Paloma Durán: “El liderazgo es una actitud vital que no se improvisa, pero se puede construir”

publicado
DURACIÓN LECTURA: 23min.
Paloma Durán

Paloma Durán y Lalaguna representa una forma de estar en el mundo que combina excelencia académica, vocación pública y sensibilidad social. Mueve el balón con elegancia entre lo jurídico, lo ético, lo político, lo académico, lo divulgativo y el máximo interés público.

Su trayectoria es un mapa de instituciones, universidades y organismos que hablan de compromiso, rigor y mirada amplia. Catedrática de Filosofía del Derecho. Ha conjugado teoría y práctica en escenarios tan diversos como la ONU, el Consejo de Europa o el Instituto de la Mujer en España. Su especialización en derechos humanos y políticas sociales la ha llevado a participar en procesos de reforma constitucional, diálogos entre la Unión Europea y China, o comités sobre igualdad de género en Bruselas y Estrasburgo.

Profesora en universidades de España, Escocia, Canadá, Argentina y Estados Unidos. Directora de grupos de investigación sobre igualdad, tercer sector y derechos humanos. Su trabajo no se limita a la denuncia ni al diagnóstico: busca soluciones, construye puentes, forma líderes.

En tiempos de crisis política, desafección ciudadana y guerras que desdibujan el horizonte ético, su perfil recuerda que el liderazgo también puede ser técnico, discreto, profundamente comprometido y eficaz.

En su pasión por coser visiones audaces que mejoren nuestras vidas, acaba de coordinar el libro Liderazgo y compromiso cívico en el siglo XXI (Almuzara). Se trata de una monografía que recoge algunas de las ponencias de los seminarios organizados en el marco del proyecto sobre liderazgo y compromiso cívico financiado por la Fundación Tatiana con la participación de 16 universidades públicas españolas, 1.800 estudiantes y 300 docentes. Ese texto recién salido del horno es nuestra percha, nuestro espejo y nuestra jabalina.

— En un contexto mundial marcado por la polarización y la violencia, como vemos especialmente en las calles de Estados Unidos, ¿cómo se puede ejercer un liderazgo que no se limite a gestionar crisis, sino que inspire comunidad?

— El liderazgo es una actitud vital. No es algo que se pueda improvisar o plantear en términos de postureo. Implica el ejercicio de valores personales y un compromiso con la sociedad y con el entorno en el que se vive. Me parece muy interesante lo que plantea Hannah Arendt cuando afirma que lo peor que le puede pasar a una sociedad es que las personas dejen de pensar, como está pasando en la sociedad actual.

“El liderazgo no es responsabilidad exclusiva de la clase política, sino de cada persona. La familia es el hábitat donde realmente se siembra”

— ¿Qué significa el compromiso cívico en sociedades donde el ciudadano se siente cada vez más espectador y menos protagonista?

— Cuando tratamos sobre liderazgo y compromiso cívico estamos hablando de civismo, no de política. Hago esta distinción porque el liderazgo no es una responsabilidad exclusiva de la clase política, sino de cada persona. Cualquiera puede ejercer un liderazgo en su entorno profesional, en la universidad, en la sociedad y en la familia, que es el hábitat donde realmente se siembran las semillas de los liderazgos futuros.

El liderazgo es una actitud vital y para ejercerlo hace falta entender bien cuál es la realidad en la que se vive y la de las personas con las que se convive. Sólo cuando somos capaces de conocer quiénes somos y en qué contexto vivimos podremos comprometernos realmente por sumar nuestro granito de arena. Prescindir de la realidad personal e institucional ha generado mucha desafección en nuestras sociedades actuales. Es lo que Hannah Arendt llama “expansión del desierto”, como una manera de expresar la creciente despolitización, el aislamiento humano y el vaciamiento del espacio público en las sociedades modernas. Si todos nos centramos en el yo olvidando el nosotros, estamos dando pasos en la dirección contraria a lo que significa el compromiso cívico.

— ¿Puede haber liderazgo sin escucha?

— El liderazgo, como no se improvisa, implica y genera confianza. Para que haya confianza, tiene que haber diálogo; para que haya diálogo, tiene que haber conversación, y para que haya conversación, tiene que haber escucha. ¡Y escuchar no es oír! Escuchar requiere un acto de la voluntad por el que yo, libremente, quiero entender cuáles son las razones que está utilizando otra persona para pensar lo que piensa.

