Eva, funcionaria de prisiones, reconoce desde una ventana al hombre que destrozó su vida: Mikkel Iversen, el recluso responsable de una pérdida irreparable. Lejos de huir de esa presencia perturbadora, solicita un traslado a la zona de máxima seguridad en la que él cumple condena.
Gustav Möller, director danés que sorprendió con la intensidad de The Guilty, vuelve a demostrar su maestría en el manejo del minimalismo narrativo. Si antes bastaba una llamada telefónica para desencadenar un thriller psicológico, aquí le basta una celda, unos pasillos y dos rostros repletos de dolor. La estética es rigurosa: planos cerrados, una paleta fría, iluminación áspera y ausencia de música subrayada, en favor de una puesta en escena austera pero elocuente. Sidse Babett Knudsen (Borgen), ofrece una actuación contenida y profunda, mientras que Sebastian Bull Sarning (La caza) da cuerpo a un personaje quebrado y ambiguo, cuya humanidad desafía la etiqueta de “monstruo”.
Lejos de los discursos categóricos, Condenados plantea preguntas que no pretenden ser resueltas. ¿Qué significa hacer justicia? ¿Qué pena corresponde al mal cometido? ¿Qué consecuencias tienen nuestras acciones pasadas? Todo ello lleva en última instancia a comprender que tanto Eva como Mikkel están anhelantes de redención, aunque carguen con odio, sinsentido y un complejo dolor psicológico. Desde esos dos puntos de vista, sin exculpar ni justificar, el filme invita a reflexionar en los límites del castigo y en la necesidad, universal, de reconciliación con lo irreparable.