El catolicismo evangélico: una fe inconformista

publicado
DURACIÓN LECTURA: 15min.

Por inercia, muchos siguen adscribiendo el catolicismo al bando de la reacción. Pero ahora que las ya viejas vanguardias se han institucionalizado y el libertinismo se ha hecho burgués, ser católico es una forma de anticonformismo y transgresión. Lo subraya George Weigel en su último libro, Evangelical Catholicism (1), donde examina las exigencias que se plantean a la Iglesia en la posmodernidad y propone un programa de renovación.

Weigel presenta aquí algunos temas ya tratados en libros anteriores, como El coraje de ser católico y Política sin Dios, pero esta vez la perspectiva es mucho más amplia. Se nota además que es autor de la mejor biografía de Juan Pablo II, representante egregio y gran impulsor del “catolicismo evangélico”. También resulta claro que sabe teología y tiene familiaridad con la Biblia y con el magisterio reciente de la Iglesia, desde el Concilio Vaticano II en adelante.

El catolicismo evangélico es otra forma histórica que adopta la vida de la Iglesia tras el de la Contrarreforma

Abierto y crítico ante la modernidad
“Catolicismo evangélico” es el nombre que da Weigel a algo que él no inventa, sino que ya es realidad operante, aunque a la vez programa por aplicar. Weigel tampoco pretende atribuirse el mérito de haberlo sorprendido naciendo. El catolicismo evangélico, en realidad, no es tan nuevo. Comenzó hace más de un siglo, en el pontificado de León XIII (1878-1903), que adoptó otra actitud frente a la modernidad: no defensiva, sino abierta y crítica.

Esta tesis histórica no está desarrollada en el libro, pero es bastante clara en sus líneas generales. Basta recordar que León XIII impulsó la renovación de los estudios bíblicos y filosóficos, y de la liturgia; publicó encíclicas sobre la política moderna; inició la doctrina social de la Iglesia en su forma actual.

La corriente inaugurada por el Papa León fue perfilándose a lo largo del siglo XX y tuvo su gran expresión en el Concilio Vaticano II. Y ha madurado a principios del siglo XXI, con el impulso de Juan Pablo II.

El catolicismo evangélico comenzó con León XIII, tuvo su eclosión en el Concilio Vaticano II y maduró con Juan Pablo II

El catolicismo de nuestro tiempo
El catolicismo evangélico se distingue del anterior, que Weigel llama “de la Contrarreforma”, vigente desde el siglo XVI y que aún no ha desaparecido del todo. Aquel ponía el acento en lo institucional y jurídico; practicaba una catequesis de fórmulas claras; estimulaba la piedad mediante prácticas devocionales. Tuvo grandes logros: por ejemplo, mejoró el nivel del clero e implantó la fe en vastos territorios de América, África y Asia. Pero su tiempo ha pasado: no es adecuado para la situación actual, en que los principios básicos de la fe ya no son postulados compartidos.

El catolicismo evangélico es otra forma histórica que adopta la vida de la Iglesia. No es, precisa Weigel, una corriente particular, sino el catolicismo de nuestro tiempo, que admite muchas realizaciones concretas. Es, en resumen, “la Iglesia tal como la proclama el Concilio Vaticano II: la Iglesia de la llamada universal a la santidad”.

El problema de los “paganos bautizados”
Weigel describe el catolicismo evangélico con diez rasgos. Este es el primero: “El catolicismo evangélico es amistad con el Señor Jesucristo”. Es un tema dominante en el magisterio de Benedicto XVI, subrayado en su primera encíclica: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona” (Deus caritas est, 1).

También se caracteriza el catolicismo evangélico por centrar la vida cristiana en la liturgia y en la Biblia; por reconocer la autoridad de la Iglesia como depositaria y maestra de la verdad revelada; por venerar los sacramentos; por la llamada continua a la conversión; por reconocer la ordenación jerárquica de la Iglesia; por participar en la vida pública usando la voz de la razón, cimentada en la seguridad de la fe; por saberse destinado a evangelizar.

