 min. Jóvenes.

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