— ¿Y sin coherencia?

— Sin coherencia no hay liderazgo. Es probable que la primera respuesta personal frente a entornos mundiales de sufrimiento, polarización, crispación o confrontación sea: yo no puedo hacer nada. Se entiende. Pero creo que siempre se puede aportar algo cuando estamos mínimamente abiertos a la esperanza. Ante los contextos más graves, todos podemos sumar un granito de arena. Muchas veces no se puede arreglar el mundo, pero es más fácil que cada persona arregle el suyo.

— ¿Qué papel juega la empatía en la reconstrucción del vínculo político entre representantes y representados?

— Un líder empático es capaz de situarse en los zapatos de otro. No quiere decir que arregle su situación, ni que tenga la solución a todos sus problemas, ni que piense lo mismo. La empatía no es un brindis al sol. La persona empática sabe escuchar.

“Tengo muchísima esperanza en la gente joven en la tarea de que Europa recupere el rumbo”

En la Unión Europea, la fragmentación política parece haber sustituido al consenso. ¿Qué tipo de liderazgo necesita Europa para recuperar su vocación de proyecto común?

— La Unión Europea padece más problemas que los relacionados con el mero liderazgo… Pienso ahora en aquello que decía san Juan Pablo II en la catedral de Santiago de Compostela en 1982: “Desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes”. Recuperar lo que significa Europa y volver a sus raíces no es solamente una cuestión de liderazgo, sino también de responsabilidad civil.

Ahora mismo, en Europa se recurre más al poder que a la potestas, que es el poder legal y oficial que permite mandar. Por su parte, la auctoritas es el prestigio moral que inspira confianza y legitima. Según la tradición romana, la potestas impone, pero la auctoritas convence.

¿Cómo puede Europa recuperar el rumbo? Tengo muchísima esperanza en la gente joven, porque veo en muchas y muchos de ellos una inquietud de fondo por mejorar las cosas, a pesar de que se critica constantemente su pasotismo, como un lugar común. Entre los jóvenes se palpa una inquietud por el que sufre, por el vulnerable, por la persona a la que hay que ayudar a mejorar sus condiciones de vida.

— ¿Tiene esperanza en la clase política europea?

— Urge regenerar la política, contribuyendo entre todos a que recupere su sentido genuino, que es gestionar lo imposible: las diferencias políticas, sociales e históricas. Lógicamente, Dinamarca no tiene nada que ver con la tradición de España, Italia o Portugal. La crisis global de la confianza requiere que, tanto los responsables políticos como toda la sociedad, entendamos que las diferencias no son una amenaza, sino un enriquecimiento. Ahora mismo, cualquier diferencia se interpreta exclusivamente como una ocasión de confrontación.

— España vive una paradoja que se hace crónica: desafección política y, al mismo tiempo, una sobreexposición emocional al debate público. ¿Cómo se puede cultivar un compromiso cívico que no sea reactivo sino constructivo?

— Hay que plantearse por qué aumenta esa desafección política. Yo creo que es la consecuencia de una desconfianza evidente en los líderes políticos, no sólo en España, porque lo estamos viendo también en Europa o en Estados Unidos. ¿Por qué los responsables políticos no generan confianza? Porque falta autenticidad. ¿Y qué quiere decir eso? Que escasea la transparencia. Se obvia sistemáticamente la importancia de explicar a los ciudadanos las razones del ejercicio de la autoridad. La desafección política tiene mucho que ver con el incumplimiento impune y generalizado de las responsabilidades políticas. No puede haber ejercicio político positivo sin confianza, sin transparencia y sin diálogo.

— Es decir: la tiranía del relato como eje del discurso político general tiene bastante culpa de lo que nos está pasando.

— Vivimos en un clima político de posverdad en el que el relato, independientemente de la verdad, es el argumento oficial. Hannah Arendt insiste en que, a veces, a base de repetir mentiras, se puede pensar que estamos hablando de verdades. ¿Dónde está el límite entre lo que es verdad y lo que es mentira en el discurso político? ¡En la realidad! La realidad es la condición humana y la necesidad de vivir en sociedad para desarrollarnos. Obviar ambas cuestiones fundamentales nos ubica en un plano paralelo ajeno a nuestras vidas.

