La segunda guerra de Nagorno Karabaj deja al mando a Rusia y Turquía

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Artillería de la República de Artsay, en acción el 3-10-2020 (Zinuzh Media)

 

El pasado 9 de noviembre, tras seis semanas de enfrentamiento y diversas treguas fallidas, finalizó la segunda guerra del enclave de Nagorno Karabaj, librada entre Armenia y Azerbaiyán. El resultado ha sido la derrota armenia, a diferencia de la primera guerra librada entre 1991 y 1994, en la que la minoría azerí fue expulsada por Armenia de Nagorno Karabaj y los armenios arrebataron a Azerbaiyán siete distritos contiguos. Ahora los azeríes han conquistado cuatro de ellos y el acuerdo de paz obliga a los armenios a devolver los tres restantes.

No obstante, la continuidad entre Armenia y el enclave ha quedado garantizada por la ampliación del corredor de Lachin, si bien, en compensación, Azerbaiyán tendrá un corredor a través de Armenia que con su aislado territorio de Najicheván. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que los azeríes no han pedido la devolución íntegra del enclave, si bien podrían haberse impuesto militarmente. Se han limitado prácticamente a restablecer la situación anterior a la primera guerra.

Las fronteras ya no son inviolables

Es la segunda vez, en menos de diez años, en que las fronteras en Europa (los países caucásicos son considerados políticamente parte del Viejo Continente e incluso pertenecen al Consejo de Europa) son modificadas por la fuerza. Pero este hecho ha pasado más desapercibido ante la opinión pública que la anexión de Crimea por Rusia en 2014.

Parece ahora muy remota la euforia del final de la Guerra Fría, que se vivió hace treinta años, en noviembre de 1990, con la adopción de la Carta de París para una nueva Europa, que implicaba, tras la desaparición de los bloques, el triunfo de los Principios del Acta Final de Helsinki aprobados por la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en Europa en 1975. Uno de esos principios, el III, se refiere a la inviolabilidad de las fronteras, y se considera parte del Derecho internacional, aunque solo haya sido formulado en estos términos para el espacio paneuropeo. Esta es la cita textual:

Los Estados participantes consideran mutuamente como inviolables todas sus fronteras, así como las fronteras de todos los Estados en Europa y, en consecuencia, se abstendrán ahora y en el futuro de atacar dichas fronteras. En consecuencia, se abstendrán también de toda exigencia o de todo acto encaminado a apoderarse y usurpar todo o parte del territorio de cualquier Estado participante.

Azerbaiyán podría alegar que Nagorno Karabaj forma parte de su territorio y que ha actuado en legítima defensa. Pero el principio I del Acta Final, que trata sobre la igualdad soberana de los Estados, recuerda que “las fronteras podrán ser modificadas, de conformidad con el Derecho internacional, por medios pacíficos y de mutuo acuerdo”. Si a esto añadimos que el Principio II consagra la abstención de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza, cabe concluir que el Acta Final de Helsinki rechaza la posibilidad de cambiar unilateralmente el statu quo territorial. Pero las consideraciones geopolíticas han pesado sobre las soluciones diplomáticas.

El fracaso del grupo de Minsk

Cuando empezó la desintegración de la URSS en 1988, el Parlamento del enclave armenio de Nagorno Karabaj votó a favor de la integración del territorio en Armenia, y a continuación se organizó un plebiscito que confirmó abrumadoramente la resolución. Sin embargo, la declaración formal de secesión no tuvo lugar hasta 1991 con la proclamación de la república de Artsay, nombre con el que los armenios conocen el territorio.

Se salía así al paso de una decisión de Stalin, comisario soviético de las nacionalidades en 1921, que había otorgado a Azerbaiyán la soberanía del enclave, pese a que este tuviera más de un noventa por ciento de población armenia. Es sabido además que Mijaíl Gorbachov, el último líder de la URSS, se vio desbordado por la situación en este y otros territorios del antiguo imperio ruso, pues en el otoño de 1991 armenios y azeríes recurrieron a las armas para controlar el enclave. La postura de Armenia sería inamovible desde entonces: el estatuto territorial de Nagorno Karabaj fue impuesto en la época soviética y es ilegal.

