Saliendo del armario… “trans”

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Saliendo del armario trans

GAMARUBA/Shutterstock

Chloe Cole es una chica californiana de 18 años; una muchacha que, como otras, quiere ver en su horizonte personal el feliz día en que acunará a un bebé, lo bañará, lo alimentará. A diferencia de otras, sin embargo, ella no podrá amamantarlo…

Chloe no tiene pechos. Se los quitaron en el quirófano tres años atrás, cuando un médico cogió el bisturí para adelantarle su “reasignación de sexo”, algo que ella deseaba desde los 12 años. Según testificó en mayo de 2022 ante una comisión legislativa de Luisiana, en julio de 2017 la atendió un pediatra y, un mes después un “especialista en género” le diagnosticó disforia de género (DG). Todo fueron aprobaciones hacia lo que sentía ser: un varón.

La joven entró así en el carril unidireccional de la “reasignación”: al ser biológicamente mujer, le suministraron bloqueadores de la hormona sexual femenina (los estrógenos) para que no se le desarrollaran el útero, los ovarios, la vagina, y para que no le crecieran los pechos, a lo que siguió, en una segunda etapa, la aplicación de la hormona masculina (testosterona), por la que adquirió caracteres del otro sexo: mayor musculatura, una voz más grave, vello facial…

“La única persona que no me dio la razón fue el primer endocrino que conocí. Se negó a recetarme bloqueadores de la pubertad y expresó preocupación por mi desarrollo cognitivo. Sin embargo, fue fácil acudir a otro para que me recetara los bloqueadores y la testosterona. Después de solo dos o tres citas con el segundo, me dieron el papeleo y los formularios de consentimiento para los bloqueadores (Lupron) y los andrógenos (Depo-Testosterona). Comencé con los bloqueadores en febrero de 2018, y un mes después, recibí mi primera inyección de testosterona”.

Contagio emocional

La cirugía llegó en 2020, cuando con 15 años pidió la mastectomía. El cirujano que la atendió la animó a ir a una clase sobre el procedimiento, a la que asistieron 12 chicas con DG y con idéntico deseo. “Sin darme cuenta –dice–, la clase me ayudó a reafirmarme en mi decisión, gracias al sentido de comunidad que me surgió al ver a niñas como yo pasando por lo mismo”.

De una parte, funcionó el contagio emocional; de otra, unos médicos que solo sabían asentir –“el personal de salud está entrenado estrictamente para seguir la perspectiva afirmativa del sistema, incluso en el caso de pacientes menores de edad, en parte porque en California están prohibidas las ‘terapias de conversión’”, asegura–. No hubo, pues, la mínima sugerencia de otro tratamiento para atenuar la DG.

Hoy Chloe ya no quiere ser varón: se ha convertido en una detrans, una persona que, convencida de que la transición no resolvió sus problemas psicoemocionales, busca reconciliarse con su naturaleza biológica.

Además, batalla para que el lobby trans deje en paz a los menores. No solo les ha contado su caso a los legisladores de estados donde se debate sobre los tratamientos de reasignación, sino que, de la mano del Center for American Liberty, ha llevado a los tribunales a Kaiser, un paquidermo empresarial del sector de la salud, al que acusa de haber actuado con negligencia en su caso, por dejar a un lado sus comorbilidades psiquiátricas, no ofrecerle terapia alguna para ellas y pasar por alto la necesidad de un auténtico consentimiento informado, que ella como menor no estaba en capacidad de dar.

“La medicina moderna me falló”, dice con rotundidad. Y les sigue fallando a otros.

Chloe Cole (foto: Twitter)

Números aún inciertos

¿Cuántos toman el camino de la detransición? Es difícil saberlo. En Reddit existe un foro sobre el tema, que ha visto aumentar su membresía desde unas pocas decenas de usuarios en octubre de 2018 a 44.200 en febrero de 2023. No es exclusivamente un cónclave de personas detrans, pero según explica el sitio Padres con verdades incómodas sobre los transexuales (PITT), el incremento “significa que el número de detrans, desistentes y personas que cuestionan esto está creciendo, tanto como el interés de un segmento poblacional que ha resultado dañado” por las reasignaciones.

