En busca de una economía y una cultura que funcionen para todos

publicado
DURACIÓN LECTURA: 9min.
JD Vance y Marco Rubio

A la izquierda, J.D. Vance (CC: Gage Skidmore). A la derecha, Marco Rubio (CC: Michael Vadon).

 

En Estados Unidos, la derecha posliberal tiene un aliado en el conservadurismo nacional. Ambas derechas abogan por un programa económico con más ingredientes del Estado del bienestar europeo. Y quieren poner freno a los efectos desintegradores del progresismo cultural en las familias. Tercer y último artículo de una serie sobre la nueva relación de los conservadores con el Estado.

El conservadurismo nacional es un movimiento impulsado por la Fundación Edmund Burke, con sede en Washington D.C. La mayoría de sus simpatizantes sintonizan con las políticas de Donald Trump. Otros referentes son los políticos europeos Viktor Orbán, Marion Maréchal, Giorgia Meloni…, y los estadounidenses Marco Rubio, Josh Hawley, J.D. Vance… Todos ellos han participado como ponentes en las convenciones internacionales que esta plataforma lleva organizando desde 2019.

La derecha posliberal tiene sus propias prioridades (ver primer y segundo artículos de la serie), aunque comparte con aquel inquietudes y propuestas. De hecho, algunos pensadores posliberales han sido ponentes en esos mismos encuentros. Una de sus convicciones comunes es que no quieren un Partido Republicano que priorice la gestión de la economía a las disputas sobre valores y estilos de vida: ambas cosas deben ir de la mano.

J.D. Vance, estrella emergente en el republicanismo, resume así ese sentir: “A los estadounidenses de clase media no solo les preocupan sus empleos. También les preocupa lo que se enseña a sus hijos. (…) La idea de que dar la batalla cultural es una distracción de las preocupaciones del estadounidense medio es absurda”.

Las ideas de estas derechas pueden tener un efecto más profundo que otros intentos fallidos de suavizar el liberalismo económico del Partido Republicano, como el “conservadurismo compasivo” de George W. Bush o el de los “reformicons”. Pero los posliberales y los conservadores nacionales compiten con otras derechas que sí defienden con energía el neoliberalismo: el Tea Party, los partidarios del viejo consenso fusionista, los libertarios…

Repensar el sueño americano

Vance, candidato al Senado por Ohio en las elecciones legislativas de 2022, se hizo famoso con su libro de memorias Hillbilly, una elegía rural, adaptado en una película para Netflix. Publicado en 2016, sirvió para comprender el tirón de Trump entre los estadounidenses sin estudios universitarios (la llamada “clase trabajadora”).

Según ha explicado el propio Vance, de 37 años, este relato es la crónica del declive del sueño americano tal y como lo experimentaron su familia y sus vecinos en un pueblo de Ohio, una comunidad del cinturón del óxido golpeada por la crisis familiar, el deterioro de los vínculos comunitarios, el paro, la pobreza, el abuso de opioides…

Cuando era joven, su padre se fue de casa y su madre se enganchó a las drogas. Pero Vance salió adelante, gracias al apoyo y a la disciplina de su enérgica abuela. Se alistó en el Cuerpo de Marines, se graduó en ciencias políticas y filosofía por la Universidad Estatal de Ohio y en Derecho por Yale. Luego trabajó unos años como inversor y empresario en el sector tecnológico. Está casado, es padre de dos hijos y se convirtió al catolicismo en 2019.

Ahora, con el respaldo de uno de los antiguos donantes de Trump, Peter Thiel, aspira a ganar el escaño republicano de Ohio en el Senado. Para él, el sueño americano no consiste en que las generaciones más jóvenes consuman más que las anteriores, sino en “tener un trabajo lo suficientemente digno para mantener a mi familia, y ser un buen esposo y un buen padre”. Su experiencia y la de sus amigos es que la paternidad conecta a la gente “con sus comunidades, con sus familias, con su fe”. Es una conclusión similar a la que llegaba un documental sobre la brecha de felicidad entre los de menos estudios e ingresos y el resto.

“Hemos ignorado los derechos de los trabajadores a participar en los beneficios que crean para su empleador” (Marco Rubio)

Las condiciones sociales importan

Aquí es donde su visión de la política conecta más con el “conservadurismo del bien común” de los posliberales que con el republicanismo tradicional. Vance aprecia mucho la responsabilidad individual, pero no la idealiza. Pone el ejemplo real de un niño adicto a los opioides desde los ocho años. Los conservadores clásicos le dirían que sus padres deben tomar mejores decisiones y que el chaval, cuando llegue a la edad adulta, deberá hacer lo mismo. Pero Vance sabe que no es tan fácil escapar de la tragedia cuando uno se ha criado en un contexto económica y culturalmente adverso.

Su tesis es que el deterioro de las comunidades responde a decisiones políticas, que deben ser revertidas con el mismo poder público que provocó el fiasco. “Vivimos en un entorno y en una cultura que están conformados por nuestras leyes y políticas públicas, y no podemos seguir ignorando este hecho”.

Esto lo dijo Vance en un discurso titulado “Más allá del libertarismo”, en una convención del conservadurismo nacional celebrada en 2019. Este tipo de discursos hicieron que se le viera como un conservador capaz de llegar a gente de tendencias ideológicas y contextos sociales diversos. Pero hoy sus críticos le reprochan que se haya vuelto más divisivo, al menos en Twitter. También le echan en cara el giro que ha dado para congraciarse con el ex mandatario, al que en 2016 veía como un síntoma, no como una solución. Hasta los comentaristas conservadores que le aprecian reconocen el cambio: Vance ha pasado de explicar a Trump a imitarlo, dice Jonathon von Maren.

