Tres días de junio, la vigesimoquinta novela de la autora estadounidense Anne Tyler (¿Qué fue de Delia Grinstead?, Cuando éramos mayores), ofrece precisamente aquello que promete en el título: el relato de tres días de junio de un año sin definir. Por alusiones se deduce que la historia está situada después de la pandemia, pero por el contenido podría desarrollarse sin problema dos décadas antes, porque el espacio temporal resulta irrelevante. Lo que importa es lo cotidiano, los detalles de lo diario.
Galardonada con los premios Pulitzer, National Book Critics Circle y Pen/Faulkner, Tyler nos introduce en la mente de Gail Baines, una mujer de 61 años con una personalidad un tanto huraña, algo tosca y “sin habilidades sociales”, como le dicen mientras la están invitando a dejar su puesto de trabajo como subdirectora de un colegio, el día previo a la boda de su hija Debbie. Además, su exmarido, un tipo bonachón pero desordenado del que lleva divorciada veinte años, se instala en su casa sin previo aviso para pasar el fin de semana. Se presenta con una gata cuya dueña ha fallecido, y plantea a Gail que la adopte.
Tyler, que construye los personajes a base de detalles aparentemente insignificantes pero muy elocuentes (como el hecho de que Gail se corte el pelo en casa para evitar la cháchara de la peluquera o que Max sienta una gran emoción por un traje que le queda grande), narra con un estilo minimalista, casi en tiempo real, el fin de semana de la boda a partir de diferentes tramas simples. Esto le sirve para plantear temas de mayor calado y complejidad en torno a la vida familiar contemporánea.
El resultado es una historia sencilla que, precisamente en esa sencillez, en la falta de artificio, en su asentamiento en lo ordinario, despliega una buena dosis de ternura. Por los defectos propios, por las virtudes ajenas. Tres días de junio trata sobre el autodespido de Gail, la boda de su hija y la aparición de Max. También, sobre un posible engaño y un gato que necesita un hogar. Pero la novela es también una historia sobre el perdón y sobre la relación entre madres e hijas. Sobre cómo estar expuestos a los errores ajenos permite ver con mayor claridad los propios. Sobre las segundas oportunidades y el reconocimiento del otro, y sobre las vueltas que da la vida para acabar situándote de nuevo en la casilla de salida.
En un momento de la novela, Gail compara la vida con la película Atrapado en el tiempo, donde la gente vive el mismo día una y otra vez “hasta que lo hace bien”, dice. “¿No sería genial que el mundo funcionara así?”, pregunta Max. Y esta es tal vez la posibilidad que plantea Tres días de junio.