El adolescente teleadicto, más proclive a la violencia

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Todo el mundo intuye que la marea de violencia en la televisión favorece la agresividad en la vida real, en especial entre los espectadores jóvenes. Ahora bien, comprobarlo de modo experimental es difícil, porque la relación no es directa y porque influyen otros factores (ver servicio 92/97). Los numerosos estudios sobre el tema se suelen considerar indicativos, pero no concluyentes. Sin embargo, los autores de una nueva investigación, publicada en Science (29-III-2002), creen haber prácticamente demostrado que ver mucha televisión durante la adolescencia induce conductas violentas.

La virtud del último estudio reside en su larga duración: los autores, de la Universidad de Columbia y del centro médico Mount Sinai (EE.UU.), han seguido la evolución de 707 personas durante 17 años. Mediante encuestas, averiguaron el tiempo diario medio que los sujetos dedicaban a la televisión a los 14 o a los 22 años. Después examinaron los registros de la policía para determinar qué porcentaje de los sujetos habían cometido actos violentos al cabo de unos años. Resultado: ver más de tres horas de televisión al día multiplica por más de cinco la probabilidad de incurrir en comportamientos agresivos (ver tabla). La correlación estadística entre uso de la televisión y violencia se mantiene aun cuando se descuentan otros factores: precedentes de conducta agresiva, trastornos psíquicos, falta de atención por parte de la familia, nivel educativo de los padres o índice de delincuencia en la zona.

«El cúmulo de indicios ha llegado a ser abrumador», asegura el director del estudio, Jeffrey Johnson (Universidad de Columbia). Su conclusión práctica es que, «al menos durante la primera adolescencia, los padres no deberían permitir a sus hijos ver más de una hora de televisión al día» (International Herald Tribune, 29-III-2002).

Esto no significa que haya una relación estricta y directa entre la violencia en la pantalla y la violencia en la calle, como recuerda otro especialista, el francés Claude Allard, psiquiatra infantil. Según él, «es la combinación de carencias afectivas e imágenes de violencia a todo pasto lo que crea una mezcla explosiva» (Le Monde, 14-III-2002). En todo caso, dice Ségolène Royal, ministra delegada francesa para la Familia y la Infancia, es hora de reconocer «de una vez por todas» que los niños «no salen indemnes de la repetición de imágenes degradantes».

Royal hizo estas declaraciones el 12 de marzo, al presentar un informe sobre las consecuencias de la violencia y la pornografía audiovisual en los menores. La ministra quiere suscitar preocupación en el público, las cadenas de televisión y las autoridades, a fin de abrir consultas para elaborar una ley que proteja a los niños de la «telebasura». Señala que las películas a las que no se admite a menores cuando se proyectan en un cine, están disponibles a cualquiera en la televisión y en los videoclubs. Y en esto, añade, las cadenas públicas no son mucho mejores que las privadas: «El Estado ha abdicado de su responsabilidad educativa en los medios de comunicación», llega a afirmar Royal. Entre otras medidas, propone dar entrada a representantes de las familias en los consejos de administración de las cadenas estatales y en el CSA, el organismo regulador de los medios audiovisuales.

También Allard se refiere a la debilidad de la regulación por el sistema de calificaciones. «Se observa -dice- una progresión de lo ‘visible’: lo que hace diez años no se podía exhibir, especialmente en lo tocante a la sexualidad o a la violencia, se ha hecho posible y aun del todo trivial». Así, el niño, inmerso en las imágenes, tiene «cada vez más difícil discernir lo que va dirigido a él»; confusión, agrega el psiquiatra, «pretendida por ciertos emisores». A la vez, «cada vez más emisiones son calificadas ‘para todos los públicos’, y los padres no practican restricciones».

Yendo a lo más general, Allard ofrece unas reflexiones extraídas de su experiencia clínica. «Lo que me asombra actualmente, entre los niños que trato, es la dificultad que experimentan para desengancharse de las imágenes. Se tiene la impresión de que, incluso entre los que no son particularmente frágiles, se puede instaurar una dependencia de las imágenes, simplemente por su poder de atracción, por el goce sensorial que proporcionan».

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