Los evangélicos cubanos, a un paso de las catacumbas

publicado
DURACIÓN LECTURA: 9min.

Una reunión de la Liga Evangélica de Cuba, en La Habana

 

Los cristianos evangélicos cubanos están bajo ataque. Lo perciben en el clima de animadversión que se ha ido generando contra ellos desde que se movilizaron masivamente para tratar de impedir que se legalizara el matrimonio homosexual en el proyecto de Constitución aprobado en referéndum en 2019.

Bautistas, metodistas, pentecostales… Muchos salieron a las calles en 2018 y principios de 2019 para que no se alterara la definición constitucional de matrimonio. Organizaron vigilias, solicitaron permiso para manifestarse fuera de los templos, pegaron pósteres alusivos… “Estoy a favor del diseño original”, enunciaba uno de estos, junto a figuras alegóricas a una familia de madre, padre e hijos.

Pero con tales acciones se colocaron en la diana del movimiento LGTB, que rápidamente los acusó de “homófobos” y “tránsfobos”. La actitud abiertamente agresiva por parte de ese colectivo no es baladí, toda vez que su valedora más influyente es la mismísima hija del expresidente Raúl Castro, Mariela Castro Espín, directora del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex).

Los evangélicos testimonian, así, hostilidad desde varios ángulos: desde los medios de comunicación, desde algunos centros de investigación, e incluso desde algunas Iglesias que han asumido la agenda LGTB o que directamente han surgido como sus activas promotoras.

“¿Fundamentalistas? Todos menos yo”

De estas últimas es la denominada Iglesia de la Comunidad Metropolitana (ICM), creada en 1968, en EE.UU., por Troy Perry, un expredicador bautista homosexual. En Cuba, la secta tuvo su origen en una rama disidente de la Iglesia bautista, y en la pasada década pasó a constituirse como ICM tras una visita de Perry a la isla.

Para la pastora Saralegui, respaldada por la hija del expresidente Raúl Castro, “la mayoría de las Iglesias en Cuba son fundamentalistas”

El grupo aboga por la legalización de las uniones homosexuales, es proabortista, y privilegia en lo religioso un sincretismo de prácticas, entre ellas, las de los cultos de santería afrocubana. Su cara más visible es la pastora Elaine Saralegui, una joven lesbiana que, pese a dirigir un grupo tan pequeño, ha gozado de un espacio en los medios de comunicación bastante más generoso que el de otras denominaciones. Además, cuenta con el respaldo de Castro Espín, quien ve en la secta una suerte de nihil obstat del cristianismo a las prácticas homosexuales.

La reverenda fustigó recientemente a los evangélicos cubanos en una entrevista realizada por el corresponsal cubano de Rusia Today. Saralegui obvió el paradójico hecho de que un medio oficial ruso sirviera de canal de comunicación al movimiento LGTB cubano –en su último informe, la organización ILGA detalló los numerosos ataques de que son víctimas los miembros de ese colectivo en Rusia–, y no reparó en formas: “La mayoría de las Iglesias en Cuba son fundamentalistas”, sentenció.

La guinda, sin embargo, fue sugerir que dichas Iglesias eran coordinadas y financiadas desde EE.UU., y que actuaban en las redes sociales “de una manera muy peligrosa”.

Escasa simpatía por el matrimonio igualitario

La hostilidad hacia el evangelio no es nueva en Cuba. Pero los niveles actuales derivan de la activa movilización de los cristianos evangélicos entre 2018 y 2019 contra el artículo 68 del borrador de Carta Magna, el cual estipulaba que el matrimonio sería en adelante “la unión voluntariamente concertada entre dos personas”, y no, como hasta ese momento, “la unión voluntariamente concertada de un hombre y una mujer con aptitud legal para ello”.

El gobierno de La Habana, en un amago de democracia participativa, animó a la ciudadanía a debatir el proyecto constitucional en los barrios, y comprobó la escasa simpatía hacia esa forzada transformación del concepto (el 82% de los opinantes se opuso). Por ello, en el texto que se llevó finalmente a las urnas, el lobby LGTB oficialista prescindió de dicha formulación.

Un nuevo proyecto de Código de Familia, que definirá quiénes son los sujetos del matrimonio, será sometido a consulta pública en 2021

Pero el proyectado artículo 68 “murió matando”: aunque el gobierno prefirió no ignorar la mayoritaria negativa popular, la señora Castro sí logró que se diluyera la fórmula del matrimonio como unión “de un hombre y una mujer” –la recogida en la Constitución de 1976–, y que quedara definido simplemente como “una de las formas de organización de las familias”, fundada en “el libre consentimiento y en la igualdad de derechos (…) de los cónyuges”.

Vale añadir que en 2021 está prevista la presentación de un proyecto de Código de Familia, en el que debe quedar delimitado quiénes pueden contraer matrimonio. Dicho texto se someterá a referendo, tal como lo fue la Constitución, de modo que, si en ese lapso los cubanos no han cambiado sustancialmente de criterio, es de esperar que vuelvan a manifestar su rechazo en los debates previos a esa votación.

Por eso, y porque existe el temor a una nueva ola de activismo evangélico como la que no vieron venir, unos cuantos quieren cortarle las alas.

