Cómo se creó Occidente

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Thomas E. Woods muestra lo que la civilización occidental debe a la Iglesia católica

Cuando se habla de la civilización occidental y de las instituciones que ha exportado al resto del mundo se olvida a menudo que muchas de ellas tienen su origen en el cristianismo. El historiador estadounidense Thomas E. Woods Jr. ha escrito un libro casi provocador en el que explica de forma sistemática a un público que, en gran medida, ha perdido su memoria histórica, «Cómo construyó la Iglesia católica la civilización occidental» (1). Desde la ciencia a la Universidad, desde el arte al origen de la economía moderna, Woods muestra las innovaciones y la influencia de la Iglesia.

El enfoque de Thomas Woods -historiador profesional, poseedor de títulos de Harvard y Columbia-, resulta a la vez religiosamente fiel e históricamente digno de confianza, como lo indican la excelente bibliografía y las notas a pie de página, que revelan una amplia erudición y que justifican sus credenciales académicas.

Reconocer los errores

Durante el año del Gran Jubileo, Juan Pablo II hizo público un famoso «reconocimiento de culpa» o acto de contrición en nombre de toda la Iglesia Católica por los graves pecados cometidos por sus fieles a lo largo de sus 2000 años de historia. Al hacerlo, expresaba su deseo de que la Iglesia entrara en el nuevo milenio con una hoja de servicios purificada, lo que le permitiría dirigirse y dialogar libremente con grandes religiones, culturas y naciones del mundo desde una posición, no sólo de antigüedad sino también de autoridad moral y religiosa.

No deja de ser interesante que esta compunción apenas fuera reconocida y que no se haya producido petición recíproca alguna de perdón por los pecados cometidos contra la Iglesia y sus fieles.

Desde un punto de vista católico, en la Iglesia hay que considerar dos aspectos: uno que representa su naturaleza divina como el Cuerpo sin mácula de Cristo, y otro que centra su atención en la debilidad de los miembros humanos de la Iglesia heridos por el pecado. La contrición del Papa se aplicó a la Iglesia entendida en este segundo sentido.

Producto del catolicismo

Esa petición de perdón con motivo del nuevo milenio constituye un marco perfecto para el espléndido relato del profesor Woods sobre las multiples formas en que la fe católica creó lo que conocemos como «civilización occidental». Llegado a las librerías casi al mismo tiempo que se producía el final del magnífico pontificado de Juan Pablo II, el libro de Woods establece con sobria seguridad que la gran mayoría de las instituciones que conforman Occidente y que siguen expandiéndose al resto del mundo, son producto del catolicismo y de personas que profesaban dicha fe.

El profesor Woods reconoce que «en nuestros medios de comunicación y en nuestra cultura popular, poco hay que escape a la ridiculización de que se hace objeto a la Iglesia. Es habitual que los estudiantes, en la medida en que saben algo, por poco que sea, acerca de la Iglesia Católica, sólo conozcan los presuntos casos de ‘corrupción’ eclesiástica citados repetidamente en relatos de mayor o menor credibilidad por sus profesores de instituto. La del catolicismo, por lo que ellos saben, es una historia de ignorancia, represión y estancamiento».

Pero Woods observa que «la civilización occidental le debe a la Iglesia el sistema universitario, las obras de beneficencia, el derecho internacional, las ciencias y principios jurídicos fundamentales… La deuda de la civilización occidental con la Iglesia Católica es mucho mayor de lo que la mayoría de la gente cree -católicos incluidos-…. En realidad, la Iglesia creó la civilización occidental».

Woods divide la historia de la Iglesia y de la civilización occidental en capítulos que tratan a la Iglesia desde sus comienzos hasta la época actual. Demuestra que las instituciones occidentales, por más que su origen esté a menudo en Atenas y en Jerusalén, se desarrollaron dando lugar a una cultura católica en un proceso que se aceleró desde la temprana Edad Media justo hasta los tiempos de la Reforma y de la Ilustración. Llegados a ese punto, los impulsores de estas distintas rebeliones contra la Iglesia comenzaron a usar las instituciones occidentales para sus propios fines, que nacían de sus orígenes católicos pero que se volvían ajenos a ellos.

La matriz de la ciencia moderna

Nuestro mundo está bajo la fascinación y el impulso del progreso tecnológico, por lo que, probablemente, los lectores encuentren especialmente interesante la explicación que el profesor Woods da de cómo la ciencia moderna adquirió su empuje original de la teología católica. Los primeros teóricos y, por supuesto, practicantes de la ciencia experimental fueron creyentes católicos y, en muchos casos, sacerdotes y religiosos.

Woods escribe: «La presunta hostilidad de la Iglesia católica contra la ciencia puede ser su mayor tacha en la mente del público. A la versión sesgada del caso Galileo con la que la mayoría de la gente está familiarizada, le cabe una grandísima parte de culpa de la extendida creencia de que la Iglesia ha obstaculizado el progreso de la investigación científica.