Según un estudio, la mayoría de quienes desisten lo hacen tras descubrir que su malestar psicológico no responde a estar “en el cuerpo equivocado”

A efectos oficiales, las cifras de arrepentidos serían pequeñas. Un sondeo realizado en 2015 por el National Center for Transgender Equality a casi 28.000 trans estadounidenses (también se preguntó en 2022, pero todavía no están listos los números) arrojó que el 8% había hecho la detransición. ¿Motivos para ello? La presión de los familiares (36%), lo mal que lo habían pasado en el proceso de reasignación (33%), el acoso, la dificultad para encontrar trabajo, etc. Solo un 2% dijo haberse echado atrás por razones médicas.

No concuerda esto último con los resultados de investigaciones menos interesadas. La profesora Elie Vandenbussche, de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Kleve (Alemania), les preguntó a 237 detrans de varios países (Canadá, Australia, Brasil, México, Sudáfrica, etc.) las causas de haberse echado atrás. Por lo que les escuchó, lo que más había pesado en su decisión era haberse dado cuenta de que su DG estaba relacionada con factores ajenos a lo de estar “viviendo en un cuerpo equivocado” (70%), a lo que siguió la preocupación por las complicaciones de salud que les había originado la transición (62%) y por la nula ayuda que les había supuesto ese proceso para lidiar con la DG (50%).

Terapia de consecuencias irreversibles

Volvamos, pues, a situaciones como la de Chloe –menores con DG sometidos a terapias de reasignación–. En la 7ª edición de su Manual de Asistencia para personas con este trastorno, la Asociación Internacional de Salud Transexual (WPATH) reconoce que la tasa de persistencia de la DG en niños diagnosticados con esta condición no va más allá del 12%-27% de los casos en cuanto dejan atrás la adolescencia. En otras palabras: que a más del 70%-85% se les atenúa o desaparece la incomodidad respecto a su sexo biológico.

 “Si el cerebro espera recibir esas hormonas en un momento determinado y no lo hace, ¿qué ocurre? No lo sabemos”

Ha sido el caso de Chloe. Su DG ha desaparecido, pero algunas huellas de los tratamientos hormonales y quirúrgicos no la abandonarán jamás. A la joven le ha quedado una voz varonil que la acompañará toda su vida, pero no es ese su mayor problema: no tiene certeza de que pueda llegar a concebir, y aunque el momento de comprobarlo quizás todavía demore, ahora mismo su salud está tocada, con problemas circulatorios y del aparato urinario

Lo interesante es que estos y otros peligros no son desconocidos por la comunidad médica, incluido el personal que participa en los procesos de reasignación. La psiquiatra Diane Chen y otros 23 expertos en endocrinología, neurodesarrollo, género, etc., precisaban en un artículo en 2020: “Es posible que los efectos [de los bloqueadores de la pubertad] no aparezcan durante varios años. Es probable que cualquier diferencia en la estructura cerebral (…) se observe con el tiempo, a largo plazo, en lugar de inmediatamente”. Y una de las firmantes, Sheri Berenbaum, confesaba posteriormente al New York Times: “Si el cerebro espera recibir esas hormonas en un momento determinado y no lo hace, ¿qué ocurre? No lo sabemos”.

Otros efectos, causados por las hormonas del sexo opuesto (testosterona, en el caso de Chloe), ya se encarga la propia WAPTH de enumerarlos: sangrado del estómago u otras partes del tracto digestivo, insuficiencia cardíaca, aumento de peso, alopecia androgénica, trastornos psiquiátricos, diabetes, esterilidad…

“Pero si tú estabas muy segura, muy segura”

Más allá del daño infligido a su organismo, el mayor problema de Chloe y de otros detrans es que los sistemas de salud no están preparados para atenderlos. Se suponía que la transición era una calle de un solo sentido, así que los expertos de salud mental que la han recetado y los endocrinos y cirujanos que la han aplicado están un poco estupefactos: no lo han visto venir.

