«Para servir a los pobres hay que evangelizar también a las clases dirigentes»

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Benedicto XVI inaugurará el próximo 13 de mayo la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM), que se celebrará en el santuario de Nuestra Señora de La Aparecida, a 160 kilómetros de São Paulo (Brasil). La reunión, que contará con 266 participantes, entre delegados y peritos, marcará las líneas generales de la acción de la Iglesia en el subcontinente americano, donde viven casi la mitad de los católicos del mundo.

El profesor Mariano Fazio, ordinario de Historia de las Doctrinas Políticas en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma), comenta en esta entrevista algunas de las dificultades y esperanzas que marcarán los trabajos de esta Conferencia, en la que participa como perito de nombramiento pontificio.

— Juan Pablo II hablaba muchas veces de América Latina como el continente de la esperanza. ¿Sigue siendo así?

— Pienso que sigue siendo el continente de la esperanza, pero la situación que presenta la Iglesia en América Latina no es del todo positiva. Junto a una adhesión mayoritaria a la fe, sobre todo en los sectores más populares, se evidencian también síntomas de una secularización muy fuerte de tipo europeo. Basta pensar en proyectos de ley, o en leyes ya aprobadas en distintos países, que van contra la dignidad de la persona, como las que se refieren al derecho a la vida, o a la crisis de la institución familiar. América Latina no es una isla y, por tanto, están muy presentes planteamientos relativistas.

— ¿Y cómo piensa responder la Conferencia del Episcopado a esta situación?

— La Conferencia tiene como título «Discípulos y misioneros de Jesucristo. Para que nuestros pueblos en Él tengan vida». Al título se le añade una cita del evangelio de San Juan: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». El Papa quiso añadir al título que le propusieron dos palabras: «en Él», para subrayar que el futuro de la Iglesia en América Latina reside en la unión personal de cada uno de los fieles con Jesucristo. Se trata, por tanto, de centrar todos los análisis de los obispos en el seguimiento de Cristo, y en que los seguidores de Cristo tienen que hacerse sus misioneros.

Disminución de la población católica

— ¿Cuáles serán los temas centrales?

— La impresión general es que hay una inmensa mayoría de latinoamericanos que son católicos porque están bautizados, tienen alguna relación con la Iglesia… pero es frecuente la falta la coherencia entre fe y vida. Esto se debe -en muchos casos- a una ausencia de formación. Por esta razón, en el documento preparatorio de la asamblea, que es una síntesis de las aportaciones recibidas de las conferencias episcopales, se insiste mucho en la importancia de la catequesis.

— ¿Se puede decir, entonces, que dominará una perspectiva pastoral?

— He podido hablar con distintas personas que participarán en la reunión y todas coinciden en señalar que la solución a los problemas no es sociológica ni de «tácticas de evangelización», sino de vida cristiana. Muchos han subrayado concretamente la trascendencia de la vida sacramental. Si de la Conferencia se lograra que aumentara la frecuencia a la misa dominical, por ejemplo, pienso que sería un paso enorme en la nueva evangelización de América Latina. El Papa ha insistido mucho en los últimos meses en la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y del cristiano. Espero que los latinoamericanos estemos en la misma longitud de onda, pues de ahí saldrán también muchas consecuencias para la vida social y cultural.

Aunque hay señales positivas como el crecimiento del número de seminaristas en varios países, en los últimos años ha habido, sin embargo, una disminución de la población católica del diez por ciento. Esto no llama a un alarmismo sino a un examen de conciencia, pues quizás no hemos sabido ser discípulos y misioneros de Cristo. La Conferencia será una buena oportunidad para examinar las causas y encontrar respuestas.

Evangelizar también a los dirigentes

— En las conferencias anteriores se puso particular énfasis en la «opción preferencial por los pobres». ¿Es un planteamiento superado?

— En esta Conferencia se seguirá insistiendo en ello, porque forma parte del mensaje evangélico. Debo añadir que, a su vez, se advierte en muchas personas la necesidad de evangelizar también a las clases dirigentes, a los intelectuales. Si América Latina es el continente con más desigualdades en la distribución de las riquezas, eso se debe entre otras causas a que los dirigentes de las sociedades latinoamericanas no han sabido sacar consecuencias de su fe cristiana en la vida social. En realidad, ocuparse de recordar a las clases dirigentes la necesidad de ser coherentes con el Evangelio forma parte también de la «opción preferencial por los pobres».

Otro punto muy relacionado es la presencia de la Iglesia y de los católicos en el mundo de la cultura y de la comunicación. En este ámbito, el panorama latinoamericano es bastante pobre. Me parece que tendría que ser una de las prioridades.

— En este sentido, ¿preocupa la situación política de algunos países?

— Es una situación que tiene que hacer reflexionar a la Iglesia por la escasa presencia de católicos coherentes en la vida política. Por un lado, hay un populismo de tipo sentimental, que tiende a instrumentalizar a las masas; y por otro, un socialismo que sigue muchas de las categorías del socialismo europeo, y tiende a una ideología basada en el relativismo.

Son muy escasas las figuras prominentes del panorama latinoamericano que se declaren y sean efectivamente católicos. Eso quiere decir que hemos fallado en la evangelización de las clases dirigentes. Es una responsabilidad de los católicos latinoamericanos hacerse presentes en la vida política con proyectos que ayuden al desarrollo integral de la persona y que sean alternativos a estas dos vías que empobrecen a la persona.

Discursos más moderados

— Algunos ven la respuesta en la teología de la liberación. ¿Pesará en los debates de la Conferencia?

— La situación en la que llega esta V Conferencia es mucho más serena de la que precedió a las Conferencias de Puebla (1979) o de Santo Domingo (1992). Diversos representantes de la teología de la liberación han moderado, en gran parte, sus posiciones. Quisiera recordar, de todas formas, que hay una teología de la liberación legítima, como ha subrayado la Santa Sede en distintos documentos, y que forma parte del mensaje evangélico la liberación de las consecuencias de los pecados personales de los hombres, lo que Juan Pablo II llamaba «estructuras de pecado». Y es evidente que en América Latina hay muchas estructuras de pecado, hay injusticias que claman al cielo.

Que esta temática siga estando presente en el debate teológico, no sólo es lógico, sino necesario. Lo importante es que el debate esté en plena sintonía con la tradición de la Iglesia. Hay todavía algunas voces discordantes, pero tengo la impresión de que el discurso se ha moderado. Y lo mismo cabría decir de la llamada teología indigenista, en la que también advierto una moderación en algunas posiciones.

Como ha sucedido en otras ocasiones, habrá una conferencia paralela, que atraerá mucha atención mediática, pero lo importante es lo que sucederá dentro de la Conferencia, donde hay una pluralidad de posiciones, dentro de una sustancial unidad.

— La disminución de los católicos en América Latina se debe, en muchos casos, la expansión de las confesiones protestantes y de algunas sectas.

— Es un fenómeno complejo. En algunos países tal vez haya podido ser el fruto de una insistencia demasiado exagerada -por parte de sacerdotes y religiosos- en los aspectos sociales, dejando de lado la dimensión espiritual, la belleza de la vida en Cristo. Mucha gente que tiene sed de trascendencia, de un encuentro personal con Dios, descubrió un ambiente más propicio en esos grupos, un mayor fervor unido a mensajes simplificados. Evidentemente, también ha influido la cuestión económica, el hecho de que algunas sectas hayan facilitado una serie de ventajas de tipo material. En todo caso, creo que es una buena oportunidad para hacer un examen de conciencia y descubrir en qué hemos fallado.

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