— Consuelo Martínez-Sicluna, profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, habla de “democracia paliativa”. ¿Estamos en los últimos estertores o es sólo una convulsión?

— Analizamos la realidad del siglo XXI con las herramientas que han servido en el XX, que vienen de las revoluciones francesa y americana. Partimos de un planteamiento de la democracia que está muy lejos, a veces, de la aristotélica o de la romana, que no siempre responde a las necesidades de la sociedad actual. En el libro estudiamos la situación internacional en la que vivimos, considerando los avances conseguidos desde el punto de vista político, que han sido muchísimos: la independencia de los pueblos, el reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona, el progreso humano… En el siglo XX hemos crecido enormemente como sociedad y como personas, y esos avances parece que ahora se han puesto entre paréntesis, precisamente como consecuencia de todo el progreso humano, de las nuevas tecnologías, de la inteligencia artificial. Las herramientas que necesitamos para construir la democracia del siglo XXI no pueden ser las mismas que las del siglo XVIII.

— O sea: atravesamos sólo una convulsión.

— Claramente.

“Las democracias no se sostienen regulando toda la vida pública. Como decía Arendt, la manera de abolir la libertad es inundar la vida ordinaria de política”

— Mariano Vivancos, profesor en la Universidad de Valencia, destaca la importancia de la lealtad institucional, la cogobernanza y la eficacia en la gestión pública como pilares para reconstruir la confianza entre sociedad y Estado. El listón está muy alto.

— Insisto: a veces no se puede arreglar el sistema, pero cada cual tiene muy a mano arreglar el sistema propio. Las personas auténticas y coherentes saben que, ante cualquier crisis, siempre se puede sumar algo. No puede darse un cambio institucional que genere confianza si no ha habido antes un pequeño cambio en quienes formamos la sociedad.

Para que la política gestione atendiendo adecuadamente a las necesidades de una sociedad, el primer paso es conocer muy bien la realidad social en la que se vive. Para eso, es fundamental la escucha. Me parece muy gráfico el ejercicio de diálogo y de promoción del perdón que hizo Nelson Mandela en pleno proceso del apartheid. Ese paso previo de conocer muy bien y redimir heridas es clave para que una sociedad pueda contar con una democracia sólida apoyada en instituciones con prestigio. Entender y comprender muy bien la realidad que nos circunda ayuda a poner los medios oportunos para seguir avanzando.

—¿Parte del compromiso cívico sería empezar a demandar a los responsables políticos que la eficacia en la gestión o el desarrollo de verdaderos sistemas de cogobernanza sean innegociables?

— La rendición de cuentas debería ser una obligación innegociable. Hay países en Europa en los que los responsables políticos toman sus decisiones como quieren sin ofrecer la posibilidad institucional de pedir cuentas. A los americanos se les pueden criticar muchas cosas, pero me parece que también destacan por aportaciones muy válidas, y una de ellas es el sistema de representación, que ofrece opciones para que el ciudadano de a pie pueda reclamar determinadas cuestiones a quien tiene la última responsabilidad. Eso en Europa es inviable. En Europa, la manera de pedir cuentas a los responsables políticos es votar cada cuatro años. Como está demostrando y se ve particularmente en Francia en los últimos meses, esa es una rendición de cuentas muy irreal.

— Cuanto más oigo hablar de transparencia desde las instituciones políticas, más opacidad percibo.

— Lamentablemente, en la vida política hay mucha opacidad. He estudiado Derecho y creo firmemente que las leyes son muy importantes, pero una democracia no se sostiene regulando toda la vida pública. Arendt decía que la manera de abolir la libertad es inundar la vida ordinaria de política. No todo se soluciona con leyes. Gobernar no es gestionar que se cumplan las leyes. Gobernar implica tener visión y saber a dónde vamos. Gobernar es, también, plantear que las decisiones que se toman, aunque sean duras, tienen la finalidad de mejorar la sociedad, porque esa es la meta de la política a corto, a medio y a largo plazo y, sin embargo, muchas veces ese destino esencial no se tiene en cuenta.

“La tolerancia y el relativismo son principios antagónicos”

— ¿Cuál es el verdadero sentido de la tolerancia en una sociedad democrática?