El comodín del mercenarismo

En Cuba, decir –como lo ha sugerido Saralegui– que una persona o una entidad “recibe financiación desde EE.UU.” es, casi literalmente, arrojarla a los leones. La acusación de “mercenarismo” es el argumento predilecto del gobierno para desacreditar a periodistas independientes y disidentes políticos

Lo novedoso es que quien la lanza ahora es una ministra religiosa, que se sabe respaldada por la hija del aún primer secretario del Partido Comunista, fuerza gobernante que en los años 60 –como dicen en Cuba– les “hizo la vida un yogurt” tanto a los homosexuales como a los creyentes de cualquier signo, sobre todo, a católicos, evangélicos y testigos de Jehová.

Las autoridades cubanas comparten la visión de Saralegui. Además, han tomado nota del peso que se atribuyó al sector evangélico de EE.UU. y Brasil en las victorias de Donald Trump (2016) y Jair Bolsonaro (2018), respectivamente. Así, han querido ver una copia al carbón de esa influencia en la pujante movilización de los cristianos cubanos contra del denominado “matrimonio igualitario” y en la creación de la Alianza de Iglesias Evangélicas Cubanas (AIEC).

Esta, formada por siete denominaciones, entre bautistas, metodistas y congregaciones de corte pentecostal –la Liga Evangélica, las Asambleas de Dios, etc.– ha surgido como alternativa al Consejo de Iglesias de Cuba (CIC), coalición en total sintonía con el gobierno comunista y en cuyo seno hay varias Iglesias que comulgan con el credo LGTB.

El gobierno cubano percibe, en el sector religioso, un cauce para las “agresiones de EE.UU.” contra la isla

Muestra de que existe interés en vincular a los evangélicos insumisos con todo lo que huela a reaccionario y violento, fueron las declaraciones del canciller cubano, Bruno Rodríguez, el 10 de julio, cuando acusó a la Iglesia Jesus Worship Center, de Miami, de estar “asociada a la incitación a la violencia y al terrorismo contra Cuba”. El ministro aludía con ello a un ataque con arma de fuego a la embajada cubana en Washington, en abril, por parte de un exiliado cubanoamericano que había sido fiel de dicha congregación y que mostraba signos de enfermedad mental.

En sentido parecido se manifestó la representante cubana ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en septiembre. En un extracto de su intervención para Twitter, la cancillería denunció “la utilización por #USA del sector religioso y fraternal, para encauzar sus agresiones contra la Isla. La libertad religiosa no puede ser pretexto para atacar a otros Estados, ni para promover la violación de la ley”.

Con lo de “violar la ley”, la diplomática asumía la óptica del movimiento LGTB cubano de que el activismo pacífico contra el matrimonio homosexual equivale exactamente a eso: a quebrantar el orden establecido, por más que este sea –en cuanto a matrimonio y sin consideraciones políticas– justo lo que los evangélicos piden preservar.

Asoma la violencia

El criterio de que los evangélicos deben quedarse quietos en los bancos del templo y no salir a criticar en público lo que cocinan el Cenesex, la ICM y otros grupos por el estilo, unido a la diatriba gubernamental contra el “fundamentalismo religioso”, ha incitado a varios activistas LGTB a pedir mano dura.

Uno de los más renombrados, el reportero oficialista Francisco Rodríguez, anima en sus redes sociales a pararles los pies a los evangélicos. “Con el supremacismo cristiano no se puede andar con medias tintas, al menos no deberíamos hacerlo en Cuba…”, señala en uno de sus posts. Su empleo del término “supremacismo”, que en la actualidad mediática alude a colectivos de la ultraderecha racista estadounidense, es de todo menos inocente y constituye una invitación directa a las autoridades a que actúen como lo harían ante una amenaza peligrosa.

Otro activista, el médico Alberto Roque, comenta en esa misma entrada que a los “fundamentalistas” habría que “ponerles freno ya”. “El Estado laico está en peligro. La interferencia en sus políticas es violatoria de la Constitución y de otras leyes cubanas”, añade, en un interesado ejercicio semántico por el que tilda de “interferencia” la libre expresión de un criterio en la calle; criterio, por otro lado, coincidente con lo que estipulaba la Carta Magna hasta hace muy poco.

Roque ha tenido recientemente su minuto de gloria al denunciar ante los tribunales a una rapera cristiana, Danay Suárez, quien compartió en su muro de Facebook el post de otra persona que alertaba sobre una supuesta pendiente resbaladiza que iría de la legalización del matrimonio gay a la de la pedofilia. Para el activista fue “un día importante” aquel en que demandó a la cantante por “ofensas al honor”. En un sistema jurídico tan singular como el cubano, será de interés ver el veredicto resultante, toda vez que la acusación se basa en una percepción particular de “ofensa”, y del post reproducido por la artista no puede inferirse que ella haya atacado a persona alguna.

En todo caso, la comunidad cristiana se mantiene alerta. La citada acusación, las quejas victimistas de la ICM acerca de “las amenazas y violencias” que dicen haber recibido por parte de evangélicos, descontentos con la imagen que de ellos trazó Saralegui en su entrevista, y las invitaciones de algunos exaltados en las redes sociales, con mensajes ya clásicos del anticristianismo más sangrante –“la iglesia que mejor ilumina es la que arde”–, constituyen un inquietante avance de lo que pudiera venir.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.