¿Qué hay detrás de la ecuación más famosa de Albert Einstein? Este es el reto que Brian Cox y Jeff Forshaw se plantean hacernos comprender. No se conforman con dar una mera descripción, sino que ofrecen una explicación real de la ciencia. Para entenderla no es necesario tener algún conocimiento científico previo. Los autores evitan las matemáticas siempre que es posible, aunque no renuncian a ellas porque las ecuaciones matemáticas son la herramienta más potente de que disponen los físicos en su intento de entender la naturaleza: una ecuación permite predecir los resultados de un experimento sin tener que llevarlo a cabo en la práctica. De ahí que la física rebose una elegancia matemática arrebatadora.
El libro pretende hacer ver que la ciencia no es, en esencia, una disciplina complicada. Incluso se podría decir que se trata de un intento de deshacernos de nuestros prejuicios innatos y así poder observar el mundo de la manera más objetiva posible: aceptar que el Universo es algo más rico de lo que nuestras experiencias cotidianas nos dan a conocer.
Para conseguirlo, nos llevan de la mano hasta adentrarnos en la teoría de la relatividad. ¿Por qué la velocidad que se mide de un vehículo es distinta para dos observadores y, sin embargo, la velocidad de la luz es la misma para cada uno de ellos? La respuesta a este interrogante nos ayuda a desprendernos de la idea de que el espacio y el tiempo son magnitudes absolutas e independientes. Ambas pueden combinarse en una única entidad llamada espacio-tiempo.
En este contexto llegamos a comprender cómo la energía, la masa y la velocidad de la luz se combinan hasta llegar a la relación: E = mc2, dando a entender que la energía y la masa son intercambiables. La masa es mucho más que cantidad de materia; es una medida de la energía latente en ella misma, como lo demuestran las reacciones nucleares que tienen lugar en las estrellas. Con todo, el origen de la masa del Universo radica en el bosón de Higgs, recientemente descubierto en el acelerador de partículas del CERN.
Pero en ciencia no hay verdades absolutas, sino únicamente formas de ver el mundo –válidas hasta ahora– que aún no hemos podido demostrar que sean falsas. Lo único que podemos afirmar con seguridad es que, de momento, la teoría de Einstein funciona.