En 1992, Azerbaiyán y Armenia se convirtieron, al igual que el resto de las antiguas repúblicas soviéticas, en Estados miembros de lo que luego sería la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Desde este foro internacional se organizó la celebración de una conferencia en Minsk para resolver el conflicto de Nagorno Karabaj. Este fue el origen del grupo de Minsk, integrado en la actualidad por EE.UU., Alemania, Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Finlandia, Suecia, Italia, Francia y Turquía.

Una vez más, en los territorios de la antigua URSS, la geopolítica, sustentada en el uso de la fuerza, se impone sobre el Derecho internacional

La mediación no puso fin a las hostilidades, que continuaron de forma intermitente, pese a las precarias treguas. Todas las declaraciones del Grupo de Minsk subrayaban la necesidad de la retirada de las fuerzas extranjeras de los territorios ocupados y el respeto a la integridad territorial de Azerbaiyán, pues la OSCE no acepta la modificación de fronteras por la fuerza, aunque reconoce la autonomía de los territorios en los que existan minorías nacionales, como en el caso de Nagorno Karabaj.

Con el paso del tiempo, se dio a Rusia un papel protagonista en el grupo de Minsk y se establecieron tres copresidencias de las que formaron parte los rusos junto con franceses y norteamericanos. Estas copresidencias han ofrecido a las partes propuestas para llegar a un acuerdo, pero ninguno de ellas se hizo efectiva. En todos los casos, Azerbaiyán continuó denunciando ante el grupo de Minsk la ocupación de su territorio por los armenios.

Finalmente, tras nuevos enfrentamientos fronterizos durante el pasado verano, los azeríes creyeron llegado el momento de conseguir por la fuerza lo que no había obtenido por la vía diplomática. Contaban con un poderoso aliado regional, la Turquía de Erdoğan, que en los últimos años había cuestionado la labor de las copresidencias del grupo de Minsk, al acusarlas de permitir la perpetuación del dominio armenio. Ese aliado proporcionaría a los azeríes armamento, drones y mercenarios en su ofensiva contra los armenios. Quedaba claro una vez más, en el siglo XXI y en los territorios de la antigua URSS, que la geopolítica, sustentada en el uso de la fuerza, se imponía sobre el Derecho internacional.

¿Una derrota de Occidente?

La segunda guerra de Nagorno Karabaj, perdida por Armenia, ha sido interpretada por algunas voces, más bien minoritarias, como una derrota de Occidente a manos del islam. Tal ha sido el caso del filósofo francés Bernard-Henri Lévy, que desde su tribuna de Le Point reprocha a Europa su pasividad y silencio ante este conflicto. Si Europa se construyó para no repetir en su territorio crímenes contra la humanidad, y uno de los primeros del siglo XX fue el genocidio armenio de 1915, el filósofo no entiende por qué Europa no se ha opuesto al apoyo de Erdoğan a los azeríes. En su opinión, Turquía debería ser expulsada, tarde o temprano, de la OTAN.

Lévy es también de los que defiende a Macron en sus desavenencias con el presidente turco. Sin embargo, lamenta la actitud de los israelíes como proveedores de armamento a Azerbaiyán, pero se muestra comprensivo al considerar que Israel es un Estado rodeado de enemigos, que está autorizado a defenderse sin importar los medios. Si Armenia es un Estado con buenas relaciones con Irán, el peor enemigo de Israel, hay que entender la actitud de los israelíes respecto a Azerbaiyán. Por otra parte, Irán se ha mostrado pasivo en el conflicto, sin duda por la existencia de una importante minoría azerí, propensa a la agitación en otros momentos históricos. La pasividad nada tiene que ver con el hecho de que los azeríes profesen también el credo chií.