Todo está en la doctrina católica común: ¿cómo puede ser propio del catolicismo evangélico? Por un lado, hay diferencias de acento que en la práctica lo distinguen claramente de la forma histórica anterior. Por otro, hoy la doctrina católica no es conocida o aceptada por todos los miembros de la Iglesia. Weigel se refiere al grave problema de los “paganos bautizados”, que son católicos desde el punto de vista canónico pero nada más: habría que evangelizarlos empezando por lo más elemental. También hay quienes rechazan expresamente artículos del credo o enseñanzas morales de la Iglesia, pero permanecen en ella como “disidentes”.

Por inercia, muchos siguen adscribiendo el catolicismo al bando de la reacción. Pero ahora que las ya viejas vanguardias se han institucionalizado y el libertinismo se ha hecho burgués, ser católico es una forma de anticonformismo y transgresión. Lo subraya George Weigel en su último libro, Evangelical Catholicism (1), donde examina las exigencias que se plantean a la Iglesia en la posmodernidad y propone un programa de renovación.

De modo que el catolicismo evangélico no es el catolicismo “por defecto”, sino un programa de vida que ha de ser adoptado expresamente. Pues –esta es una diferencia con los tiempos pasados, como señala Weigel– ya no se puede ser católico simplemente por tradición: es necesario proponérselo.

Catolicismo contracultural
En efecto, dice Weigel, el catolicismo evangélico –el catolicismo de nuestra época– es inevitablemente contracultural, y no por iniciativa de la Iglesia, que en el Concilio Vaticano II quiso abrirse al diálogo con el pensamiento, la cultura, la sociedad descristianizadas. Comenta Weigel: “Los autores de la constitución pastoral [Gaudium et spes] sobre la Iglesia en el mundo moderno quizá imaginaban que entrarían en diálogo con honrados agnósticos que pensaban como Albert Camus, o con neomarxistas como Ernst Bloch o Roger Garaudy; no podían imaginar un mundo en que un español, Juan, pudiera presentarse en una oficina del Registro Civil y, tras firmar una instancia, declarar que desde ese momento es Juanita (y sin alteración quirúrgica alguna). Pero este es el mundo en que ha de proclamarse el Evangelio en el siglo XXI”.

Estamos, dice Weigel con una expresión que repite mucho, en el imperio del “yo autónomo y soberano”. Una ideología gnóstica y antimetafísica niega que las cosas, y en especial la naturaleza humana, sean datos que no están a nuestra disposición. Aunque a primera vista no lo parezca, desprecia la materia, y la sexualización universal lo delata: como anotó Joseph Ratzinger, al cuerpo se le niega consistencia propia y queda reducido a instrumento del yo, que no se considera medido por el sexo, pues ha decretado que feminidad y masculinidad son constructos sociales.

Todo eso se presenta como expresión de libertad. Pero en este contexto ideológico, advierte Weigel, “es ilusorio creer que las democracias occidentales son inmunes a la tentación totalitaria de rehacer la naturaleza humana mediante el poder coercitivo del Estado”. Un caso es el empeño de redefinir el matrimonio: “Lo que aquí está en juego es nada menos que la democracia misma, o sea el poder constitucional limitado”. De hecho, la libertad religiosa empieza a estar amenazada en las democracias. Weigel cita ejemplos de la dictadura del relativismo: se niega la objeción de conciencia a profesionales de la sanidad; se retira la licencia a agencias de adopción y acogimiento familiar que no quieren confiar niños a parejas homosexuales.

El análisis de Weigel tiene una limitación. Se refiere al Occidente secularizado, pero en buena parte no es aplicable a Latinoamérica, y menos a África y Asia del sur y del este; y en esas tres regiones están ya la mayor parte de los católicos. Weigel tampoco olvida que existen los católicos orientales (griegos, maronitas, armenios, sirios…); pero el contexto de casi todas sus reflexiones se reduce a la Iglesia latina, como es patente sobre todo cuando habla de la liturgia o de la elección de obispos.

Evangelizar con los laicos
En todo caso, si la corriente dominante choca con la fe, el catolicismo evangélico lleva en sí mismo el germen del remedio, pues no es solo contracultural, sino a la vez creador de cultura. La razón es que “la amistad con el Señor Jesús configura todos los aspectos de la vida de un cristiano”.

