Cristianos en Hong Kong: avisados del peligro

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Católicos y protestantes residentes en Hong Kong han estado en primera línea de las protestas de estos días. Entre los manifestantes que bloqueaban las principales arterias de Hong Kong, una universitaria de 21 años, Wendy Lo, confesaba a un periodista occidental cómo hallaba inspiración en los textos bíblicos para participar en las protestas contra la injerencia de Pekín en el autogobierno local.

(Actualizado el 13-10-2014)

La joven aludió al pasaje en que la reina judía Ester se presentó osadamente ante el rey persa, sin pedir permiso, para interceder a favor de su pueblo. “La historia me hizo reflexionar acerca de hablar por mí misma. Si los residentes de Hong Kong no hablamos por nosotros mismos, ¿quién lo hará?”.

Sucede que en la protesta pacífica se advierten, además de los signos cristianos materiales, la inspiración y los gestos del evangelio. Se conoce que algunos de los principales líderes profesan la fe –una de las figuras más conocidas, el joven Joshua Wong, que fue arrestado al inicio de las protestas y liberado poco después, ha estudiado en el United Christian College, uno de los más prestigiosos centros educativos del territorio–, y que el activismo de las iglesias se ha desplegado en ayudar logísticamente a los manifestantes y en ofrecerles cobijo cuando ha sido necesario.

“En Hong Kong hemos disfrutado de libertad y de muchas cosas positivas, y tenemos el deber de defenderlas” (Cardenal Zen)

Wu Chi-wai, pastor de la Hong Kong’s Christian & Missionary Alliance Church, explica a The Wall Street Journal que más de la mitad de las cerca de 1.400 iglesias protestantes existentes allí han organizado grupos para apoyar al movimiento. Así, además de cantar himnos y rezar, distribuían bocadillos y raciones de comida a los manifestantes. Lo mismo han hecho miembros de la Federación de Estudiantes Católicos de Hong Kong (HKFCS) y activistas protestantes.

Defender la democracia, un deber

No hay que pensar, sin embargo, en una reacción monolítica de todas las iglesias contra la hegemonía que pretende Pekín con su pretensión de mantener poder de veto sobre los candidatos a gobernar Hong Kong (el leitmotiv de las protestas).

De una parte, el anciano cardenal Joseph Zen, anterior obispo de la diócesis hongkonesa, es percibido como la autoridad moral que anima a los descontentos. El purpurado estima “un derecho y un deber” de todo cristiano salir a las calles: “En Hong Kong hemos disfrutado de libertad y de muchas cosas positivas, y tenemos el deber de defenderlas”.

Mons. Zen habla con conocimiento de causa, toda vez que su familia al completo escapó de Shanghai cuando los comunistas tomaron el control del país en 1949. Por ello, opina que con la presencia de los manifestantes en las calles hay mucho en juego. “Es todo un modo de vida. Aquí tenemos una cultura de la verdad, del respeto por la dignidad de la persona”, afirma, y lo contrasta con la falsedad reinante en China, “donde priman los intereses inmediatos, donde no hay valores espirituales. Todo va contra nuestras creencias cristianas y contra los valores humanos”.

En respuesta a unas preguntas de Aceprensa, el cardenal Zen declara que “los cristianos no podemos ser neutrales, porque lo que está en juego es no solo la persona que será elegida para presidir el ejecutivo. Es que a través de esa persona, el régimen comunista llegará a Hong Kong; llegará un modo de vida diferente, una cultura de la mentira, de la violencia y de la esclavitud, y todos nuestros valores –los valores universales y cristianos– están en riesgo de ser destruidos; toda nuestra labor en educación durante todos estos años está en peligro de malograrse. Incluso se nos denegará la libertad religiosa”.

El activismo de las iglesias se ha desplegado en ayudar logísticamente a los manifestantes

Asimismo, el pastor bautista Chu Yiu-ming, uno de los fundadores del movimiento democrático “Occupy Central with Love and Peace”, aseguró al South China Morning Post estar preparado para “pagar el precio” de tener un proceso electoral libre y justo. “Tengo casi 70 años —dice—, por lo que nos anima la esperanza de dejarle un camino más grato a la próxima generación”.