¿Volverá a ser él mismo? Habrá que ver. Respecto a sus políticas, promete cortar la financiación pública a las universidades “que enseñen la teoría crítica de la raza o la ideología de género”, “obligar a nuestras escuelas a impartir un relato honesto y patriótico de la historia estadounidense”, “trocear a las grandes empresas tecnológicas para reducir su poder”, premiar al matrimonio y a la familia con una política fiscal más favorable, “terminar con el aborto”, reforzar la vigilancia en la frontera con México, combatir la droga y las crisis de los opioides, proteger el derecho a llevar armas, impulsar una política exterior que ponga en primer lugar a Estados Unidos…

El mercado no es la panacea

Otro político republicano que ha moderado su entusiasmo por el laissez faire es el senador por Florida Marco Rubio, de 50 años. Aupado en su día por un movimiento tan antiestatista como el Tea Party, hoy promueve lo que llama el “capitalismo del bien común”, un sistema de libre empresa que busca reequilibrar las necesidades de los trabajadores con las de los inversores y empresarios, y que llama la atención sobre los efectos perversos de la falta de trabajo digno, como la erosión de las familias y las comunidades, el aumento de la pobreza infantil o las muertes por desesperación.

“En la derecha política –lamentaba en un discurso de 2019–, nos hemos convertido en los defensores del derecho de las empresas a obtener beneficios, del derecho de los accionistas a recibir un retorno de su inversión y de la obligación que tienen las personas de trabajar. Pero hemos ignorado los derechos de los trabajadores a participar en los beneficios que crean para su empleador, y la obligación de las empresas de actuar en el mejor interés de los trabajadores y del país que han hecho posible su éxito”.

Rubio rechaza de plano el socialismo. Pero se sale del guion republicano cuando propone quitar el trato fiscal favorable a la recompra de acciones para dársela “a las empresas que reinviertan sus ganancias de una manera que cree nuevos empleos y salarios más altos”. O cuando recomienda impulsar las inversiones públicas en industrias claves para el interés nacional. O cuando promueve medidas de política familiar como las desgravaciones fiscales por hijo o los permisos de paternidad remunerados.

Los posliberales aprecian la visión de Rubio, pero van más lejos y reclaman ayudas a las familias como las de Orbán.

Mano dura con las “Big Tech”

El senador por Misuri Josh Hawley, de 42 años, también insiste en que el Partido Republicano debe dejar de priorizar los intereses de las grandes empresas sobre los de los ciudadanos corrientes. Al igual que Rubio o J.D. Vance, tiende a conectar la falta de oportunidades económicas con el declive cultural.

Tras graduarse en Historia por Stanford y en Derecho por Yale, hizo unas prácticas primero como asistente en un tribunal federal y luego del presidente del Tribunal Supremo, John Roberts. Antes de dar el salto a la política, trabajó unos años para el despacho de abogados The Becket Fund for Religious Liberty, donde participó en el equipo que ganó el caso Burwell v. Hobby Lobby.

Este pedigrí elitista, observa la periodista Emma Green, no le ha impedido recurrir a un discurso muy duro con las élites. Suele abordar problemas que caen bien en la izquierda –como la desigualdad, los bajos salarios, la desregulación o el valor cívico de los sindicatos–, pero también tiene un mensaje que gusta a los conservadores.

Por ejemplo, en la última convención del conservadurismo nacional, celebrada a finales del pasado octubre, denunció la crisis de masculinidad, que él cifra en el aumento entre los hombres del paro, la inestabilidad familiar, la ansiedad y la depresión, el consumo de droga, la pornografía, la ociosidad, etc. Y en su libro The Tyranny of Big Tech aboga por la regulación más estricta de los gigantes tecnológicos, en los que ve la amenaza más seria para la libertad de los estadounidenses en décadas.

Hawley, junto con el senador por Texas Ted Cruz –otro político afín al conservadurismo nacional, pero más liberal en lo económico–, fue uno de los republicanos de perfil alto que mantuvo la sospecha sobre la integridad de las elecciones presidenciales tras el asalto al Capitolio.

Estatistas… o no

¿Conectará la nueva deriva estatista de los conservadores con las prioridades actuales de la clase trabajadora? Si el giro va en la línea de ampliar el Estado del bienestar, es probable que sí se produzca esa conexión. Lo mismo que si se concreta en un Estado administrativo que plante cara a la ideología woke y la teoría crítica de la raza.

Pero lo que se está viendo tanto en las protestas de los camioneros en Canadá como en las de los chalecos amarillos en Francia, observa Joel Koktin, es que hoy la clase trabajadora no es amiga de los “dictados emitidos desde arriba”.

En cualquier caso, en el ámbito de las ideas, estos políticos –y, sobre todo, los intelectuales posliberales– hacen varias aportaciones valiosas: reintroducen la noción del bien común en la política; reequilibran el énfasis en la responsabilidad individual con la importancia de las condiciones sociales; plantean cómo el Estado puede facilitar u obstaculizar el progreso económico y la vida buena de los ciudadanos; y conectan la preocupación por las consecuencias del modelo económico con las del declive cultural.

A los conservadores, por su parte, habrá que recordarles que no tienen la exclusiva de la representación del bien común ni de los ciudadanos corrientes.

Un comentario

  1. Juan: he disfrutado tus tres entregas sobre los nuevos aires liberales. ¿Qué tal una serie alrededor solo de los Thinks tanks más significativos del momento?
    Saludos.
    Paco.

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