Luigina Mortari lleva muchos años dedicada al estudio ético del cuidado y del autocuidado. En este libro propone una recuperación de la sensibilidad clásica –griega y romana– por el cuidado del alma. Así, los principales referentes de la autora en ese ámbito, además de Platón, serán Epicteto y Marco Aurelio.
Desde la introducción, Mortari señala el rasgo más característico de la existencia humana, que consiste en “la responsabilidad de plasmar el tiempo del vivir”, en “convertir el tiempo de la vida en una composición con sentido”.
El texto se estructura después en tres partes de longitud desigual, en las que la exposición avanza en espiral. La primera es una justificación del autoconocimiento y el autocuidado a partir de autores contemporáneos, especialmente Michel Foucault, que recuperan a su modo la tradición grecorromana. En la segunda parte, la más larga, se exponen distintas formas de autoconocimiento, centradas primero en la inteligencia y después en la afectividad. La tercera y última parte está dedicada a los “ejercicios espirituales” que hacen posible el autoconocimiento y el autocuidado, desde la atención y el silencio, hasta el despojamiento y el cultivo de la energía vital.
Al acudir a autores antiguos, Mortari pretende recuperar la sensibilidad por el cuidado personal y el conocimiento que lo hace posible. Ciertamente, este no se mueve en la misma línea que la ciencia matemática propia de la técnica moderna, pero no por eso tiene un valor cognoscitivo menor. También de los antiguos quiere retomar la valencia social de la preocupación por la autoformación.
Ahora bien, Mortari no se limita a recuperar ideas y enfoques antiguos. Para ahondar en el conocimiento de la interioridad humana, se sirve de los estudios fenomenológicos –de Max Scheler y Edith Stein en especial–; además, al plantear las virtudes propias del autoconocimiento, acude a Martha Nussbaum y a Simone Weil; y en todo momento, como principal representante de la razón abierta a lo personal (y a lo interpersonal), tiene presente las propuestas de María Zambrano. Como se ve, el libro es una reivindicación del cuidado del alma y de la autoformación, de la mano de las pensadoras que se distanciaron del intelectualismo en la modernidad tardía.
Con todo el interés que tiene el ensayo, metodológicamente, Mortari hace algunas opciones discutibles. Quizá la principal sea la continua referencia a los autores grecorromanos. Más sorprendente –por más cercana en el tiempo y en la visión del mundo– es el recurso de la autora a los análisis de la interioridad humana que hace la fenomenología, señalando en todo momento que el pensamiento contemporáneo ha demostrado ya la insuficiencia del planteamiento fenomenológico. Lo mismo vale, en su opinión, para toda forma de realismo (sea veritativo, sea axiológico) o de afirmación de una trascendencia. Mortari rechaza esas posturas y pretende moverse en un marco netamente inmanente y constructivista. Ahora bien, ¿es posible recobrar la ética socrática, o los análisis de Scheler o de Stein, reduciendo la relación con la verdad y el bien a aquello que hemos construido como tales? Y, por otra parte, ¿es tan claro que esas propuestas se hayan demostrado insolventes?