— Cada vez estoy más convencida de que no se puede ser tolerante sin unas convicciones. Somos capaces de respetar al que está en posiciones diferentes precisamente porque tenemos unas convicciones y se piensa que existe una verdad. Muchas veces hemos entendido la tolerancia como “dejar hacer”, y eso ha fomentado un modo de relativismo que, en realidad, no tiene nada que ver con la tolerancia.

La tolerancia y el relativismo son principios antagónicos. La tolerancia implica el respeto a las convicciones personales. El reto es conjugar las propias convicciones con otras posibles concepciones de verdad. En la política, el relativismo no puede ser el axioma. El eje de la política es mejorar la vida de los ciudadanos, cada cual por el camino que considere más oportuno para la realidad en la que vive. En el ejercicio de una democracia el éxito es saber conjugar bien lo que pensamos unos y otros. Mejorar la vida de las personas con eficacia nunca es relativo.

— Hablábamos antes de postureo. ¿Dónde está el límite entre liderazgo simbólico y liderazgo efectivo en nuestras sociedades de la imagen?

— El liderazgo se confirma por la vía de los hechos. Leerse cincuenta manuales de autoayuda sobre liderazgo no nos convierte en líderes. El liderazgo es una actitud vital que exige transparencia, autenticidad, conversación, diálogo, respeto, apertura al otro… Todo eso revierte en la mejora real de la vida de las personas.

— ¿Es posible liderar sin caer en la lógica del espectáculo y recuperar la autoridad sin recurrir a la teatralidad?

— Los líderes auténticos normalmente no crean espectáculo. El proceso de la caída del Muro de Berlín es un buen ejemplo de cómo liderar con visión y sin espectáculo. Aquel muro no se cayó de la noche a la mañana. No hubo grandes manifestaciones en las capitales europeas para que se cayera. El muro se cayó gracias al liderazgo clarísimo de tres protagonistas contemporáneos de aquel momento histórico: Margaret Thatcher, Ronald Reagan y Juan Pablo II. Los tres juntos fueron los artífices de ese proceso que mejoró la vida de muchas personas, aunque interviniera también muchísima más gente.

Palomá Durán
Paloma Durán rodeada de ponentes e impulsores del libro “Liderazgo y compromiso cívico” durante su presentación en la Fundación Tatiana (foto: Ignacio Arregui)

Víctor Lapuente propone un liderazgo que se base en la ejemplaridad, la humildad y la rendición de cuentas. Pero Aristóteles está muy lejos de los parlamentos.

— Las propuestas de Aristóteles son muy válidas hoy. Hay que recuperarlas, pero teniendo en cuenta el momento social que vivimos. Las circunstancias, las herramientas, la situación de la humanidad y el mapa de las relaciones internacionales son distintos. El gran reto es recuperar adecuadamente esos valores en un entorno diferente. Buena parte de la falta de entendimiento que asola nuestro tiempo es por pretender agarrarse el pasado intentando recuperarlo sin tener en cuenta que la sociedad que habitamos es muy distinta.

— En sintonía con lo que propone Milagros Otero, profesora en la Universidad de Santiago de Compostela: ¿Cómo se puede formar a jóvenes para que entiendan el liderazgo como vocación de servicio y no como carrera de poder?

— Sobre las personas jóvenes se suele destacar su terrible nivel de desafección, pero con la elaboración de este libro hemos aprendido que lo que hacen falta son referencias y referentes. La gente joven necesita referencias, porque necesita pensar.

Ana Iríbar, esposa de Gregorio Ordóñez, fue una de las personas invitadas a uno de los seminarios que han dado vida a este proyecto. Ella misma explicó el liderazgo con ejemplos de la vida de su marido. La escuchaban cerca de 200 estudiantes de primeros cursos de carrera. Uno de ellos le preguntó cómo había sido capaz de aguantar tanto dolor. Ella, con mucha tranquilidad, le respondió: “Por mi hijo, que cuando mataron a mi marido tenía solamente unos meses, pero también por vosotros, porque yo quiero una sociedad mejor para vosotros”. Los alumnos en pie empezaron a aplaudir. ¿Eso qué quiere decir? Pues quiere decir que tienen hambre de bien social, pero necesitan referencias.

— Referencias de personas y de ideas, y modelos que personifiquen que es posible.

— La gran mayoría de los jóvenes necesitan ejemplos que les inspiren y herramientas para pensar y argumentar con libertad. Educar no es imponerles maneras de ver el mundo, sino ofrecerles posibilidades de entenderlo.

