¿Todos fichados?

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Gran Bretaña cuenta con 4,2 millones de cámaras de TV de circuito cerrado: una por cada 14 personas. Este es un significativo dato dentro del amplio informe que la Surveillance Studies Network (Red de Estudios sobre la Vigilancia) ha realizado para auditar el estado de la cuestión en aquel país. Es una muestra de los cada vez más extendidos sistemas de vigilancia, que incluyen abultadas bases de datos de diversa índole, fichas genéticas o microchips.

Un ciudadano británico puede llegar a ser registrado cada día por cerca de 300 cámaras en edificios públicos y privados, en el metro o el autobús. Según el informe, estamos ante la consecuencia de una versión actualizada del más vale prevenir que curar: «mejor seguro que arrepentido», se dice. Porque la «sociedad de la vigilancia» parece aceptar la reducción de libertad y privacidad para ganar en seguridad.

La «privacy», en estado de sitio

Esta obsesión por la vigilancia, que hace del Reino Unido «el país más vigilado del mundo», ha sido criticada en un informe encargado y defendido por el Comisario de Información del Parlamento británico acerca de la intención del Gobierno de crear el «Children’s Index», una base de datos de los 12 millones de niños y niñas de Inglaterra y Gales que costaría 224 millones de libras (más de 300 millones de euros). El informe señala que esta iniciativa vulnera las leyes de protección de datos y los derechos fundamentales. Porque en la base de datos se podría encontrar desde información sobre la cronología de vacunaciones hasta el tipo de alimentación que está llevando la criatura o si es conflictivo en la escuela. El Gobierno afirma que la iniciativa pretende ser una ayuda para las familias.

Eileen Munro, de la London School of Economics, y coautora del informe, dice («Daily Telegraph», 22-11-2006) que «el Gobierno está extendiendo la necesidad de la vigilancia sobre los niños a todo lo referido a la salud y el desarrollo infantiles. Eso reduce la autoridad paterna y corre el riesgo de dañar su buena disposición para buscar o aceptar ayuda». Entre los riesgos aludidos también se cuenta el peligro de que la base de datos no sea segura frente a los asaltos de piratas informáticos.

En el país de la «privacy» se acumulan las propuestas y los dispositivos -y con ellos la controversia- que refuerzan la sociedad de la vigilancia, aunque sea con fines sanitarios, como los archivos de datos de pacientes que se van a instaurar en Escocia e Inglaterra. En este último caso, una encuesta reciente mostraba la disminución del apoyo a esa base de datos por parte de los médicos del Sistema Nacional de Salud.

Otra de las propuestas en debate es la de crear un carné de identidad, algo normal en otros países europeos, pero a lo que los británicos se han resistido hasta ahora. Se habla de otra base de datos en la que estarían todos aquellos profesionales que tengan relación habitual con niños o adolescentes, como cortafuegos contra el abuso de menores. Hace unos días ha comenzado la toma de huellas dactilares a motoristas con aparatos conectados a una base de datos de más de seis millones de huellas, con la intención de facilitar la identificación del conductor.

Las etiquetas radio

Los dispositivos que cuentan con un chip de radio (RFId, «radio frequency identification») son otra de las tecnologías que por una parte pueden facilitar la vida cotidiana y, por otra, pueden servir para controlarla más. Estos chips unen una memoria, contenida en un microprocesador, y una antena miniaturizada que permite transmitir datos por frecuencias de radio y un mecanismo de producción de energía que evita la necesidad de batería. El aparato de lectura a distancia pone en acción el chips transmitiéndole un campo electromagnético. La distancia a la que puede ser efectuado el control depende de la frecuencia de radio utilizada, y varía entre diez centímetros y una decena de metros.

Este tipo de chip, que sustituye al código de barras, será una ayuda para las compañías aéreas al mejorar la seguridad en el transporte de equipajes; también las empresas de alimentación o los grandes centros comerciales podrán aprovechar sus ventajas en el seguimiento de los productos durante el proceso de manufacturación y transporte. Para imponerse en el mercado las etiquetas RFId tienen que reducir todavía su coste de producción.

El siguiente paso es usarlos para identificar a individuos. Los microchips RFId, que pueden ser de etiqueta o subcutáneos, se presentan como una tecnología del futuro para hacer pagos en establecimientos comerciales, guardar datos de salud o controlar la identidad personal. Por ejemplo, un implante subcutáneo de uno de estos chips con los datos médicos de una persona con problemas de salud, puede facilitar su atención inmediata en un servicio de urgencias.

Un foro que cuenta con el apoyo de Bruselas discutirá en 2007 la posibilidad de un registro de viajeros en la Unión Europea que incluya la tecnología RFId. Las tarjetas de registro podrían incluir datos biométricos -huellas dactilares, escáner del iris o de las manos, topografía facial- de los pasajeros que voluntariamente los faciliten. En Francia, el consorcio de transporte público de París ya ha lanzado una tarjeta para el suburbano que funciona con un chip de RFId. Se podría considerar que cada pasajero tiene en su bolsillo un chivato de su localización.

Fichaje genético

En Estados Unidos ya se usan tarjetas inteligentes basadas en la RFId para cruzar la frontera con México y se han implantado experimentalmente chips bajo la piel de ancianos con enfermedades cerebrales degenerativas como el alzheimer, para tenerlos localizados. Una empresa de Ohio lo implantó en algunos trabajadores, con su autorización, para permitirles el acceso a zonas restringidas.

