Quiero decir, no me hace sentir muy bien.
Vale, si es lo que tienes que hacer, entonces…Supongo.
Bueno, ¿cómo funcionará?
Ya, claro.
Quiero decir, me pone muy triste, pero…
Mhm-mhm. Mhm-mhm. No, estoy bien, estoy bien, solo quiero que seas feliz.
Así podría contestar una mujer a la que su marido le pidiera abrir la relación matrimonial para poder tener relaciones sexuales con otras mujeres. Así lo cuenta, o lo canta, la artista británica Lily Allen en West End Girl, el tema con el que arranca su primer álbum en siete años. Un relato confesional que mezcla realidad y ficción para narrar en catorce canciones el fracaso de un matrimonio, y que fue publicado el 24 de octubre de 2025.
Un mes exacto después, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe del Vaticano publicaba una nota doctrinal elogiando la monogamia y reivindicando que el matrimonio es una relación de pertenencia exclusiva.
El texto surge, según explica el cardenal Víctor Manuel Fernández, “de los diálogos sobre la poligamia con los Obispos de África y otros continentes, y de la constatación del crecimiento en Occidente de diversas formas públicas de unión no monógama, a veces llamadas ‘poliamor’”. Que se lo digan a Allen.
A efectos prácticos, la nota doctrinal del Vaticano intenta exponer las raíces antropológicas y teológicas del dolor que la artista ha articulado en su música. El documento expone una certeza que seguramente Allen podría firmar: el ser humano no está hecho para relaciones románticas que no sean exclusivas.
Y, sin embargo, parece que la idea del poliamor está más presente que nunca. El psicólogo clínico Jordan B. Peterson se preguntaba hace unos meses en un podcast: “¿Qué es eso? Solo porque algún progre se haya inventado una nueva palabra no significa que esa realidad exista”.
El grupo de música Veintiuno dice lo mismo que Peterson cuando reivindica en su canción La vida moderna que “le llamáis poliamor a los cuernos de siempre”.
La “urgencia de una nueva pedagogía” que el Vaticano reclama para la fidelidad, la expresa, solo que en su “cara b”, el disco de Allen
¿Está el poliamor en auge? La analista Mary Harrington escribía hace unos años que, a pesar de la burbuja mediática, los datos revelan que hay más apoyo teórico al poliamor que voluntad real de practicarlo.
En España, una investigación de Fad Juventud de 2024 recoge que el tipo de pareja preferida por los jóvenes sigue siendo la monogamia (65%), seguida de las relaciones sin compromiso (11%). Tan solo un 5% se inclina por una relación no monógama e incluso es mayor el número (8%) de quien prefiere no tener pareja.
Sin embargo, Louise Perry, autora del ensayo Contra la revolución sexual, cree que el poliamor podría convertirse en la próxima minoría sexual y que cada vez está más normalizado no esperar exclusividad en una relación.
Precisamente por ello, el Vaticano habla de “la urgencia de una nueva pedagogía” para exponer las bondades de la fidelidad.
Para pedagogía lo que hace Lily Allen. No hay mejor lección sobre los peligros de las relaciones abiertas que la que expone las heridas que deja. Su álbum empieza con una relación con la que ella parece satisfecha y el shock que llega cuando el otro pide algo distinto. Canción a canción, Allen va desgranando sus esfuerzos por comprender las necesidades de él, el dolor al descubrir que él no se está ateniendo a lo acordado y, finalmente, la liberación al darse cuenta de que la culpa no es de ella.
“¿Cómo funcionará esto?”, pregunta una confusa y dolida Allen al principio del álbum. Spoiler: no funcionará.
De dónde viene todo
Si el Vaticano y Lily Allen están hablando del mismo fenómeno, quizá merezca la pena detenerse a analizar qué está pasando.
El año pasado, la NBC lanzó un nuevo programa de citas llamado Couple to Throuple (de pareja a trío) y la revista New Yorker dedicó un número entero al fenómeno, que incluía una guía parar abrir la relación. Este año, la cadena de reality shows TLC estrenó uno llamado Polyfamily sobre dos matrimonios en los que las mujeres tienen relaciones con los dos hombres.
En Confesiones de una poliamorosa reformada, la periodista Rebecca Reid explica: “Hay un dicho, atribuido al autor Robert Heinlein, que dice que cada generación cree haber inventado el sexo. Esto a menudo significa encontrar una forma nueva de llevar las relaciones. Para mi generación, los millennials, esto se materializó en forma de poliamor. .
Al poliamor también se le llama “no monogamia ética”, una denominación que parece pensada para eludir la acusación que hace Veintiuno.
