Mitin político del SPD en Vilshofen (Alemania), 2009 (CC High Contrast)
Tras abandonar el marxismo y reconciliarse con el mercado, la socialdemocracia tentó una aproximación al liberalismo que le dio nuevo vigor pero acabó causándole una crisis de identidad. La pandemia, al poner en primer plano las necesidades colectivas, le ofrece una oportunidad de reconectar con sus orígenes. Pero la adopción de los postulados posmodernos ha cambiado profundamente a la izquierda.
La alternancia en el poder, signo de madurez democrática, no está exenta de incoherencias: para conseguir o mantener el poder, los líderes corrigen su línea política, y se adaptan a climas de opinión dominantes. Algo de esto explica la evolución del socialismo en Europa y, en cierta medida, del Partido Demócrata de Estados Unidos.
Renuncia al marxismo y nuevas vías
En la segunda mitad del siglo XX se puede destacar como hito especialmente significativo la renuncia al marxismo en el Congreso del Partido Socialdemócrata (SPD) alemán en Bad Godesberg, en 1959. Lo acertado de la decisión se comprobó en los años siguientes, también en España y en Italia.
Se produjo después, al final del milenio otra gran evolución, hacia una tercera vía, que aceptaba la economía de mercado, y se distanciaba de las posturas clásicas de las organizaciones sindicales (incluso el laborismo británico, en su origen brazo político de las trade unions). Asumiría progresivamente, como signo de identidad, las reivindicaciones de minorías, especialmente las derivadas de la condición de la mujer, de las orientaciones sexuales, del fenómeno de la creciente inmigración y del ecologismo.
Pero el avance de la globalización, de un desarrollo económico impulsado en gran medida por las políticas neoliberales, llevó a la Internacional Socialista (IS) en el congreso de París, 1999, a volver a priorizar la confrontación social. El anfitrión, Lionel Jospin, invitaba a “pensar el capitalismo, para reformarlo”. Pero la IS advertía enfáticamente del gran riesgo que supondría dejar el futuro en manos del “individualismo desagregador” o del “fundamentalismo neoliberal”.
Radicales y moderados
Apenas seis meses después se reunían en Berlín catorce jefes de Estado y de Gobierno convocados por el canciller Gerhard Schröder, para elaborar un proyecto político para el nuevo siglo. La “tercera vía” se sustituiría por un “nuevo camino de progreso”. La ausencia de Tony Blair fue más que simbólica: en el fondo, se trataba de poner coto al predominio de la economía de mercado.
En la dialéctica entre igualdad y libertad, la socialdemocracia cuadró el círculo proponiendo paridad en los fines, con albedrío y mercado en los medios
En ese contexto, el socialismo francés se radicalizó: por ejemplo, ante la revisión quinquenal de las leyes bioéticas, el Partido Socialista (PS) difundió un breve folleto, en el que prácticamente planteaba dinamitar todo, desde una aceptación acrítica de las técnicas biológicas y médicas. Pero le salió el tiro por la culata. Y Francia no saldría de su estupor en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2002 ante el triunfo en las urnas de Jean-Marie Le Pen, líder del Frente Nacional ultraderechista.
En cambio, en septiembre de ese año, los ciudadanos de Suecia renovaron su confianza en el líder socialdemócrata Göra Persson, pensando más en la pervivencia del Estado del bienestar, que en una política netamente socialista. Parecía prevalecer el pragmatismo sobre la ideología. De hecho, apuntaba el modelo de mantener el poder mediante gobiernos en minoría o en coalición con otros partidos (de izquierda o centro), de ordinario con los verdes de comodines.
Algo semejante sucedía en Alemania, también influida por el aumento de la abstención: la igualdad entre socialdemócratas y democristianos quedaba dirimida por el ascenso de los verdes, ya menos románticos y más dispuestos a la construcción del Estado. Pronto comenzaría a hablarse de políticas “rojiverdes” o de “ecosocialismo”. Pero los partidos verdes no se disolvieron; más bien, siguieron creciendo, especialmente en comicios regionales y municipales.
Divisiones por la guerra de Iraq
Por entonces, la guerra de Iraq provocó serias discrepancias. Por paradoja histórica, el apoyo a EE.UU. –que a sensu contrario abrió el camino del socialista José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno de España–, impidió a Tony Blair y Gordon Brown culminar la tercera vía del laborismo británico. El consejo de la Internacional Socialista, reunido en Madrid en 2004, no pudo consensuar una postura neta en relación con los conflictos de Oriente, y no solo por la interesada y radical postura del partido kurdo, que reprochaba a Occidente haber tardado demasiado en destronar al tirano Sadam Husein. En cierto modo, un fenómeno histórico, la quiebra de la fratría obrera, especialmente subrayado en el contexto de la primera Guerra Mundial, volvía a reproducirse en otros términos en la reunión de la IS en Madrid.