«Pero incluso si el caso Galileo hubiera sido tan rematadamente malo como la gente piensa, es revelador, como dijo el cardenal John Henry Newman, el famoso converso decimonónico del anglicanismo, que éste sea el único ejemplo que siempre se menciona».

Woods argumenta de forma convincente que la moderna ciencia experimental comenzó a finales de la Edad Media debido a la creencia cristiana de que Dios creó el mundo de la nada y de que existe un «orden» en el universo que puede ser conocido gradualmente por los hombres. Como explica Stanley Jaki, la visión teísta católica afirmaba la importancia de averiguar exactamente qué clase de universo había creado Dios y así evitar las disquisiciones teóricas sobre cómo debería ser el universo. Por medio de la experiencia -un componente clave del método científico- llegamos a conocer la naturaleza del universo que Dios eligió crear. Y podemos llegar a conocerlo porque es racional, predecible e inteligible…

Fue precisamente este sentido de que el mundo físico era racional y predecible lo que, antes que nada, dio a los científicos modernos la confianza filosófica para dedicarse al estudio científico. En palabras de un académico, «sólo en semejante matriz conceptual pudo la ciencia experimentar la clase de nacimiento viable que va seguido del crecimiento sostenido».

La Iglesia y la economía

El capítulo sobre «La Iglesia y la economía» llama también especialmente la atención. La pericia de Woods en este campo se nos muestra en su reciente libro «The Church and the Market: A Catholic Defense of the Free Economy» (Lanham, MD; Lexington Books, 2005). En este capítulo, Woods no sólo señala que el afamado historiador de la economía Joseph Schumpeter reconoció las aportaciones de los escolásticos tardíos a la economía moderna, sino que afirma que «fueron ellos los que estuvieron más cerca que ningún otro grupo de haber sido los ‘fundadores’ de la economía científica».

Woods procede a examinar la obra de los escolásticos tardíos (que escriben en los siglos XV y XVI) sobre la inflación, el mercado de divisas, el valor del dinero, el precio justo, los tipos de interés, etc. Su pensamiento económico era tan perspicaz como sorprendentemente moderno; en especial, si tenemos en cuenta que escribían mucho antes de la aparición en el siglo XVIII de la Ilustración Escocesa y de Adam Smith.

Otro gran economista del siglo XX, Murray Rothbard, dedicó una extensa sección de su historia del pensamiento económico, que mereció el aplauso de la crítica, a comprender la visión intelectual de los escoláticos tardíos, a quienes describió como brillantes pensadores sociales y analistas económicos. Argumentó convincentemente que la visión intelectual de estos hombres se prolongó hasta culminar en lo que sería a finales del siglo XIX la Escuela Austriaca de Economía, una importante escuela de pensamiento económico.

Sin embargo, las raíces de la aportación católica a la economía de mercado se remontan a épocas aún más antiguas: Jean Buridan (1300-1358), por ejemplo, que fue rector de la universidad de París, realizó importantes aportaciones a la moderna teoría del dinero. En lugar de considerar el dinero como un producto artificial de la intervención del Estado, Buridan mostró cómo el dinero surgió no por decreto gubernamental sino del proceso de intercambio voluntario.

Naturalmente, darse cuenta de que la economía moderna debe mucho de su interpretación básica al pensamiento católico puede animar a la sociedad a prestar mayor atención a la doctrina social de la Iglesia, que se extiende a lo largo de un siglo desde la encíclica «Rerum novarum», de León XIII, hasta la «Centesimus annus», de Juan Pablo II. Esta perspectiva resulta de especial importancia dado el cambio cada vez más rápido hacia una economía mundial.

Entre el pasado y el futuro

El nuevo libro de Thomas Woods bien podría ocupar un lugar en cualquier curso sobre la civilización occidental impartido en la enseñanza secundaria o en una universidad: es decir, en cualquier curso impartido por alguien dispuesto a reconocer honradamente que el mundo moderno y sus instituciones no surgieron espontáneamente a través de algún tipo de «evolución dispersa», sino que deben su existencia a hombres y mujeres profundamente influidos por la doctrina y las enseñanzas morales católicas.

Este redescubrimiento puede ser de enorme importancia. El rápido crecimiento actual de la Iglesia -con un dinamismo especial en el Sur y en el Este- crea nuevos retos para la inculturación de la fe y nuevas oportunidades de transmitir su pensamiento e instituciones.

El libro de Thomas Woods fascinará e instruirá de una manera digna del historiador y polemista católico del siglo XX Hilaire Belloc, enseñándonos la forma de mirar al pasado para transformar el futuro.

C. John McCloskey____________________(1) Thomas E. Woods Jr. «How the Catholic Church Built Western Civilization». Regnery Publishing. Washington (2005). 256 págs. 29,95 $.