Se considere o no una derrota de los occidentales, presentes en una organización como la OSCE, lo cierto es que el acuerdo de paz ha sido una iniciativa exclusiva de Rusia, saludada por Turquía e Irán. En este sentido se puede apreciar una cierta semejanza con la conferencia trilateral Turquía-Rusia-Irán, reunida en Ankara en septiembre de 2019, para decidir el futuro de Siria, con la diferencia de que solo los rusos asumen ahora la visibilidad.

Bajo la tutela de Rusia

Pero la realidad es que los armenios se han quedado solos en esta guerra. Los lamentos de que esto era una lucha contra otro enclave de la civilización cristiana en Oriente no han tenido demasiado eco, más allá de algunas imágenes de la destrucción del patrimonio religioso-cultural armenio. Azerbaiyán gozaba de las simpatías e intereses suficientes para que ninguna potencia, regional o no, se pusiera en contra suya. EE.UU. estuvo siempre más próximo a los azeríes –y en esto también habrán contado los recursos petrolíferos de Bakú– que a los armenios, pues estos eran identificados como aliados tradicionales de Rusia.

Aunque los rusos asumen el papel de árbitros, a la vez reconocen la presencia de Turquía en el Cáucaso, como protectora de Azerbaiyán

Con todo, en esta crisis tal “alianza” ha sido más teórica que real, porque, al parecer los rusos solo consideraron inaceptable que la guerra alcanzara el territorio armenio. El que se limitara a Nagorno Karabaj era un mal menor, pero quizás suficiente para que el acuerdo forzoso de paz, impuesto por los azeríes, contribuyera al desprestigio del primer ministro armenio Nikol Pashinián, un antiguo periodista llegado al poder en 2018 tras una serie de manifestaciones cívicas contra la corrupción, pero que no parecía inspirar una gran confianza a Putin, más identificado con los clanes políticos de los excomunistas que han gobernado Armenia desde su independencia en 1991. El primer ministro reconoció que el acuerdo de paz era “doloroso”, pero que no quedaba otra opción que aceptarlo dada la proximidad de las tropas azeríes a Stepanakert, la capital del enclave armenio. Ahora las protestas callejeras han alcanzado al propio Pashinián, con el asalto a su domicilio y al Parlamento armenio. Para Armenia, ha sido un duro golpe la firma del acuerdo de paz, lo que ha lanzado a la calle a los veteranos de la guerra de los noventa.

Rusia sigue siendo la valedora de Armenia, pero desde el más profundo realismo político, sin necesidad de desplegar el argumento de una Rusia protectora de los cristianos, un motivo que sirvió para justificar la intervención de los rusos en el conflicto de Siria. Los rusos han asumido el papel de árbitros de la situación al desplegar 2.000 militares entre las posiciones de los combatientes. Los turcos no forman parte de esta fuerza de interposición, como hubieran deseado los azeríes, pero al mismo tiempo Moscú ha reconocido implícitamente la presencia turca en el Cáucaso como Estado protector de Azerbaiyán, lo que favorece el objetivo de aumentar la influencia de los turcos en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, los llamados países turcófonos.

Posiblemente Putin haya buscado un apaciguamiento con Turquía, pese a los divergentes intereses en Libia y Siria, aunque esto no evitará en el futuro más tensiones por el afán de rusos, turcos y chinos de consolidar sus zonas de influencia en Asia Central. Pero todo apunta a que los iraníes algo tendrán que decir también en este complejo tablero geopolítico que recuerda un poco al Gran Juego protagonizado por rusos y británicos en esta misma región en el siglo XIX.

Si consideramos el acuerdo de paz entre Armenia y Azerbaiyán como una paz rusa, habrá que entender que se trata de un acuerdo frágil. ¿Estaría Rusia dispuesta a defender a los armenios si algún día los azeríes quisieran asumir el completo control de Nagorno Karabaj o se limitarían a evitar, como ahora, que la guerra no sobrepasara las fronteras de Armenia? Tanto EE.UU. como Turquía, con intereses estratégicos en Azerbaiyán, estarían al acecho para aprovecharse de una supuesta debilidad rusa, que tendría además connotaciones negativas en el antiguo espacio soviético considerado por Moscú como “el extranjero próximo”, por no decir su patio trasero.

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