Por otra parte, en la dialéctica entre igualdad y libertad, la socialdemocracia había cuadrado el círculo acentuando criterios de solidaridad: paridad en los fines, con albedrío y mercado en los medios. Sin embargo, al comenzar el milenio los partidos socialistas europeos se alinearon claramente a favor del individualismo, en sus propuestas o políticas en materia de familia, sociedad y costumbres.
De la crisis económica al ecologismo
Los problemas de identidad se agudizaron ante la necesidad de dar respuesta a la crisis económica que comienza en 2008. Muchos esperaban que, ante la caída de la economía mundial, el socialismo levantaría cabeza. Pero se advirtió entonces la desconfianza en las viejas soluciones de más Estado, más asistencia social, y más regulaciones, también a escala internacional. No parecían servir recetas igualitarias para una sociedad cada vez más individualista y menos segura de sí misma. A falta de modelo alternativo, prosperó la connivencia liberal, la radicalización en los temas de sociedad y la apuesta por el medio ambiente.
Se apostó por el rigor económico, especialmente en Alemania y en el norte: las políticas reales apenas se distinguían de las aplicadas en otros países por los conservadores. Pero la famosa Agenda 2000 de Schröder recibiría un duro castigo electoral en 2009, en parte por la pujanza de Die Linke: la unión de sus disidentes radicales con comunistas. Pronto la canciller Angela Merkel tendría que aceptar la “gran coalición” con el SPD, que duraría mientras ella presidió la democracia cristiana alemana. El SPD la rompió antes de las elecciones de 2017, pero no obtuvo los resultados que esperaba: su triunfo minoritario cuatro años después confirmaría que la causa de su declive no era el pacto con CDU, sino la crisis de la propia identidad.
Los partidos socialistas intentan ponerse a la cabeza de las reivindicaciones más radicales
En cierto modo, el SPD está siguiendo hoy la estela de la socialdemocracia nórdica, que vuelve a ser en gran medida lo que era y recuperó el poder, aun en minoría o en coalición. No pacta con la derecha radical, pero asume criterios restrictivos en inmigración, con el caso egregio de Dinamarca. En las naciones escandinavas, tras largos períodos en el poder, mantenían la supremacía por la mínima o debieron dejar paso a formaciones conservadoras. Más recientemente, han vuelto al gobierno, en minoría o en coalición con partidos centristas o ecologistas: no llegan al 30% de los votos en ninguno de los cuatro países (desde el 28,3% de Suecia al 17,7% de Finlandia).
Se llegó a decir que la enfermedad senil del individualismo insolidario estaba socavando las raíces de las socialdemocracias europeas. Pero más bien esa primacía casi absoluta del individuo sobre lo institucional es un rasgo de la cultura postmoderna. Y se proyecta sobre todas las formaciones políticas actuales. De ahí también que prevalezca la imagen de los líderes sobre los programas, acentuada por las redes sociales, que magnifican los debates sociales sobre feminismo, ecología, racismo, xenofobia o bioética. Los partidos socialistas intentan ponerse a la cabeza de las reivindicaciones más radicales.
Las dificultades también demográficas del Estado del bienestar
La pandemia que no cesa ha mostrado la necesidad de soluciones colectivas a los problemas de todos. En este contexto, cabría esperar un resurgir de los planteamientos partidarios de más solidaridad y contrarios a las desregulaciones. Al menos, en los últimos meses, los socialdemócratas han logrado victorias electorales en algunos países (Noruega, Alemania, Portugal), aunque tales resultados se explican también por circunstancias nacionales específicas, y no cabe esperarlos en Francia, donde el PS no da muestras de remontar.
En todo caso, si la socialdemocracia se acerca de nuevo a sus orígenes, se encontrará ahora con un Estado del bienestar sobre cuyo futuro gravitan las consecuencias del invierno demográfico, apenas compensado en algunos aspectos por la inmigración. Afecta muy particularmente a la duración de la vida laboral activa y al sostenimiento del actual régimen de pensiones. Son demasiadas las incógnitas y los ciudadanos esperan de los políticos vías de solución. Como escribía irónicamente Nicolas Truong en Le Monde, para cambiar el mundo, la izquierda debe cambiar de mundo… Es decir, atender las necesidades reales, no teóricas, de los ciudadanos de la sociedad actual: al menos, para no distanciarse de sus votantes tradicionales.