El análisis de Weigel se refiere al Occidente secularizado, y menos a otros continentes

A este propósito dice Weigel que el catolicismo evangélico es bilingüe. Predica la palabra de Dios con su lenguaje propio, el de la Escritura y la tradición de la Iglesia. En cambio, “cuando aborda asuntos de política pública en las sociedades pluralistas y por lo general seculares, el catolicismo evangélico emplea su segunda lengua, que es la lengua de la razón”. Así, las declaraciones del magisterio de la Iglesia sobre asuntos de interés general tienen la misión de “conformar el debate público poniendo la levadura de la razón moral en lo que de otro modo podría no ser más que unos análisis utilitaristas”.

Ahora bien, la acción política corresponde a los laicos, que tienen el derecho de promover soluciones concretas, como ciudadanos y electores, o como representantes de estos. Y también en los demás ámbitos de la vida social los laicos tienen la misión de ser fermento. “La vocación laical, tal como la entiende el catolicismo evangélico, no es primariamente de gestión eclesiástica, tareas en las que se implicará solo una pequeña minoría de laicos. La vocación laical es evangelizar: la familia, el lugar de trabajo, el vecindario, y por tanto la cultura, la economía, la política”.

“Los católicos laicos no necesitan permiso de nadie para ser los testigos del Evangelio que están llamados a ser: evangelizar es una obligación bautismal, no un privilegio concedido por la autoridad eclesiástica”. Eso es doctrina del Concilio Vaticano II, y como señala Weigel, en parte se ha realizado con “el surgimiento de nuevos movimientos de renovación del laicado y la expansión de expresiones de la misión laical como el Opus Dei”. Pero aún falta mucho para que la conciencia de la responsabilidad apostólica de los laicos sea mayoritaria.

Un ideal alto
Falta, en el fondo, que sea mayoritario llevar una vida espiritual intensa, porque sin aspiración a la santidad no hay apostolado. En este punto vuelve Weigel al primer rasgo del catolicismo evangélico: la relación personal con Jesucristo. “El crecimiento en fe, esperanza y amor –el crecimiento en amistad con Cristo– se nutre de la regular y frecuente recepción de los sacramentos”.

Weigel pone el listón alto, es decir, alto en comparación con la mediocridad común. “El catolicismo evangélico pide a los laicos que sean generosos con su tiempo: que saquen tiempo en medio de la prisa de la vida posmoderna para un encuentro con Cristo más profundo que el permitido por una hora de culto a la semana”. Weigel propone concretamente la participación diaria en la Misa y en la adoración eucarística; la confesión frecuente; la práctica regular del examen de conciencia.

Eso puede parecer demasiado exigente. Pero ante una sociedad paganizada no basta un catolicismo tímido o tibio. Hace falta “un catolicismo evangélico robusto que proponga el Evangelio de manera convincente y valiente”. Y esa es tarea de todos: “según la perspectiva del catolicismo evangélico, todo católico es un misionero, un evangelizador”.

Weigel se plantea la objeción de que tanta exigencia lleve a una Iglesia, sí, más pura, pero más pequeña. Él mismo responde: “Ciertamente, el catolicismo evangélico pide mucho. Pero es precisamente con llamadas a la grandeza cristiana, basadas en la gracia de Dios (…), y en el fuego del Espíritu Santo (…), como se ha extendido siempre la fe cristiana”. Esa fe vigorosa y exigente convirtió el antiguo mundo pagano. Esa fe ha traído la tremenda expansión del catolicismo en África en el siglo XX y en nuestros días. Esa fe vigorosa y exigente es la única que crece en el Occidente secularizado, la que ya está produciendo un renacimiento de la Iglesia en puntos de una tierra que parecía perdida sin remedio para el cristianismo.

__________________

(1) George Weigel, Evangelical Catholicism: Deep Reform in the 21st-Century Church, Basic Books, Nueva York (2013), 304 págs., 27,99 $ (papel) / 18,90 $ (Kindle).


Las reformas del catolicismo evangélico

Weigel insiste en la importancia de la apologética, en nuevos procedimientos para la selección de obispos y en la reforma de la curia romana

En la segunda parte del libro, Weigel propone reformas en distintos ámbitos de la Iglesia. No son principalmente estructurales. Weigel subraya que la estructura está al servicio de la misión; lo decisivo es dar a las personas la posibilidad de unirse a Dios mediante la amistad con Jesucristo, lo que requiere darles a conocer la verdad revelada. Toda genuina reforma habida en la historia de la Iglesia, añade Weigel, ha buscado energía en lo esencial, para vivirlo de un modo más auténtico en circunstancias nuevas.