Tras las distintas justificaciones que se dan para defender las relaciones amorosas subyace una visión mercantilista del amor y, sobre todo, del sexo
Las relaciones abiertas o poliamorosas se justifican –mayoritariamente, por parte de los hombres– de muchas maneras:como forma de evitar el aburrimiento en el matrimonio, como manera de explorar la propia sexualidad si uno de los dos se manifiesta bisexual, como un intento de satisfacer deseos individuales sin romper el vínculo existente, etc.
Las razones son innumerables y a los que mejor se les da exponerlas es al matrimonio poliamoroso formado por Diana Fleischman y Geoffrey Miller, ambos psicólogos evolutivos.
Fleischman, que insiste varias veces en que ellos no animan a nadie a tener una relación de este tipo, explica que el swinging (intercambio de parejas) puede ser una solución al problema del aburrimiento sexual, y que el deseo por tu pareja aumenta cuando la ves coqueteando con otra persona.
Ambos hablan de las relaciones sexuales y románticas como un mercado libre en el que obtienen beneficios; se refieren a algunos hombres como “no suficientemente buenos como para ser novios a tiempo completo, pero sí para una vez a la semana” y reivindican que “es mejor compartir un hombre de alto estatus con otras mujeres que tener para ti sola a uno que nadie quiera”. Porque, por supuesto, el mejor indicador del estatus de un hombre es que otras mujeres tengan interés sexual en él.
Frente a todas las motivaciones posibles, la nota del Vaticano recoge las enseñanzas del Papa Pío XI, que ya condenaba algunas tendencias contrarias a la monogamia, como la indulgencia hacia la “falsa y dañosa amistad con terceras personas” (adulterio), o la idea de que, para algunos, la sexualidad no puede satisfacerse en los «angostos confines del matrimonio monógamo».
Al escuchar el disco de Allen, uno casi desearía darle con los escritos de Pío XI en la cabeza al exmarido.
Dato mata relato (por muy luminoso que sea)
Así es como, bajo la premisa del consentimiento, la piedra de toque de la libertad posmoderna, dos adultos pueden decidir cualquier cosa para su relación y no sufrir. O sufrir mucho, pero disfrazarlo de un proceso de progreso personal, eliminación de estructuras opresoras de monogamia tóxica y una búsqueda de relaciones más plenas y profundas.
Porque en torno al poliamor hay un lenguaje de iluminación que dificulta el debate. Quienes han descubierto sus bondades hablan como si hubieran trascendido a una nueva realidad. No juzgan a los demás, pero consideran que la monogamia es un “mal menor” para quien no tiene la capacidad de vivir en un plano superior.
El poliamor no solo genera heridas en los que deciden abrir su relación, sino también en los que están cerca: ya sea el tercero/a en discordia o los hijos
Así, si el asunto no ha salido bien, siempre es porque uno no estaba lo suficientemente liberado de sus propias miserias como para que funcionara, porque no ha negociado suficientemente bien los límites, porque no ha sabido sostener el ideal de madurez afectiva que el propio modelo exige.
Por ejemplo, Fleischmann y Miller hablan de cómo ellos son capaces de tener este tipo de relación porque son personas “inteligentes que han trabajado mucho para estar en contacto con sus emociones”.
Frente a esto, el Vaticano defiende que “la poligamia, el adulterio o el poliamor se fundan en la ilusión de que la intensidad de la relación pueda encontrarse en la sucesión de los rostros”, pero “multiplicar los rostros en una pretendida unión total significa fragmentar el sentido del amor matrimonial”.
Además del daño a la pareja, el poliamor puede afectar –lógicamente– a los hijos.
El psicólogo Steven Pinker ha descrito que la presencia en la vida de un menor de un adulto que no es el padre biológico es “el factor de riesgo más fuerte para el maltrato infantil jamás identificado”. La propia Diana S. Fleischman asegura que jamás tendría hijos con nadie que no fuera su marido, a pesar de tener relaciones sexuales con muchas personas.
La propia logística de la vida diaria es contraria al poliamor. “Hay un desequilibrio inherente en una relación abierta. La familiaridad de un amor duradero no puede competir con la emoción que produce una nueva pareja. Por eso, la idea de poder disfrutar del sexo sin compromisos con un desconocido, además de la comodidad de un matrimonio estable, resulta atractiva; pero, en realidad, aunque el afecto no sea un recurso limitado, las horas del día sí lo son”, escribe Reid. Si ya es complejo sincronizar el Google Calendar con tu marido de toda la vida, imagínate con el joven pocholo al que quieres ver una vez a la semana.
