Los alimentos dejan de ser baratos

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La FAO alertó la semana pasada sobre la fuerte subida de precios en el mercado internacional de productos agrícolas y la reducción de las reservas mundiales. Uno y otro fenómeno han alcanzado este año magnitudes no vistas en muchos años. La FAO advierte que este brusco encarecimiento persistirá probablemente durante un decenio, y supone una seria amenaza para los países en desarrollo. Pero habría que añadir que también puede tener consecuencias beneficiosas.

Como muestra el índice del precio de los alimentos que elabora el FMI, la subida de este año pone fin a un largo y gradual declive. Otra semejante, más brusca aún, fue la subsiguiente a la crisis del petróleo, que llevó a un máximo histórico en 1974. Pero de entonces a 2005, los precios bajaron un 75% en términos reales. El último cambio de tendencia fue al principio relativamente suave, pero este año ha habido un repunte extraordinario. Ahora los precios se han duplicado con respecto a 2005, aunque esto todavía los deja a la mitad del nivel de 1974. En términos reales, hoy los alimentos cuestan como a principios de los años ochenta y siguen siendo más baratos que antes de la crisis del petróleo de los años setenta.

La subida ha afectado sobre todo a los cereales, en especial el maíz y el trigo, que han arrastrado a muchos otros cultivos y a los productos de ganadería. El fenómeno no es consecuencia de malas cosechas, pues las de este año han sido buenas (con la notable excepción de Australia, que lleva dos años de sequía). La producción mundial de cereales ha alcanzado un máximo histórico en 2007: 1.660 millones de toneladas, un 5% más que en 2006.

La explicación está en la demanda. La de cereales para el consumo humano depende sobre todo de la población, que está creciendo lentamente. Pero la demanda de grano para alimentar ganado depende del consumo de carne, que a su vez aumenta con la riqueza. Como hacen falta varios kilos de grano para obtener uno de carne, en este caso el efecto es más pronunciado.

Pues bien, el rápido crecimiento de la renta en los dos países más poblados, China e India, es la primera causa de la subida de los precios. En menos de 25 años, el consumo de carne en China ha pasado de 20 a más de 50 kilos anuales por cabeza. Ya no crecerá mucho más, pero otros mantendrán la tendencia. Desde los años ochenta se ha doblado la demanda de carne en los países en desarrollo, de modo que hoy el consumo mundial de cereales para piensos es de 200-250 millones de toneladas anuales más que hace dos décadas.

Sin embargo, el cambio de dieta es gradual, no explica la fuerte subida de este año, que se debe sobre todo a los subsidios norteamericanos al etanol obtenido del maíz. Desde el año 2000, la cantidad de maíz estadounidense destinado a etanol ha pasado de 15 a 85 millones de toneladas anuales. Por eso, pese a la muy abundante cosecha de este año en Estados Unidos (335 millones de toneladas, un 25% más que en 2006), el precio del maíz está ahora un 50% más alto que la media de 2006. Este encarecimiento trae otros: de la leche y la carne, porque cuesta más dinero alimentar al ganado; de otros cereales, porque son más demandados para sustituir el maíz, y además la oferta se queda más corta porque parte de los agricultores se pasan al maíz. De este modo, la inflación se transmite en cadena y acaba afectando a prácticamente todos los alimentos.

Estados Unidos influye tanto porque es el primer exportador mundial de maíz. Ahora que dedica más toneladas a fabricar etanol que a vender al extranjero, el efecto de los subsidios no puede menos de notarse en el resto del mundo.

Ganadores y perdedores

Naturalmente, la subida de los precios agrícolas trae ganadores y perdedores. En general, es buena para los vendedores netos y mala para los compradores netos, sean naciones u hogares. Se beneficiarán los países exportadores: no solo Estados Unidos, sino también naciones mucho menos ricas como India, Sudáfrica, Costa de Marfil… que han acusado el prolongado declive de los precios en los mercados internacionales. Aumentará la renta entre los agricultores de los países en desarrollo, que con sus familias suman unos 2.500 millones de personas. Con más ingresos, podrán invertir más para aumentar la productividad. A su vez, si los países desarrollados aprovechan esta oportunidad de reducir subsidios agrícolas sin menoscabo para la renta de los agricultores, los países en desarrollo podrán obtener más beneficios en el mercado internacional. A la vez, se satisfaría la principal exigencia de estos para proseguir las negociaciones iniciadas en Doha.

Pero no todos los países en desarrollo son exportadores de productos agrícolas, y algunos de los más pobres del mundo (Bangladesh, Benin, Níger…) necesitan importar alimentos. Ya este año, los países en desarrollo importadores han tenido que gastar en total unos 50.000 millones de dólares más que en 2006, lo que supone un aumento del 10%. Saldrán particularmente perjudicados los habitantes de las ciudades, que tienen que emplear entre uno y dos tercios de su renta en comprar comida (en los países desarrollados, la media no llega al 20%), y será necesario darles subsidios.

Si este encarecimiento efectivamente dura, como se cree, puede provocar un cambio notable en la economía mundial. La tendencia de los últimos decenios era a la depreciación de los productos agrícolas y de las materia primas, y al simultáneo aumento de la rentabilidad de las actividades que usan más la tecnología. Muchos países desarrollados han sufrido, así, una caída del valor de sus exportaciones, agravada por los subsidios de los países ricos a su agricultura. El previsible fin de esta fase supondrá un cierto desplazamiento del poder en la economía mundial hacia los exportadores de bienes básicos y los países emergentes.

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