Vicente Botín, corresponsal de la agencia Efe en La Habana de 2005 a 2008, y autor de Los funerales de Castro, ha escrito este nuevo libro en el momento en que ya parece inminente que Raúl Castro asuma, al fin, todos los poderes del Estado.
El hilo conductor de esta historia es la figura controvertida de Raúl Castro, la única persona de la absoluta confianza del dictador y en la que ha recaído la responsabilidad de mantener viva la revolución comunista. Para el lector poco avisado, e incluso para los que han seguido de cerca la azarosa evolución del castrismo, el libro está cuajado de detalles sorprendentes, empezando por la ambigüedad psicológica de un personaje como Raúl que, sometido a su hermano hasta extremos inconcebibles, se muestra tan pronto como el personaje más radical y cruel del régimen como un tierno hijo, esposo y padre capaz de llorar ante una desgracia familiar, cosa que no se le ha visto jamás a Fidel.
La importancia de este libro radica en la gran documentación que el autor ha podido acopiar para retratar tanto lo absurdo de un sistema que ha llevado a la más completa de las ruinas a todo un país, como las interminables mentiras que han hecho posible la sumisión -y admiración hacía el dictador- de millones de cubanos. Recuerda Botín a este respecto que en 1959 Cuba tenía un nivel de renta similar al de algunos países europeos, mientras hoy, cincuenta años después de la victoria de aquella guerrilla casi mítica de Sierra Maestra, camina a paso de mula vieja.
Lo de “mula vieja” no es un símil, sino una realidad: a estas alturas del siglo XXI, pese al petróleo que le regala Hugo Chávez en sustitución del que antaño se recibía de la URSS, miles de yuntas de bueyes están siendo adiestradas para labrar las tierras cubanas con arados romanos a falta de tractores y recambios. Y con todo ello, la escasez de alimentos sigue siendo el drama cotidiano de millones de cubanos, desprovistos incluso de las cartillas de racionamiento y que sobreviven -gracias a mil y un trapicheos, incluido el robo- con salarios inferiores a los 20 euros mensuales.
Los alimentos que antaño se exportaban tienen que comprarse ahora en el exterior y si todavía sigue en pie el país es gracias al turismo, al níquel y los cigarros puros, las tres fuentes de divisas que aún funcionan pese a su disminución de caudal, junto a las remesas que los cubanos del exterior envían a sus familiares. Y si Chávez se muestra tan generoso con su petróleo para que pueda funcionar el aparato del Estado -nada menos que el 65 por ciento de las necesidades de la isla- es porque a cambio recibe un pago en “especie” en la forma de cuarenta mil profesionales cubanos, especialmente médicos y maestros, cedidos como moneda de cambio y a los cuales el Gobierno venezolana paga con salarios de miseria. Y ello en detrimento del sistema sanitario cubano que antaño fue uno de sus escaparates mejor decorados…
Las empresas del Ejército
Gracias a las numerosas conversaciones mantenidas con destacados ex dirigentes hoy en el exilio de Miami así como con personajes del régimen que aún viven en Cuba, y la extensa documentación consultada, Vicente Botín ha podido desentrañar muchas de las claves que han permitido supervivir al castrismo y que, en buena medida, se basan en la represión implacable de toda disidencia hasta las “purgas” permanentes dentro del sistema. Pone la carne de gallina leer, por ejemplo, la condena a muerte del general Ochoa, sin duda el militar de más prestigio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, además del más íntimo amigo de Raúl Castro: obligado a confesarse corrupto para mantener una apariencia de “limpieza” del régimen, con la promesa de que sería indultado, fue fríamente fusilado junto a otros oficiales… porque podía hacer sombra algún día a Fidel.
Botin bucea en la intrahistoria del castrismo al tiempo que retrata la compleja personalidad de Raúl Castro, la “pulga” que siempre ha cabalgado sobre un tigre, su hermano, para no ser devorado por la revolución.
En 1987, ante el fracaso económico de las empresas públicas, Raúl tuvo la idea de introducir reformas en aquellas que estaban gestionadas directamente por el Ejército y que competían en ineficacia con las demás estatales. El método elegido consistía en tres principios fundamentales del denostado “capitalismo”, es decir, una contabilidad real sin falsos balances políticos, la busca de un mercado seguro para sus productos en el exterior y garantía de suministros de los materiales necesarios para su producción, dentro todo ello de una gran flexibilidad administrativa y de incentivos desconocidos hasta entonces a los directores y trabajadores.
Gracias a la disciplina militar, Raul Castro construyó un imperio económico, un Estado dentro del Estado llamado GAESA, un holding empresarial que ha llegado a controlar el 70 por ciento de la economia del país gracias a sus 300 empresas que generan la casi totalidad de exportaciones y el 60 por ciento de los ingresos turísticos. Pues bien, todo este tinglado opera en la más absoluta opacidad y su única obligación es entregar cada mes a Fidel Castro, en metálico, una cantidad de varios millones de dólares sin el menor control y que Fidel dedica tanto a subvencionar movimientos subversivos en el exterior como a pagar “servicios especiales” de sus colaboradores, según su capricho.
Cuando tanto se especula sobre el futuro de Cuba una vez que se produzca el “acontecimiento”, será Raúl Castro, que controla desde el Ejército hasta los servicios secretos, el que asuma la responsabilidad última que le queda, la del Partido Comunista. El VI Congreso del partido, convocado para abril de 2011, lo pilotará sin la intervención del hermano, que ya ha anunciado su renuncia al último reducto de poder que se había guardado.
¿Hacia donde irá Cuba? Botín recoge múltiples opiniones, pero todas ellas coinciden en que Raúl mantendrá vivo el régimen sin ceder lo más mínimo en el socialismo real implantado; como máximo se optará por la apertura a una economía de mercado controlada por el Partido Comunista al estilo de China que, últimamente, había suscitado una cierta atracción en el propio Raúl aunque nunca llegó a convencer a su hermano. La “fórmula GAESA” con el añadido de otras reformas puede ser la clave, pero ya parece evidente que el pueblo cubano no podrá soportar cincuenta años más de penuria en nombre de una revolución -“socialismo o muerte”- que dejará de tener sentido una vez desaparecido el “ídolo” que la mantenía.