La ficha genética puede ser también un elemento de controversia entre quienes se sienten incómodos con esta sociedad de la vigilancia porque consideran que un control excesivo de los ciudadanos es peligroso. «Le Monde» contaba recientemente (26-11-2006) bajo el titular «La tentación del fichaje genético de masa», que cada vez se ha extendido a más personas que han tenido algún problema con la Justicia la obligación de proporcionar una muestra de ADN. Limitada al principio a los condenados por delitos sexuales o violencias, se ha extendido a los sospechosos de infracciones más leves, con lo que el fichaje genético alcanza ya a 283.000 franceses, número alto aunque lejos de los 3,6 millones de registros del Reino Unido, más del 5% del censo.

En España, el Ministerio de Interior ha anunciado su intención de crear un banco de ADN para sospechosos, detenidos e imputados de delitos graves, y cuenta con el apoyo del Consejo General del Poder Judicial.

Catalogando al ciudadano en bases de datos

Una de las características principales y que define crecientemente la sociedad de la vigilancia es la clasificación social: dividir a los ciudadanos en grupos según determinadas características por motivos de seguridad, comerciales, estadísticos, sanitarios, etc. Y para llevar a cabo esta clasificación, es necesario acumular el mayor número posible de datos.

El estudio de la Surveillance Studies Network subraya que la recolección de datos es continua. Cada transacción deja un rastro de datos: uso de tarjetas de crédito o débito, teléfonos móviles o Internet, una compra… Los datos proceden de tarjetas para clientes, encuestas entre usuarios, foros de consumidores, a los que se añaden los censos, los listines telefónicos, las promociones comerciales, etc. Datos que, en muchos casos, se almacenan con un orden y según perfiles.

Ya existen compañías que ofrecen servicios comerciales que utilizan las bases de datos para poner trabas a los ladrones de identidad. Su labor es cruzar la información de bases de datos públicas y privadas y contrastar sus resultados con las respuestas que la persona en cuestión haya dado a la empresa. El cliente puede ser una compañía de créditos o un banco que no está seguro de si su potencial cliente es quien dice ser.

Cuando los datos se enredan

La cuestión del tráfico de datos se convierte en Internet en un maremágnum donde los hechos van muy por delante de las normativas. Se legisla sobre protección de datos, mientras las direcciones de correo electrónico van de un lado a otro y convierten las cuentas en víctimas de un continuo bombardeo de «spam». Contra el empeño de los estafadores en robar datos de todo tipo se inventan nuevos mecanismos para impedir el acceso de esos nuevos rateros a los ordenadores, sean personales o de grandes empresas. Se ofrecen entornos gratuitos para crear blogs privados, como es el caso de www.vox.com, donde uno ya no corre el riesgo de que sus datos e imágenes estén al alcance de cualquiera; pero al mismo tiempo, proliferan los blogs personales, los foros, las webs de redes sociales y los lugares de encuentro, donde la gente ofrece datos y expone su vida privada sin tapujos.

En el ciberespacio del futuro las grandes empresas tratarán de «fichar» a los usuarios para poder ofrecerles exactamente lo que necesitan, y éstos posiblemente aceptarán esa intromisión para tener un mejor servicio. Y porque quizá ya nos habremos acostumbrado para entonces.

«En último término, el objetivo de Google es disponer de la red de publicidad más fuerte y de toda la información del mundo». Lo dice Eric E.Schmidt, presidente de la criatura cibernética. Alrededor del 41% de los internautas visitan Google al menos una vez a la semana para hacer una búsqueda. Lo que uno escribe en el buscador, las páginas en las que uno entra, los mapas que consulta, las palabras que usa en su cuenta de correo, las personas con las que se relaciona, las compras realizadas, los vídeos que le interesan…

Los grandes motores de búsqueda tienen como objetivo lograr el mayor número posible de datos sobre nosotros y el desarrollo tecnológico necesario para manejarlos de la manera más rápida y eficaz. Todo dirigido a vender de un modo extremadamente personalizado. No es casual, por ejemplo, que para obtener un correo de Google en algunos países sea necesario introducir el número de teléfono móvil al que es enviado un código de invitación: un dato que es aparentemente tangencial al uso de la Red. Sin embargo, la estrategia de Google se basa en la previsión de que, en los próximos años, la actividad en Internet se mueva de los PC al teléfono móvil.

Amazon.com usa sofisticadas técnicas para clasificar a sus clientes por perfiles, cruzando relaciones más o menos explícitas entre datos. Así, logra saber quién está más cerca de comprar un producto o qué cliente probablemente correrá riesgos para comprar a crédito. También sirve para ahorrar tiempo en la búsqueda de otros temas de interés para el cliente.

Un sistema desconfiado del que hay que fiarse

Sin embargo, hoy por hoy, cuesta imaginar que exista la capacidad de digerir el enorme caudal de datos. Durante un cierto tiempo se guardan horas y horas de grabación auditiva o visual, millones de correos electrónicos y conversaciones telefónicas en los más diversos idiomas. Parece que prevenir el peligro no es tan sencillo cuando en ocasiones ni siquiera hay traductores suficientes para interpretar un diálogo grabado. Resulta difícil calcular cuántos ojos son necesarios para hacer un seguimiento a los más de 4 millones de cámaras de las que habla el informe de la Surveillance Studies Network.

Si la única manera de conocer cada movimiento en la realidad física es la grabación por videocámara, nuestros pasos virtuales son fácilmente rastreables en Internet. Sólo queda confiar en que quienes controlan nuestros datos no los pongan en manos de quienes no nos interesa. Si bajo el prisma de la seguridad se justifican los mecanismos de control y vigilancia, quizá acabemos acogiéndonos al mismo argumento para oponernos a ellos.

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Informe de la Red de estudios sobre la vigilancia (Surveillance Studies Network)

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