En una nota diferente cantan las autoridades anglicanas. Ya en julio, en previsión del escenario que sobrevendría, el arzobispo Paul Kwong pronunció un sermón sobre la necesidad de que los cristianos no quebrantaran la legalidad en caso de considerar necesario manifestarse.

Irritación de Pekín

Tal vez sirven esas discordancias para establecer que las protestas no son exacta y homogéneamente “cristianas”, si bien cabe remarcar el liderazgo de ese colectivo en la organización y coordinación de las acciones. Y ello en un contexto en que el mayor segmento de la población profesa el budismo y el taoísmo (35,5 por ciento, frente a un 11,8 por ciento de cristianos).

Es este tipo de activismo el que irrita a las autoridades de Pekín. Por eso allá donde puede, en la China continental, aprieta las tuercas a las iglesias que no entran por el carril oficial, y se encarga de que no trascienda a sus informativos la indignación de los habitantes de Hong Kong.

Pekín guarda una ojeriza tradicional a las iglesias cristianas, a las que insiste en ver como históricas aliadas de las potencias coloniales que siglos atrás se enseñorearon del país. Esta desconfianza se ve reforzada por la realidad de que católicos y protestantes contribuyeron a poner fin a dos regímenes dictatoriales no lejanos de las fronteras chinas, en Corea del Sur y Filipinas.

Más prosperidad económica, ¿y más derechos?

Con el paso de los días, la protesta masiva de quienes se oponen al poder omnímodo de Pekín sobre Hong Kong ha fluctuado y decrecido.

Quizá por eso el ejecutivo local, presidido por Leung Chun-Ying, un político puesto por las autoridades chinas, decidió el día 9 suspender las conversaciones que tenía previsto mantener con los estudiantes, alegando que estos habían convocado una escalada de las manifestaciones.

Hay una sensación mediática de que el movimiento civil ha perdido fuerza con el paso de los días. Según el cardenal Zen, “el movimiento está en peligro de perder su dirección. Los estudiantes han tomado el liderazgo en sus manos, pero no están escuchando a otros líderes que han comenzado juntos las protestas. No respetan a los tres promotores de “Occupy Central”, y han olvidado que su fuerza les viene del resultado de ese “referéndum” y de la magnitud de la marcha del 1 de julio (con medio millón de participantes). Sus acciones se están prolongando ya demasiado y causan muchos inconvenientes al público. Y es peligroso perder el apoyo de la gente. Creo que se necesita urgentemente más unión entre todas las fuerzas, y un cambio de estrategia”.

Sin embargo, también habrán influido las provocaciones de grupos mafiosos, tal vez pagados por el gobierno para que alteren el orden y amedrenten a los participantes. Y hay además empresarios, dueños de negocios de las áreas en que ha tenido lugar la protesta, que llaman a los manifestantes a desmantelar todo y regresar a casa, por las pérdidas que les genera esta situación.

El peso de lo económico, se ve, dicta la reacción de algunos, que no entran a considerar que, en la medida en que Pekín cope más y más espacio de la autonomía de Hong Kong, prerrogativas por mucho tiempo sobreentendidas, como la libertad de empresa, de asociación, de expresión, de profesar públicamente las creencias religiosas y vivir de acuerdo con ellas en un clima de libertad y tolerancia, etc., podrían tener fecha de caducidad.

Los cristianos hongkoneses saben bien por qué han salido a las calles. Les ha bastado con mirar hacia el norte, hacia China, cuya prosperidad económica ha otorgado a 300 millones de personas un billete hacia la clase media, pero no ha hecho desaparecer las profundas injusticias y el irrespeto a las libertades personales.

“Los cristianos en Hong Kong –explica a UCA News Joseph Cheng, profesor de la City University en la ex colonia británica– han visto que el desarrollo económico no ha traído más tolerancia religiosa en China. A pesar de ese desarrollo, a pesar del mejoramiento de los estándares de vida y de la apertura al mundo, la tolerancia hacia los cristianos no ha mejorado, al contrario: en los dos últimos años la persecución se ha recrudecido”.

No tienen motivos aún, por tanto, para cerrar la Biblia, tomar la silla desplegable y marcharse a casa.

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