Nuria Belloso, profesora de la Universidad de Burgos y participante en este libro, defiende que el liderazgo cívico comienza con una educación que enseña a pensar, no sólo a obedecer. ¿Qué papel juega la educación en la reconstrucción del compromiso cívico?

— ¡Todo! La educación es la lideresa del cambio social que requiere el siglo XXI. Hannah Arendt, en Eichmann en Jerusalén: Un informe sobre la banalidad del mal (1963), nos relata el juicio al nazi Adolf Eichmann, responsable de la logística de la “solución final”: el plan sistemático para deportar y exterminar a millones de judíos durante el Holocausto. Ella cubrió el juicio como enviada de The New Yorker y lo convirtió en una profunda reflexión sobre el mal, la responsabilidad y la obediencia. Su tesis central es que Eichmann no era un monstruo sádico, sino un burócrata mediocre que cumplía órdenes sin pensar. De ahí surge su famosa expresión “la banalidad del mal”: el mal como algo que puede surgir de la falta de pensamiento crítico, no necesariamente de odio o perversión.

Obedecer las normas sin pensar puede ser una catástrofe. El gran reto de hoy es ofrecer herramientas para poder pensar y esa es una de las responsabilidades más importantes de los líderes de nuestro tiempo.

— ¿Los medios de comunicación aportan valor en esa responsabilidad?

— Hablar de los medios de comunicación pasa por hacerlo de los profesionales de la comunicación, a los que, a veces, se les atribuye una responsabilidad injusta. Los medios también son un reflejo de la sociedad en la que vivimos. Entre los profesionales que trabajan en los medios hay algunos a los que calificaría de líderes, porque son capaces de ser transparentes, auténticos y contar la verdad. De paso, nos hacen pensar y repensar. A otros, sin embargo, los calificaría de políticos, porque han puesto su profesión al servicio de una determinada manera de pensar.

En España hace falta más lectura y más pensamiento, porque todavía muchas personas consideran sagrado lo que dice determinado medio de comunicación. La responsabilidad de los medios en nuestra sociedad la pondría al mismo nivel de la educación, porque su trabajo implica una cierta manera de educar con libertad a la población.

— ¿Cuál es la mejor manera de enseñar valores?

— ¡Viviéndolos!

— Hace unos días, la rectora de la Universidad de Navarra, María Iraburu, se comprometió con una universidad donde la investigación y la docencia contribuyan a una sociedad «menos polarizada y más reflexiva». Es una idea similar a la que defiende Carmen Lázaro, profesora de la Universidad Jaume I, que considera que la universidad debe formar, también, en responsabilidad social. ¿La Universidad lidera transformaciones o es parte de la inercia global?

— Como decíamos de los medios, entre las universidades españolas hay de todo. No creo que se pueda hablar de la universidad en términos homogéneos. En la universidad existen compañeros y compañeras brillantes que son capaces de construir una sociedad mejor para los alumnos y para el entorno en el que viven. Y hay otros que tienen una posición muy alejada de esto. En la universidad se pueden hacer muchísimas cosas positivas, ya que esos años de formación son esenciales para cualquier persona.

He vuelto al ámbito universitario después de casi treinta años de trabajo en instituciones públicas y me ha impactado mucho el cambio. La universidad ha dejado de ser lo que proponía Leo Strauss al posicionarla como el lugar privilegiado para la educación liberal, entendida no como formación profesional, sino como cultivo del alma a través del pensamiento profundo y el diálogo con los grandes textos. Me he encontrado con una universidad muy burocrática en la que las profesoras y los profesores están cada día más condicionados por rellenar papeles, hacer el checking y cumplir. La universidad no puede ser un lugar donde cumplir, sino un contexto privilegiado para hacer pensar.

— ¿Qué papel juegan las mujeres en la renovación del liderazgo político y social?

Juan Carlos Cubeiro, Premio Nacional de Management, acaba de publicar un libro sobre el liderazgo femenino bastante interesante. Entre otras cosas, destaca que los nueve países que mejor lideraron la gestión de la pandemia del covid estaban gobernados por mujeres. No quiero hablar en términos estereotipados, porque luego cada persona es cada persona, pero las mujeres podemos aportar un modo mucho más empático de trabajar.