Otros libros sobre la herencia del cristianismoEl legado del cristianismo
César Vidal
Espasa Calpe. Madrid (2005). 328 págs. 17,20 €. Ver Aceprensa 65/00.

Este libro, de marcado carácter divulgativo, pretende dejar constancia de las aportaciones del cristianismo a la civilización occidental. El intento se realiza desde una posición que podría calificarse de neutral o hasta agnóstica. Vidal relata al hilo de la historia los principales hitos de configuración de ese legado que hoy permanece de modo diverso en la cultura occidental, en creyentes e incluso no creyentes.

Desde la recepción del cristianismo en la cultura grecolatina y su extensión por toda Europa hasta la revolución científica y la democracia, el autor interpreta la impronta cristiana en nuestra civilización, las más de las veces en acertada clave. Bien es cierto que en algunas cuestiones caben matices e incluso una mayor profundización. En cualquier caso su lectura provoca interesantes y a veces muy olvidadas cuestiones; entre otras, qué supuso el cristianismo para la consideración de la mujer, los niños o los esclavos en Roma, su papel en la concepción de la democracia, en el avance de la ciencia, o su enfrentamiento a los dos sistemas totalitarios del siglo XX. De igual manera es especialmente valioso en este ensayo ver hasta qué punto la figura de Cristo resiste un tratamiento histórico.

Por todo esto, el libro de Vidal supone una interesante aportación como obra de divulgación, especialmente hoy ante la ignorancia reinante no sólo de religión sino también de la simple y llana historia. Juan Domínguez.


Raíces culturales y espirituales de Europa
Radici culturali e spirituali dell’ Europa
Giovanni Reale
Herder. Barcelona (2005). 199 págs. 16,50 €. Traducción: María Pons Irazazábal. Ver Aceprensa 59/05.
Para Reale, catedrático de Historia de la Filosofía Antigua, las raíces culturales de Europa son filosóficas y se originan en Grecia, con Sócrates y Platón. Las raíces espirituales son las cristianas: Reale muestra la aportación única del concepto cristiano de persona después de ofrecernos en apretada síntesis varios siglos de filosofía. De este modo, la consideración de Europa va más allá de lo histórico y lo político para buscar lo verdaderamente radical: los pensadores imperecederos y la religión revelada.

Quien esté iniciado en la historia de la filosofía repasará textos clave de Heidegger, Gadamer, Kuhn… y si no lo está, disfrutará con la certera palabra de Karol Wojtyla, Pascal, Patocka, por citar a algunos de los filósofos aquí convocados.

La lucidez de Reale se hace patente, de modo particular, en el análisis de los efectos que acompañan a la revolución científico-técnica de la Edad Moderna y Contemporánea, y las consecuencias del cientifismo como ideología.

Por su rigor en el modo de abordar las líneas gestoras de la historia del pensamiento europeo, los capítulos centrales hacen que el libro no sea caduco.

Por otra parte, Reale conecta con los problemas actuales, especialmente en el primer capítulo y en el último. Recala en la moneda única, Maastricht, la Carta constitucional de Europa, los «eurocínicos» y los «euroescépticos» y se acerca, con la misma perspicacia, a la situación actual de Europa, con análisis sobre Internet y las nuevas tecnologías. Patricia Morodo.


Cristianismo y europeidad
Luis Suárez Fernández
EUNSA. Pamplona (2003). 345 págs. 20 €. Ver Aceprensa 7/04.
El historiador Luis Suárez reflexiona sobre el pasado, en especial el de la Iglesia en los últimos dos siglos, para abrir horizontes hacia el futuro en un tercer milenio de particularidades muy diferentes a las de la época medieval, cuando Cristiandad y Europa eran términos equivalentes.

Lo que hay que tener en cuenta en esta nueva época no son tanto las estructuras externas del orden político-social, que pueden ser cambiantes, sino los valores que tienen su origen en el cristianismo: la libertad considerada como un don de Dios, la igualdad derivada de la condición de hijos de Dios, la dignidad de la mujer que tiene en María un referente excepcional… Con todo, los tiempos medievales nos muestran que Europa no hubiera llegado a la plenitud de sus posibilidades sin la aportación cristiana. Platón, Cicerón o Séneca no explican por sí solos la cultura europea, pues hay otro factor determinante: el de una religión venida de Oriente a Occidente, cuyo mensaje trasciende -y completa a la vez- el legado de Jerusalén, Atenas y Roma. Por eso se puede afirmar que los fundadores de Europa, los que injertaron las raíces cristianas en el continente, fueron los santos de los primeros siglos medievales: Benito, Gregorio, Isidoro, Bonifacio…

Súarez no se queda, sin embargo, en la contemplación de esos tiempos primigenios sino que hace teoría de la Historia para ahondar en las causas de los males actuales de Europa. Antonio R. Rubio.

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