Tampoco en España. Uno de los casos más notorios de detransición es el de Susana Domínguez, joven gallega de 21 años, que a los 18 años se sometió a una histerectomía y una mastectomía. Cuando, caída en la cuenta del error, acudió a los médicos que la habían tratado, una se lavó las manos –“pero si tú estabas muy segura; estabas muy segura”–, otro se puso a temblar y la echó de la consulta, y la endocrina le dijo que mejor continuara con la testosterona, no fuera a ser que le fuera peor.

No saben cómo dar marcha atrás, ni la frecuencia con que esto sucede. En su investigación “Transexualidad: transiciones, detransiciones y arrepentimientos en España” (2020), un equipo del Hospital Universitario Doctor Peset, de Valencia, afirma que la prevalencia real de la detransición “es desconocida y posiblemente está infravalorada”. “Respecto a la detransición con cirugías establecidas, no existen –admiten– protocolos de actuación. Dichos protocolos deberán ser implementados en futuras guías clínicas”.

Por su parte, la cirujana Sara Danker realizó en 2018 un sondeo a 46 colegas suyos que realizaban intervenciones de reasignación en instituciones de EE.UU. y Europa. De los consultados, 12 habían llevado de vuelta al salón a 60 trans arrepentidos, para tratar de recomponer de alguna manera los rasgos corporales originales. De la muestra total de médicos, el 88% echaba en falta la existencia de protocolos concretos de actuación para estos casos, por lo que esperaban que una nueva edición del Manual de Asistencia de la WPATH incluyeran un capítulo sobre detransición.

La 8ª edición (2022), en efecto, se ha metido en el tema, pero no aclara demasiado. Dice que la vuelta atrás es “proporcionalmente rara”, que así seguirá siendo con toda probabilidad, y que estos casos “no deben utilizarse como justificación para interrumpir la atención crítica y médicamente necesaria, incluidos los tratamientos hormonales y quirúrgicos, para la gran mayoría de los adultos” con DG.

Una experiencia aislante

El Manual alude al citado estudio de Elie Vandenbussche sobre detransición, y reconoce que “jóvenes adolescentes transexuales” pueden emprenderla, por lo que los profesionales sanitarios deben estar preparados, pues muchos de los arrepentidos “expresaron dificultades para encontrar ayuda durante su proceso de detransición e informaron de que fue una experiencia aislante, durante la cual no recibieron apoyo suficiente ni adecuado”.

Una ausencia de apoyo institucional a la que podría sumársele el acoso de individuos y grupos LGTB, tanto a los detrans como a quienes se interesan por investigar el asunto. Según Vandenbussche, entre las necesidades psicológicas expuestas por las personas detrans a las que consultó, estaba aprender a lidiar “con el rechazo de las comunidades LGTB y trans, y con el hecho de abandonar un grupo manipulador”.

No solo lo ha constatado la alemana. En Toronto, Kinnon MacKinnon, hombre trans que ejerce la docencia en una universidad local, asume que el tema de la detransición ha sido un tabú y, al interesarse en el fenómeno, ha recogido testimonios de amenazas de muerte a los arrepentidos por parte de miembros de la comunidad trans.

“No alcanzo a recordar –dijo en diciembre a Reuters– ningún otro ejemplo en el que no se te permita hablar sobre tus propias experiencias en materia sanitaria si los resultados no han sido positivos”. El mero hecho de investigar ha puesto a MacKinnon en la diana: “La transfobia disfrazada de opinión académica es la más venenosa de todas”, le advirtió en Twitter una usuaria que se identificó como una “trans tranquila”.

De momento parece más fácil –y menos peligroso– pasar de largo, hacer como que no existen… Pero están, y poco a poco, los detrans van saliendo de un asfixiante armario.

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