La noche del cazador

TÍTULO ORIGINALThe Night of the Hunter

GÉNERO

Anagrama. Barcelona (2000). 285 págs. 2.400 ptas. Traducción: Juan Antonio Molina Foix.

Se publica en castellano la novela en cuyo argumento se basó la famosa película del mismo nombre dirigida por Charles Laughton en 1955. En los años de la Depresión, un sombrío personaje, conocido como el Predicador, es compañero de cárcel de un condenado a muerte por robo; aunque no consigue averiguar dónde ocultó el dinero, intuye que sus hijos pequeños deben de saberlo; logra engatusar a la viuda y casarse con ella; la pequeña Pearl acepta de buen grado la boda de su madre, pero no así su hermano mayor, John, que se da cuenta del interés del Predicador. La novela cuenta el acoso que sufren los niños, casi siempre desde dentro de la mente del pequeño John.

Davis Grubb (1919-1970) sabe acumular la tensión y trabar perfectamente las piezas argumentales. Y, con su narración calmosa y efectista, consigue mantener el interés del lector hasta el final. Su maestría se revela en cómo conjuga elementos muy dispares: toques góticos, acentos de Twain, rasgos expresionistas. Además, el Predicador es un personaje camaleónico y cruel, como un psicópata de novela negra, pero también se parece a los alucinados predicadores de Flannery O’Connor…

Aunque la novela no sea significativa como novela de niños, toda ella se dirige a una conclusión que pocas veces se ha formulado tan bien. Son pensamientos de la vieja Rachel Cooper, la única persona que sabe proteger a John cuando llega el momento decisivo: «A todo niño le llega el momento de correr por un lugar sombrío, un callejón sin puertas, perseguido por un cazador cuyas pisadas resuenan intensamente en los adoquines (…), y se siente solo, y nadie le escucha, y las hojas secas que pasan arremolinadas por la calle se convierten en un susurro pavoroso, y el tictac de la vieja casa es el amartillamiento del rifle del cazador. (…) Todos los niños tienen su Predicador que los persigue por el sombrío río del miedo y la imposibilidad de expresar lo que sienten y las puertas cerradas. Todos son mudos y están solos, porque no hay palabras para expresar el miedo de un niño, ni oídos que le presten atención, y, si las hubiera, nadie las entendería aunque las oyera. ¡El Señor guarde a los niños!».

Luis Daniel González

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