En la liturgia, la renovación empezará por aplicar el principio de fe católica de que “la liturgia es fundamentalmente obra de Dios, no nuestra”. Por tanto, “el sacerdote es servidor de la liturgia, no su dueño, y nunca debe considerarla oportunidad para la expresión de su cautivadora personalidad”. Su misión es llevar al pueblo a Cristo, no a sí mismo.

Parte de la reforma será tomar en serio las disposiciones del Vaticano II, como la de fomentar el uso del canto gregoriano en el rito latino. También hace falta, sostiene Weigel, una “reforma de la reforma” prescrita por el Concilio. En particular, hay que corregir lo que un estudioso llama “déficit escatológico” en la liturgia actual: no mostrar con claridad suficiente que la liturgia celebrada en la tierra es participación en la liturgia celestial y anticipa la venida de Cristo en su gloria. Es un problema que en general no hay en los ritos orientales ni había en la liturgia latina anterior. Para remediarlo, Weigel propone considerar seriamente la posibilidad de que en la liturgia eucarística de la Misa, terminada la liturgia de la palabra, el sacerdote y el pueblo miren, como era norma antes, en la misma dirección.

Pastores, no gestores
Con respecto al episcopado, Weigel insiste en cambiar los procedimientos y criterios por los que se seleccionan candidatos a obispos. Cree que no se debe decidir solo entre el nuncio y los obispos del país; también se debería escuchar a sacerdotes y algunos laicos. Considera que se nombran demasiados obispos sin diócesis, entre cargos de la curia romana o como obispos auxiliares.

Subraya también que el obispo es pastor, no simple gestor. Teme que las conferencias episcopales contribuyan de hecho a diluir la responsabilidad propia de cada uno, al dedicarse a elaborar planes y documentos. En cambio, echa de menos que los obispos practiquen, en el ámbito de la conferencia episcopal, una muestra “clásica, pero en gran medida olvidada” de la colegialidad: la corrección fraterna. Esta práctica podría evitar que el mal desempeño de un obispo hiciera daño a su diócesis. En último caso, señala Weigel, hay que idear un procedimiento para destituir a un obispo incompetente o indigno, que defina bien las razones para hacerlo.

Sacerdotes misioneros
“En el catolicismo de la Contrarreforma, ‘sacerdotes misioneros’ eran los enviados a los confines de la Tierra para convertir a los paganos. En el catolicismo evangélico del mundo desarrollado en el siglo XXI, todo sacerdote católico debe ser un sacerdote misionero”. Esto exige una reforma en la selección y la formación de los candidatos, de la que ya trató Weigel en El coraje de ser católico.

Entre otros aspectos, Weigel subraya la importancia de formar a los seminaristas en apologética, para que sean capaces de “defender de manera convincente las verdades del Evangelio frente a los argumentos contrarios de la cultura dominante”. La cuestión “¿cómo va una parroquia?” no se puede contestar con una simple media de asistentes a la misa dominical, sino más bien en otros términos: cuántos católicos apartados de la fe han vuelto, a cuántos posibles conversos se ha invitado a conocer la fe, cuántos de ellos han iniciado el catecumenado.

Eso es, para Weigel, poner al día el sacerdocio. Y para eso, “la reforma radical del sacerdocio católico incluirá profundizar, no debilitar, el vínculo entre celibato y ministerio de los sacerdotes”. El celibato es otra “transgresión” contracultural muy necesaria frente a la posmodernidad paganizada.

Curia
Weigel dedica bastantes páginas a la reforma de la curia romana, que le parece urgente. Empieza desmintiendo algunos tópicos: no es una gigantesca burocracia, sino un cuerpo en el que trabajan unas tres mil personas: un número muy pequeño para una comunidad mundial de 1.200 millones de católicos; tampoco maneja grandes riquezas, sino que por lo general es deficitaria.

A continuación, Weigel sostiene que la curia se ha deteriorado en los últimos años. Alega en particular fallos en la sala de prensa, que han ocasionado a Benedicto XVI y a la Iglesia descrédito y críticas evitables. Algunos reproches a personas concretas parecen desproporcionados o se basan en datos no públicos que tampoco documenta. En todo caso, atribuye los desastres al predominio en la curia de gente de mentalidad tradicional, excesivamente “eclesiástica”, que parece no darse cuenta de que el mundo va por otro lado.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.