“El pensamiento crítico es positivo cuando es constructivo y nos implica en el cambio”

— ¿El liderazgo es una cuestión de carisma o de carácter?

— El liderazgo es una capacidad que se puede construir, trabajar, articular, desarrollar, consolidar y afianzar. Algunas personas pueden tener más carisma y resultar más atractivas de inicio. Hay muchos ejemplos de personas con responsabilidad cuyo carisma no era positivo y, sin embargo, han hecho un trabajo de liderazgo espectacular.

— ¿La cultura o la espiritualidad pueden ofrecer modelos de liderazgo alternativos a los que propone la política?

— En las sociedades occidentales, sí, porque el ejercicio del liderazgo afecta a todos los sectores de la vida y hay mucha vida más allá de la política. De hecho, hay que ganarle terreno a la política para conseguir equilibrar las cosas.

— En el ámbito de la cultura o de la espiritualidad, entendido como un sector muy amplio, hay mucha gente pensando y proponiendo.

— Sí. Pero el liderazgo no es solo pensar. También hay que hacer. Durante todo el tiempo que he estado en Naciones Unidas, muchas veces me ha tocado oír -con cierta paciencia- comentarios sobre esa institución y sobre lo mal que lo hace todo, y animaba a mis interlocutores a involucrarse más. Todos podemos hacer siempre algo más. Quizá no es fácil estar en Naciones Unidas, pero sí montar una asociación con vecinos o una tertulia en el edificio para promover cambios. Mi experiencia en Naciones Unidas es que casi todos los representantes de la sociedad civil son americanos. En Europa, todavía nos falta dar un paso al frente, porque el pensamiento crítico es positivo cuando es constructivo y nos implica en el cambio. La sociedad civil puede hacer muchísimo.

— El compromiso cívico no puede ser sólo votar cada cuatro años.

— Exactamente. Es bueno que revisemos las herramientas que existen para fomentar la implicación y la participación de la sociedad, porque quizá sea necesario hacer algunos cambios institucionales y plantear un sistema de rendición de cuentas y de transparencia a la clase política que actualmente no existe. Esa carencia no se soluciona con un portal de transparencia…

— ¿Qué papel juega la esperanza en el liderazgo contemporáneo?

— El cien por cien. Vivimos en un mundo complicado, pero a la vez muy atractivo. Los jóvenes, que han nacido con una pantalla entre las manos, van a tener la posibilidad de reorganizar la sociedad. Como decíamos antes, el Muro de Berlín no se cayó de la noche a la mañana. Aquello sucedió después de un trabajo muy articulado y en el que se invirtieron muchas energías y mucho tiempo. Hoy también se ve a mucha gente trabajando con ganas de construir una sociedad mejor.

— ¿Qué mensaje destacaría para quienes, desde el desencanto, han dejado de creer en el poder transformador del compromiso cívico?

— El compromiso cívico lo hacen personas con nombre y apellidos. Si recuperamos la confianza en la capacidad de las personas de hacer el bien podremos construir una sociedad plural donde se asuman las diferencias como un valor positivo. Para el camino, puede venir muy bien leerse de nuevo La condición humana, de Hannah Arendt.

— Dice Lapuente que hay margen para una renovación si se recupera la idea de trascendencia, entendida como apertura a algo mayor que uno mismo. Esa idea, destaca, es “la más progresista de la historia”.

— En los últimos años no ha sido políticamente correcto decir públicamente que se cree en la trascendencia, o que se asume unos valores religiosos, pero coincido al cien por cien con Víctor Lapuente en la necesidad de recuperar ese sentido amplio que eleva la mirada más allá de nosotros mismos. Coincido también con José María Lasalle, cuando, hablando sobre el progreso tecnológico y las sociedades contemporáneas, destaca que urge asumir el sentido del límite del ser humano. En un contexto de esperanza, es lógico dar por hecho una visión trascedente, se entienda como se entienda.

— Más allá de mí. Más juntos. Más lejos.

— Eso ya es un gran valor. En Decálogo del buen ciudadano, Lapuente plantea que la nueva izquierda y la nueva derecha han perdido las dos referencias que tenían: lo social y lo divino. Por eso invita a recuperar la idea de trascendencia, que implica la capacidad de asumir valores que no dependen de la construcción humana, porque están más allá de nosotros.

Álvaro Sánchez León
@asanleo

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