Ellas lo quieren menos que ellos
Además, algunos datos, como los que recoge Louise Perry en su ensayo, también revelan que las mujeres encuentran mucho menos placer y satisfacción en las relaciones sexuales casuales que los hombres.
De hecho, el estudio de Fad recoge que la preferencia por la monogamia es mucho mayor entre las mujeres que entre los hombres (74% frente al 55%), mientras que ellos las superan en el deseo de tener relaciones sin compromiso (14% de ellos frente al 8% de ellas).
“La defensa de la monogamia constituye una defensa de la dignidad de las mujeres, que no pueden ser consideradas solo como un instrumento para satisfacer la lujuria o procrear hijos. La unidad implica una elección libre y el derecho a exigir una reciprocidad exclusiva”, recoge la nota doctrinal del Dicasterio.
Por último, los pocos estudios que hay sobre cómo de consensuadas son las relaciones abiertas permiten ser un poco escépticos. “En este análisis, solo en aproximadamente la mitad de los casos el deseo de tener una relación abierta era mutuo o igualitario. Más de un tercio (35 %) de las mujeres que habían tenido una relación abierta afirmaron que su pareja masculina deseaba más la relación abierta, mientras que más de una cuarta parte (28 %) de los hombres afirmaron que su pareja femenina deseaba más la relación”, señalan desde el Instituto Witherspoon.
Frente al carácter “posesivo” que los poliamorosos creen ver en la relación monógama, el Vaticano habla de pertenencia mutua
Es decir, muchas veces el abrir una relación es una concesión que se le hace a la pareja por miedo a ser considerado egoísta o a perderla. “He intentado ser tu mujer moderna”, llora Allen en Relapse.
La monogamia, ¿un límite o una protección?
“Las relaciones abiertas son terrorismo emocional. Es la falta de voluntad de una persona para dar tanto como recibe. Es miedo al compromiso. Es una reacción alérgica a la intimidad”, advierte la periodista Eve Barlow.
“Las relaciones abiertas suelen ser incluso peores para el tercero que para la pareja. Pasé gran parte de mi experiencia sintiéndome como una ciudadana de segunda clase, a la que traían los viernes por la noche y despedían los lunes por la mañana. Evidentemente, no me molestaba demasiado, porque lo hice durante cinco años, pero mi conciencia no me permitía hacerlo en mi propio matrimonio. Utilizar la juventud y la libido de otra persona para mejorar mi propia vida sexual me parece un poco vampírico”, escribe Reid.
En el disco de Allen, la tercera en discordia es Madeline, que da nombre a una canción absolutamente desgarradora en la que la artista se pone en contacto con ella.
“Nuestra relación siempre ha sido solo sexual. Te puedo asegurar que no hay ningún vínculo emocional. No hablamos fuera del tiempo que pasamos juntos. Y cuando habla de ti, lo hace con el mayor respeto”, dice una robótica Madeline.
Cuando el Vaticano señala que “quien ama sabe que el otro no puede ser un medio para resolver las propias insatisfacciones, sabe que el propio vacío debe ser colmado de otros modos, nunca a través del dominio del otro”, le está hablando a Madeline.
Frente al carácter “posesivo” que los poliamorosos creen ver en la relación monógama, el Vaticano habla de una pertenencia mutua. El matrimonio sería así “un cara a cara que es posible solo entre dos, y que cuando se realiza plenamente reivindica para sí la pertenencia recíproca exclusiva, incomunicable y no transferible fuera de ese ‘nosotros dos’”
De hecho, la conclusión de Louise Perry en su libro, en el que intenta articular una nueva propuesta para las relaciones tras los fracasos del legado de la Revolución Seuxal, es reivindicar la necesidad del matrimonio monógamo: “La tarea de las feministas con mentalidad práctica es disuadir a los hombres de comportarse como canallas. Nuestra cultura sexual actual no lo hace, pero podría hacerlo. Para cambiar la estructura de incentivos, necesitaríamos una tecnología que desalentara el comportamiento sexual masculino a corto plazo, protegiera los intereses económicos de las madres y creara un entorno estable para la crianza de los hijos. Y ya disponemos de esa tecnología, aunque sea antigua, torpe y propensa a fallos periódicos. Se llama matrimonio monógamo”.
Como decía san Agustín (y recuerda la nota doctrinal): “dame un corazón que ame y sentirá lo que digo”. Quien no quiera sentirlo escuchando al Vaticano, puede elegir sentirlo escuchando a Lily Allen.